Los Planetas Hermanos
El frío penetraba en cada parte de mi cuerpo, pero eso no impidió que diera unos pasos de aquí para allá para verificar las cosas. Lo primero que capturó mi atención fueron unas plantas azules con tonos púrpuras y rosas que tenían formas ovaladas. Las hojas de la planta variaban pues algunas eran largas y delgadas, mientras que otras estaban estilizadas al final con ondas. En el centro de la flor había un botón negro con tres puntos blancos. Nunca antes había visto una planta como esta. Miré los árboles y descubrí una textura como la madera habitual de la Tierra. Sí, había diferencias, aunque no tan marcadas.
Isaac parloteaba como un niño pequeño entre la quietud de la noche, pues unos insectos llamaban su atención. Yo no me acerqué a su lugar, en lugar de eso caminé rumbo a la cabaña cercana y encontré unas escaleras en forma de espiral. Cada uno de los escalones tenía grabadas palabras e imágenes peculiares. Levanté la cabeza y volví el interés a la serpiente en la puerta. ¿Por qué una serpiente? No me parecía el animal más acertado para un adorno. A mí me gustaban los pájaros, en especial los gorriones. Ellos eran alegres, gorgoteaban para socializar y eran leales. Las serpientes no, puesto que ellas eran famosas por su soledad. Sin embargo, sabía que eran criaturas asociadas con el conocimiento y las ciencias naturales, en especial las ciencias médicas. Era probable de que esta serpiente tuviera un sentido particular para los residentes del sitio.
Después de contemplar la cabaña, di una media vuelta y observé al resto. Roy e Isaac jugueteaban con unos insectos que brillaban como las luciérnagas, Flynn prestaba atención a las plantas, y Roland leía un libro negro. Me dirigí hacia la posición del profesor y contemplé el libro que estaba escrito con símbolos que nunca antes había visto.
—Profesor, ¿qué es eso? —pregunté con un tono preocupado.
—Nada.
Roland se movió en dirección a la cabaña y cerró el libro. Por mi cuenta, no quise insistir.
—Vengan —nos ordenó.
Los cuatro subimos las escaleras espirales y llegamos al porche de la cabaña. Roland tocó la puerta, y en seguida fue abierta. Un hombre de cabello rubio-blanquecino atendió. Su aspecto era como el de un anciano bien parecido con un aire de sabiduría. Tal vez eran las películas las que me dejaban esa impresión de la gente mayor. El hombre se hizo a un lado y nos cedió el paso. Nosotros seguimos a Roland sin cuestionar, pues hacía frío y cualquier lugar cerrado era una excelente opción.
*****
El interior era un desastre. Lo que parecía una sala estaba llena de libros, hojas tiradas, plantas en frascos, así como líquidos y otros ingredientes. Había una cocina sin atender y dos pasillos que no permitían a la vista conocer el resto de la casa. Roy se sentó en un sillón, Isaac hizo lo mismo, y Flynn se acercó a un banco y movió unos libros para tomar asiento. Yo me acerqué a un sofá rústico de color rojo y me acomodé allí. ¿Quién era ese hombre anciano?
—Zaagman, ¿serías tan amable de explicarme qué es todo esto?
Me percaté de que el anciano utilizaba un acento limpio y elegante al hablar. Me recordó al habla Europea de la Tierra.
—Sabes por qué estoy aquí —dijo Roland casi cortante, luego sacó un cigarrillo e intentó encenderlo.
—Conoces las reglas de este lugar —repuso el hombre después de arrebatarle el cigarro.
Por unos momentos contemplé al anciano. Sus facciones eran finas, a pesar de las arrugas visibles, sus ojos eran de un tono verde muy claro y su piel estaba marcada por manchas de la edad. Era delgado y tenía los dedos largos. Su cabello rubio era cenizo y caía hasta debajo de sus hombros. Traía puestas unas ropas antiquísimas de colores rojos y azules. Supuse que en su juventud había lucido atractivo y con un porte refinado. Roland caminó hacia la ventana y cerró la cortina. Mi mente daba vueltas porque no sabía por dónde empezar... no sabía qué hacer o decir.
—Pendran.
—¡No seas imprudente, niño! —refunfuñó el hombre—. Sabes bien que no deberías utilizar ese nombre para referirte a mí.
—Sí, sí, por tu pasado y demás. ¿Y eso qué, abuelo hechicero? Sabes por qué estoy aquí. Y no sólo eso, traje la prueba.
Por unos momentos el hombre nos miró con interés a cada uno. Con Isaac y Flynn no se detuvo por más que un minuto. Cuando me contempló, noté una sonrisa en su rostro, pero no era una sonrisa alegre. Agaché la cabeza y me sentí inhibido. Quizá no se esperaba a un sujeto tan ordinario como yo. Sin embargo, escuché pasos y presté atención en la escena. El anciano estaba junto a Roy y su boca estaba entreabierta. Podía asegurar que en su rostro había algo más que sorpresa.
—Tú, jovencito, ¿si fueras tan amable, podrías decirme tu nombre, por favor? —pidió el anciano.
Roy sonrió como de costumbre. Vi sus labios moverse, pero Roland se interpuso entre los dos y habló con fuerza.
—Ya tienes la prueba. Ahora, dime, ¿cuál es la localización exacta de la que hablamos? —interpuso Roland.
