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33. Keyframe

"Algo que parecía sencillo en un comienzo, pero que terminó marcando tú vida para siempre."

Marina.

Domingo, 28 de febrero de 2021.

17:03

—Pues ya hemos acabado Marina —dijo Isabel.

—¿Ya estaré fuera?

Una sonrisa comenzaba a asomarse en mi rostro.

—Sí, cielo. Puedes irte ya.

Solté un suspiro aliviado mientras miraba al techo. Por fin me iría, dejaría estas cuatro paredes y sería libre. Mil pulmones se hincharon de aire y pasé ambas manos por mi rostro.

—¡Por fin! —grité sin borrar la sonrisa.

Con prisa me levanté aunque eso provocase que me marease a los primeros segundos. Me moví por toda la habitación dando pequeños saltos.

Rio Isabel al verme tan emocionada.

—Recuerda tener mucho reposo... —habló en un tono suave mientras miraba atenta a las analíticas que tenía en las manos.

—Y tomarme todas las medicinas —alargué casi en un colapso de desilusión parándome en seco. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza de lo normal, por lo que traté de tranquilizarme mentalmente.

—Así es.

Tomé con cuidado la mochila sin todavía dejarla sobre mi hombro.

—¿Sabes dónde están mis padres?

—Me dijeron que se quedarían afuera esperándote.

Giré mi cabeza por el enorme cristal que separaba mi habitación del pasillo, dejándome ver todo lo que ocurría fuera de esas cuatro paredes. Aunque en realidad no había mucho por ver, pacientes por ahí, enfermeros por allá...Pero hubo algo que me sorprendió, justo en la habitación de enfrente.

—¿Isabel?

Fruncí el ceño.

—Dime cielo.

—¿Ese de ahí no es...?

—Damián.

Tuve que controlar mi respiración. Toda la ilusión fue sustituida por sorpresa. La imagen de Damián acostado en la camilla seguía fija en mi mente. Por lo que podía ver, sus ojos permanecían abiertos fijos en el techo. Sacudí todos los pensamientos de una vez y me obligué a mi misma a volver a la realidad.

—No me enteré que tenían que ingresarlo —bajé mi voz.

—Se estado de salud empeoró hace unas horas, no te diste cuenta porque estabas duchándote.

Isabel giró a mi dirección mostrándome una sonrisa entristecida.

Algo estaba ocultando.

—¿Pero estará bien? —cuestioné preocupada.

—No lo sabemos, Marina. Le cuesta bastante trabajo respirar y apenas tienes fuerza para nada. Le hemos tenido que poner algo de morfina para calmar el dolor —informó. Noté que sus ojos se cristalizaron, pero rápidamente giró a donde tenía todos los papeles—. Pero parece que ahora está un poco mejor.

—Pero él no me dijo nada...

Un sentimiento de tristeza irradió en mí.

Isabel no dijo nada. Pero dando golpes fuertes sobre la puerta se acercó Jesús con varias gotas de sudor cayendo por su frente. Pegué un respingo por la inesperada presencia de él.

Fijó durante unos segundos la mirada sobre mí, haciendo el intento de mostrar una sonrisa, aunque al final le acabó saliendo una mueca.

—Isabel, tenemos una urgencia en la habitación 811. Te necesitamos.

—¿Se ha despertado? —comentó ilusionada.

—Creemos que sí.

La sonrisa de Isabel de ensanchó tras lo último que dijo. Divisé por encima de mí hombro como Jesús desaparecía casi corriendo e Isabel comenzó a coger con velocidad todo lo que había dejado.

Pensé por un momento que no se despediría de mí.

—¡Ahora voy! —chilló en dirección al pasillo creyendo que así lo escucharía, pero fue un intento en vano—. Lo siento Marina, me tengo que ir. A ver si podemos quedar un día las dos juntas, ¿te parece bien? —sugirió dándome una mirada tierna.

Sus ojos pasaron a brillar por cada segundo que pasaba.

Al parecer era buena noticia que aquel paciente despertase.

—Claro. Me haría mucha ilusión —reprimí una sonrisa.

—¡Bien! —se acercó a mí para abrazarme—. Hasta pronto.

