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El valor caminaba detrás de mí. Iba rompiendo ramas con los pies y asechando el siguiente paso, me movía entre la llanura hasta llegar a las faldas del bosque. Lo profané, me adentré en un paso a perder la soledad en medio de la basta negrura que me hizo extender las manos para ubicarme. Todo era silencio, solo el rozar del frondoso camino me decía que la decisión no podía ser relevada en la mañana. El viento movía las hojas que me evitaron oír mi propio caminar, la humedad me incursionaba las fosas nasales provocando una aspereza en el deseo de estornudar y el césped parecía rociado con un cuenta gotas que rastreaba mi destino.
Poco podía ver de la luna desde abajo, y escasa luz era la que se filtraba entre el follaje. 

Pensé que no sería capaz de encender una fogata entre tan espesa humedad, por lo que en su intento tendría que desnudarme y cubrir el fuego armando una carpa a su alrededor, pero que aún así el viento la apagaría, o que algún animal sería atraído por la luz y me vería inmerso en una lucha de la cuál saldría perdedor. Algunos minutos perdí introducido a la imaginación sin darme cuenta que mis pies no se detuvieron, pensando en cómo mantenerme caliente hasta que recordar el sonido que me impidió el sueño, me regresó a la realidad de que ya me encontraba en medio del bosque.

 
A metros de llegar a un tronco sobre el que descansé, de nuevo oí el relinchar. Esta vez parecía de agonía, parecía que alguien frotaba las cuerdas vocales del animal contra el viento en un vano intento por amenizar la noche, o en un basto, ya que poco o nada de la música expedía este sonido.
El viento cesó un instante y pude ver la llamarada que supuse era del viajero a unos cuantos metros.

  -Lo único que cargo en este viaje es la falta de experiencia. Pensé al reconocer que sí era posible encender una fogata en este lugar.

 
Corrí al ritmo de la memoria del cabalgar de aquel caballo, que ya sincronizado con mi palpitar se hacían sentir con la misma intensidad. Estaba seguro que de poder hablar su idioma le habría informado que iba en su ayuda, que iba a salvarlo y llevarlo conmigo para que sintiera la compañía no perecedera de alguien que se siente perdido.


El humo se filtraba entre los árboles, la irritación de mis ojos demostraba cercanía del lugar, unos tres minutos luego de haberme levantado del tronco y tropezar con todo lo que estaba en el camino y maltratar mi cuerpo con todo lo posible llegué a un arbusto de considerable tamaño que se situaba a metros del oasis talado que tienen los bosques. Y en mitad de esa imitación de la llanura, estaba la fogata crepitando el latido de la noche.
Sentí vértigo subido de nuevo a la idea del viajero, pero nadie estaba cerca. El relinchar había cesado, solo estaba presente el crepitar de la fogata y el telón de humo que guardaba lo que quizá era la respuesta a tanto silencio.
Hubiera atravesado el delicado velo oscuro, si no fuera porque escuché que una rama se rompió. El valor se resbaló de mis manos, la conjetura de avanzar se manchó con el silencio y poco estaba por habitar aquí inmerso en la sombría probabilidad de permanecer. 

Era más probable que un ciervo rompiera la frontera de los lobos que alejarme de aquel arbusto que blindaba mis temores. Pero no era que su frondosidad me ocultase del peligro, pues encerrado en una idea me sentía más a salvo. Y con los ojos dilatados y las manos cubriendo mis hombros del frío, fui testigo de la nube que se estiró para cubrir las estrellas comenzando así su descenso a la tierra. Esta era una lluvia pesada y domada por el viento. De izquierda a derecha de mi rostro fui sintiendo el congelar de los gestos. Y mi aliento era un fantasma que tomaba de la mano a la niebla y se perdían en el bosque.   

Esta era la señal que merecía, un fuerte reñir contra mi quietud. Escapando del agua emergí de la planta y fui directo a la extinta fogata, sin saberlo, solo supe que había tomado la decisión al exceder los pasos y arribar untando mis pies de la mojada ceniza con la que teñí mis pies ahora parecidos a la cama de las estrellas.

Fruncí la noche en cuanto vi lo que ocultaba el humo, caí derrotado, arrastrado y sujeto al miedo. Aquel caballo de considerable volumen yacía colgado a un árbol con una soga rodeando su cuello. Quieto, con la mirada fija en la nada y con un charco de sangre sombreando su silueta, emergido de los cortes abruptos y el cuchillo que asomaba el mango a mitad de su cuello. 

''Tarde'' era mi excusa para tal evento. La impresión estuvo clavada en mí como la señal de aquel animal, y en un alarde de mis dotes, vomité frente al mismo. Pero ya caído en cuenta, rebusqué la lluvia por alguna señal del viajero. Aunque no había nada. Así que con la escena ya sugiriendo lo peor, me encaminé a volver sobre mis pasos esquivando el desorden que provocó la lluvia y el barro en aquel maltrecho campamento que ahora era la escena de un crimen.

Y al volver a las faldas del bosque, alcancé a ver una forma que se alejaba con torpeza por el valle. Era el viajero, que mal herido se recostó contra una roca a poco más que recoger la lluvia con sus manos y beberla. Ya a su costado, me reconoció con un arquear de cejas que interpreté como señal de aprecio a mi profanar de su agonía. 

  -Viajero - dijo esforzando los pulmones - no te sientas culpable de tomar mis cosas cuando muera.

No fui capaz de decir palabra alguna que aliviara al moribundo hombre que respiraba como si tuviera dos veces el tamaño de su torso. 

  -Eres más tonto de lo que creí - agregó burlándose de mí - ¿Un niño como tú qué hace en un mundo como este? 

Y de a poco fue ocultando una mano en su abrigo, lo que interpreté como el conservar del frío a sabiendas de necesitarlo. Pero mi sorpresa fue grande al verlo sacar un artefacto que desconocía. Parecía un pedazo de metal trabajado con lo que sospeché era marfil en uno de sus extremos. Lo tomó con ambas manos y acto seguido, de otro bolsillo extrajo unas pepas de hierro que introdujo en la pieza grande. 

  -Toma - me dijo enseñándome el artilugio - si quieres hacer algo con tu vida, más te vale aprender a manejarla.

Y finalmente, empujándome torpemente con sus manos, luego de entregarme también su bolsa gritó que no lo volviera a molestar. Supuse que estaba decidido a morir. Tan solo le di la espalda y me alejé tratando de contabilizar sus fuertes respiraciones esperando sentir su voz nuevamente, hasta que algunos pasos más adelante, las dejé de escuchar. 

Y al servir la mirada a su cuerpo inmóvil, entre la cesante lluvia que escapaba del valle, le dediqué el silencio que quizá su vida le debía. 

  -Viajero, tu destino es la muerte - susurré luego, buscando un trueque con la muerte para quedarme con las últimas palabras.  


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Hola, lector/a 

Éste capítulo se extendió un poquito jaja pero espero que te haya gustado y mil gracias por leerme. 

Te mando un abrazo, nos vemos en la siguiente página :)

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