6. Falaz
"Que engaña o miente de forma encubierta."
Martes, 23 de septiembre de 2020.
10:26.
Estaba bajando por las grandes escaleras de mármol de la universidad, había acabado ya las dos clases que tenía hoy, neuropsicología e historia de la psicología. Si no fuese porque las clases eran por la mañana me encantaría ir a la universidad todos los días. Aún así tenía que levantarme temprano.
Siempre me costaba despertarme por la mañana. Mi madre siempre decía que era una perezosa, y es que no podía discutir. La simple acción de apagar la alarma del móvil ya era un duro trabajo para mí.
Estuve durante las dos horas de clase nerviosa, pues no podía dejar de pensar en que había quedado con Damián, hoy tenía quimio y ya estaba llegando tarde.
Estuve recordando la noche de ayer, la adrenalina que pasaba por mi cuerpo cada vez que venía a mi cabeza el momento en el que intentábamos escapar de la médica era indescriptible. Cada vez que recordaba aquella noche pasaba por mi cuerpo un extraño escalofrío. Como si quisiese volver.
Nunca me había sentido así, y era algo extraño que a la vez me gustaba.
Mis pensamientos desaparecieron cuando vi el autobús llegar a la parada. Iba a ir al hospital. Visitaría a mi tía y después me quedaría con Damián.
No sabía muy bien cómo iba eso de la quimio, sabía que te inyectaban durante un tiempo "un veneno para matar a otro veneno" o así decía mi tía que le dijo la doctora. Simplemente por el hecho de llamarlo veneno, ya debía de ser doloroso.
Justo en ese momento me habló por WhatsApp Esther, pero antes de contestarle me subí al autobús saludando al conductor, me senté en uno de los asientos, justo al lado de la ventana que era donde más me gustaba, y leí su mensaje.
Esther
Oye, ¿por qué te has ido tan rápido?
¿No íbamos a desayunar juntas?
:(
Me choqué mentalmente en la frente. Lo había olvidado, hace unos días había quedado con Esther para desayunar juntas hoy, pero con todo lo que me ocurrió ayer, se me había olvidado avisarla.
Marina.
Lo siento, pero tengo que ir al hospital.
¿Te parece mejor mañana?
Solo tuve que esperar unos pocos segundos para que se tomase su tiempo en contestarme, Esther era una chica que solía contestar siempre rápido por WhatsApp siempre que estaba conectada, eso si, cuando estaba desconectada puede tardar horas en contestar.
Esther
Jo vale.
Pero me debes una :)
Me tranquilicé algo, pues no sabía que decirle, nunca me había pasado con ella, y me daba miedo que se enfadase o algo. Aún así sé que Esther era una chica compresiva y realmente sabía ponerse en el papel de los demás.
Cuando ya conseguí sentarme en el incómodo asiento y llevé mi mochila al pecho. Abrí la pequeña cremallera de color cobre para poder buscar mis auriculares. No era capaz de ir al autobús sin poder escuchar música.
Cuando logré encontrarlas, me las puse y seguidamente comencé a escuchar música. Debido a lo poco que dormí ayer, mis ojos se iban entrecerrando poco a poco, hasta que se cerraron por completo.
11:21
Mi corazón estaba bombeando más rápido de lo normal, mis manos temblaban y la respiración se estaba agitando a medida que pasaban los segundos. Me quedé dormida en el autobús, y recordé cuando mi madre me decía que si dormía muy tarde, me quedaría la mañana siguiente dormida en cualquier lado, y así fue. Pero gracias a que el conductor tuvo una fuerte pelea con un camionero que pasaba, pude despertarme y salir corriendo.
Pensé en Damián, el chico de los ojos color avellana que tanto me llamaban la atención. Dudé por un segundo y me cuestioné si él me estaría esperando, si estuvo toda la noche pensando en mí igual que yo en él, si él también tenía ganas de verme. No quería pensar más, ya creía que los malos pensamientos iban a invadir mi cabeza y no quería.