—Hasta luego.

Vi como si figura desapareció tras salir de la puerta. Suspiré, expulsando todo el aire de mis pulmones y llevé la mochila a mi espalda. Con cuidado cerré la puerta despidiéndome de mi habitación, no sin antes observar cada esquina de ella con nostalgia.

—Adiós habitación.

Sin pensarlo me acerqué sigilosamente a la de Damián, que estaba justo enfrente a la que era la mía. Pero reconocí una figura justo al lado de la camilla.

Mi padre.

Fruncí el ceño por aquella escena que observé.

Algo dudosa me acerqué para escuchar con claridad que era lo que estaban hablando. Mi inseguridad me hizo creer que me pillarían, pero dejé esos pensamientos de lado. Me sentí mal por un momento, estaba escuchando una conversación privada.

Un remordimiento apareció en mí. Estaba consciente de mis decisiones, a pesar de que me podrían reñir. Pero justo a punto de irme, escuché a mi padre hablar.

—Lo siento, Damián. Lo siento de verdad. Hemos estados tan ciegos estos últimos años con Marina, que no sabíamos lo mal que estaba. Pensaba que estábamos haciendo lo mejor para ella y al final lo único que hicimos fue empeorarlo. Discúlpame por lo de la última vez, me pasé y no fui consciente de lo que decía. Estaba muy asustado por mi hija —la voz de mi padre sonaba dolida. Me entristeció escucharlo así.

—No se preocupe —dijo en una voz temblorosa. No me había percatado de que su voz sonaba más ronca de lo normal—. Todos cometemos errores, todos nos podemos equivocar. Ahora lo que tienes que hacer es ayudarle y apoyarle en todo lo que necesite. Ella os quiere, estoy seguro de eso. Y también sé que vosotros le queréis también. Marina es increíble y tiene un potencial que puede asombrar a mucha gente. Solo dejadle ser ella, y ella hará el resto.

Algo se rompió dentro de mí.

Me asomé con cuidado de que no me pudiesen ver. La figura de mi padre seguía tapando la de Damián. Su ancha espalda cubría el rostro del chico.

—Eso haremos —sobó su hombro con cariño—. Muchas gracias, Damián. Gracias por todo lo que has hecho por Marina.

—No tienes que darme las gracias a mi, yo simplemente le di ese empujón que necesitaba desde hace tiempo, y ya ella sola consiguió todo lo que se propuso.

Supe que era momento de entrar cuando vi a uno de los enfermeros viéndome con confusión desde una de las habitaciones del fondo.

Disimuladamente miré mi alrededor, creyendo que así no sospecharía de nada, pero su mirada seguía fija en mí, con el ceño fruncido. Con un falso asombro observé el número que indicaba la habitación de Damián.

Y sin mirarlo una última vez, entré.

—¿Interrumpo algo? —pregunté inocente.

—No, hija. Estaba hablando con Damián antes de irnos —comunicó mi padre echándose al lado para tener una mejor vista del chico.

Paré en seco al verlo. Su cuerpo repleto de cables y un molesto sonido proveniente de la máquina que recogía las pulsaciones de Damián. Carraspeé creyendo que así el nudo de mi garganta desaparecería, y para mi suerte lo hizo.

—Me cae muy bien tú padre —centró su mirada en mí.

Tensé mi mandíbula al observar los enormes sacos que se formaban debajo de sus grandes ojos. Los labios agrietados y secos se veían con claridad.

—Eso suena bien —sonreí forzadamente.

—Bueno, ya nos podemos ir, ¿no? —comentó mi padre dando un par de pasos hacia atrás para rodar los brazos con mis hombros.

—Quiero hablar yo con Damián. A solas —relamí mis labios deseando que mi padre me permitiese estar con él.

Hubo un instante de silencio. Honestamente sentía que mi corazón iba a salir del pecho justo en el momento en el que Damián me miró extrañado.

—Oh bueno...Me espero afuera con tú madre —accedió mi padre tomando la mochila que seguía colgando de mi hombro.

Se lo agradecí por lo bajo.

—¡Dale recuerdos! —habló Damián de nuevo sonriendo—. Y a la pequeña Amelia también.

