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Poder, muerte y desdicha

Todas fuimos engañadas. Quizá sólo ellas. Tal vez yo no. Después de todo, a mí no me interesaba una estúpida corona. Tampoco quería aumentar mis poderes y no me importaba la responsabilidad que ellas habían impuesto. Yo no era el 'Guardián' de nada ni de nadie. Ni tampoco me consideraba parte de su caótico juego llamado 'La Hermandad'. ¿Hermanas? No lo creía. ¿Iguales? Ni remotamente.

Y en este día había otra de sus reuniones tontas. 'Hay que aclarar esto', 'debemos encontrar una solución para aquello', 'tenemos que conquistar el universo'. Por favor, ¿acaso no podían pensar en algo más?

Para esta ocasión elegí un vestido largo, blanco y sencillo. Mi cabello negro creaba un contraste perfecto al caer por debajo de mi cintura, así que me sentía presentable.

De cierto modo creía que la reunión sería interesante, pues me divertía con su teatro.

Gea, la 'líder' de nosotras, inventó un sinfín de reglas absurdas desde que iniciamos con estas reuniones. Ella tenía su cabellera roja, sus ojos verdes y un cuerpo voluptuoso capaz de seducir a cualquiera. ¿A mí? De un tiempo para acá me dejó de interesar lo que decía. Al contrario, disfrutaba de sus ridiculeces. Nadie, absolutamente nadie, nos aseguró que éramos guardianes y que teníamos misiones específicas. No, nadie lo hizo. Era una idea alocada que ella tenía por creerse especial.

Aunque, debo decir, sí teníamos unos símbolos: nuestras insignias. A decir verdad, para mí no representaban nada en concreto. Eran nuestras marcas de nacimiento y las imágenes que nos personificaban. ¿Entonces, qué éramos? Debía admitir algo: nuestros creadores, o creador, no estaba segura, quizá estuvieron un poco fuera de sus cabales al concebirnos. No existía un manual. No había ninguna razón especial, ya que sólo éramos seres vivos. No éramos únicas. Nunca lo fuimos. Al menos no para mí.

Las otras cinco portaban sus ropas elegantes y muy excéntricas. Mephra, la mayor, parecía nunca inmutarse. Ella tenía una mirada fría con unos ojos de un verde oscuro, mismos que acrecentaban su indiferencia y creaban un juego hermoso con su piel pálida. Era de estatura media, delgada y, hasta cierto punto, atractiva. Solía portar un vestido olivo con un lazo dorado en la cintura y parecía más como una muñeca. Tal vez no podía ignorar el hecho de sus capacidades. Si la comparaba con el resto de nosotras, Mephra rebasaba los estándares de nuestra escala de medición. No sólo era capaz de abrir Portales Dimensionales sin ningún problema, pues poseía atributos variados e impensables. Por ejemplo, podía controlar la mente de sus enemigos con ayuda de los portales. ¿Cómo? En realidad no lo sabía y nunca se lo preguntaría.

Luego estaba Gea, la más odiosa; para mí. No, no, eso era una exageración. Gea no era la 'más' odiosa, pero sí era bastante indeseable. Su figura imponía y su personalidad asustaba a cualquiera. Sí, a cualquiera que osara retarla. Yo... yo guardaba mi distancia con un ser así de corrupto. Ella era estructural y muy alta, de ojos de un verde claro y siempre usando vestidos rojizos que compaginaban con su cabello de cairel largo y rojo. Me parecía que se daba aires de grandeza con eso de creerse la 'líder'. Pero no era mi líder, puesto que yo no seguía órdenes de nadie. No hacía lo que ella pedía. ¿Por qué? Porque nadie controlaba mi vida.

Y ahora sí, la más detestable de todas: Sahume. El búho. 'La sabiduría'... Falso, a mi parecer. Ella no era nada de lo que su simbología representaba. Sahume tenía el cabello castaño, un cuerpo bien proporcionado y un estilo seductor, pero sin la elegancia de Gea. Sus ojos eran grises y su tez morena clara que resaltaba por el vestido color lila. Sahume era una controladora; la peor. ¿Eso era? Probablemente... lo creía así porque yo veía cómo la pequeña Biophra era manipulada por esta mujer.