Estaba seguro de que el anciano arrojaba una mirada de molestia hacia Roland. Luego caminó hasta la cocina y en unos momentos más regresó con una charola llena de jarros de formas variadas. Detecté el aroma a chocolate y también un plato con galletas que parecían caseras. Por intuición me acerqué a la charola y cogí un tarro y un par de galletas. No había notado lo hambriento que estaba.
—Es bueno para quitar el frío —explicó el hombre con un tono parecido al de un padre cariñoso—, sé que han venido desde muy lejos y que este —señaló a Roland al pronunciar sus últimas palabras— idiota los ha traído sin su verdadero consentimiento. Preferiría que utilizaras un poco tus modales, Zaagman.
El chocolate estaba caliente y tenía una textura suave y cremosa. Sonreí recordando las navidades con mi familia, cuando tomábamos chocolate caliente y contábamos anécdotas divertidas. Sentí melancolía... me detuve por unos instantes y sólo aguardé.
—La guerra en Biophra es una etapa crítica. Pero antes de eso, me disculpo, jovencitos, he sido descortés. —El hombre se sentó en una silla y le ofreció a Roland un lugar—. Pueden llamarme abuelo hechicero.
Levanté la mirada y observé al anciano. Algo en sus palabras me hicieron sentir bien. Descubrí a Roy con una sonrisa cálida. Isaac, justo como nosotros, mostraba un rostro serio pero no aparentaba estar tenso. Mientras que Flynn... me daba la impresión de que nada le inmutaba.
—Es una lástima que nos conozcamos de esta forma, mis niños. Biophra necesita ayuda. La guerra podría definir una nueva época. Roland Zaagman, junto a otros, está a favor del nuevo cambio. Nuestra tecnología ha avanzado de una forma especial. —Prendió una pipa de tabaco y prosiguió—: Con la ayuda del Nano-Agente Biológico, la raza humana será capaz de anteponerse a la naturaleza más agresiva: las enfermedades genéticas y virales... —Soltó un suspiro profundo—. Aunque esa no es la razón por la que ustedes están aquí.
"¿Nano-Agente Biológico?", pensé, "definitivamente esto es como una película de ciencia ficción".
—Ustedes están aquí para ayudar a Zaagman a encontrar el templo de Biophra, para traer de vuelta al Guardián de este planeta y robar un artefacto místico. Una especie de pieza que los guiará a una resolución, una respuesta y una verdad. La guerra en Biophra es sólo una excusa para robar esta pieza que contiene poderes asombrosos.
—Oh, espera un segundo, viejo —irrumpió Roy como si hablara casualmente con alguien de su edad—, ¿de qué mierda estás hablando?
"¿Guardián? ¿Artefacto mítico?", hice una nota mental, "esto es una verdadera locura. Una estupidez. No tiene sentido. No es real".
El anciano volvió a mirar a Roland con enojo y esta vez hubo un silencio prolongado.
—No les contaste nada, ¿supongo? —inquirió el abuelo hechicero.
Roland negó con la cabeza. En estos instantes comprendí algo. Había una razón por la que nosotros éramos elegidos por el profesor Roland y, tal vez, era por algo más allá que una simple coincidencia o un sueño.
—Ustedes pueden cambiar el rumbo de muchos acontecimientos —dijo el hombre dirigiendo su mirada hacia mí—, puesto que hace mucho tiempo sus antepasados lo hicieron.
"¿Yo? ¿Mi familia?", me cuestioné aturdido.
—Biophra y Gaia pertenecen a un sistema de Planetas Hermanos.
—¿Gaia? —preguntó Isaac con la boca llena de galleta.
—Sí, Gaia. Ustedes provienen de ese planeta. El más joven, pero no el menos importante. Biophra, el planeta donde ahora estamos, es el penúltimo en la posición de la Hermandad.
"¿La Hermandad?", insistí renuente y convenciéndome de que todo era una falacia.
Sin importar que deseara interrogar al anciano, contuve mi voz. Nada de lo que decía tenía sentido para mí. Observé la taza de chocolate y fijé la atención en el líquido que se movía con lentitud girando... o eso parecía. A pesar de que sus palabras sonaban como un disparate, algo en esta revelación resultaba verídico y... sumamente importante. Me sentía como si estuviera en el lugar indicado y en el tiempo correcto. Era tan contradictorio y cansado.
—Roland está en busca del artefacto que mencioné y quizás ustedes puedan ayudarle a conseguirlo. Si obtenemos dicho objeto, descubriremos información valiosa respecto a la Hermandad.
Mi mente se enfrascó en un remolino de hipótesis. Por unos instantes deseé estar en mi cama, preocupándome por los exámenes escolares y nada más.
—Espere, ¿cómo es que nosotros estamos relacionados con todo esto?
La pregunta de Flynn me hizo regresar al momento. Contemplé al anciano con intensidad.
—No lo sé con exactitud. No de todos ustedes. Pero algunos de sus antepasados estuvieron involucrados. Troopsad, ¿cierto? —Me señaló el viejo al decir mi apellido—. Uno de tus antepasados forjó una alianza con un grupo de personas, y ellos se establecieron como parte de la Hermandad.
"¿Alguien de mi familia hizo eso?", dudé.
—Y sin contar que ahora, aquí en Biophra, los descendientes de Troopsad son parte de la familia real de una de las monarquías más grandes del planeta.
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