—Lo haré —asintió—. Adiós Damián.

—Adiós Luis.

Cerró la puerta tras de él y dubitativa fui dando torpes pasos hacia Damián.

—Por fin te dan el alta. Ya serás libre —comenzó a hablar.

—Así es —jugué con mis dedos nerviosa—. Pero...¿Por qué estás tú aquí?

Alcé mis ojos encontrándome con los suyos, su piel estaba más pálida que en las últimas semanas. Antes de contestar bajó la mirada arrepentido.

Pero...¿Arrepentido de qué?

—¿Has visto que me ha tocado justo en la habitación de enfrente a la tuya? Que casualidad —comenzó a doblar las esquinas de su sábana sin querer mirarme.

Bufé irritada.

—Damián...No ignores la pregunta.

Apretó sus labios. Me acerqué más a él sin decirle nada. Con cuidado me senté a unos centímetros de su pierna, casi haciendo contacto con mi muslo. Después de eso nos quedamos en silencio. Regresé mi manos hacia mi regazo y me quedé quieta.

—Ladrona —sacudió su cabeza—, perdón, me cuesta acostumbrarme. Marina, realmente nunca me dieron el alta. Mi cáncer evolucionó, mi estado de salud no estaba bien y dio con una metástasis de pulmón —soltó con dificultad.

Levanté mi cabeza con rapidez abriendo mis ojos de par en par.

¿Qué?

Los ojos de Damián seguían fijos a los míos, formando una línea en sus labios. Me pregunté si sería buena opción enfadarme o seguir cuestionándole. Opté por la segunda opción.

Mi labio empezó a temblar y mi garganta a escocer.

—¿El tratamiento no te funcionó?

—No quería ningún tratamiento.

Sacudí mi cabeza analizando lo último que dijo.

—¿Por qué? —lancé la pregunta de manera directa y firme.

—No quería ningún medicamento más en mi cuerpo, Marina —su voz empezó a temblar—. Me he llevado cinco años de mi vida metido aquí y ya no podía más...Pero siempre hay algo positivo, ¿no?

Fruncí el ceño dándole a entender que no comprendía.

—Tú —contestó al ver mi expresión.

—¿Yo? —me señalé a mi misma.

Me quedé en silencio sin ser capaz de responderle, no tenía nada que decir.

—Claro. Las últimas semanas en el hospital fueron únicas para mi gracias a que te llegaste a sentar en esa sala de espera. Y estaba tan cómodo contigo que quería quedarme los últimos meses junto a ti. Aunque bueno, la memoria te falló...

Una sonrisa apenada se asomó en su rostro.

—Damián...Tenías que habérmelo contado.

—Si te lo hubiese contando, estos últimos meses estarías mal. Y no lo habríamos disfrutado como lo hicimos. Sabes que no me gusta mentir, pero hay veces que por ver feliz a la persona que quieres, hace falta.

Mis ojos picaron y mi vista comenzó a nublarse. Observé como Damián negó varias veces acercándose a mi. Sus dedos hicieron contacto con mis mejillas mandándome pequeñas corrientes de electricidad.

Como pudo se acomodó mientras echaba su cabeza hacia atrás. Sus ojos quedaron fijos en el techo.

—Pero estarás más tiempo aquí, ¿verdad?

—No lo sé. El tiempo es tan relativo que me puedo ir hoy o dentro de dos semanas.

—Yo quiero que te quedes.

—Pero eso no lo decido yo, aunque quisiese. A mi también me gustaría quedarme aquí. Toda una vida entera contigo, pero no todo el mundo tiene buena suerte.

Mordí mi labio inferior temiendo que soltase un jadeo. Su vista colisionó con la mía y temblé por el sentimiento que comenzaba a invadirme.

—Sólo prométeme que vendrás a visitarme aquí —sujetó mis manos con cariño, acariciando con su pulgar la palma de mi mano.

—Claro, te vendré a ver. Te lo prometo, Damián.

—Yo estaré aquí esperándote —pronunció haciéndome quedar estética.

Un tono de llamada comenzó a escucharse. Reconocí que fue el mío al notar un temblor en mi bolsillo izquierdo, confusa saqué el móvil para ver quien era.

