Jael
En el que conocemos un poco de la historia de los mellizos.
Cale y Shae entran al Ocean Prime, un restaurante que no está muy lejos de allí, luego de haber casi corrido a través del cementerio Mount Olivet. El interior está cálido y hay un poco de olor a carne asada que hace agua la boca. Ambos piden una cerveza con el plato del día una vez se sientan en una de las mesas más alejadas de la entrada y dejan que el silencio se desenvuelva a su alrededor. Ninguno se atreve a decir nada, completamente perdidos en lo que acababa de ocurrir.
—¿Quién? —se anima a preguntar Cale en un murmullo. Su hermana se muerde el labio y masajea sus ojos.
—Demasiadas marcas y la mujer estaba oculta —dice por lo bajo. Él asiente una vez, mirando en dirección a la puerta que tiene enfrente, incluso cuando les dejan los vasos con las bebidas y dicen que en breve les traerán algo para comer. Siente que su estómago se contrae y nota un ligero aroma dulzón que es tan agradable como molesto—. Podría haber sido la madre, alguno de los seres que está en la casa... —Pasa una mano por su pelo, deteniéndose justo donde arranca el rodete rápido que se hizo antes y desenreda sus dedos. Cale asiente, sin despegar los ojos de la puerta.
La comida llega al cabo de un momento. Él tiene la impresión de que se abrirá de un momento a otro, como si una fiera mucho peor estuviera a punto de saltar sobre su hermana si parpadea. Peatones pasan sin nunca voltearse en su dirección, ni siquiera captan su presencia o la mirada intensa del joven.
—¿Crees que la ha usado para invocar a algún demonio en particular? —pregunta Cale, obligándose a bajar la mirada y empezar a comer antes de que se enfríe su plato. Shae ya va por la mitad.
—No lo sé, la casa es como la de la tía Amelia.
Me niego a hablar de la tía Amelia.
—Dudo que eso sea comparable siquiera —dice él tras bajar un bocado con un poco de cerveza sin espuma ya—. Amelia directamente tenía que ser exorcizada.
Todo por culpa de un gato. Y no diré más.
—Sí, ya sé, lo de esta mujer es distinto —bufa Shae antes de cortar un poco más del bife. Cale espera, mirándola por encima del borde de su vaso y echando una mirada de reojo a la puerta—. Tiene demonios cerca, sí, pero... ¿no lo sientes distinto?
Él traga y asiente una vez. Está por decir algo más cuando el teléfono de ambos suena con la notificación de Jael. Los dos sacan sus aparatos móviles y leen los mensajes de WhatsApp. Pregunta dónde están y si piensan ir al día siguiente a cenar con ella. Cale no dice nada, la que contesta es Shae con un elegante sí (y más palabras, pero la idea sigue siendo la misma).
No dicen mucho más en la comida y se retiran ni bien pagaron. Ni bien se terminan de acomodar los abrigos y están afuera, Cale toma de la mano a su hermana, sintiendo que varios pares de ojos los seguían en lo que tomaban un taxi a la estación de colectivos para volver a Salem.
Y Jael salió al encuentro de Sísara, y le dijo: Ven, señor mío, ven a mí; no temas. Y él fue hacia ella a la tienda, y ella lo cubrió con una manta.
(Jue 4:18)
Quien conociera a Jael la describiría como la definición de "rebeldía" y "antisistema", especialmente si uno se quedaba con su apariencia que no terminaba de dejar en claro si era adolescente o una mujer que estaba en sus treinta. Pero, como no todos se quedan con las apariencias (por suerte), también puede ser descrita como la tía soltera que no tiene interés alguno en la vida romántica y se abocó a su carrera profesional desde que tuvo la oportunidad.
Cale y Shae no estaban relacionados por sangre con ella, pero había sido buena amiga de Madison, la madre de los mellizos. Vive en Good Hopes Ln, con su casa decorada ya pelada de cualquier adorno navideño y con el camino de auto despejado. Los hermanos llegan con un pan casero y una botella de vino blanco, a pedido de la dueña de casa. Avanzan por el camino del auto despejado, luego por el camino que lleva a la puerta principal, y tocan el timbre.
