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Stay High

En donde empiezan las amenazas de muerte.

La música siempre está alta en las fiestas, al punto de que pueden hacer temblar los vidrios. Añadamos ahora la circulación de distintas bebidas alcohólicas, con el vergonzoso jugo frutal y agua en las esquinas, un olor a cigarro allí donde habían personas con diversos problemas existenciales. Ese es un buen caldo de cultivo para los espíritus inmundos, cosa que le permite a Abigail entrar sin llamar mucho la atención.

Como mi almuerzo en la bañera,

Luego voy a sex clubs,

Veo gente rara follando,

No me pone nerviosa,

En cualquier caso, estoy sin sueño

Tengo mucha experiencia y lo vi todo, repite las palabras de Tove Lo (las que usa en Habits)mientras se mete entre la marea de jóvenes que se encuentran bailando en el centro de la sala. Esto lo conoce tan bien como a su jefe. No se molesta en lo más mínimo cuando siente que uno que otro chico se restriega contra ella, tampoco se aparta de las chicas que menean sus caderas, a algunos les guiña el ojo, siempre avanzando, siempre sabiendo que el control que ella tiene allí es superior.

Una vez llega al fondo, divisa la silueta de un hombre grande, robusto como pocos, con una chica encajonada entre él y la pared. Avanza sin temor, la mente concentrada en el mensaje que tiene que dar. Los cuerpos del hombre y la muchacha se mueven descaradamente como animales en celo, pero lo ignora. Pasa un instante, con la música del entorno dejándola sorda, aunque sabe que él es consciente de su presencia.

—Jezabel —dice, separándose de la mujer unos milímetros y mirándola con esa expresión de depredador que Abigail ya sabía manejar. Sonrió, colocó su peso sobre una pierna, contando los segundos internamente hasta que la chica que está bajo el cuerpo del hombre se da cuenta de que ha sido dejada de lado. Es hermoso, ella lo había comparado como una versión más retorcida de Patch Cipriano, vestía siempre de negro, tenía los ojos negros, pero sus orejas estaban salpicadas de plata y diamantes, así como tatuajes que se asoman por los bordes de su ropa.

—Cain —saluda Abigail, manteniendo la compostura mientras él le hace un gesto disimulado con la cabeza. Llego a casa, me dieron ganas de comer. Y va hacia el sótano de la casa, asombrosamente vacío... Bueno, no, hay un cierto umbral de energía negativa en la que incluso el más imbécil de los humanos corrientes, no tan sensibles a lo espiritual como lo son los personajes que protagonizan esta historia, califican como "mala vibra". Ni bien Caín cierra la puerta detrás de él, el silencio absoluto, denso como el humo de tabaco y marihuana combinados, se apodera del lugar. Con lo poco que puede ver, Abigail distingue una mesa llena de herramientas de jardinería, así como ve a una jovencita doblada sobre la mesa, amordazada mientras su pariente se entretiene.

Asqueroso.

Un parpadeo y la joven regresa a la realidad. Caín se acomoda sobre la mesa, contemplándola con aquellos ojos negros. De no ser por su piel pálida, ya se habría perdido en el entorno.

—¿Cómo va la operación?

—Han surgido pequeños inconvenientes, ya me encargaré de ello —añade, colocando un mechón de pelo por detrás de su oreja—. Tienes que ir a ayudar con los preparativos para el traslado.

—¿Ya toca?

—Así es. —Pasea por el pequeño espacio, sabiendo que, ahora que ha apartado la vista de Caín, lo siente moverse. No se queja ni se sorprende cuando la mano de él rodea su garganta y su espalda es presionada contra el pecho de él. La diferencia de altura es poca, pero lo que Abigail tenía en elegancia, él lo tenía en un cuerpo que volvía loca a cualquier mujer que tuviera problemas con los padres o de adolescencia.

—Supongo que tienes tiempo para darme suerte, ¿eh, Jezabel? —susurra, ya empezando con la conocida secuencia de movimientos que le dan un tirón doloroso en el vientre. Ignora el asco ante el nombre que no ha elegido ella, sino él.

Lo mira a los ojos, sin mover nada más que su cabeza.

—Me temo que la suerte se me ha acabado por hoy, Caín.

Él sacude la cabeza antes de besarla como si fuera una presa. Y Abigail se deja. Atracones de todos mis Twinkies. Deja que la mano intrusiva de él viaje por su cuerpo y tome más de lo que debería, dándole más de aquella nube negra que le cierra un poco más la presión que tiene en el pecho.