—Me está llamando mi padre —colgué—. Me tengo que ir ya.

Lentamente me levanté de la camilla, para poner los pies sobre el suelo. Alisé como pude mis pantalones, y antes de darle la última mirada a Damián, este habló:

—¡Espera!

—¿Qué ocurre? —paré en seco.

—Antes de que te vayas...Sé que al final no pude cumplir con mi promesa.

—¿Promesa?

—Sí. Después del accidente hice un juramento en el que antes de que me fuese intentaría hacerte recordar nuestra historia, pero no salió como esperaba. Te he enviado un audio esta mañana. Prométeme que lo escucharás cuando tú memoria vuelva.

—Claro —pasé por mi rostro una palma de mi mano mientras que la otra sujetaba el pequeño dispositivo—. ¿Y ahora no puedo?

Negó un par de veces.

—Mejor que no. Tampoco es nada del otro mundo, es un audio nada más, pero me haría muy feliz que lo escuchases.

—Vale, lo escucharé —contesté tomando el pomo de la puerta.

Dándole una última sonrisa.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

22:00

Solté un suspiro recogiendo mi pelo con una gomilla que encontré. Mi habitación estaba bastante ordenada.

Mamá lo habrá recogido.

Me acosté en la cama haciendo rebotar mi cuerpo sobre el colchón, casi a punto de dormir, mi cuerpo dolía y la cabeza me daba pinchazos pero vino a mi mente Damián. Su imagen llegó a mi cabeza y una pequeña sonrisa apareció en mi rostro. Recordé lo último que me dijo antes de irme.

Te he enviado un audio esta mañana. Prométeme que lo escucharás cuando tú memoria vuelva.

Mi curiosidad me mataba pero no quería romper la promesa que le hice, aún así saqué el móvil que seguía guardado en mi bolsillo.

Lo tenía apagado por lo que tuve que pulsar unos segundos para que se pudiese encender. Cuando apareció el fondo de pantalla al instante miles de notificaciones empezaron a salir. Bufé agobiada por ver tantos mensajes. Apenas lo utilicé estas últimas semanas, estaba tan bien con Damián que no me hacia falta tener el teléfono conmigo. Había veces incluso que me olvidaba del pequeño aparato.

Tenía varios mensajes de Esther, la gran mayoría preguntando cómo estaba. Como pudo me visitó contándome mil cosas de David o que tal le habían ido los exámenes. Ya daba por hecho que el cuatrimestre lo tendría suspendido, por lo que no me importó. También había un par de audios, quizás borracha en alguna fiesta o contándome emocionada que había aprobado un examen que pensó haber suspendido.

Por otra parte tenía una par de mensajes de David, cosa que me extrañó. Pero simplemente era preguntando cómo estaba. Le contesté con rapidez agradecida por su preocupación. Pero antes de meterme en el chat de Damián, vi la conversación de un chico que desconocía.

No tenía ni su número agendado.

Revisé desde la barra de notificaciones el mensaje, para que no viese que lo había leído.

Número desconocido.
Oye, ¿cuándo quedaremos para las entradas?

¿Entradas? ¿De qué estaba hablando?

Número desconocido.
Además me tienes que hacer el trabajo de los animales. La profesora me ha dejado dos semanas más.

Fruncí el ceño. Este tío tenía que haberse equivocado. Sin pensarlo entré en la conversación, sin importase que viese que lo había leído. Revisé confundida si habría algún mensaje que le hubiese enviado, pero no lo había. Observé incluso que me llamó un par de veces.

Número desconocido.
¡Ya tengo las dos entradas de Scorpions! ¿Cuándo nos vemos para dártelo?

Número desconocido.
Por tú culpa la profesora me ha suspendido la asignatura. ¡Te quedas sin entradas!

Dudosa bloqueé el número, creyendo que se habría equivocado. Intenté recordar si en algún momento hablé con alguien para comprar las entradas, pero negué al momento. Por un segundo creí que podía haberlo comprado mi hermana, pero ella nunca me había hablado de ese grupo en concreto.

Pero había alguien al cuál le encantaba escucharlos.

Damián.

¿Las habría comprado para él?

