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⚔️ Prólogo

    Las costas del Sur de Santhos se alzaban como una línea sombría y desolada, sus olas susurrando secretos antiguos que ni siquiera los olok, hijos del mar, podían descifrar por completo. Allí, donde el reino de Santhos terminaba y comenzaban las tierras hostiles de Gontánamos, se erguía un paisaje prohibido.

    La neblina se cernía perpetuamente sobre las rocas negras, y bajo sus sombras acechaban criaturas tan viejas como el tiempo mismo. Entre ellas, los Saurios, seres que muchos consideraban leyendas, pero cuya presencia comenzaba a ser demasiado evidente para ignorar.

    Dos figuras caminaban con pasos lentos pero firmes a lo largo de la costa.

    Ambos vestían armaduras oscuras, las marcas del océano aún visibles en sus pieles perladas. Eran olok, guerreros que habían surgido de las profundidades del mar para cumplir su deber en tierra. Lorian, el más joven de los dos, lideraba la expedición con una mezcla de nerviosismo y determinación. A pesar de su juventud, se había ganado un lugar en la Guardia Costera, pero las historias de los Saurios le inquietaban.

    Detrás de él, Kharos, un veterano curtido por innumerables batallas en el mar y la tierra, avanzaba con una tranquilidad que contrastaba con la tensión palpable en el aire. Sus ojos, más agudos que los del joven, escudriñaban el horizonte con sospecha.

    Los informes hablaban de luces extrañas, de sombras que se movían entre los acantilados, y de la desaparición de pescadores que se aventuraban demasiado cerca de Gontánamos.

    —Algo no está bien— murmuró Kharos, rompiendo el silencio. Su voz era grave, como el rugido distante de una tormenta marina.

    Lorian asintió, aunque no sabía exactamente qué le perturbaba más: si los informes o el frío que se filtraba por su armadura como si el mismo mar les advirtiera de un peligro inminente. Los olok confiaban en su instinto más que en cualquier mapa o brújula, y algo en el aire los alertaba de que no estaban solos.

    La costa, que siempre había sido un refugio inhóspito pero predecible, parecía ahora estar viva, vibrando con una energía oscura y desconocida.

    —Los informes mencionan avistamientos cerca de la cala —dijo Lorian, su mano cerrándose sobre la empuñadura de su espada, un arma forjada en las profundidades del océano extraído desde las montañas y cordilleras marinas, forjado en los lagos hipersalinos— Crees que son los Saurios... ¿verdad?

    Kharos no respondió de inmediato.

    En cambio, se detuvo y hundió su mirada en el horizonte, donde el cielo gris y el mar se fundían en uno solo.

    —Si los Saurios han cruzado a nuestras tierras, entonces enfrentamos algo mucho peor que meros rumores.

    Ambos sabían lo que significaba aventurarse más allá del límite de Santhos, en las tierras indómitas de Gontánamos. No había regreso fácil desde esos parajes. Pero los olok eran criaturas nacidas del caos y del agua, y aunque sentían el peligro latente en cada sombra, su deber los empujaba hacia adelante.

    El viento sopló con más fuerza, arrastrando consigo el lamento de lo desconocido.

    El aire en la costa sur de Santhos estaba cargado con una humedad espesa que parecía infiltrarse en cada rincón de la piel y los pulmones. El cielo, aunque despejado, carecía de color; era un gris pálido, como si el propio sol hubiera sido devorado por algo más profundo, más oscuro.

    Los olok, hombres de mar endurecidos por los azotes del océano y guardianes de estas costas inhóspitas, avanzaban en silencio, atentos a cualquier señal en el horizonte. Sus caballos, de pelaje negro y ojos desorbitados, trotaban nerviosos, sacudiendo las cabezas como si pudieran sentir una presencia que aún escapaba a la vista.

    El mar, normalmente en calma a estas horas, parecía más agitado, las olas rompían contra las rocas con una furia inusual. Era como si algo profundo en las entrañas del agua estuviera despertando. Las aves que solían llenar el cielo con su canto habían desaparecido, y no había ni una sola gaviota sobrevolando las dunas.

    Todo estaba en un extraño silencio que solo amplificaba el miedo contenido en el corazón de los olok.

    —Algo no está bien aquí —murmuró Kharos, el explorador más veterano. Tiraba de las riendas con fuerza, intentando calmar a su caballo, cuyas patas traseras arañaban la arena. Miró a su compañero, Lorian, más joven pero igual de experimentado, que avanzaba unos metros por delante.

    Kharos giró la cabeza, con el ceño fruncido, a punto de responder cuando un crujido de ramas hizo eco desde la línea de árboles al borde del acantilado. Los dos olok se detuvieron, en tensión. La brisa del mar, que hasta hace un momento había estado agitada, se calmó de repente, dejándolos en un silencio aún más denso.

