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La llanura se extiende hasta donde la vista puede guipar del mundo luego de abiertos los párpados. El viento es una danza lenta que encuentra mi rostro una vez levanto la frente, la luz invita a la siembra de los árboles y el calor transporta el sudor por mi piel, que pegada al cuero que tapiza mi desnudez, hace incómodo moverse. En cuanto más el sol se espiga sobre mí, más pesado se hace el viento que difícilmente respiro, lo que traduce en un pronto vaciar del agua almacenada que mis labios claman en medio de la murmura de deseos; estas palabras que absorbe la tierra, este sueño de llegar en un parpadeo, de retornar a la constancia, de practicar el silencio y junto a éste encontrarme habitado por la meta.

La estrella, ya a poco tiempo de terminar una parábola sobre el cielo, me provocó hincar el diente en algo fresco como una manzana, o quizá el melón que extraído de la siembra afortunada ocupaba poco más de la mitad de mi bolsa de cuero. Preparado para sacar la fruta de mi bolso, oí que se acercaba un mensajero. Su caballo orquestaba el camino, su intrépido porte sugería que solo su destino lo podría retener, y apenas pude distinguir la carga que movía.

  - ¡Viajero! - Gritaba desde su caballo, como domando las riendas del viento para dirigir sus palabras - ¡Viajero tu destino es la muerte! - y con un ademán me imputaba su desprecio. 

Su posterior carcajada se disolvió entre la bruma que desprendía su feroz cabalgata hacia un atardecer prematuro que empezaba a rodearme. En cuanto la frontera devoró su silueta, fui capaz de entender sus palabras. O más bien, de temerlas, pues el pretérito de la muerte es la vida, y estoy lejos de todo lo que se parezca a ello. 

Arribada la noche el universo se alzó sobre mis ojos, como ese gigante que despierta de su profundo sueño. El cansancio me sujetó las piernas con fuerza, el aliento congelado ya cristalizaba mis pulmones y no había razón alguna para no estribar el alma sobre el suelo. Pues el cuerpo poco tenía ya por sentir.   

Escasas son las flores que se desvelan en esta pradera, las que se recatan a recibir silencio y mantener la vigilia son solo las damas de noche¹. Una pasión que expide la tierra y abraza después del tormento para descansar acomodado. Fue su aroma el que sedujo a una abeja nocturna que en su búsqueda de posarse sobre la flor, murió a pocos centímetros de llegar. Supuse que eso era el destino.

Esta vez, decidido a llevar algo a la boca, abrí la bolsa y extraje aquel melón que tan jugoso se veía, como recién cortado de la huerta. Me dispuse a entrar con el cuchillo que me encomendó el incierto de mi viaje y lo rasgué a la mitad, como abriendo de par en par las puertas del templo que celosamente esconde una carta. Una gran cantidad de jugo salió de esta fruta al exprimirla sobre mi boca abierta, que caída en directo fue poco lo que escapó por mis comisuras. 

Miré al cielo y las estrellas parecían precipitarse a la tierra. O quizá fue el descenso de mis ojos, o quizá solo estoy muriendo y dejé al cuerpo abandonado para aquella loba ciega. Pudiera ser esa la razón de mi viaje, salvar una vida. Algo así como un destino. 

Mi madre me enseñó que la naturaleza es el origen de nuestras ideas, que hay que otorgarle un lugar a lo que fue abandonado en esta tierra pero que esta está en paz con nosotros. Por ello mi padre siempre volvía con las mejores carnes para poder alimentarnos. Pero también me enseñó que es el silencio la respuesta para una gran cantidad de sucesos, que es el camino a seguir después de la guerra.

A pocos segundos de caer en el letargo, escuché un relinchar abrupto que me trajo el eco del valle. Supuse que era el único caballo que hace horas escuché, y mi sospecha incrementó al encontrar la humareda que se erigía llenando la copa de los árboles. Pensé que encontrarme allí situado solo agravaría mi noche, y que aquel viajero tendería una trampa para robar mi comida. Lo que me motivó a darle la espalda a la escena recostado sobre las damas. Pero el relinchar no se detuvo, una y otra vez el animal pedía algo a gritos. Imaginé la tortura, imaginé el fuego chamuscando su cuerpo, la sequedad de su garganta, la sangre como huella con sus pasos.

Y por preservar la memoria de mi madre, me dispuse a ir en búsqueda de socorrer al inocente animal.

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¹ Dama de Noche es miembro de la familia de las orquídeas, de nombre científico Epidendrum nocturnum Jacq., una planta que crece generalmente de forma epífita. Sus blancas flores de intrigante belleza desprenden un exquisito aroma en horas nocturnas.

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Hola, lector, lectora.

Te agradezco mucho que estés leyendo este libro. 

Un abrazo, nos vemos en la siguiente página :D

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