Sacudí mi cabeza un par de veces antes de entrar en el chat del chico.

Algo que me llamó la atención fue que antes del mensaje de voz, había más mensajes. No me paré en leerlos, únicamente me importaban los audios, por lo que sin dudarlo pulsé el primero que me envió el, justo cuando inició nuestra conversación.

Audio de voz.
Damián.
-¡Te estoy enviando un audio! Esto es la hostia.

-¡Damián, te voy a partir la boca! .-Se oyó a lo último la voz de una chica que reconocía algo lejos.

-Ladrona, te echo de menos.-Escuché la dulce voz de Damián a través del segundo y último audio que me mandó.

Fruncí el ceño. Y noté un leve pinchazo en mis sienes. Recordé por un momento el lugar donde estuve al escuchar ese audio. Gruñí queriendo recordar pero todo se me hacía borroso. En un momento abrí mis ojos, encontrándome el blanco techo de mi habitación.

Estaba esperando a Esther a que saliese de los cuartos de baños de la universidad.

¿Cómo podía recordar eso?

Audio de voz.
Damián.
Ladrona, mañana me dan el alta, ¿salimos a tomar un helado?

Saltó el siguiente audio de unos días después.

Audio de voz.
Damián.
Ladrona, sé que hoy tienes una exposición. Mucha suerte, aunque ya sabes que no la necesitas.-Habló en tono burlón.-Sé que lo vas a conseguir, confío en ti.

Por un momento todo me estaba dando vueltas. Me senté sobre la cama sin dejar de sujetar el móvil sobre mi. Miles de flashback aparecieron en mi mente dando vueltas.

Audio de voz.
Damián.
¡Ladrona! Estoy aquí con más libros nuevos para que me los leas. Pero estoy llamando y nadie me abre, ¿estás en casa?

Mis pies tocaron el suelo. No sabía que estaba pasando.

Las imágenes pasaban delante de mi como si fuese una película. Llevé mis manos a la cabeza cerrando los ojos. Dejé el móvil sobre la mesa mientras que mi cuerpo daba vueltas de un lado a otro.

Audio de voz.
Damián.
Buenas noches ladrona. No paro de recordar lo que ocurrió esta noche, no me arrepiento de haber entrado en el museo sin pagar.-Dijo emocionado.-¿Viste la cara que se le quedó a la mujer cuando vio que nos escapamos?-Rio.-Hoy me lo pasé muy bien contigo, ¿cómo consigues hacer que siempre me sienta cómodo a tu lado?

¡Son ellos! ¡Han entrado sin pagar!

Vino a mi mente la imagen de una mujer rubia que nos apuntaba enfurecida mientras iba acompañada de un guardia de seguridad.

Abrí mis ojos poco a poco casi cegándome de la luz que iluminaba mi cuarto. Entreabrí mis labios aún notando un fuerte dolor por toda mi cabeza. Intenté respirar pero ardía tanto que costaba.

Audio de voz.
Damián.
Durante toda la madrugada he estado viéndote dormir. Y creo que han sido las seis horas mejor aprovechadas de toda mi vida. ¿Conoces esa sensación en la que conectas tanto con alguien que no eres capaz de separarte de ella ni aunque te paguen? Yo no la conocía, pero en cuanto te vi en aquella sala de espera, lo sentí dentro de mí. Ahora mismo estoy aquí al lado tuya, mientras te envío este audio y supongo que lo escucharás cuando despiertes. Eres preciosa, ladrona. Y te quiero tanto, que te daría mi corazón para que supieses como bombea cada vez que te veo.

El audio acabó sin dejar sonar el último que me envío por la mañana. Mi cuerpo se pegó a la pared. El frío me hizo estremecer, pero no me importó. Mi cabeza se sentía presionada, sentí por un momento que mi tensión se bajó.

Damián.

Damián.

Damián.

Miré a mi alrededor una vez me recompuse. Apagué el móvil y con rapidez busqué por toda mi habitación algo que me hiciese acordar a él. No podía perder todo lo que había recordado.

Abrí todo los cajones tirando cada cosa que encontraba al suelo sin importar que se rompiese.

Alcé la cabeza mirando con atención cada esquina.

