En guerra
—Es hora de irnos. Tomen sus cosas —nos ordenó Roland.
Abrí los ojos y moví el cuerpo de Roy un poco para despertarlo. Me levanté de la cama a toda prisa y contemplé a Roland. No habían transcurrido más de tres días desde nuestra llegada. Obedecí, así que me puse el pantalón de mezclilla y una sudadera negra.
—¿A dónde vamos? —preguntó Roy con una voz suave y todavía adormilada.
Roland nos miró con enojo ante esta cuestión.
—No hay tiempo que perder. He dicho que nos vamos.
Roland abandonó la habitación sin más explicaciones. Acomodé mis cosas en la mochila y ayudé a Roy con su morral. En este momento no sabía cómo tratarlo, pues sentía que no podía entablar una conversación con él. Ahora, Roy me parecía un extraño. Evité cualquier conversación, salí del cuarto y caminé por el pasillo hasta la sala.
—No es una buena idea, Zaagman —opinó el anciano.
—Sólo estoy perdiendo el tiempo aquí —replicó Roland con molestia obvia e ignoró al hombre.
Descubrí en la mesa unos emparedados. Me acerqué pero no tomé ninguno. No era que no tuviera hambre o que la sazón del anciano fuera mala, en realidad me sentía como un intruso.
—Son para ustedes. Para que coman en el camino —me dijo el hechicero.
Me sorprendí al ver a Isaac acercarse y tomar un emparedado de forma deliberada. ¿Qué sentía Isaac? ¿Qué pensaba de todo lo que ocurría? No habíamos hablado mucho al respecto... de nada en realidad. Lo único que habíamos hecho hasta ahora era escuchar anécdotas del abuelo hechicero sobre la guerra.
*****
Entrada la tarde, abandonamos la cabaña ubicada junto al río. Pasamos el resto del pueblo sin detenernos, mientras que Roland nos explicaba que, en unos días más, el grupo enemigo se movería. Decía que él y el grupo de los rebeldes tenían una estrategia.
Después del pueblo, seguimos a través de un bosque. Por fortuna, Roland conocía el camino a la perfección, por lo que tardamos una hora en llegar a un campamento. Había un montón de tiendas de campaña, también se podían apreciar fogatas y otras fuentes de luz. Lo que me sorprendió primero fueron unos zepelines gigantes estacionados.
Roland nos llevó a una tienda marcada con un símbolo peculiar que era una especie de lagartija. Era geométrica, pues su cuerpo estaba formado por una luna en cuarto menguante, unos triángulos perfectos que simulaban las patas, pero también asemejaban el brillo de la luna. En la parte superior, un rombo marcaba la cabeza y al final tenía una figura ondulada como una cola.
—¡Oh! ¡Roland! ¡Cuánto tiempo sin verte!
El hombre que saludó a Roland lucía entre unos cincuenta o un poco más de edad, traía el cabello castaño sujetado por una coleta, su piel era pálida y sus ojos azules. Detrás de él encontré a un hombre musculoso, de tez morena oscura y con un rostro marcado por cicatrices. Él tenía cara de pocos amigos, así que lo reconocí casi de inmediato. Era el sujeto que Roy y yo vimos en aquella catedral durante nuestra primera visita a Biophra.
Entonces, comprendí que este era el campamento de la rebelión, el grupo denominado como 'la Ciencia', de acuerdo con los relatos que nos contó el anciano.
—Doctor Lendmark, cumplí con mi objetivo. La ayuda ha llegado —nos señaló Roland al decir sus frases.
Caminé unos pasos hacia adelante y contemplé algo que me robó el aliento. Había una especie de gente diferente. Ellos tenían un aparato en sus brazos izquierdos y otros tenían partes de sus cuerpos metálicos. Descubrí que estos individuos se comunicaban con otras personas, pues algunos sonreían y otros sólo hablaban. Eran entre mitad humanos y mitad robots.
—¡Oh! Veo que no conocían a los NAB —expresó el doctor Lendmark.
—¿Los qué? —cuestioné todavía incrédulo.
—Los NAB. Individuos portadores del Nano-Agente Biológico.
—¿Son robots? —preguntó Isaac notoriamente ansioso.
—No. Son seres humanos como nosotros.
"¡Increíble! ¡Simplemente genial! Esto es... es sorprendente. Nunca creí que vería algo así", acepté ocultando una sonrisa.
—Aunque todavía falta mucho para decir que son perfectos, hemos avanzado bastante.
Intenté iniciar un cuestionamiento pero fui interrumpido por otra persona. El joven tenía la tez morena oscura y una parte de su cuello tenía ese metal oscuro. Su mano izquierda también parecía una pieza robótica, pero su rostro lucía como el de un muchacho ordinario.
—Doctor Lendmark, la unidad de infiltración ha confirmado que los Conservadores están a punto de actuar.
Quedé idiotizado. Aunque el anciano nos explicó que los NAB existían para salvar a la raza humana y que eran algo así como un tratamiento médico que contrarrestaba cualquier enfermedad degenerativa, de cierta manera era extraño, pues ellos parecían como una combinación perfecta entre máquinas y humanos.
—¡Roland!
La voz de una mujer me tomó por sorpresa. Una joven se acercó y abrazó a Roland. Ella tenía su cabello rubio-cenizo y unos ojos azules. Era hermosa. Sin embargo, noté que sus orejas eran un poco puntiagudas y diferentes a las de nosotros.
—Diana —pronuncio Roland con felicidad obvia.
—Me alegra que estés aquí de vuelta. Te extrañé.