    —Escucha... —comenzó Kharos, su voz apenas un susurro. Pero antes de que pudiera terminar, el sonido volvió, esta vez más cercano, más pesado. Un estruendo rompió la calma cuando algo emergió de entre los árboles. Los dos hombres vieron como las ramas cedían ante la llegada de una criatura imponente, una figura que no deberían haber visto nunca más allá de las leyendas de Gontánamos.

    Eran los Saurios.

    Dos bestias enormes, de piel escamosa y ojos brillantes, como si ardieran con la ira de una era pasada, se abalanzaron hacia ellos. La mayoría de los Saurios eran carnívoros, su piel escamosa, parecida a la de los reptiles modernos, con una variedad de colores que podrían ir desde marrones y verdes hasta tonos más oscuros.

    Tenían la apariencia de reptiles gigantescos, pero con la astucia y el instinto depredador que superaba cualquier criatura del presente.

    Su cabeza era enorme, con una longitud de casi 1.5 metros, llena de dientes aserrados de hasta 20 cm de largo, diseñados para triturar huesos. Tenía un torso robusto, apoyado por dos poderosas patas traseras que le permitían moverse rápidamente. Las patas estaban dotadas de garras afiladas que podían destrozar a sus presas.

    Aunque sus brazos eran desproporcionadamente pequeños en comparación con su cuerpo, eran extremadamente fuertes, con solo dos dedos equipados con garras. Una larga y musculosa cola que le ayudaba a equilibrar su peso masivo mientras corría o atacaba a sus presas. Sus cuerpos con garras afiladas y bocas llenas de dientes que parecían diseñados para desgarrar carne.

    Kharos reaccionó primero, desenvainando su lanza en un movimiento rápido, el acero brillante en su mano temblaba. Lorian, aunque sorprendido, siguió su ejemplo, desenvainando su espada, mientras los caballos se encabritaban, aterrorizados.

    —¡Saurios! ¡No puede ser! —gritó Kharos, retrocediendo unos pasos, mientras el primero de los monstruos se lanzaba hacia él con la boca abierta. El suelo vibraba bajo las pisadas de las bestias. El aire estaba lleno del olor salado del mar mezclado con el hedor podrido de los saurios, un olor que parecía arrastrado desde el fondo mismo de los tiempos.

    Lorian lanzó un rugido de batalla, cargando hacia la criatura más cercana. Su espada chocó contra las escamas gruesas del saurio, rebotando como si hubiera golpeado una piedra. La criatura rugió, golpeando el suelo con su cola, derribando a Lorian que cayó pesadamente sobre la arena, su espada aún en mano.

    Kharos, sin embargo, no retrocedió. Con la determinación feroz de un olok, lanzó su lanza directamente al ojo de la bestia que lo atacaba. El saurio aulló de dolor, sacudiéndose violentamente mientras la sangre negra y espesa goteaba de su herida. Pero eso no detuvo su ataque; el hambre en sus ojos no era solo de carne, era de venganza.

    La batalla continuó, cada golpe de los olok encontraba resistencia en la piel pétrea de los saurios, y aunque luchaban con valentía, la realidad se volvía clara. Estas criaturas, antiguas y salvajes, no eran presas fáciles. Eran depredadores que habían esperado siglos para reclamar lo que alguna vez fue suyo, y ahora, los guardianes de Santhos estaban en su camino.

    Con un último esfuerzo, Lorian logró ponerse de pie, su cuerpo dolorido y ensangrentado. Pero cuando su mirada se cruzó con la del saurio que avanzaba hacia él, entendió la verdad. No habría escape de esta costa. La presencia inquietante que sentían desde el principio no provenía de algo en el mar o en el cielo, sino de estas criaturas, de los antiguos seres olvidados de la tierra que una vez caminaron sobre Santhos.

    El primer rugido de la criatura resonó por la costa, un grito de dominio sobre todo lo que habitaba estas tierras, mientras los olok se preparaban para su último y desesperado enfrentamiento.


Prólogo:

Saurios: Esta parte de la historia fue omitida, y como lo que muchas veces se omite, se olvida. Las primeras criaturas que creó Oggatal para que habitaran en Ozhun fue a los Saurios. Seres que no tienen inteligencia y que su sed de carne es tal que podrían devorarse entre ellos mismos. La creación de los siete reinos fue el equilibrio perfecto para la paz en el territorio de Ozhun. Esas criaturas, renuentes al inicio pero bajo el bastón y el látigo de fuego de Aggay fueron desterrados a Gontánamos.


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10:56 am. Martes . 10|08|2024 . Houston \ Texas 🇺🇸

Proyecto "Dulce Afrodisíaco"

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