Una hucha de estrellas.

¿Y si ahorro dinero para comprarte la pierna protésica?

Ni se te ocurra, Marina señaló amenazante.

Era para Damián, una hucha llena de dinero para él. Lo estaba recordando estaba recordando a Damián.

Hay tres tipos. Este de flores, este es de animalitos y este de estrellas. Es un poco infantil, pero no encontraba más.

Este —señalé la hucha de las estrellas.

Me mareé durante unos segundos.

Con algo de dificultad seguí rebuscando por cada esquina de mi habitación. Al perder el equilibrio choqué contra mi estantería de libros. Donde cayó uno en concreto.

No me lo puedo creer susurré emocionada sujetando el libro de Anna Frank entre mis manos.

Me dijiste que lo tenías en PDF. Y bueno recordé que querías tenerlo en físico —me mostró una dulce sonrisa—. No sabía si te iba a gustar, por...

Me encanta, Damián —llevé el libro al pecho con fuerza—. Gracias.

Las lágrimas comenzaron a caer sobre mis mejillas. Y aunque el temblor hiciese que casi se cayese el libro de nuevo lo llevé a mi pecho.

Mi respiración se iba entrecortando. Sabía que había más, habían más recuerdos de él.

Lo estaba consiguiendo, no estaba olvidando a Damián.

Sin pensarlo abrí uno de mis armarios, dónde sabía lo que guardaba ahí. Y sin equivocarme, lo encontré. El sobre de azúcar.

¿Quieres esto? —preguntó mientras alzaba con su mano un pequeño sobre de azúcar.

Asentí.

Pues toma me ofreció el sobre de azúcar. Pero cuando iba al cogerlo, veo como echa su mano hacia atrás quitándome posibilidades de cogerlo—. Pero antes... —soltó una sonrisa juguetona—. Me tienes que decir cómo te llamas.

Sollocé agarrando con fuerza el sobre de azúcar sobre mi pecho. Mi cabeza dolía tanto que apenas podía sostener mi propio peso.

—Damián... —tembló mi voz.

Sonreí aún notando el temblor de mis labios.

Agarré con fuerza el abrigo que permanecía sobre la silla de mi escritorio.

Iría a buscarlo.

Pero en ese instante uno de los botones del abrigo se quedó enganchado a un colgante que tenía puesto, ahogándome. Tosí un par de veces dándome un suave masaje sobre la zona lastimada.

—Joder —gruñí adolorida.

Me acerqué temerosa hacia el espejo que tenía a unos centímetros de mí, sujetando temblorosa aquello que brillaba sobre mi pecho. El dolor me consumía por cada segundo que pasaba.

¿Cómo no pude haberlo visto antes?

Una estrella de plata colgaba, dejando ver un mínimo destello en ella.

Compré la estrella, porque me recuerdan a ti. La primera vez que subimos a la azotea y vi tus ojos brillar supe que serías una estrella en mi vida. De esas que brillan tanto que te dejan casi ciego, eres esa estrella que ilumina mi vida...Dios que cursi está sonando todo esto —rio nervioso.

Mis labios empezaron a temblar con más fuerza. Y al nublarse mi mirada por las lágrimas apenas pude seguir viendo la pequeña figura que tenía entre mis manos. Quedé totalmente desconectada del mundo y no pasó mucho tiempo cuando mis lágrimas volvieron a salir.

¿Qué tal me queda? .

Preciosa. Estás preciosa —pronunció tan suave y tierno.

Mi cuerpo se congeló y entré en un estado de shock.

Damián.

Lo recordaba.

La primera vez que lo vi, sentando en la camilla esperando a que llegase.

Su rostro iluminándose cuando me vio en la cafetería del hospital.

Cuando me ofreció el sobre de azúcar y salí corriendo.

El día que me llevó a la azotea.

El instante en el que bailamos bajo las estrellas.

Nuestro primer beso.

Bailando escuchando de fondo Foreigner o Scorpions.

Escapando de cada locura que hacíamos.

La clase de filosofía.

Leyéndole cada noche antes de que se quedase dormido porque le gustaba mi voz.

Cada momento.

Cada risa.

Cada lágrima.