Supuse que ella era una persona especial para el profesor, pues los dos se miraban claramente enamorados. Esto me hizo percatarme de algo. El profesor Roland venía de este mundo en guerra. Aquí él era importante y tenía una responsabilidad. Entonces, comprendí que él era un hombre sensible.
—¿Hace cuánto se movió el grupo de los Conservadores? —inquirió una voz ronca.
—Hace una hora, comandante Slug —contestó la mujer de nombre Diana.
—Esperen un momento —interrumpió Isaac todavía renuente—, ¿y qué se supone que nosotros hacemos aquí?
El comandante Slug, con su rostro de pocos amigos, nos observó. Después, se acercó a mí y alzó mi rostro sin cuidado.
—¿Cómo te llamas? —inquirió el hombre de tez oscura.
—Su nombre es Ted Troopsad, comandante —replicó Roland acercándose a mí y al hombre.
—¿Troopsad?
—Sí, igual que el príncipe.
"¿Príncipe?", me cuestioné confundido.
—Habrá un cambio de planes.
El comandante habló, me soltó, y yo me refugié de inmediato junto a Roy. No me agradaba la idea de estar en medio de una guerra, ni mucho menos pelear en una. Roy me sonrió y tomó mi mano. Luego se acercó a mí y susurró unas palabras. Sentí mi corazón palpitar, pero no era de nerviosismo sino de agradecimiento. Le mostré una sonrisa tímida al aceptar su mimo.
—Escuchen con atención. El grupo de infiltración, dirigido por la agente Diana Migg, se llevará al güerito. El grupo de escape tomará al resto de los niños.
—Comandante —expresó Diana—, ¿por qué debo llevarme al niño?
"Sí, ¿por qué yo?", pensé inseguro.
—Descuida —habló el muchacho con aspecto robotizado al acercarse a nosotros—, no dejaremos que te pase nada. Nosotros te protegeremos.
La mano metálica del chico me incomodó. Parecía tan ajeno, tan imposible que existieran humanos así. Por supuesto que no hice o dije nada.
—Porque necesitamos al príncipe de nuestro lado —reveló el comandante Slug.
Volteé la mirada rumbo a Roland buscando que dijera algo así como: 'es una mala idea', o 'no resultará', pero ninguna de estas frases fue pronunciada. Roland se acercó a mí al notar mi rostro consternado y me separó del grupo.
—No estés asustado, Ted. Te prometo que Diana y Julius te protegerán porque eres su carta maestra. Si el príncipe llega a conocerte, comprenderá que los Portales se han reactivado y que el Guardián de Biophra ha renacido —me explicó Roland.
"Pero... ¿de qué forma él sabrá eso si yo no puedo asegurarlo?", pensé consternado y sin las fuerzas para debatir.
Aguardé estático sintiendo que mi cuerpo comenzaba a temblar. Quizá conocía guerras y veía imágenes, pero todas desde una pantalla. Las noticias hablaban de las guerras en los países del Oriente, guerras y muertes cotidianas y constantes. Inclusive me agradaba jugar videojuegos de batallas bélicas. No obstante, yo iba a ir dentro de la pantalla esta vez y así dejaría de ser un espectador para convertirme en un partícipe. Negué con la cabeza de inmediato e intenté alejarme de mi profesor.
—Tranquilo. Por favor, Ted, confía en mí —me insistió.
—Yo... —mi voz salió al borde del quiebre—, t-tengo mucho m-miedo.
—Sí, sí, lo sé, pero es la mejor oportunidad. Si el príncipe te ve, si sabe de los Portales, nosotros podremos descubrir el templo de Biophra.
—No. Yo no quiero estar aquí.
Colapsé sobre mis rodillas y no pude contener el llanto. Me dejé caer por completo sobre mis piernas y tapé mi rostro con las manos. Quería estar en mi habitación, quería escuchar la voz de mis padres y hermana, quería preocuparme solamente por los exámenes y las tareas escolares. Estaba aterrorizado.
—¿Ted? —inquirió la voz de Roy en las cercanías.
Controlé el llanto y vi a Roy quedar frente a mí. Él se acercó más y me abrazó. Yo respondí el gesto. Era ridículo, pues unos días atrás yo fui quien lo consoló y ahora era él quien lo hacía.
—Descuida, yo iré contigo. No pienso dejarte solo —reveló Roy.
—Necesito que tú me ayudes con otra cosa, Roy —sugirió Roland prontamente.
—Olvídalo, Roland —reprochó Roy con enojo notorio—, no voy a dejar que mandes a Ted a un lugar lejano en una guerra. No harás lo que te plazca con nosotros.
—Roy, debes entender que este es el momento perfecto para mí. Necesito de tu ayuda. Ted será protegido por Diana y el grupo de infiltración.
—No me importa.
—Por favor, chico. Yo necesito encontrar algo y sólo tú puedes mostrarme. Toda la guerra es la distracción perfecta. Ted es la distracción perfecta.
—¡Te dije que no, Roland! No vas a enviar a mi mejor amigo como un trozo de carne. No es la carnada de nadie ni para nadie. Yo iré con él y el grupo de infiltración. Y esta discusión se acabó.
Sonreí y detuve mi llanto por completo. Roy podría parecer un chico tierno y afeminado, pero tenía una personalidad fuerte y explosiva. Eso me fascinaba de él. Le agradecí en silencio y también me detesté en silencio. ¿Cómo había podido dudar de Roy? Sin importar quién, o qué, fuera, Roy era mi amigo... era mi mejor amigo por encima de todo. Lo abracé con más fuerza y disfruté de su aroma.
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