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La guerra por la vida

La explosión me dejó aturdido. Observé una torre caer y destruir la pared contraria al altar. Miré con prisa por todo el lugar pues buscaba desesperado. Podía sentir a mi corazón palpitar de forma fuerte y a mi cuerpo temblar constantemente. Mi mente estaba nublada por el estruendo de la situación, y me cuestionaba una y otra vez qué ocurriría. Entonces, cerré mis ojos y suspiré con miedo.

Hacía frío, mucho frío. Abrí los ojos y percibí el ruido trepidante de unos cañones en la cercanía. La catedral tenía simbología irreconocible para mi conocimiento. Algunos ventanales, todavía intactos, mostraban imágenes de seres alados y con complexiones largas y semidesfiguradas. Contemplé mi cuerpo y descubrí que vestía la camisa azul y la bermuda de verano que era mi ropa para dormir. Otro cañonazo me hizo dar un pequeño brinco del susto y me hizo ver que este lugar no era mi dormitorio.

Reaccioné de inmediato y busqué a mi amigo Roy. Intenté ponerme de pie, pero los escombros me hicieron titubear. Si no actuaba rápido podría morir. Localicé a Roy con su cabello rubio-dorado despeinado, y también portando sus pijamas puestas. Definitivamente algo no estaba bien.

—¡Roy! —mi voz cruzó por la catedral como un eco lejano.

Me levanté y corrí hasta el escondite de Roy. Mi amigo estaba detrás de un pilar derribado. Evadí algunas rocas que cayeron del techo y una especie de 'fuego' y 'luz azul' que volaban de un lado a otro sin rumbo fijo. Dejé caer mi cuerpo junto a Roy y lo tomé de los hombros. Su rostro estaba iluminado por la luz de la luna y sus ojos, de un color miel claro, me miraron de frente. Supuse que él también estaba tan confundido como yo.

—¿Qué rayos está ocurriendo aquí? —me preguntó con un tono de confusión reconocible.

—No lo sé.

Hice un recuento rápido. Primero, durante la tarde, Roy y yo llegamos a mi casa y pasamos un tiempo en la consola de videojuegos, después cenamos con mi familia y hablamos de todo un poco. ¡Sí! ¡Era cierto! Mi madre dijo que mi abuelo perdido por fin regresaría a California. Recuerdo que Roy hizo el comentario típico de 'me gustaría conocer a tu abuelo'. Luego nos preparamos para dormir, nos cambiamos y apagamos la luz cuando teníamos todo listo. Había algo más... ¿qué era?

—¿Dónde estamos y cómo llegamos aquí? —volvió a inquirir Roy.

—¡Te digo que no lo sé! —insistí desesperado.

Volví a prestar interés en el rostro de Roy. Con ayuda de la luz de la luna era posible percatarse de sus facciones femeninas y tiernas. Sonreí, pues Roy era un chico muy extravagante para mi gusto personal, pero ya lo consideraba mi mejor amigo. Nos conocimos en la escuela unos seis meses previos a este incidente. Entramos al segundo semestre de bachillerato y, sin complicaciones, con sus comentarios ridículos y cínicos, nos hicimos amigos.

Habíamos pasado muchas cosas juntos, aunque nunca algo como esto. Volteé la cabeza hacia el hoyo de la pared y descubrí una luna plateada con detalles blancos. Era casi como la luna que vi esta noche a través de la ventana de mi habitación antes de dormir.

¡Eso era! Mi mente se llenó de un recuerdo específico. Antes de cerrar los ojos para descansar contemplé la luna. Ambos coincidimos en que era hermosa, y más cuando estaba llena como aquella noche. De ese incidente en adelante sé que nos quedamos dormidos al sentir que mi mente se cerraba y llenaba de oscuridad. Me quedé sin la capacidad de articular palabras y me percibí pesado. Eso fue todo. Hasta que al abrir los ojos encontré este panorama, estos estruendos y estos gritos de otros peleando.

Me moví un poco para descubrir el exterior y visualicé algo sumamente inquietante. Había un montón de soldados uniformados de manera peculiar y un grupo de personas que parecían más máquinas que humanos. Todos se encontraban en un combate. Parecía como una película: espadas chocando contra otras, pistolas de pólvora que humeaban y extraños destellos de colores variados que iban de aquí para allá. Era una guerra... o así parecía.

Regresé el interés al cielo y vi muchos zepelines en llamas y otros que lanzaban bombas. Estábamos como en una especie de campo de batalla. Sin embargo, mi mente dudó del origen de este lugar ya que algo en el cielo captó mi atención absoluta. Mi boca se abrió en forma de asombro y sentí que mis ojos se engrandecieron. Cerca de la luna grisácea había otro astro: uno de color morado. No era tan grande como la luna gris, pero también tenía cráteres visibles. Era increíble, imposible e inédito.

—¡¿Qué rayos?! ¡¿Por qué hay otra luna pero de color morado?!

No lo podía entender, así que no era posible responder la duda de Roy. Entonces, intenté sacar conclusiones. Supuse que el lugar no era el planeta Tierra. Mi mente daba vueltas una y otra vez. Y, sin previo aviso, sentí mi cuerpo ser jalado hasta el suelo y el peso de Roy sobre mí. Él se movió debido a que una bala de cañón pasó considerablemente próxima a nosotros. Percibí el miedo invadirme.

—Tenemos que salir de aquí —repuse a toda prisa.

Roy asintió con la cabeza y me tomó de la mano. En estos momentos no reaccionaba como en el pasado, pues no podía hacerlo en medio del peligro. Pero, de todas formas, sentí una calidez invadir mi cuerpo y un rubor que se acumulaba en mis mejillas. Nuestros pies descalzos cruzaron el altar de la catedral. Roy nos conducía rumbo a la salida de esta. Tal vez era una buena opción, o quizá no. No estaba seguro.

Antes de llegar a la puerta de doble hoja, vimos entrar a dos personas, así que Roy se detuvo en seco, y yo me quedé detrás. Ahora fui yo quién jaló a Roy conduciéndolo hasta un montón de escombros a la izquierda. Nos ocultamos y contemplamos la escena con interés. Uno de los hombres traía una especie de armadura robótica incompleta de color oscuro, el otro portaba un rifle grande y que parecía letal. Cubrí mi boca con las manos y parpadeé como si esto pudiera sacarme de este sueño. Temí que esos sujetos se percataran de nuestra presencia, pues nosotros éramos extraños allí.

—¡No podrás contrarrestarnos, Natanael Slug! —gritó el hombre de cabellos negros y apuntó con su arma a la posición del otro sujeto.

Hubo un sonido fuerte que me hizo dar un pequeño suspiro. Noté que el soldado le disparó al hombre de armadura peculiar. Forcé la vista para descubrir detalles, pero la bala parecía no haber dañado al individuo llamado como Natanael Slug.

—¿De qué hablas? —cuestionó el hombre protegido por la armadura robótica—. Ahora todo este frente es nuestro.

—¡No podrán ganar! ¡Ustedes ya no son humanos!

¿No eran humanos? Intenté hablar, pero reaccioné tan rápido por lo que contuve mi voz. Para mí este acontecimiento era confuso. Sí, era una guerra entre esos dos grupos. Sin embargo, las dudas, de cualquier forma, eran tantas que hacían a mi mente rodar en hipótesis interminables.

—Nunca dejarás de ser un idiota, Oswald —expresó Natanael.

—¡Son monstruos! ¡Eso es lo que son!

Cuando vi un destello salir del roce de las armas de los hombres mi cuerpo se movió por intuición para atrás. No comprendí porqué llamaba monstruos a esas personas el sujeto de nombre Oswald.

—Ted —susurró Roy suavemente.

Miré a Roy y lo encontré desconcertado, pues su un rostro estaba inundado de miedo.

—Tenemos que salir de aquí cuanto antes —insistió mi amigo.

Asentí y me levanté del lugar con cautela. Los dos individuos continuaban en su lucha por lo que era obvio que no nos notarían. Ambos caminamos de puntillas y con sigilo. Llegamos hasta la puerta y la abrimos sin hacer ruido. No me pareció lo más sensato, aunque concordaba con Roy sobre que era nuestra única opción.

*****

Al abandonar la catedral fue inevitable no quedarme parado.

"I-Imposible", pensé impresionado.

La escena parecía una combinación increíble entre naves antiguas, vestimentas viejas, algunos seres más robóticos, destellos de luz que iban de aquí para allá y balas de cañones que se impactaban con el terreno. Nada me parecía real. De forma repentina mi cuerpo fue arrastrado por la mano de Roy. Me movía sin pensar en los pasos que daba pues toda mi atención seguía en el enfrentamiento.

—¡Al suelo, Ted! —me gritó Roy.

Recuerdo que un cuerpo se postró sobre el mío. Mi cabeza topó con el piso y todo mi ente estaba entumecido debido al impacto. Mi respiración se desvanecía poco a poco y mis ojos contemplaban el cielo estrellado. Pasé saliva con problemas. A continuación cerré los párpados y aguardé quieto.

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