¿Y si llegaba y él no estaba ahí?
Reconocí por un instante que él autobús de quedó por el estadio Benito Villamarín, por lo que estaba a menos de diez minutos de poder llegar al hospital. Aún así me fui chocando entre las personas que pasaban enfrente de mí y eso me hacía ganar algún que otro enfado, pero no me importó. No era buena para la orientación pero tuve suerte de que por esa zona siempre pasaba para ir a mi casa.
Notaba como el calor subía por mis mejillas.
—Joder —susurré. Notaba como caían gotas frías de sudor sobre mi frente. Un leve hormigueo noté sobre los dedos de mis manos, que como respuesta hice un pequeño mohín.
Cuando por fin pude divisar a unos metros el gran edificio blanco, bajé la velocidad. Paré durante unos segundos tratando de recobrar el aire. El corazón parecía que iba a salir del pecho. Tomé con suavidad el móvil de mi bolsillo para poder ver la hora.
Miré el cielo para ver algunas nubes oscuras encima de mi. Parecía que iba a llover. Hacía bastante frío y las personas de mi alrededor llevaba grandes abrigos de pelo o gorros recubriendo su cabeza.
Cuando ya por fin pude respirar mejor, peiné torpemente mi pelo despeinado para después reanudar el paso. Mis pies andaban inconscientemente haciéndome llegar a las grandes puertas del hospital Virgen del Rocío. Miré alrededor, y pude ver varios enfermeros en recepción. Y algunos otros subiendo las escaleras con nerviosismo. También pude observar algunos familiares en la sobria sala de espera. La gran mayoría dando vueltas y otros sentados dando suaves patadas al suelo.
Subí hacia las grandes escaleras de mármol para dirigirme a la habitación de mi tía principalmente. De nuevo sentí cómo mis piernas dolían. Era una quemazón soportable pero molesta.
Podrías haber cogido el ascensor. Dijo mi subconsciente.
No quería entrar sin dejar una pequeña mirada en la habitación de Damián, y avisarle de que ya podíamos irnos, pero me extrañé mucho al ver que no estaba.
Fruncí el ceño, tratando de pensar en qué otro lugar podría estar, pero no sabía. Mis ojos seguían fijos en su blanca habitación. Resoplé frustrada, pero aún así era de esperarse, era bastante tarde y él tenía que estar ahí desde muy temprano.
Se habrá ido ya.
Un sentimiento invadió cada parte de mi cuerpo, desilusión creí que fue. Sentí que un enorme vacío se abría por mi pecho y tuve que coger aire varias veces para poder recuperar el aliento. Relamí mis labios y creí que ya no lo volvería a ver y que quizá con suerte me lo encontraría por los pasillos. La desesperanza se acumulaba cada vez más y todo lo que imaginé esta mañana que pasaría con él, desapareció por arte de magia.
Con los ánimos por los suelos, abrí la puerta de mi tía con cuidado para saludarla, pero de nuevo me llevé otra sorpresa, pues mi tía tampoco estaba, ni su camilla. Me asusté bastante, no sabía si le había pasado algo, y si lo sabrían mis padres. Por eso llamé a mi madre, antes de salir a preguntar a cualquier enfermero que estuviese ahí, pero justo al segundo tono, escuché como se abría la puerta, haciendo que pegase un pequeño sobresalto del susto.
Y ahí estaba mi tía en la camilla con una enfermera riéndose. Pero un segundo antes de que me viese mi tía en la habitación, habló la enfermera extrañada:
—Hola chica, ¿qué haces aquí? —preguntó frunciendo el ceño dejando a mi tía con mucho cuidado en su lugar.
Me sonaba la cara de aquella chica.
Era la enfermera que saludó a Damián.
—Es mi sobrina —dijo mi tía respondiendo a la enfermera con una dulce sonrisa, se le veía contenta al haberme visto.
Yo le sonreí como respuesta.