Está por cerrar la mente, dejar que su cuerpo haga el trabajo sin que los eventos sigan importando, como lo hizo antes. Como lo hizo durante dos años sin parar. Vomito en el retrete, luego voy a dormir, y bebí todo mi dinero, mareada y un poco solitaria. Los ojos azules que la mantienen fija en el lugar, que le hace querer sacar ese carisma que la había llevado a hacer preguntas, a querer encontrar los secretos más ocultos, a llegar al fondo de la cuestión.

Te fuiste y yo tengo que quedarme drogada todo el tiempo,

Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh,

Drogada todo el tiempo,

Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh...

Porque iba a dañarla. Él iba a ser exactamente lo mismo que Caín, igual que todos los hombres en su vida. Porque los hombre sólo piensan en sexo, en meter sus dedos y pene en una vagina.

Paso mis días encerrada en una neblina,

Intentando olvidarte, bebé, caigo de nuevo,

Tengo que estar drogada toda mi vida para olvidar que te extraño, ooh, ooh...

Aparta la mano de Caín cuando siente que las entrañas se le retuercen como un nudo. Jadea, sintiendo el frío en su pecho desnudo, apenas cubierto por los dedos del hombre. Lo escucha a él con la respiración pesada y lleva la mano a donde sabe que lo mantendrá ocupado. Cierra los dedos, deja que él mueva sus caderas al ritmo que le place, ella solo cambia la presión. Deja que los labios sigan sobre su piel, dándole la necesidad casi irresistible de ir corriendo al baño más cercano para echarse agua y jabón.

Coqueteo con padres en el patio de juegos,

Como paso mi día,

Aflojando su ceño, haciéndolos sentir vivos,

Oh, hazlo rápido y grasiento,

Estoy entumecida y demasiado fácil, repite en su cabeza mientras siente que Caín empieza a tensarse. El hombro le duele por la posición en la que tiene el brazo, el útero se le retuerce de dolor, así como siente la bilis subir por su garganta.

Tú te fuiste y yo tengo que quedarme drogada todo el tiempo,

Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh,

Drogada todo el tiempo,

Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh.

Lo siente acabar y una parte de ella deja salir un suspiro de alivio, aunque el útero todavía se le retuerce como si quisiera expulsar incluso aquello que no está dentro. Ahoga un gemido de dolor mientras Caín se separa de ella, maldiciendo por haber tenido que acabar en la ropa.

—La próxima, Jezabel —le dije, agarrando su mandíbula, obligándola a mirarlo a los ojos—, te agachas o me abres las piernas —y cierra la demanda con un beso que termina de ajustar las cuerdas contra su garganta.

Paso mis días encerrada en una neblina,

Intentando olvidarte, bebé, caigo de nuevo,

Tengo que estar drogada para olvidar que te extraño, a ella y al recuerdo de entonces. Porque no hay vuelta atrás.

Siguiendo el papel pretendido,

Donde la diversión no tiene final, oh, no la tiene, y Abigail se queda contemplando la nada un rato más antes de empezar a acomodarse la ropa de nuevo. No puedo ir a casa sola de nuevo, necesito que alguien me apague el dolor, oh. Pero la idea le hace querer vomitar en ese preciso momento.

Siguiendo el papel pretendido,

Donde la diversión no tiene final, oh,

No puedo ir sola a casa de nuevo, piensa mientras sale del sótano, entrando a la atmósfera ligeramente menos viciada que hay en la planta baja. Necesito a alguien que apague el dolor que tiene en su interior, pero la idea de que hayan manos o cuerpos ajenos al propio le marean, le cierra la garganta.

Tú te fuiste y yo tengo que quedarme drogada todo el tiempo,

Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh,

Drogada todo el tiempo, la idea sonaba bien, una pequeña forma de salir de allí. De irse a un mundo donde nadie más que ella podría existir. Para mantenerte fuera de mi mente, ooh, ooh, porque sino el mundo terminaría de colapsar.

Paso mis días encerrada en una neblina, con olor a tabaco y sudor. Intentando olvidarte, bebé, caigo de nuevo, y de milagro logra entrar a la casa sin hacer ruido. Tengo que estar drogada toda mi vida para olvidar que te extraño, ooh, ooh, piensa mientras se mete en la ducha y deja que el agua caiga sin problema.

Cierra los ojos y de nuevo está él allí, con su abrigo holgado, aquel cabello negro un poco más grueso que el de Caín, ojos claros que parecieron ver lo que había detrás de sus lentes y ropa. Aprieta los dientes y toma el jabón, esperando borrar las marcas de Caín, aunque sospecha que no será posible.

