
Capítulo 2
Saber que era semidiosa no hizo que mi vida cambiase tanto. Al menos al principio. Hice todas las preguntas pertinentes. Las más duras también. Nunca llegaron a responderme si era hija de alguno de ellos, siempre me dio miedo saberlo y tampoco hice mucho hincapié cuando vi sus reticencias. Sí descubrí quiénes eran sus padres divinos. Mamá era hija de Afrodita, papá de Ares.
Comprendí también por qué preferían nuestro pequeño pueblo al resto de lugares. Además, siempre me había gustado mucho estar rodeada del bosque y creo que a mis padres también les gustaba. Papá me había hecho acompañarle a ver a mi primer monstruo un mes antes cuando las preguntas sobre mi ascendencia habían terminado. Me había dado un carcaj y un arco y me había obligado a prometer que siempre llevaría las joyas que me regalaron por mi cumple conmigo.
Puede que no fueran los padres más protectores.
Eso nos salvó. No su ascendencia. Tampoco sus habilidades.
Era un 18 de marzo. Habíamos vivido algunos ataques antes de aquel día. Desde que había sabido mi origen todo había sido más claro. Las señoras extrañas ya no eran extrañas, sino dracaenas. Y la mayoría de sin techo que vi en la visita que hicimos a Boston tampoco eran sin techo, sino cíclopes. No obstante, ninguno era realmente reseñable.
Por eso mismo diré que no era todo malo. Para una niña de 9 años protegida por sus padres era divertidísimo descubrir que había algo especial en ella. Todos hablaban de amigos imaginarios, resultaba que mis amigos imaginarios y mis "inventos" eran todos reales. El problema era que además de ser reales eran peligrosos.
Claro que no entendí el significado real del peligro hasta que llegó ese lunes lluvioso y gris. Íbamos a ver un partido de fútbol americano en el campo del pueblo cuando el coche se rompió. Mamá, que conducía, no parecía nada contenta con ello. Tuvo que parar en la primera gasolinera, una que no había visto antes.
—¿Cuánto lleva esta gasolinera aquí? — dijo papá con curiosidad. Que yo no hubiera visto una gasolinera era normal, que mi padre no la reconociera sí era extraño.
—Je sais pas, commennt elle s'appelle ? (No lo sé, ¿cómo se llama?)
—Quedaos en el coche, esto no me huele bien—respondió James Losette dejando de lado la personalidad de padre atento y cariñoso para dar rienda suelta a una rabia fría que pocas veces había presenciado. No sé qué nombre leyó, pues no lo había leído al entrar y no había ningún cartel aparentemente a la vista. Tal vez solo fuese el instinto de hijo de Ares que aparecía de vez en cuando.
Se bajó del coche para entrar en la tienda de la gasolinera. Laureen Losette, que no mi madre, se giró y me habló en inglés. La primera vez que lo hizo en toda mi vida, aunque no la última. Eso sí, siempre había estado reservado a momentos cruciales de vida o muerte.
—Si pasa cualquier cosa, tira de tu pulsera y tu colgante. Piensa en la mejor arma para luchar contra tu contrincante y aparecerá en tus manos. Pero no te pares a salvarnos si se pone feo, tienes que correr al campamento. Sabes dónde está, te lo hemos dicho muchas veces. Long Island, el campo de fresas. Eres una niña muy inteligente y tienes muchas más virtudes que esas armas, ¿lo entendiste?
No parecía segura y el aura de belleza que siempre la rodeaba había dejado de brillar al menos un poco. Un golpe sonó en la tienda. A los pocos segundos el cuerpo de mi padre salió rompiendo el cristal del escaparate. Los ojos de mi madre se abrieron con horror. Solo me dirigió una mirada para volver a hablar:
—Prepárate para huir, mi princesa... Serás la mejor de todos ellos.
Puede que los siguientes minutos fueran los más caóticos de mi vida hasta el momento. Tampoco tomé la mejor opción. No había hablado, no había prometido huir así que cuando mamá entró en la tienda con una daga en la mano y no salió al momento hice lo que cualquier semidiós de 9 años entrenado por sus padres y con la orden de huir hace: luchar.
Salí del coche con cuidado por la puerta contraria a la entrada. Mamá estaba dentro. Papá se había levantado de nuevo y había vuelto a entrar con la espada en ristre, parecía no darse cuenta de la sangre que le goteaba por la cara.
Me acerqué para intentar ver a qué nos enfrentábamos. No sabía que arma elegir. Solo tenía claro que no quería dejar a mis padres a su suerte. ¿Me daba miedo un monstruo que pudiese con ellos? Sí. ¿Me daba todavía más miedo enfrentarme al camino hasta Long Island sola? Pues también.
Lo que vi no me dejó indiferente. Era el monstruo más raro que había visto en mi vida. Un animal que parecía tener tres cuerpos distintos, ¿o solo eran tres cabezas? Una de ellas de león, otra de una cabra y la última de un dragón. El cuerpo era el de una cabra, pero tenía una cola como si fuera de serpiente. Me quedé paralizada unos segundos sin saber bien qué hacer hasta que otro sonido fuerte me despertó. Era grande y asquerosa, imponía demasiado, pero necesitaba hacer algo más que no fuera huir. Rebusqué en mi mente todas esas historias que mamá me había contado intentando ignorar mi acelerado corazón. Tenía que pensar.
—¡Claro! —celebré sin darme cuenta de que había hablado en alto. Al darme cuenta de mi error miré a mi alrededor. No apareció ningún monstruo escondido que pudiese descrubrirme y yo había conseguido reconocer al bicho ¡Era una quimera!
