La Madre Bruja
En el que sabemos qué pasó con Lía Gates y la reunión en la casa de Margaret Smith.
Disculparme, pero tuve que ir a tomar unos cuantos tragos antes de poder continuar con esto. Ya se me pasó un poco la resaca y vamos con lo siguiente.
Ya que estamos con esto de cosas turbias, vayamos por un momento a ver a la señora Margaret Smith, quien se encuentra en su casa tomando un poco de té de jengibre mientras las velas de la mesa parpadean con llamas oscuras. Hay un ligero sonido de tambores de fondo. El aire de la casa huele a sahumerio, a incienso y azafrán. Frente a Margaret hay unas cartas del Tarot viejas, que tuvieron sus mejores años.
Su cabeza cae para atrás, dejando los ojos imposiblemente blancos. Las velas arden con más fuerza, con una llama imposible de lograr con una vela del tamaño de un vaso. El humo mismo parece tener vida propia, retorciéndose como si fueran almas en pena, abarcando toda la habitación, rodeando a las cartas. En medio de todo aquel caos, una figura pálida, con los ojos completamente negros, sangre seca que cae por su labio inferior, camina hacia la mesa. El sonido de unas cadenas que se arrastran por la madera del piso es tapado por el susurro de la tela del vestido.
Margaret abre los ojos, pero no la ve.
Las cartas se mueven frente a ella, sin que las toque, sin que haga nada. Se agitan en todas las direcciones, como si los mismos dibujos tuvieran vida. Sangre empieza a gotear por la cocina, un círculo rojo se dibuja bajo la mesa. El sonido de los tambores aumenta. La niña contempla.
—Jezabel gobernó Israel por veintiún años, los hizo crecer, y, por culpa del Opresor, perdió la vida —murmura la mujer sin darse cuenta.
—Así como el Faraón, ¿has entregado hijos a las aguas del Nilo? —pregunta la niña, parándose cerca de la mujer, viéndola directamente.
—Este mundo es un lugar oscuro, es un pozo sin salida. Así como Jocabed, entregué a mi hija a las manos del destino para que fuera salvada.
—¿En una cesta de juncos o desnuda a las bocas de las fieras del río?
—Será una mujer independiente, poderosa.
—Llorará eternamente, conmigo.
—Será la Novia ideal, la mujer que liberará al mundo.
La niña sigue mirando a Margaret, sus ojos mostrando un iris blanco. Lágrimas caen por sus mejillas, su cabello cubierto de hojas y revuelto como nido de ratas, cae pesadamente a sus costados, cubriendo sus brazos. Un collar rojo negruzco adorna su garganta.
—¿Y qué hay de Lía? ¿Qué hay de ella? —pregunta con una voz ahogada por el llanto eterno. Margaret no la escucha.
Las cartas siguen moviéndose, siguen yendo de un lado a otro, haciendo sus coreografías, moviendo sus dibujos por doquier. La Sacerdotisa la mira al revés, el Colgado está sobre sus pies en lugar de contemplarla de cabeza, la saluda el Diablo correctamente sentado, el Loco está en medio de una voltereta. A su lado, la niña todavía mantiene sus ojos negros con blanco impasibles y tormentosos, fijos en la adulta.
—¿Qué será de Lía?
Sinceramente, si no estuviera aterrado, al punto en que no tengo problema en decir que soy un gallina, la habría abrazado. Bueno, luego está el hecho de que Lía está muerta y todo eso, pero igual, pobre niña.
Ah, y si te preguntas qué quiere decir lo de las cartas, te lo resumo en que las cosas no van a terminar bien para Margaret. El libre albedrío es hermoso, la mejor parte de nuestra existencia, pero también es nuestra mayor condena. Lo podemos ver en las cadenas que tiene Margaret alrededor de sus manos y pies, en cómo mantiene la puerta cerrada a cualquier cosa que sea ligeramente divina. Y, a decir verdad, el precio a pagar es... alto.
Junto a la niña hay animales cuyos ojos no son normales, perros y gatos.
—Las niñas han sido entregadas, pronto empezarán sus entrenamientos, serán separadas del mundo —dice un perro.
—Está cerca, triunfaremos, seremos más astutos que milenios anteriores —dice un gato escuálido.
—El Señor de la Luz se alzará, mostrará la máscara del Padre. Verán la verdad.