Yo estaba entre Sahume y Biophra. Mis hermanas me apodaban como 'la reina del hielo'. Nunca comprendí por qué y en realidad no me interesaba saber la razón de ese sobrenombre.

La pequeña Biophra, una joven rubia y de ojos de un tono miel claro, tenía marcada una cara inocente y tierna. Era muy linda y amable, pero idiota. Y no podía comprenderla, pues siempre actuaba a favor de Sahume haciendo todo lo que le dictara y hablando únicamente cuando ella se lo permitía. ¡Ah! ¡Creía que era corrompida por las intenciones de Sahume! Eso del amor, para mí, era una estupidez. Yo jamás dejaría que alguien me controlara así de nuevo. Nunca. Me lo había prometido a mí misma.

Al final de la Hermandad quedaba Gaia. No, ella no era un caos. Gaia me parecía peculiar. Sí, parecía una niña seria y bastante transparente, así como sensata. Quizá no lo era. Me resultaba difícil juzgarla, puesto que no tenía una queja en particular respecto a Gaia. Era la menor, pero su apariencia decía lo contrario. Tenía el cabello castaño y unos ojos entre azul y verde claro cargados de madurez. No era muy alta y tampoco destacaba por una figura escultural, pero sentía que ella escondía algo más.

Una vez que nos saludamos falsamente, o por lo menos yo a ellas, nos sentamos alrededor de una mesa redonda en una habitación completamente blanca. Gea comenzó a discutir sobre la corona, mientras que yo hice caso omiso. La reunión tomó un curso distinto de manera sorpresiva. Ahora ella nos acusaba. ¿A mí? ¿Por qué me señalaba? Una de nosotras tres, Sahume, Mephra y yo, de acuerdo con Gea, tenía la corona.

—¿Qué dijiste? —respondió Sahume claramente ofendida— ¡Estás loca, Gea!

"Y no puedo rebatirte en eso por primera vez, hermana", pensé con cinismo.

Presté interés en Gea y descubrí una tensión en la sala. No, no, no era en contra mía, lo supuse. La rivalidad perfecta era entre ellas dos: el Búho y el León. ¿De verdad? ¿Cuándo nos dejaríamos de tantas estupideces?

Ambas rompieron en palabreríos indistintos a toda prisa, mientras que yo, en realidad, no quería estar ahí. Y, sin importar el momento, me levanté y caminé un poco.

—¿A dónde vas, Stania? —me preguntó Gea severamente.

"¿Me preguntas a mí?", pensé. Y aquí íbamos de nuevo.

Me di la vuelta y caminé en torno a ella. Noté enojo en la mirada de Gea, aunque no sabía si era dirigido a mí o a Sahume. Gea me parecía irregular e imposible de leer algunas veces.

—Sólo quería caminar —repliqué con un tono cotidiano.

—No estarás pensando en huir, ¿verdad? —insistió la pelirroja—. ¿O es que acaso estás ocultando algo de nosotras?

"¡Idiota!", le respondí en mi cabeza para evitar una discusión, "no hables como si todas las demás tuviéramos la misma intención que tú".

Por supuesto que no ocultaba nada que no fuera necesario revelar. Ya estaba cansada de repetir una y otra vez mi postura. No tenía porqué dar información sin interés. No le respondí, sonreí con descaro y me dirigí hasta el lugar de Sahume.

—Si haz de dudar, deberías considerarla a ella, ¿no crees?

Provoqué la reacción deseada. Sahume se puso de pie y comenzó a gritar diciendo que ella no estaba allí para ser cuestionada como una criminal. ¿Y alguna lo estábamos? En realidad, todo era un juego de especulaciones. Tenía la certeza de algo: ninguna de mis hermanas sabía con exactitud si dicha corona existía tan si quiera.

—Ya nos traicionaste una vez, Sahume —la incriminó Gea—, ¿por qué no habríamos de pensar que tú tienes la corona?

—Bien —sonó la voz de Sahume al borde de la molestia.

Dirigí todo el interés a la escena. Sahume se acercó a Gea y se quedó parada frente al lugar de ella. La situación se descontroló cuando mi hermana Gea se levantó y la encaró.

—Entrega la corona —se escuchó con inflexibilidad la voz de la pelirroja.

—¿Y para qué? ¿Para que la utilices para tus propios planes? ¿Para asesinarnos?