—Ah, ¿ella es Marina? —cuestionó la enfermera sin borrar su dulce sonrisa, a lo que mi tía respondió con una sonrisa orgullosa—. Pues que sepas que tú tía me ha dicho muchas cosas bonitas de ti —dijo la enfermera, pude observar mientras decía lo último su pequeña tarjeta que llevaba colgando sobre su cuello, y en ella venían su nombre y apellidos y vi que se llamaba Isabel. Se veía una mujer risueña, con unos rizos llamativos que caían por sus hombros. La sonrisa siempre la llevaba implantada en la cara, y eso fue algo que me dio confianza en ella.
—Vaya, pues yo también podría decir lo mismo de ella —me sinceré mirando a mi tía con una pequeña sonrisa sin separar mis labios.
—¿Has visto que es verdad que cuando le dices cumplidos se pone roja? —le preguntó mi tía a Isabel.
—Pues no mientes —dijo la enfermera dulcemente—. Bien, pues yo me voy ya, me avisas con cualquier cosa que te pase —respondió la enfermera guiñándole el ojo y terminando de revisar el suero.
—No te preocupes Isabel, gracias por todo —murmuró mi tía con una sonrisa compresiva.
—No las des mujer, ¡hasta luego! —se despidió la enfermera con una gran sonrisa despidiéndose.
Cerró la puerta y sólo quedamos mi tía y yo, nos dimos un efusivo abrazo, y al terminar me senté a su lado para decirle lo que iba a hacer. Me acomodé en el incómodo sillón y le miré sintiendo su mirada cansada que intentaba disimular con una pequeña sonrisa.
—¿Cómo estás hoy? —le pregunté.
—Algo mejor que ayer cielo, pero sigo con fiebre —susurró con sus grandes ojeras, y un dulce tono de voz que me hacía tener ganas de abrazarla. No quería hacerle hablar más, prefería que descansase— ¿Te quedarás todo el día? Ya sabes puedes irte a tú casa, cielo.
—Me quedaré aquí, aunque ahora iré a por algo para comer —dije recogiendo algunos papeles higiénicos de la mesilla de noche de mi tía para tirarlos—. Había quedado con alguien pero se me ha hecho bastante tarde.
—¿Con quién?
—Es que voy a acompañar a un chico que conocí ayer a su sesión de quimioterapia —comenté totalmente neutra, pues sabía que cualquier señal en mi cara mostrarían mis nervios y se daría cuenta.
¿Y si ahora mi tía pensaba mal de mí? ¿Y si realmente no debería de dejarle sola?
—¿Yo conozco a ese chico? —preguntó mi tía con una pequeña sonrisa juguetona que intentaba disimular, yo ya sabía su jugada. Comenzaría a hacerme preguntas sobre él y ya empezaría con sus teorías de que me gusta y tal. Y no, no quería eso.
—Supongo —me encogí de hombros haciéndome la desinteresada. Ya estaba viendo su cara, y es que ya sabía lo que me iba a decir.
—¿Es del hospital?
—Sí. Esta justo enfrente de tú habitación —respondí rápidamente. Llevé mis manos a mi pelo, tratando de peinarlo, en un intento fallido, mi pelo estaba bastante alborotado hoy.
Levanté rápidamente las gafas que caían sobre mi nariz y me recompuse.
—¿Enfrente? ¿Es ese tal Damián?
Casi me quedé sin aliento cuando supo su nombre.
—Sí, ese mismo. ¿Lo conoces?
Sonrió ocultando algo. Mierda, ya estaba preguntando más de lo que debería.
—Sí, claro.
—¿Y qué te parece? .-Pregunté indiferente mirando mis uñas.
—Es un muy buen chico —murmuró dándome una tierna mirada—, en el comedor siempre está conmigo hablando. Además hace unos días me habló de ti —abrí mis ojos sorprendida—, no te lo dije cielo, porque ese día estaba muy cansada y fue cuando tenías un examen, creo pensar...
—¿Qué te dijo?