—¡Finalmente! Vengan, que hace un frío increíble y yo tengo muchas cosas que contarles —dice Jael al abrirles. Tiene puesta una camisa negra, la cual se ha arremangado hasta los codos, dejando a la vista sus tatuajes de rosas que van desde el dorso de su mano hasta el cuello. No le falta el clásico aro de plata que parece un hada o un ángel con las alas abiertas, haciendo de contra peso con su cabello castaño oscuro, teñido de violeta en las puntas.
Como dije, rebeldía es el aire que transmite la mujer, aunque hasta ahí llega: apariencia.
—Has estado muy ocupada —señala Cale cuando mira de reojo a la cocina y la ve llena de ollas con diferentes tipos de comidas. Jael agita una mano, haciendo sonar las pulseras, quitándole peso al asunto.
—Hay que probar de todo en la cocina, ¿no? —responde, sonriendo de medio lado antes de aplaudir una vez—. Sentémonos a comer, tengo ganas de escucharlo todo sobre el caso de Frank.
La mesa donde se sientan es enorme, para al menos diez personas. Para comer tenían pot pie con ensalada de papas. Entre bocado y bocado, los hermanos fueron contándole todo lo que habían visto en Nueva York. Jael no dice nada, nada más come, asiente y toma uno que otro sorbo del vino. Cuando terminan, la mujer está con la mirada seria y sus movimientos son más lentos.
No se escucha nada en la casa modestamente decorada. Ni siquiera el péndulo del reloj de pie parece querer decir algo para interrumpir los pensamientos de la dueña. Incluso parece que el mundo entero contiene la respiración en lo que la mujer termina de ordenar sus palabras.
—¿Y no hay nada que indique que creían que se hubiera convertido en vampiro, o algo por el estilo? —Los hermanos niegan con la cabeza y ella deja salir un suspiro—. Tendré que hacer unas llamadas, no me gusta mucho cómo va el asunto. —Se levanta de la mesa y los mira con sus ojos serios—. No sigan investigando por el momento.
—Pero... acabamos de empezar —dice Shae con el ceño igual de fruncido que Cale. Jael le da una mirada dura que hacía tiempo que no les daba.
—Sé que tienen la autonomía que hace falta para hacer muchas cosas, pero... —Su mirada se pierde en la distancia por un momento—. Preferiría no perderlos pronto.
Los hermanos intercambian una mirada y ambos les parece notar el peso de su apellido como una espada de Damocles. Él empieza a oler a Azrael acercarse, cree oír el aleteo de las aves en el campo, el gruñido de los perros que merodean por las calles. Ella ve las sombras que empiezan a rodearlos como serpientes, empezando a encadenarlos a las tinieblas. Manos huesudas parecen estirarse hacia ellos, listos para arrastrarlos. Ni siquiera Garfio le tenía tanto miedo al tic-tac del Cocodrilo.
Con esa patada en el orgullo, terminan de comer y los hermanos se marchan a la casa en un taxi que llamaron. No dicen nada cuando se bajan en la esquina de su cuadra, tampoco cuando pasan por su jardín nevado, pero sí cuando la puerta del negocio se cierra detrás de ellos. Dicen las palabras por lo bajo, como cuando lo hacían cuando estaban despiertos en horas no permitidas.
Para hacértela corta, sí, van a hacer precisamente lo contrario a las palabras de Jael. Lamentablemente, estos no son los personajes más obedientes que uno podría esperar. Pero para eso queremos leer las historias, ¿no? Queremos ver cómo otros van en contra de las normas sociales, o las siguen.
Pero, antes de que sigamos a los mellizos, me gustaría que volvamos a Jael.
Sin peros.
Volvamos unos minutos atrás, justo cuando los hermanos se marchan de la casa. Jael los ve desde la entrada con una sonrisa que se borra en cuanto el taxi gira en la esquina y cierra la puerta. Camina de regreso al comedor y se sirve otra copa de vino blanco.
Copa en mano, camina hacia la sala de estar y se sienta en el sillón mullido, contemplando la televisión apagada. Sus ojos están fijos en el frente, pero su cabeza está en el pasado. Recuerda el día en que Maddison apareció en su puerta, con lágrimas cayendo por sus mejillas, el pelo negro revuelto y los ojos igual de oscuros, diciendo que estaba sola. La recuerda sonriendo con tristeza al saber que estaba embarazada de dos.
Para cuando se ha dado cuenta, su copa ya está vacía. Camina de regreso al comedor, donde se encuentra con la botella vacía, por lo que sus ojos se dirigen a un cuadro que tiene sobre el copero. Están los mellizos en su doceavo cumpleaños con ella detrás, y junto a ellos está Maddison abrazándola en el viaje a Haití que hicieron al terminar la secundaria. Se le encoge el corazón al ver el calendario de reojo.