Jamás imaginé que algo así ocurriría. Me refería a lo que sucedió a continuación. Gea perdió los estribos y utilizó sus poderes para crear un arma parecida a una doble cuchilla pero muy grande. Sahume reaccionó de inmediato y apareció dos pequeñas dagas con forma de tridentes. Las otras se movieron y abandonaron su lugar. Biophra y Gaia intentaron intervenir, pero fallaron. Gea y Sahume crearon una barrera invisible que impedía a cualquiera entrar en la batalla.

Se podían apreciar destellos y entes que aparecían de Portales Dimensionales variados. Miré a Mephra, también a Biophra y, por supuesto, a Gaia. Supuse que esta batalla no terminaría en ningún lugar. Hice una expresión de aburrimiento creyendo que el mismo teatro se repetiría como las veces pasadas. Sin embargo, nada de lo que estaba a punto de suceder me lo habría imaginado.

En estos instantes me pregunté una y otra vez, como ya era costumbre: ¿para qué fuimos creadas con estos poderes? Desgraciadamente, ignoraba la verdadera razón. Y, creía, al mirar la escena de la batalla, que si lo descubriéramos, nada cambiaría.

—¡Por favor! ¡Deténganse, hermanas! —suplicó la pobre de Biophra. Su voz sonaba titubeante y quebradiza.

Pero, sin previo aviso, ocurrió lo inesperado. Volteé de inmediato la cabeza y visualicé algo sorpresivo. Gea contenía a Sahume del cuello y la penetraba con su arma en el corazón. No sólo eso, puesto que no moríamos así, también arrancó la insignia de sus poderes y la pulverizó junto con su esencia. Gea mató a Sahume.

Mis hermanas gritaron obviamente horrorizadas y se atrevieron a encarar a Gea.

—¡¿Qué rayos has hecho, Gea?! —insistió la joven rubia.

Biophra materializó su daga y atacó a Gea sin un resultado positivo. Gea lanzó a Biophra por la habitación y Gaia ayudó a la pequeña. Por otro lado, sentí la mirada de mi hermana amenazarme. Gea estaba decidida a encontrar esa corona. Y yo, yo... estaba sorprendida.

—No me andaré con juegos. ¡Ninguna de ustedes ignorará lo que la Hermandad significa! —gritó la pelirroja.

Reí desconcertadamente. De todas las tonterías que Gea solía decir, esa era la mejor. 'Orden', 'Hermandad', palabras vacías utilizadas para conseguir el poder de un objeto que ni siquiera sabía si era real, del cual solamente había escuchado rumores, ¡rumores!

—¿También quieres morir, Stania?

Ya estaba hasta el límite, así que di una media vuelta y me acerqué a Gea fingiendo demencia y sonriendo nuevamente.

—A mí no me incrimines, ni te atrevas a amenazarme —le dije con un tono seco y vacío de emociones—. Sabes muy bien que no me interesa la Hermandad ni mucho menos conseguir esa corona que tanto anhelas. Hagan lo que quieran. Dicten sus reglas estúpidas, pero yo no pienso intervenir.

Esta había sido la mejor mentira hasta ahora, pues ya no estaba segura de mi posición, ni mucho menos de mi intención.

—No te atrevas a huir y esconderte como un perro, Stania —me rebatió Gea.

Suspiré y contuve las ganas de bofetear a la arrogante de Gea.

—No te repetiré las cosas.

—Bien. —Gea dio un respiro profundo para tranquilizarse y luego dijo—: Vete. Márchate con tus miedos como la cobarde que eres. Sin embargo, hermana mía, considera que de mí no te librarás fácilmente, ni mucho menos de la Hermandad a la que perteneces así lo odies tanto. Te encontraré y me aseguraré de que sigas mis comandos.

"Tus comandos... Eres una grandísima idiota", pensé al límite del enojo, "lo único que quieres es destruir con ayuda de esa corona. Quieres matar a Mephra para demostrar que eres mejor que todas nosotras. Lo sé y lo sé muy bien porque te conozco. Para eso creaste la Hermandad, para controlarnos".

Sin más, abrí un Portal Dimensional y abandoné la sala. No sentía miedo ante sus palabras, pero sí una duda. Dudaba de mí, de mi posición, de lo que sucedería con nosotras. Las cosas ya se estaban tornando bastante mal. Sin embargo, necesitaba estar segura antes de actuar.

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