—Me contó que le robaste un sobre de azúcar —confesó mi tía, pero justo al ver de nuevo cómo mi cara se ponía roja y mis ojos se abrían, no dudó en soltar una carcajada. Solté una risa nerviosa. Mi corazón pasó a latir fuertemente, notando el bombeo en mi pecho—, llevaba varios días mirándote entrar en mi habitación, me dijo.
¿Entonces ya me conocía desde antes? Preguntó mi subconsciente.
—Realmente le cogí prestado el sobre... —comenté desinteresada. Mis ojos viajaron a los dedos que entre ellos jugaban.
Escuché la risa de mi tía al fondo.
—Entonces...¿no te importa que me vaya con él? Ya sabes que me puedo quedar contigo y... —dije intentando evadir cualquier otro tipo de pregunta.
—No cielo, para nada. Quédate con él —me enseñó su dulce sonrisa—, además te hace falta despejarte de tantos estudios.
Díselo a papá y a mamá, que no me dejan en paz.
—Pues cualquier cosa que necesites...
—Lo tendré en cuenta cielo, ten mucho cuidado.
Ya estaba girando el pomo de la puerta cuando volví a escuchar la voz suave de mi tía a mis espaldas.
—Marina —me giré a su dirección—, te conozco cielo, no te hagas de ilusiones.
No te hagas de ilusiones, vaya frase ¿no?
Es como decir no vayas a imaginar cosas que sabes que no van a ocurrir pero aún así lo vas a imaginar. Es todo como el azar, ilusiónate y saldrá bien o ilusiónate y saldrá mal, nunca sabrás cómo te saldrá, pero el problema está en que siempre olvidamos las consecuencias de esto, y salimos heridos.
Con estos pensamientos no sabía a dónde ir, pues no estaba segura de dónde se hacía la quimio, y no sabía dónde estaba Damián. Pero justo en ese momento, me comienza a doler la barriga, estaba muerta de hambre. Entonces me fui directamente a una máquina expendedora que había a unos metros de la habitación de mi tía y con algunos céntimos que tenía me quise comprar algo.
Introduje las monedas en la máquina, y tecleé el número que indicaba para poder tener el batido. Pero cuando menos me lo esperé, las ruedecillas de metal que al girar hacen dejar caer el pequeño envase, se paran, y el batido se queda enganchado.
—No me jodas —espeté frustrada.
No era algo que me preocupase tanto, eran al fin y al cabo un par de céntimos que llevaba en los bolsillos. Pero el hambre me dejaba estar de mala leche. Decepcionada comencé a darle pequeños golpes a la máquina pero me daba miedo de que me riñese algún enfermero, bufé con fuerza y llevé mis manos a las caderas, pensando qué hacer.
Miré alrededor, no había absolutamente nadie, el pasillo estaba vacío, solo ocupado por mí.
Por lo tanto decidí no darle más vueltas e irme a la cafetería.
Pero justo antes de separarme de la máquina, escuché a mi izquierda un golpe en seco a la máquina, y rápidamente se bajó el batido. Yo extrañada sin saber que pasaba giré mi cabeza hacia donde vino el golpe, y era ni más ni menos que Damián en su silla, mirándome.
—Esto es lo bueno de conocer las instalaciones del hospital, ladrona —presumió guiñándome el ojo mientras tanto yo recogía mi batido.
Se veía bastante guapo así.
—Ya bueno, tenía hambre y quería comer.
Él mientras tanto se quedó mirándome con esa característica mirada que hacía revolotear cosas en mi interior. No era consciente de lo mucho que eché de menos que me mirase a así.
—¿Qué? —pregunté al ver que no me dejaba de mirar.
—Creo que me deberías de decir antes la palabra mágica
—¿La qué? —pregunté confusa, no lo entendí bien, pero cuando bajó la mirada para fijar sus ojos en mi batido. Ahí ya lo entendí todo—. Oh bueno, gracias.
Me envió una sonrisa satisfecho.
—Damián vamos por Dios, que la quimioterapia no la vas a hacer cuando a ti te dé la gana —Espetó Agustín algo molesto—. Oh vaya muchacha, tú eras....