Pero el faraón ordenó a todo su pueblo: «Echen al río a todos los niños que nazcan, pero dejen con vida a todas las niñas.»
(Éx 1:22)
Cale contempla a Jael marcharse, sabiendo que había obtenido información y que, para su desgracia y mal humor, no puede escucharla o no es del todo certera. Y sin Jael cerca, no se atreve a hacer los viajes espirituales. Con esto, queda contemplando el techo, sintiendo un ligero malestar en todo su cuerpo.
Es un instante en el que siente que cae irremediablemente al vacío, pese a estar en la camilla, y luego regresa a la normalidad. El corazón le late con fuerza, el estómago está cerrado como nunca y por un momento siente que está más solo de lo que estuvo jamás. Lleva una mano a su pecho, como si así pudiera encontrar la causa de aquel dolor. Sus ojos van por todos lados, y cree ver las paredes oscuras, cubiertas por sombras, le parece escuchar el gruñido de los perros cerca.
—Shae —murmura, dejando salir una lágrima.
Cierra los ojos, respirando con dificultad. Recordando aquel día, el puñal que había tenido en medio del pecho cuando su madre cerró la puerta, cuando tuvo que dejarla atrás. Abre y cierra las manos, como si así pudiera sentir la piel de Shae. Traga saliva, respirando hondo, o eso intenta.
No quiere considerar las posibilidades que acarrea aquello, se niega a pensarlo, pero no suena muy descabellado que hubiera muerto, ¿no? Se supone que los mellizos y los gemelos saben eso de manera instintiva. Y si lo que él siente es eso mismo...
Aprieta los párpados con fuerza, con todos los músculos de los brazos tensos. Quizás no me corresponda contarlo, pero mi primo tenía la cara tan amargada que espantaba incluso a las chicas más valientes (o idiotas). No es que lo culpara mucho, aunque yo habría vivido una vida más alocada de haber sabido que no iba a alcanzar mis treinta. Él había estado en su cueva por años, la única que creo que puede hacerle reír es Shae y nada más. Si bien mi prima no es que haya sido más alocada que él, sí me da la impresión de que vivió más.
En fin, con esas tristes palabras, Cale contemplaba a la nada. No me sorprendería que esté un nuevo planteo sobre qué hacer con su vida, o intentar convencerse de que podía seguir adelante. Cuando me enteré de esto, varios años más tarde, lamentaba haber estado resolviendo unos asuntos en Europa.
La cosa es que en medio de todo ese derrumbe de mi primo, llega a la habitación una mujer afro. Es de rasgos suaves, aunque tiene ojos ligeramente saltones. Lleva el cabello recogido en un fuerte rodete que le da una forma de ocho a la cabeza. Se sienta tranquila en la silla que hay allí, mirando a Cale, quien ya tiene su rostro inexpresivo una vez más.
—Joven Hopkins.
—¿Quién es?
La mujer se acomoda y sonríe, mostrando unos dientes aterradoramente blancos, sus ojos resaltan demasiado. Alrededor del cuello hay collares de cuentas de distintos colores, talladas, y lleva cuatro anillos de casamiento, dos en cada mano.
—Una reina —responde sin decir mucho más—. Y creo que podemos tener una linda negociación.
—No hago tratos con mambosas —corta Cale. La mujer rie entre dientes, sentándose recta en la silla, se acomoda el abrigo y el cuarto parece convertirse en una heladera, un poco más oscura incluso. Sombras empiezan a moverse por todo el recinto.
—Me temo que no está en condiciones de hacer esos comentarios —dice sin perder la sonrisa—. Solo queremos conversar. —Cale se mantiene en silencio. Hay risas por doquier, pero no de alegría—. Podemos quitarte la maldición, muchacho.
Pese a la curiosidad, él mantiene la boca cerrada. Cualquier cosa menos darle motivos a una esposa de demonios para mantener la atención sobre uno.
—No tienes nada que pueda interesarme —replica al cabo de un rato.
—¿Incluso una forma de vivir más allá de los treinta años?
La mano de Cale se tensa sobre las sábanas, y de nuevo siente que el corazón está a poco de salirse de su pecho. La idea revolotea por su cabeza, pero pronto muere. ¿Y de qué le serviría? No tenía una carrera profesional, era tarde para entrar a la universidad y la tienda se sostenía mayormente por todo el esoterismo. Aparte, no tenía sentido vivir sin Shae.