Faltaba tan poco, no quiere pensarlo como un final próximo, pero ella es la primera en decir la realidad. Empezando por ella misma. Guarda fe en Shae, en Dios y lo que sea que exista más allá de lo físico. Por eso deja la copa y camina con paso decidido a su estudio. Dentro hay poco mobiliario, un escritorio pegado a la pared con la silla a juego, una estantería con libros de contabilidad que no eran suyos, y un pequeño mueble cerrado con llave. Mete la mano en su escote y saca la cadena que sostiene al extraño dije que es casi una réplica del aro que lleva.
Gira la cerradura y abre las puertas, dejando a la vista diversas barajas de Tarot, piedras, velas y artefactos que solo ella sabe para qué se usan. Toma las representaciones de los cuatro elementos (un vaso que debe llenar con agua, unas velas, unas piedras especiales y unos platillos que caben en la palma de su mano) y un tapete bordado. Deja todo en el centro de la habitación, agarra una baraja que se siente peculiarmente cálida al tacto y la deja con los otros objetos. Va hacia la esquina más apartada y toma una cubeta llena de sal.
Con movimientos que le son más que conocidos, traza el círculo protector para que entre ella y las cartas. En cuanto está listo, se quita los zapatos y atraviesa la barrera. Se arrodilla y termina de acomodar todo en cuanto regresa con el vaso con agua dentro. Extiende el tapete y hace todo lo que debe hacer para invocar la protección de los cuatro elementos. Ni bien se sienta, empieza a mezclar las cartas. El sonido es apenas un susurro, pero ella escucha las voces que el indican cuándo parar, cuándo cortar y cuándo debe bajar.
Nosotros no notaríamos nada, pero en cuanto las cartas empezaron a fluir entre los dedos de Jael, unas sombras sin luz ni cuerpo empezaron a deslizarse por todos lados. Jael tampoco las nota, simplemente baraja las cartas.
Empieza la Rueda de la Fortuna del derecho. Hay una Sacerdotisa invertida y un Emperador del derecho. No piensa en nada mientras termina de leer lo que dice todo aquello y vuelve a barajar. Un Colgado del derecho, junto con la Torre y la Emperatriz invertida; arriba una Torre al derecho y abajo la Muerte.
Cierra los ojos y ve a un topo peleando con un lobo mientras las fieras los rodean con dientes listos para destrozar. Un águila chilla desde lo alto y se lanza en picada. Las fieras se lanzan sobre los tres y Jael se endereza de golpe.
Frente a ella, un ser hermoso la contempla con unas alas plegadas a la espalda. Sus ojos brillan peligrosamente y sus dientes castañean en amenaza. Jael toma una bocanada de aire y pronuncia alto y claro:
—Esta es mi casa, dedicada al Dios Vivo, no eres bienvenido aquí.
El ser emite un gruñido antes de desaparecer de allí en un parpadeo. Jael deja que pase un tiempo antes de ponerse de pie y contemplar de reojo las marcas de garras que ha dejado el ave y probablemente otras fieras. Ignora el palpitar de su corazón y comienza a ordenar todo mientras su cabeza ordena lo leído.
"Un problema del pasado se puede arreglar, pero por un desequilibrio espiritual esto deberá resolverse en lo terrenal." Hasta cierto punto siente algo de calma, aunque el corazón se le encoge ante las palabras que se repiten al recordar las cartas, mezclándose con la visión que ya se empieza a desdibujar de su memoria. Sólo le queda la palabra perro, topo y águila. El primero y el último puede sospechar quiénes son. Y si tú no me adivinas al menos el perro me voy a asegurar de que mañana amanezcas resfriado.
En fin, ¿en qué estaba? Ah, sí.
Jael baja las escaleras y toma su celular, marcando el número que tenía al final de su amplia lista de contactos. (Realmente larga, fácilmente roza la humilde cantidad de mil). Espera dos tonos antes de que atienda el otro lado.
—Busca a Jezabel y dime cuántas candidatas hay —dice y el otro lado corta en cuanto termina de pronunciar la última palabra.
Los justos gimen, y el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
Cercano está el Señor para salvar
a los que tienen roto el corazón y el espíritu.
(Sal 34:17-18)
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