—Marina —respondí con una pequeña sonrisa.
—¡Eso! Ahora ya no se me borrará de la cabeza.
-Si eso da igual, siempre llamas a todo el mundo muchacho o muchacha —murmuró divertido—. Por esta razón es por la que no estaba en mi habitación, Agustín se ha enamorado de una paciente y quería que le ayudase a conquistarla —continuó Damián intentando aguantar la risa, mientras miraba a Agustín de una manera picarona.
—Damián te juro por Dios que como no nos vayamos ya, te quito la otra pierna —masculló algo avergonzado Agustín.
—Que manía tenéis los médicos con amenazarme de mi única y bonita pierna —dijo mientras hacia rodar su silla de ruedas—. ¿Y tú cómo estás? ¿Por qué estás tan roja?
Agustín se adelantó y simplemente seguíamos sus pasos.
—Para tú primera pregunta, estoy bien...Y para tú segunda pregunta, creo que no te incumbe saberlo.
—Oh, que atrevida —dijo tocándose el pecho, haciéndose el sorprendido.
Hasta ahí comenzó a contarme que había estado haciendo durante toda la mañana y que había desayunado. Yo también estuve contándole un poco sobre las clases que había dado, aunque de vez en cuando se acercaba Agustín para hablar también.
13:21
Cuando Damián se sentó en el largo colchón para iniciar su sesión de quimio, yo me quedé con él aunque el enfermero de guardia no quisiese. Lo recomendable era que los pacientes no llevasen acompañantes pero Damián le obligó a que me quedase, y al final de tanta pelea el enfermero acabó cediendo.
—Deberías de comer —intentó hablar mientras llevaba a su boca una pieza de tomate.
—No me apetece ahora —mentí. Eché mi espalda hacia el respaldo soltando un suave suspiro.
Tras haber dicho eso, Damián no estaba muy seguro.
—Sí, tienes hambre —me señaló con el tenedor.
—Pero no es nada, no te preocupes —admití.
—Toma, come este pedazo de tomate —dijo mientras pinchaba el tomate con el tenedor de plástico que tenía en sus manos.
Con rapidez lo aparté de mí algo asqueada, ganándome una mirada confusa de Damián.
—¿Qué ocurre?
Relamí mis labios, nerviosa.
—No me gusta el tomate —tartamudeé.
Damián me mostró una sonrisa abierta.
—Pero puedes probarlo.
De nuevo acercó el tenedor hacia mi y me llevé el tomate a la boca. Resoplé por el extraño sabor que tocaron mis papilas gustativas. El tomate no era de mi agrado y no podía demostrar lo contrario.
Puse una mueca asqueada llamando la atención de Damián.
—No sé cómo te puede gustar eso —señalé su bol.
—Al segundo mordisco está más bueno —llevó de nuevo un trozo más pequeño de tomate.
—Creo que la quimioterapia te afecta las papilas gustativas —solté.
Escuché la risa de Damián a mi lado.
—Vamos, vuelve a probarlo.
Negué rotundamente.
—Si no te gusta, lo puedes echar a la basura. Pero ya verás que el sabor se hará más bueno.
Miré seguidamente a Damián, que tenía su atención completa en mi.
Bufé y de nuevo pinché con su tenedor un nuevo tomate.
Dubitativa me lo llevé a la boca y comencé a saborearlo. Damián tenía razón el sabor había cambiado y ya no tenía esa textura que tan poco me gustaba.
—Está... bueno. Pero aún así no me lo volvería a comer.
Se le notaba algo cansado, aún así seguía teniendo ese brillo característico en sus ojos. De vez en cuando tenía que parar de hablar para poder reponer algo de fuerzas. Desde que mi tía empezó la quimio supe que era algo serio, algo de lo que realmente las personas no están lo suficientemente informadas. Sin embargo Damián estuvo contándome un poco sobre que iba todo eso.
—¿Cómo fueron tus primeras quimioterapias?