En cuanto a Jezabel, tu mujer, yo, el Señor, declaro que los perros se la comerán en la muralla de Jezrel.

(1 Reyes 21:23)

—¿Cómo que reclamada? —pregunta Shae e inmediatamente sus mejillas se colorean. Ni Whiskas ni Tía Amelia se molestan por la pregunta ridícula que acaba de hacer. Whiskas sacude sus bigotes y sacude la cabeza como lo haría un gato normal—. ¿Podría ser por un ritual más grande?

—Es posible, pero es todo en base a una deuda y una atroz —dice Whiskas mientras vuelve a estudiar el dibujo—. Vendrán a asegurarse de que no hay nada que seguir.

Un escalofrío recorre a los hermanos, quienes intercambian una mirada silenciosa. La misma idea pasa por su cabeza al parecer, porque Cale se pone de pie, dejando de lado el sillón frente a la televisión en el que había estado hasta ese momento.

—No es una nueva noticia, pero las tinieblas están alteradas. —Y eso jamás es buena noticia. A ver, siempre hay momentos en los que los demonios sonríen y andan más ajetreados, eso pasa desde la época del Jardín del Edén, pero no deja de ser inquietante—. Ya han enviado al mensajero y al sicario para hacerse con las pruebas.

Y eso fue lo último que dijo Whiskas antes de que sus ojos volvieran a mirar en direcciones opuestas y se bajara de la mesada. Shae observa a Tía Amelia, cuyos ojos siguen siendo amarillos, contemplando a lo lejos, o en otro tiempo.

—Donde la muerte ha sido causada, la puerta se fue cerrada. Una muñeca es paseada mientras se prueba los vestidos de novia roja. Los ojos que guardan la respuesta sólo ven tinieblas, y con sus manos busca tirarlo todo a las entrañas del Caído. —Tía Amelia respira de repente y da cuatro pasos para atrás, chocándose contra el horno. Shae se aparta de la banqueta y va hacia ella, pero la detiene la mano de la mujer—. No preguntes. No quiero volver a ver todo aquello.

—Pero...

—No.

La mano de Cale se apoya sobre el hombro de Shae, quien contempla a la anciana con una mueca de preocupación. Se muerde el labio al tiempo que su hermano agarra el papel de la mesada y empieza a arrastrarla. Deja que la arrastre hacia la puerta a regañadientes, manteniendo siempre la mirada en la mujer, en las lágrimas que sabe que están acumulándose en sus ojos.

—Gracias —murmura y se da vuelta por completo, cerrando la puerta a sus espaldas. Bajan y salen a la calle, emprendiendo el regreso a la tienda sin pronunciar ni una palabra. La cabeza de ambos está dando vueltas, repasando todas y cada una de las palabras de la Tía Amelia, más para no olvidarlas que para encontrarle un significado inmediato.

En cuanto llegan, mantienen la puerta cerrada y escriben las palabras. Cale contempla las palabras y la memoria de la mujer de antes aparece en su cabeza. Suelta un suspiro disimulado ante la idea de que de alguna forma tendrá que volver a verla. La idea le da tanta repulsión como cualquier intento de pensar en un futuro durante su adolescencia. Apestaba a tabaco y alcohol, y ni qué decir de aquella sonrisa que era una puerta para permitir la entrada de toda la podredumbre que tenía encima.

—¿Podrías seguir el rastro del portal? —pregunta Shae, sacándolo de sus pensamientos.

—No, y me temo que los perros no estaban allí solo por nosotros —dice, tratando de contener el escalofrío que le recorre la espalda, como una caricia no bienvenida. De nuevo, ve aquellos ojos ocultos por unos lentes elegantes, como si hubiera querido entrar en su cabeza y dejarle parte de aquella carga de mierda en él—. Recuerdo el olor, puedo buscar por el área. —Shae asiente una vez y es todo lo que él necesita para enderezarse—. Y tenemos que mantener un ojo atento a la chica de hoy.

—De eso puedo hacerme cargo —asiente.

Ambos bajan al sótano, descalzándose antes de tocar la tierra, y hacen un círculo de sal para cada uno. Shae entra en el suyo con unos palillos que había heredado junto con la tienda, Cale se sienta con las piernas cruzadas y empieza a correr hacia Nueva York.

Llega a unos cuantos pasos del Carrusel cuando se detiene bruscamente, notando que, en efecto, los perros asquerosos siguen cerca, pero la chica de antes pasa por la zona. No puede sino detenerse un momento a contemplarla. Sí, tenía todavía el olor putrefacto sobre ella, pero, a la vez, podía sentir el olor de la tristeza, de la sangre y casi le pareció escuchar que pedía ayuda.

No culpo a mi primo por considerar siquiera verla, una belleza siempre debe ser admirada. Y nada de darme un golpe en la cabeza, que tengo un excelente argumento, digas lo que digas, lector.

Aunque me encantaría decir que Cale la sigue porque está hechizado por ella, lo cierto es que no. Mi primo tenía cualquier indicio de libido suprimida, algo medio peligroso, pero allá él con sus decisiones sobre cómo vivir la vida con la noción de que en cualquier momento ibas a morir sin envejecer. Así que tras el rastro de la bella Abigail fue, manteniendo una distancia prudencial.

La vio entrar en distintas casas, saliendo siempre con un grito de dolor que apenas era tragado por las moscas que iban zumbando con más y más furia a su alrededor. Para la cuarta casa en que la vio hacer esto, Cale empieza a considerar el acercarse más, deteniéndose al momento en que nota que está frente al pórtico de Margaret Smith. De haber estado en su cuerpo real, habría sentido que la sangre se le congela en las venas.

Pero no lo está, así que empieza a rodear la casa, contemplando la fachada con cuidado. Los guardianes seguro que lo han notado, siempre lanzándole miradas peligrosas. Está un rato largo, decidido a sentarse en la calle, justo frente a la puerta, con la mirada fija en ella. Le pregunté en su momento qué había estado esperando, me dijo que saliera cualquier pista que le ayudara con el caso. Pista que jamás me pudo decir qué era, pero no importa, lo dejo ser.

Deben pasar unos buenos minutos en los que él no mueve un músculo hasta que empieza a notar un ligero cambio. Es un cántico en una lengua que desconoce, las sombras de la casa se vuelven más espesas, el suelo parece temblar ligeramente y tiene la impresión de que aves y perros empiezan a congregarse en aquel sitio, junto con brujas, mambosas, brujos y sacerdotes de las tinieblas.

Antes de que le sea imposible moverse, se aparta lo suficiente como para no ser llevado por delante, pero todavía puede ver lo que ocurre. Hay risas que suenan a uñas contra pizarras viejas, más voces que parecen esforzarse en ser disonantes. Contempla al desfile que se va reuniendo, a los espíritus que tienen tanta porquería sobre ellos que se ha perdido cualquier oportunidad de ver su verdadera apariencia. Si es que antes había otra.

Pasa un momento antes de escucharlo.

Todo el pelo de su lomo se eriza y voltea a ver.

Azrael avanza hacia allí. Lo ve con sus pies descalzos y un velo sobre sus ojos, incluso a la distancia.

Quiere irse, correr de regreso a Salem, pero lo detiene una melodía a lo lejos.

Sobre el cementerio, postrado como un vigilante, hay una figura luminosa que lo observa, así como contempla a la casa que hay entre ambos.

—Cale, hijo de Ariel, no temas, que el Señor no los ha abandonado —canta y algo le dice que no se refiere solo a su hermana y él—. Pregúntale a Jael por Jezabel y las candidatas, cuando te diga todos los nombres, no eches a la hija que ha sido secuestrada.

Y con eso, Cale abre los ojos en el sótano de la tienda. Shae está concentrada en los palillos, con el ceño fruncido y los ojos yendo de un lado a otro, como si no pudiera captar todo.

En cuanto se mueve, ella levanta la cabeza y lo contempla.

—Hay que llamar a Jael —dice y se pone de pie de inmediato, tomando sus zapatillas al pasar aunque no se las pone. Corre al teléfono que hay en la tienda y marca el número de la mujer.

Contesta al segundo tono.

—Cale, justo estaba por llamarlos.

—¿Quién es Jezabel? —Hay un silencio del otro lado de la línea. Él está a punto de aclarar que no se refiere a la que aparece en la Torá y Antiguo Testamento, pero Jael ya lo sabe, o eso le hace entender cuando suelta un largo y audible suspiro.

—Hay varias Jezabel dando vueltas, pero las que tienen importancia de momento son dos: una que va de casa en casa para movilizar a los sicarios. Creo que ha ido a verlos hace poco —menciona y Cale aprieta los dedos alrededor del tubo. Cierra los ojos, tratando de mantener la calma, a la vez que todas las maldiciones que conoce pasan por su cabeza. Escucha a Shae acercarse por detrás, pero no la mira—. La otra es una niña, quizás la conozcas como Sophie Thompson.

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