Lanzaba fuego y era muy rápida. Era fea. Daba miedo. Papá y mamá se estaban enfrentando a ella desde las distancias cortas. Espada y daga. Por eso elegí lo que mejor me pareció antes de tirar de la pulsera y el collar. Un arco y un carcaj. Distancia. No huiría. Iba a ayudarles.
Tardé unos segundos en hacer nada por la impresión, por mucho que mamá me dijese qué iba a pasar no fue suficiente para que mi TDAH se centrase en como la plata se comprimía y se juntaba para luego explotar en un destello azulado. Junto con el destello, la plata empezó a crecer, parecía que se trenzaba hasta compactarse de nuevo en un material sólido. En unos segundos aquellos objetos habían dado forma a un arco denso y ligero acompañado de un carcaj con 20 flechas.
En la tienda volvió a sonar un gran golpe. Al mirar, mi madre era la que yacía en el suelo esta vez siendo acosada por las llamas de la cabeza de cabra de la quimera. Empezó a gritarle al monstruo, no lo escuché claramente, pero el monstruo dudó. Eso hizo que a papá le diese tiempo a pincharle en la cola y llamar su atención.
Me colgué con rapidez el carcaj en el hombro. Cogí dos flechas y las coloqué en el arco. El agujero que había dejado papá en el escaparate era suficiente para poder lanzar una descarga que hiriese al monstruo. Apunté a la cara que parecía ir a por papá, la de dragón. Era un animal muy rápido, pero mi mente parecía discernir perfectamente cómo iba a atacar y en qué momento. Respiré, la cuerda del arco casi me tocaba la cara al estar tan tensa, y cuando estuve segura solté las flechas y con ellas el aire que contenía.
Acerté de lleno en los ojos de la criatura, tanto es así que papá se giró ciertamente horrorizado. No le habría dado tiempo a pararla por culpa del cansancio. Su postura era baja, ya no le quedaban defensas y estaba claro que era muy distinto cuando se hacía el herido a de verdad estarlo. Daba miedo. Preparé otras dos flechas.
—¿¡Evangeline!? — La quimera me vio, pero también notó como la atención de mi padre se centraba en mí y abandonaba la pelea de forma poco sensata.
Cuando la boca del león se abrió y se lanzó para morder a papá, volví a disparar. Tenía mucho miedo, el corazón me latía más rápido de lo normal. Pero era a mi familia a quien estaba protegiendo, necesitaba hacerlo bien. Una de las flechas silbó junto a su pelo (puede que perdiese algún mechón por ello). En lugar de acertar en los ojos, el monstruo se comió la flecha sin que le diese tiempo a reaccionar. Papá volvió en sí y, aprovechando que tenía una cabeza cegada y la otra estaba demasiado ocupada intentando deshacerse del tentempié de hierro; atacó sin contemplaciones.
Era fácil saber cuándo se ganaba a un monstruo porque las criaturas volvían al inframundo tras convertirse en polvo. La expresión con la que me miró James Losette al haber terminado con la quimera me asustó. No pude evitar volver a pensar en que era mucho más gracioso cuando se hacía el herido en nuestros enfrentamientos que ver la sangre en su cuerpo. No obstante, eso no era lo que más miedo daba, sino la violencia en sus ojos, la tensión en sus músculos, todo ello dirigido a mí mientras salía de la gasolinera.
Una parte de mí pensó que me regañaría, pero tan solo me abrazó tan fuerte que pensé que me ahogaría. Supe en ese momento que había contribuido de verdad a acabar con un monstruo por primera vez. Nos había salvado a mí y a mis padres. Me escondí en su pecho y le devolví el abrazo.
—He pasado mucho miedo, papá...
—Lo has hecho bien, princesa. Eres una gran luchadora—dijo él sin tener cuidado de no mancharme de su sudor y de su sangre. Estaba demasiado ocupado procesando lo sucedido, probablemente.
—Y he perdido cuatro flechas. — Se separó, pero mantuvo su mano en mi pelo con actitud cariñosa cuando vio que mis ojos se aguaban por no saber cómo abarcar todo lo que había visto. Tendría pesadillas con aquel bicho.
—Tus armas son mágicas, pequeña. Nunca te faltará la munición.
Mamá salió tras coger algunos productos de la tienda. No parecía preocupada por el coche cuando nos abrazó a ambos con una fuerza que nunca había aparentado tener.
—En cuanto el coche esté arreglado, se irá al campamento—dijo antes entrar en el coche. No pensé que fuese a seguir hablando en inglés, supongo que el susto hizo que mantuviese aquella lengua un poco más.
Papá no dijo nada, solo me instó a subir al coche. Cuando me senté y apoyé mis armas en mis piernas, volvieron a mi cuerpo en forma de joyas como si nunca se hubieran roto.
El coche arrancó, aunque no parecía ir a velocidades excesivamente altas. Una cortina de agua que caía sin fuerzas nos acompañó a casa. Ese 18 de marzo ayudé a matar a mi primer monstruo. No recuerdo bien dónde estaba la gasolinera, tampoco sé si la volví a ver. Pero la familia Losette siempre se acordará de ese día por ser el último en que no se habló de un viaje inminente al Campamento Mestizo.
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Ya se acerca el momento de que algunos de nuestros personajes favoritos aparezcan en la historia.
¿Os hacéis una idea de quienes estarán allí? ¿Cuál es vuestro favorito?
¡Nos vemos el próximo lunes!
Anna
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