—Vaya, eso nunca me lo habían preguntado —dijo mientras comenzaba a recordar—. Bueno las primeras quimioterapias me producían mucho sueño, además de eso, mi cuerpo estaba acostumbrándose al bombardeo de medicamentos que me suministraban —hizo una pausa—, Era muy pequeño también y ahora lo recuerdo todo muy oscuro, eran bastante dolorosas, mis padres casi nunca estaban conmigo, y siempre me estaba acompañando Agustín, ahora mismo es como mi mejor amigo.
—¿Fueron dolorosas?
—Demasiado diría yo. Solo recuerdo dolor y mucho nervios, días sin dormir o incluso sin comer.
A eso último me sorprendí bastante. Pasaron unos segundos donde hubo un silencio cómodo entre los dos, dejando escuchar el paso de los pacientes, médicos... Mis ojos viajaron a él, llevándome la sorpresa de que me estaba mirando.
—Bueno...
¿Y si piensa que la pregunta es demasiado tonta? ¿Y si se ríe de mis dudas? ¿Y si me deja de hablar por eso?
—¿Si?
—No sé si será algo estúpida la pregunta —Reí nerviosa—, pero...¿Cuánto tiempo tienes que llevar con la quimioterapia?
Tomó uno de mis dedos que reposaba sobre el brazo del sillón dónde se acostaba él, y comenzó a jugar con él.
—No debes de avergonzarte de esas preguntas, al fin y al cabo es bueno preguntar este tipo de preguntas o dudas —murmuró mientras hacía el símbolo de las comillas con sus manos—, que quedarte con la duda y pensar o creer cosas que no son verdad. Y respondiendo a tú pregunta, depende, pues cada persona tiene un cáncer diferente, le puede causar otro tipo de efectos secundarios, todo depende...
—Bien Damián, pues ya hemos acabado —interrumpió mientras le quitaba la inyección con mucho cuidado.
—Joder, que rápido se me ha pasado esta vez —respondió, comenzó a levantarse con cuidado y esta vez por inercia, le ofrecí mi mano, a lo que él la aceptó mientras me miraba, se le veía cansado, al igual que a mi tía, pero se notaba que no quería demostrarlo.
Le ayudé a levantarse y a llevarle a la silla. Mientras que le estaban haciendo la quimio, me dijo que quería que le enseñase todas las cosas que estudiaba en psicología, no me atrevía pues se le veía fatigado y con mucho sueño, pero al final acabé cediendo, por lo que nos despedimos de Agustín e Isabel y nos fuimos a su habitación.
En mitad del camino vi como no tenía fuerzas para llevar su silla, por lo que me puse detrás suya y lo llevé yo.
—No hacía falta.
—Lo que pasa es que no quieres que te lleve porque voy más rápido y te puedes marear —garanticé sonriendo mientras lo llevaba.
—¿Crees que no puedo ir más rápido, ladrona? —presumió desafiante, mientras giraba su cabeza para mirarme.
—No lo creo, lo sé —respondí riéndome
—Si me llevas corriendo hasta mi habitación y no me vomito, gano, pero si pasa al contrario ganas tú —por un momento paré la silla y me puse enfrente suya, mirándole.
—¿Qué? No haré eso Damián —negué poniéndome a su lado—. Es estúpido.
Imaginé a todos los que se encontraban en el pasillo mirándonos y riéndose de mí por hacer eso. También recordé a mis padres que se negaban a que hiciera esas cosas tan infantiles. Aunque por otra parte no podía negar que me hacía ilusión hacerlo.
—Oh, ya veo...Eres una aburrida —respondió desinteresado encogiéndose los hombros y seguía hacia delante a un ritmo despacio.
No eso no, no me gustaba que me llamasen aburrida, tanto tiempo haciendo lo que me dicen los demás para haber acabado con ese apodo. Tomé segura de nuevo sus manillares.
—¿Pero que ganaría?
—Lo que tú quieras, ladrona —vaciló mirándome con un tono picarón.