—Piénsalo —dice la mujer, poniéndose de pie, haciendo que las cuentas de su collar choquen entre ellas—. Si cambias de opinión, búscame en la Banda de San Puerk.
Y en cuanto sale de la habitación, Cale deja salir una larga exhalación. Se recuesta en la cama y cierra los ojos. No me queda del todo claro cómo lo hizo, pero mi primo cuenta que fue como dormirse, solo que sabiendo qué tenía que buscar. Quizás la forma en la que podría describirlo con mayor claridad es por medio de tener un hilo, o un walkie-talkie, esas radios de los policías o lo que usas con tus hermanos/primos cuando jugaban a ser Indiana Jones o... bueno, policías.
Cuestión que Cale sigue aquel instinto que lo lleva a unas horas atrás. Lo sigue hasta que se encuentra dividido en dos partes iguales. Por un lado, quiere ir hacia una habitación donde cae sangre y lo llaman con alaridos; por otro, quiere correr junto a Shae, ir y mantener a las fieras lejos. Un grito desgarrador termina por decidirlo.
Lo que ve le hace hervir la sangre, enseñar los dientes y rugir como si fuese la peor de las bestias. Reconoce a la chica, Abigail, cuyo cuerpo se encuentra siendo mordido, tocado y sacudido como si se tratara de una muñeca sin valor. Se lanza hacia el frente, mordiendo el brazo que rodea el cuello de la joven. Clava sus dientes incluso cuando se supone que ya traspasó el hueso. Desconoce de dónde viene aquel sentimiento que le hace ir a por la yugular del otro ser que está intentando apartarlo de un manotazo. Muerde y rasguña. Lo que sea que le permita apartar, al menos momentáneamente, a los dos chupa-vida que están sobre Abigail. Por un instante, lo logra, consigue que la dejen respirar, que la suelten.
Y cuando la ve...
Ya estoy viendo a las mujeres que leen esto chillar de emoción, y créanme que es digno de película, más cuando te lo cuentan ellos y puedes ver todos esos gestos faciales y corporales que te sacan una sonrisa. Ahora, le preguntas a Cale y te dirá que no, que él se fue enamorando luego, pero yo conozco a ese cubo de hielo como si hubiera jugado a los exorcistas desde que aprendimos a caminar. No, ese tipo cayó de lleno ni bien le vio los ojos.
¿Era una situación espantosa y realmente anticlimática? Sí, y Abigail probablemente te dirá que incluso no recuerda ni un instante de ese encuentro. Una pena, pero no puedo culparla, estaba siendo la comida y entretenimiento de unos vampiros (técnicamente demonio y vampiro energético), y pensar en romance en ese momento realmente no pasa. O sí, ya viste que hay eternas excepciones a la regla.
Ahora, muy bonito todo, pero esa distracción es lo que termina por joder a Cale. Mi primo quedó totalmente idiota a partir de ese día. (Dile que he dicho eso y lo negaré categóricamente, luego vas a levantarte con un catarro mezclado con diarrea como venganza; es una amenaza legítima). Nunca lo vi tan patoso, tan fácil de ser utilizado como sonaja, como en ese momento. Lo apartaron de una patada y siguieron con lo suyo, enviándole unos perros que lo persiguieron por lo que podrían haber sido horas, pero fueron minutos. Para nosotros, al menos, los que no nos movemos tanto por el mundo espiritual.
Lo persiguieron hasta dejarlo casi sin aliento. El pecho de Cale se siente rígido, a punto de colapsar sobre sí mismo. El aliento de los perros le roza las patas, tiene la impresión de que los colmillos están a punto de perforar su piel. Puede sentirlo en su cuello, incluso tiene la impresión de que la melodía de Azrael suena a lo lejos.
Corre.
Corre hasta llegar a la casa de Jael, donde la encuentra contemplando las cartas y las runas. No sabe bien qué está viendo en ellas, tiene los ojos idos, perdidos en el trance de aquellos objetos. Cale mira hacia atrás, con el corazón latiendo con fuerza contra las costillas, viendo a los perros que merodean como leones enjaulados.
—Está en Haití —escucha que murmura Jael por lo bajo. Eso detiene todo, frena hasta las pisadas de los perros que lo persiguen, hasta que siente que sus oídos y nariz se destapan de golpe. Basta un segundo para que voltee su cabeza hacia el sur, sabiendo exactamente dónde está Shae.
El Señor de los ejércitos ha dicho:
«He aquí, yo envío a mi mensajero, el cual me preparará el camino.»
El Señor, a quien ustedes buscan, vendrá de manera repentina, lo mismo que el ángel del pacto, en quien ustedes se complacen. Sí, ya viene. El Señor de los ejércitos lo ha dicho.
(Malaquías 3:1)
Abigail contempla las paredes de la nueva habitación con los ojos idos. Bum bum be-dum, bum bum be-dum bum, suena en su cabeza. Rihanna en Disturbia le pregunta qué le está pasando. Bum bum be-dum, bum bum be-dum bum, y ella también se pregunta por qué se siente así.
Bum bum be-dum, bum bum be-dum bum...
A su lado, Shae mira la pared con los ojos desenfocados, cubierta por la única manta que lograron encontrar en el viejo armario. Es horrible, cuadriculada y con olor a madera encerrada. Cierra los ojos mientras tararea en silencio que me estoy volviendo loca ahora, bum bum be-dum, bum bum be-dum bum, y mira de reojo por la ventana. Luces de vivos colores se cuelan por la ventana.
No hay más combustible, en números rojos (ni siquiera puedo empezarlo), habría pensado de haber tenido un auto, pero supone que también es aplicable a ella. Digamos, está toda detenida, incapacitada... No oí nada, no dije nada (ni siquiera puedo hablarlo), es la mejor forma de decirlo.
—¿Sabes qué harán con nosotras? —pregunta Shae por lo bajo.
Toda mi vida en mi cabeza (no quiero ni pensar sobre ello), y mientras tanto ve pasar sus años de secundaria y universidad. Se siente como enloquecer, lentamente, en el clásico y trillado agujero de conejo por el que cae Alicia.
—Tomarnos. —Es un ladrón en la noche que viene y te agarra (ah).
—¿O sea?
Puede arrastrarse hacia tu interior y consumirte (ah).
—Rompernos, sacarnos del mundo que nos desprecia por lo que somos —dice, con la mirada fija en el cartel que no quiere enfocar, no quiere darle una forma. Una enfermedad de la mente, puede controlarte (ah). Las sombras se mueven del otro lado de la puerta y aún así, está demasiado cerca para mi comodidad, oh... Ni siquiera poniendo un océano de distancia estaría cómoda.
—¿Es lo que te han hecho a ti?
Pon tus luces de frenado, quiere decirle, estás en una ciudad maravillosa. Eso suena a algo que se diría en situaciones anteriores, con un cigarrillo en la mano y una bebida alcohólica en la otra. Está segura de que incluso iría vestida con nada más que su ropa interior de encaje, contemplando todo desde el balcón o ventana, lo que hubiera a su alcance. ¿No vas a intentar ser amable? Ella lo hubiera hecho, así se libraba pronto del cerdo de turno y fumaría su cigarro con gusto.
Cuidado, podrías ir a pique.
—Nada que no hubiera hecho yo antes. —Mejor pensarlo dos veces.
—¿Lo habrías hecho? —remarca Shae y Abigail puede intuir la sorpresa en su hablar. Tu tren de pensamiento se verá alterado, si vas a fallar, sé inteligente. Abigail te dirá que para ese momento ya estaba alterado, así que tampoco es como que le cambiase mucho la situación.
—Es la forma en que conseguí seguir adelante.
—¿Has seguido adelante?
Tu mente está paranoica, es como si la oscuridad fuera la luz, piensa y mira al techo. Llantos y gimoteos empiezan a hacerse oír a través de la pared. Paranoia, ¿te asusto esta noche? Considera la pregunta a la vez que oye el eco de las conocidas risas que hacen que su cuerpo quede flácido, como de muñeca, paranoia, no estoy acostumbrada a lo que te gusta. Ella está rota, destrozada, sigue adelante porque es la única opción que le dieron. Adelante y hacia abajo, porque no hay tal cosa como avanzar hacia arriba. Paranoia, paranoia.
—Es lo que hay. —Bum bum be-dum, bum bum be-dum.
—¿Quieres...?
—No. —Bum bum be-dum, bum bum be-dum.
Shae la mira en silencio desde su sitio. Abigail no se perturba. Bum bum be-dum, bum bum be-dum, repite y siente el bum bum be-dum, bum bum be-dum. ¿Qué cambiaría el hablarlo? Simplemente sería dejar en el aire lo mismo que llevaba haciendo desde hacía... ¿Cuánto tiempo? Mira a las descoloridas paredes donde cree ver rostros entre las grietas, es como si me estuvieran hablando. Sus ojos van de un lado a otro.
Desconectada, nadie llama (el teléfono ni siquiera suena), y hacía tiempo que no había hablado con su padre. Tengo que salir o comprender esta mierda. El aire se le atasca en el pecho y tiene que mirar hacia la ventana. Está muy cerca para mi comodidad, oh... Respirar se vuelve complicado.
Es un ladrón en la noche que viene a agarrarte (oh),
Puede colarse en tu interior y consumirte (oh)
Una dolencia en la mente, puede controlarte (oh)
Me siento como un monstruo, uno que realmente había perdido demasiado tiempo.
—¿Cómo acabaste así? —pregunta Shae con una voz que se le hace suave, dulce. La mirada de Abigail sigue en nada particular, desenfocada por completo. ¿Cómo había acabado así? Realmente era una buena pregunta. Considera culpar a Sancho, que la dejó sola a merced de Aquila y luego Caín.
Aún así cierra los ojos, pon las luces de freno, estás en la ciudad de las maravillas (ciudad de luces), y fue una maravilla el Mundo Espiritual en un primer momento. Todo hermoso, todo bello. Es capaz de recordar la sensación de que se había cruzado con el Paraíso, que había salido de la caverna. No voy a pretender ser amable (oh), habían sido las palabras de Sancho la primera vez.
Cuidado, podrías ir a pique.
Mejor pensarlo dos veces (pensarlo dos veces).
Tu tren de pensamiento se verá alterado.
Si debes fallar, sé inteligente (sé sabia).
¿Y si en realidad la culpa es de ella? Ella había entrado en ese mundo, ella había tomado el cigarro y le había dado una calada. Tu mente está paranoica, como si la oscuridad fuera luz, el luto había sido una excusa, el amor una trampa. Paranoia, ¿te asustarás esta noche? Paranoia, no estoy acostumbrada a lo que te gusta, paranoia, paranoia. Mueve su mano hacia un costado, y tarda un momento en recordar que no tiene nada de ella, que no hay una caja con tabaco a su alcance. Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Los gritos de la habitación de al lado cesan.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Se pregunta cuánto tiempo tiene antes de que sea el turno de ellas.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Porque siempre toca, siempre. Cierra los ojos y echa la cabeza para atrás.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Ve a un perro que corre hacia ella, un perro hecho de cenizas, con ojos azules que ya ha visto antes. Oye que le dice "Libérame de esta maldición en la que estoy, intento mantenerme monótono, pero me cuesta, si no puedes ir, creo que voy a..." Abre los ojos al sentir el pecho cerrado.
Se acercan.
Frena, estás en la ciudad de las maravillas,
¿No vas a ser amable? ¿Tiene que serlo?
Cuidado, puedes ir a pique (mejor pensarlo dos veces). ¿Cuántas veces más lo tiene que pensar?
Tu tren de pensamiento se verá alterado, así que si debes fallar, mejor ser sabio. Respira hondo, atenta a los pasos que se acercan por el pasillo. Tu mente está perturbada, como si la oscuridad fuera luz. Suenan fuertes, lentos, deliberados. Saben que ella está atenta al sonido. Paranoia, ¿te asustarás esta noche? Paranoia, no estoy acostumbrada a lo que te gusta, paranoia, paranoia...
Los pasos están a dos metros de la puerta. Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Oye risas a lo lejos, en la calle, en la pared opuesta a la que venían los gritos, ¿o es en la misma? Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Está en frente de la puerta.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
El picaporte se gira.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
Del otro lado aparece Caín.
Bum bum be-dum bum, bum bum be-dum bum.
»Sólo yo soy el Señor, y fuera de mí no hay quien salve. 12 Yo anuncié, yo salvé, yo di a saber. Nunca hubo entre ustedes un dios ajeno. Así que ustedes son mis testigos de que yo soy Dios.
—Palabra del Señor.
(Is 43:11-12)
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