Cada beso.

Cada caricia.

Lo recordaba.

Recordaba a mi alma gemela.

22:43

Mis piernas dolían, pero no me importó. Me dijeron que estuviese en reposo, la pierna todavía estaba curándose y no podía hacer un sobreesfuerzo, pero no me importó. Mi pecho comenzó a doler y la respiración se me hizo difícil de mantener estable.

Desde el momento en el que salí por las puertas de mi casa con los gritos de mi madre a mis espaldas, las lágrimas seguían cayendo sin cesar.

Necesitaba encontrar a Damián.

Por suerte me acordaba de mi habitación.

—¡Niña, aquí no se corre! —me riñó de mala manera la camarera de la cafetería. Aquella que siempre me ignoraba cuando le pedía algo o me respondía de manera borde cuando le hablaba.

—¡Que te jodan! —me giré con una sonrisa de oreja a oreja mostrándole el dedo de en medio. Nada me importaba, estaba eufórica, tanto que podría haber gritado en aquel instante.

Llegué a la habitación de Damián con el corazón en el pecho agarrándome a los lados de la puerta para no perder el equilibrio, pero en la camilla no había nadie. Fruncí el ceño mirando por todos lados, salí al pasillo y sin parar de buscar, grité:

—¡Damián! ¡Damián! —grité llamando la atención de algunos pacientes que dormían.

—Marina, ¿qué te ocurre? —se acercó Agustín a mi preocupado.

Justo detrás de él se asomó las figuras de Isabel y Jesús.

Mis labios se ensancharon cuando los vi. Y sin pensarlo los abracé con fuerza.

—Os recuerdo...¡Os recuerdo! —me separé para verlos mejor.

Sus caras no daban crédito en aquel instante y una risa nerviosa salió al verlos.

—Claro y nosotros a ti —llevó las manos a sus caderas Jesús mientras decía lo último como algo obvio.

—No, no...Sé quiénes sois. Tú —señalé a Jesús provocando que este alzase una de sus cejas—. Contigo me choqué el primer día que entré en el hospital. Pensé que eras un cascarrabias, aburrido de la vida. Pero me demostraste todo lo contrario, te haces el duro aunque en el fondo eres muy buena persona pero te cuesta mostrarlo.

—¿Marina? —preguntó extrañada Isabel.

—¡Isabel! Tú fuiste la enfermera de mi tía. Siempre sonriendo y tratando bien a los demás. Me diste la noticia de que a mi tía le dieron el alta y fuiste quien me ayudaste a donar sangre junto con Damián. Tienes un corazón que no te cabe en el pecho.

Isabel se cubrió la boca con ambas manos emocionada por mis palabras. Y como ya supuse sus ojos empezaron a cristalizarse.

—Agustín —dije en un tono más suave—. Has sido como un segundo padre para Damián, lo cuidaste y amaste como pudiste. Recuerdo las veces que tomaba prestado Damián tú móvil y te enfadabas, pero sabías que era él y se te pasaba. Fuiste quien se quedó con Damián cuando él estaba solo, en sus primeras quimioterapias, cada vez que podías. Tienes tanta paciencia que me sorprende —reí causando que mostrase una pequeña sonrisa mientras que algunas lágrimas comenzaron a caer.

—Marina... —susurró Agustín con lágrimas en los ojos.

—¿Qué pasa aquí? —apareció la figura de Damián en la silla de ruedas. Mientras que detrás de él lo llevaba un enfermero. Sus ojos estaban apagados, casi sin vida. Los párpados hacían el intento de no cerrarse, pero en cuanto me vio algo cambió—. ¿Marina?

—Damián —corrí hacia él. Abrazándole con fuerza y llevándolo a mi. La fría piel de Damián se mezcló con la cálida mía. Miles de sentimientos pasaron por mi interior cuando su tacto hizo contacto con el mío. Se sorprendió, pero a los segundos sus grandes brazos me envolvieron hacia él, haciéndome sentir más segura—. Soy yo. Tú ladrona.

—Ladrona —dijo en un tono suave.

Noté algunas de sus lágrimas mojando la tela de mi jersey.

—Te recuerdo, Damián. Sé quién eres.




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