—Vale, trato hecho —le respondí. A la cuenta de tres, preparé mis piernas y salimos corriendo tal y como mis fuerzas podían. Empecé a correr llevándolo con toda la fuerza que podía tener mi cuerpo. Podía ver mi alrededor a cámara lenta, y como había algunos enfermeros que nos miraban asustados y otros negando la cabeza.
Sólo podía escuchar nuestras risas, al compás, en todo un pasillo aburrido, sin gracia ni felicidad. Esa vez era yo, Marina la chica infantil que siempre se ríe de todo, la chica que siempre se enfadaba por cualquier tontería, la chica que se ponía feliz por cualquier regalo, esa era yo.
Escuchaba su risa, era bonita. Me parecía imposible que me enamorase de una risa, pero la suya me atrapó, era algo ronca y grave, pero me gustaba. Seguíamos el largo pasillo hasta que vi que ya nos íbamos acercando a la habitación. Y fui frenando, haciendo más lentos mis pasos. Y finalmente la silla se paró a unos metros de su habitación.
Justo en ese momento solté los manillares rápidamente, tenía la respiración agitada y apoyé mis manos a las rodillas, mientras recobraba la respiración, solté una risa floja hasta que de repente vi cómo Damián comenzaba a sujetarse la cabeza y susurrar "Joder".
Comencé a inhalar y exhalar más rápido.
No podía ser.
—Damián.
Sacudí sus hombros suavemente.
Mi voz temblaba cada vez más y comencé a notar un ligero sudor bajando por mi espalda.
—Damián, por favor.
¿Y si necesitaba ayuda? ¿Y si moría y me meterían en la cárcel por asesinato? ¿Y si todo esto iba a quedar en mi mente toda la vida? ¿La culpabilidad?
No me contestaba solo se tocaba la cabeza, agachándose y cerrando sus ojos. Noté como mi corazón se aceleraba cada vez más. Un picor empezó a aparecer por mi garganta.
—Damián, me estás asustando—murmuré a punto de gritarle—. ¡Damián joder! —grité agitándole los hombros, estaba muy nerviosa y no sabía lo que pasaba.
Mi cuerpo se sentía paralizado y las piernas no respondían. Me levanté rápidamente y miré a mi alrededor por si lograba ver algún enfermero por el pasillo, la cabeza daba vueltas y notaba como mi mirada se estaba nublando, dejando caer una pequeña lágrima por mi mejilla.
Justo en ese momento escuché una risa, una risa ronca de parte suya, era una broma. No me lo podía creer, me había asustado muchísimo. Pero él sólo seguía riéndose. Tragué saliva instantáneamente. Mi cuerpo dejó caer todo el peso que tenía encima. Pasé ambas manos por mi cara y cerrando mis ojos fuertemente. Exhalé fuertemente apoyándome en la fría pared.
—Lo siento —intentó pronunciar mientras secaba sus lágrimas por la broma.— Pero ha sido buenísimo.
—No me ha hecho ninguna gracia —musité enfadada.
En cuánto me escuchó alzó su mirada y me vio, se le cambió totalmente la cara. Estaba preocupado. Sus grandes ojos color miel estaban fijos en mi. Intentó tomar mi mano pero ágilmente la eché hacia atrás.
—Perdóname ladrona —habló arrepentido mientras me miraba con ojos de perrito mojado.
-No, con esas cosas no se juegan —le miré con los ojos entrecerrados dando unos pasos hacia atrás, alejándome de él frunciendo el ceño. Un vacío en el pecho se fue creando a medida que sus ojos me miraban con más tristeza por cada minuto que pasaba
—Sí y llevas toda la razón, no me he dado cuenta. No me he comportado bien —se le veía bastante preocupado. Entreabrió su boca sin llegar a formular alguna palabra, dejándome ver una pequeña parte de su blanca dentadura.
Negué.
—Olvídalo —dicho eso me di la vuelta lentamente para irme, pero justo en ese momento me cogió de la mano con mayor rapidez.
14:42
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Twitter: _soyundrama_
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro