31. Etéreo
"Extremadamente delicado y ligero, algo fuera de este mundo."
Damián.
Jueves, 4 de febrero de 2021.
23:26
El tiempo siempre me había parecido algo relativo. Como si fuese un enigma que nadie es capaz de hacer retroceder, adelantar o parar. Y es jodido, porque cuando quieres revivir un instante no podrás repetirlo igual, o cuando quieres que pasen los días más rápidos para que llegue ese día especial no podrás acelerarlo, o incluso cuando ves los ojos de alguien que quieres y no puedes dejar de mirarle, en ese instante quieres parar el tiempo casi toda una vida entera, pero aún así no se puede.
Desde que me dijeron que tenía apenas unos meses de vida, dudé de si el tiempo realmente estaba jugando conmigo o no. Es como que por una vez te avisaban de cuando tiempo te quedaba y no vivías con la incertidumbre de si mañana dejarías el mundo.
Y al fin y al cabo se hacía más fácil todo. Es como que cada día me levantaba pensando que iba a ser el último, y así no me arrepentía de cada cosa que hacía, porque al igual que los demás, algún día no estaría más en la tierra.
Pero esto sin embargo, no le pasa a todo el mundo. Nunca pensamos que mañana o dentro de diez días, será nuestro último día y vivimos como si nuestra vida fuese ilimitada y por desgracia no era así. Aunque realmente si lo fuese sería aburrida, quiero decir... Tener todo el tiempo del mundo nos haría simplemente procrastinar y dejar las cosas para mañana y mañana y mañana y mañana... Y así hasta que nos cansemos de nosotros mismos o hasta que nos demos cuenta de que la vida no se trata de dejar las cosas siempre para el día siguiente.
No somos lo suficientemente conscientes de que el tiempo es limitado, que todo acaba y que si no luchas en el presente de nada servirá en el futuro.
—¿Esta es tu habitación? —murmuró en tono inquisitivo haciéndome sacar de mis pensamientos.
Había decidido dar una pequeña vuelta por el hospital junto con Marina, sabía que no era el lugar indicado pero era justo lo único que teníamos.
—Era. ¿Cómo lo sabes?
—Me acuerdo la última vez que estuve aquí, tú estabas sobre la cama a punto de irte a dormir pero te fijaste en mí. Ya no recuerdo mucho más —clavé los ojos en su perfil.
Aunque notase una fuerte ola de calor, ya sea por los nervios o por vergüenza, intenté disimularlo como pude.
—Bueno poco a poco —intenté hacer el amago de animarla.
Esbocé una media sonrisa mientras que veía como se recomponía tomando de nuevo sus muletas. Tenía un revuelo de emociones dentro de mí que dejaba confundido por segundos.
—Además de que hay un cartel encima de la puerta que pone "La habitación exclusiva de Damián."
Reí al recordar ese día.
Las imágenes de Marina y Agustín junto a mí despidiéndose de mi habitación llegó a la memoria. Noté un nudo en mi garganta queriendo volver a aquel momento, pero no podía. Cerré los ojos inconscientemente visualizando con más claridad ese día.
—Es cierto, he vivido casi 5 años en esa habitación. Es como una segunda casa. Quiero que peguéis un cartel grande sobre la puerta.
Marina frunció el ceño ante mi extraña idea.
—¿Y que quieres que pongamos? —preguntó Agustín.
—La habitación exclusiva de Damián.
—Lo pusieron los enfermeros cuando me dieron el alta —contesté sin abrir mis ojos todavía.
—Oh...Veo que te tenían mucho cariño.
—A su manera, pero sí. Aunque yo también les sigo teniendo cariño. Son como mi segunda familia.
Sonrió levemente.
—Justo en la habitación de enfrente estaba la de mí tía —volvió a hablar mientras dirigía una mirada perdida hacia la puerta que daba con la sala.
—¿Sabes cómo sigue? Hace mucho que no hablo con ella.
Comencé a dar unos pasos que a los pocos segundos siguió Marina. Tuve que agachar mi cabeza para poder encontrarme con sus ojos, aunque cuando tenía la silla de ruedas era todo más diferente, pues ella era la que tenía que bajar su mirada.
—Sí. Hace un par de días me visitó, está mucho mejor. Aunque ya sabes que el linfoma... —alargó las palabras en un tono entristecido. Mi instinto quería abrazarle, pero dejé de lado esa idea.
Inspiré, buscando todas las fuerzas de mi cuerpo para poder contestar.
—Lo sé. El cáncer es un hijo de puta.
Asintió un par de veces llevando su mirada al suelo. Nuestros pasos resonaban por todo el pasillo, llamando la atención de varios pacientes que estaban acostados en sus respectivas camillas. Había que añadir que casi todo el hospital se encontraba desierto apenas encontrabas a alguien por ahí.
—¿Y ya te recuperaste de la enfermedad? —inquirió cambiando de tema.
—Más o menos.
Quise evadir como pude la pregunta, pero por la contestación le pareció evidente que no quería hablar de ello. Frunció el ceño durante unos segundos, pero no se animó a preguntar más sobre eso.
—¿Cómo te diste cuenta de qué tenías un osteosarcoma? —ladeó su cabeza para tener una mejor visión de mi rostro.
Reprimí una sonrisa por su interés.
Marina no apartó los ojos de los míos a medida que la piel de nuestros dedos se rozaban pocas veces enviándome corrientes eléctricas por todo el cuerpo.
Cuánto desearía cogerle de la mano.
—Pues cuando jugaba al fútbol y... —paré en seco. Arrugué la nariz en cuanto le escuché tratando de recapacitar lo último que dijo.
—¿Y...?
—¿Has dicho osteosarcoma?
—Ese es el nombre, ¿no? —cuestionó confundida ante mi pregunta.
Mi corazón dio un vuelco.
—Sí, claro. Pero no sabía que lo conocías.
Asintió un par de veces sonriéndome.
Joder, lo que daría por guardarme en mi cabeza su sonrisa.
—¿Entonces descubriste que tenías cáncer después de jugar al fútbol? —deduje por su mirada que estaba tratando de sacar conversación, ya no estaba siendo tan apática como hace unas semanas.
Su curiosidad aumentaba con el paso de los días y no iba a negar que eso me hacía ilusión.
—Algunas veces sí. Notaba un fuerte dolor en la zona de la tibia. Incluso antes de ir a dormir... Era insoportable. Hasta que un día mis padres me llevaron al hospital y después de muchas pruebas me lo detectaron.
—¿Y cómo se lo tomaron tus padres?
—No muy bien, ya sabes... Ver a su hijo sufrir no era muy agradable de ver —eché mi cabeza hacia atrás soltando un largo suspiro, y en cuánto noté un par de crujidos en mi cuello devolví mi cabeza hacia delante.
—Ya... Pero estás mejor y eso es lo único que cuenta ahora.
Sonreí agradecido sin dejar de mirarle. Hoy llevaba el pelo menos despeinado que otras veces aunque así también me gustaba. Sus ojeras se escondían debajo de sus ojos y los moratones que una vez tuvieron un color más morado en ese momento se tornaron en uno más verdoso.
El silencio se hizo protagonista en aquel instante y solo se escuchaba el eco de nuestros pasos, varios enfermeros pasaban a nuestros lados pero ni caso nos hacían. Mis ojos viajaban por todo el pasillo, observando cada cartel, puerta o habitación. De vez en cuando miraba por los ventanales que encontrábamos por cada paso que dábamos pudiendo ver así el exterior.
Escuché un gruñido a mi lado, sabiendo que provenía de Marina, dirigí toda mi atención a ella. Al ver una mueca en su rostro, supe que algo raro pasaba.
—Joder, tengo hambre —se quejó.
—¿Quieres ir a la cafetería?
—Ya está cerrada, Damián —murmuró. Hacia mucho que no escuchaba mi nombre salir de su boca, y para que iba a negarlo...Eso era algo que me hacia feliz—. Y no creo que nos hagan de comer los enfermeros.
Pensé durante unos segundos dónde podíamos ir. Pero por un momento recordé un lugar perfecto que podría solucionar ese hambre.
—Sígueme.
23:41
Las bisagras de la puerta chillan, alertándome por un segundo. Nadie podía saber que estábamos aquí. La luz brillante chocó en nuestras caras una vez encontré el interruptor.
—¿No crees que hubiese sido más fácil coger algo de la máquina expendedora antes que venir a robar comida de la cocina? —comentó incrédula mirando alrededor curiosa.
Los recuerdos en ese lugar se hacían presentes en mi cabeza. Le llevé el día de su cumpleaños, no estaba bien aquel día y supuse que lo mejor que podía hacer era evadir sus problemas. En el hospital apenas podías hacer nada. Sólo había habitaciones, pasillos y las salas para las operaciones y cirugías. Y sigo pensando que ese último no era un buen lugar para ir.
Reviví aquel momento en el que ambos estábamos acostados en el suelo, esperando a que el otro diese el primer paso, pero nuestro nerviosismo era mayor. Su boca entreabierta, mirándome con impaciencia, la respiración agitada y miles de sensaciones más ocurrieron aquel día.
Reprimí una sonrisa mientras me acercaba a ella, que miraba con atención su alrededor.
—¿No te he dicho que robar es una palabra fea?
—Bueno, pues tomar prestado —bufó volcando sus ojos.
—Eso suena mejor —sonreí, haciendo el amago de revolverle el pelo, pero lo pensé mejor y frené a tiempo.
—Eres muy raro —dijo con sinceridad y me encogí de hombros.
Abrí la despensa encontrándome un par de cajas casi vacías de cereales. Revisé con cautela la fecha de caducidad de una de las cajas llevándome la sorpresa de que estaba caducada desde al año pasado.
Sin pensarlo dos veces lo llevé a la basura.
—Coge lo que quieras.
—Pero tendremos que dejar una carta o algo, ¿no?
—¿Por qué? —pregunté confundido.
—Para que sepan que hemos estado aquí —contestó con inocencia.
La miré por el rabillo del ojo. Solté una suave risa antes de contestarle.
—Oh claro, pon en un folio "Hola, hemos venido a coger comida sin permiso de la cocina porque teníamos hambre." Se ve una grandiosa idea, Marina —volví a responder irónicamente ganándome una mirada despectiva por parte de Marina que solo me hizo tener ganas de reír.
—¿Ya te he dicho que eres imbécil? Que tú hayas sido un mal paciente no es mi problema —reprochó cruzándose de brazos.
Solté una fuerte risotada sin importar que me pudiesen escuchar.
—Deja de quejarte —giré a su dirección para verla mejor.
Sin que me hubiese enterado se había montado en una de las tantas encimeras que había en el lugar. Vi cómo miraba cada cosa que había a su alrededor con atención, como si lo estuviese escaneando de arriba abajo.
Un silencio se apoderó del lugar. Si acaso solo podía escuchar el sonido intencionado que hacía al abrir y cerrar las cajas de las despensas. Mi respiración se estaba agitando por segundo, y yo sin saber el porqué. Dejé de prestar atención cuando su mano chocó con la mía, casi rozándola. Mi corazón dio un vuelco y mi respiración poco a poco se iba haciendo más pesada. Y sin darme cuenta mis labios se curvaron formando una tonta sonrisa.
Cerré mis ojos un par de segundos tranquilizándome mentalmente.
—¿Cuánto tiempo te quedaste ingresado? —empezó a hablar. Su voz me hizo dar un suave respingo que apenas vio. Estaba ocupada mirando el techo.
—Unos 5 años si no recuerdo mal —murmuré—. Aunque había días en los que me dejaban salir a la calle, pero no siempre lo hacía.
Frunció el ceño por lo último que dije.
—¿Por qué?
—No tenia con quién salir —estaba empezando a notar un pequeño nudo en mi garganta—, pero la última vez que me dejaron salir si fui acompañado de alguien.
Sonreí con tristeza.
Dejé la última caja que tenía sobre mis manos y me acerqué con cuidado hacia ella. El sueño se estaba haciendo presente en mí y los efectos de las pastillas para disminuir el dolor ya estaba reduciendo su efecto.
—Eso es bueno —esbozó una dulce sonrisa—. ¿Quién fue?
Esperé un par de segundos antes de seguir contestando.
—Tú.
Casi por inercia abrió sus ojos de par en par, soltando un leve jadeo. Tragué con fuerza maldiciendo por lo bajo.
—Oh...¿Yo fui entonces la primera persona que salió contigo?
—Si lo dices así, suena un poco triste —reí sin humor.
Sin llegar a pensarlo más de la cuenta me senté a su lado, dejando unos cuantos centímetros de separación. Sentí que su respiración se aceleraba, pero no quise suponer nada.
—Vámonos —me dijo yéndose hacía mí.
—Marina, ya es tarde. Tendría que estar en el hospital antes de las 00:00.
—Hostias, como cenicienta.
—Perdón —se disculpó echándome una sonrisa tranquilizadora—. ¿Y qué hicimos aquel día?
—Fue algo raro. Primero entramos en un parque y nos encontramos un niño al que tuve que decirle que era pirata —solté casi aguantando la risa de recordarlo.
—¿Y se lo creyó? —elevó ambas cejas.
Asentí un par de veces.
—¿Y después?
—Bueno...Fuimos a una especie de descampado, que al final acabó siendo una propiedad privada.
De nuevo sus ojos se abrieron de par en par, casi sin creerse lo que estaba contando.
—¿Entré en una propiedad privada sin permiso? —arrugó su nariz.
—Sí.
—Pues me sorprende que no nos hubiesen pillado ni nada —habló tratando de relajarse, pero en cuanto escuchó mi risa burlona supo que no era así—. Nos pillaron, ¿verdad?
Asentí.
Sentí de nuevo el calor de mis mejillas su cercanía me podía agitado y aunque fuese invierno todavía, el calor en las cocinas era indescriptible, aunque por suerte el olor no era tan desagradable. Marina se dio cuenta y el color carmesí se hizo presente en sus pómulos.
—Tuvimos que salir corriendo de un guardia de seguridad.
—¡No me jodas!
Una sonrisa de oreja a oreja se formó en su rostro. Se le veía expectante como si le estuviesen contando la mejor noticia de su vida. Con una de mis manos libres inicié un movimiento repetitivo en círculos sobre la encimera donde estábamos sentados. Como si fuese una manera de tranquilizarme.
—Por muy poco nos pillaron. Pero encontraste un buen escondite.
—¡Damián, por aquí! —Gritó Marina, señalando un pequeño escondite, donde se encontraban varios arbustos—. ¿Eres tonto? Si te hubieses quedado más tiempo nos hubiese visto.
—Dios, es increíble. Realmente no me creo que lo haya hecho —La voz de la chica se hizo presente de nuevo, yo cerré mis ojos tratando de encontrar mi propia tranquilidad.
—Pues empieza a creértelo —Contesté sin todavía abrir mis ojos.
Sentí su respiración a mi lado, que cada vez se volvía más relajada. Comenzaba a notar como mis músculos dejaban de tensarse por un momento. Pero la voz de Marina me hizo volver a la realidad.
—Y bien...¿Qué vamos a comer? ¿Ensalada de pasta? ¿Hamburguesa con patatas? ¿Tortilla francesa?
¿A esta chica nunca se le agotaba la energía?
Con pereza abrí mis ojos lentamente acostumbrándome de la molesta luz que pinchaba mis ojos. Estiré mi cuello hacia atrás dejando que crujiese un par de huesos, vi de reojo como Marina se estremecía al escucharlo. Reprimí una sonrisa por su reacción.
Me acerqué a la nevera para ver todo lo que había y sobre la enorme mesa de cerámica dejé algunos ingredientes que iba encontrando.
—Un sándwich —terminé de responder.
—Me parece bien. Yo me encargo de coger el pan —se levantó con rapidez para dirigirse a la despensa.
—Y yo de las verduras —cogí la lechuga mientras lo decía.
—Al mío no le pongas...
—Tomate. Ya lo sé —guiñé uno de mis ojos.
Detrás de mí, Marina tarareaba alguna que otra letra de alguna canción que desconocía. Movía lentamente sus caderas de un lado a otro casi volviéndome loco. Por un segundo creí que nada había ocurrido, que Marina y yo seguíamos juntos, que realmente el accidente fue todo un sueño. Pero que iluso era creyendo que eso pasaría.
Solté un leve suspiro al empezar a notar que mis pulmones quedaban sin aire. Esto era bastante jodido. Los médicos ya me habían dicho que esto sería lo que tendría que aguantar todo el tiempo que me quedaba, pero era inaguantable.
Comencé a realizar una serie de respiraciones que ayudaban a mis pulmones coger más aire del que podía. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda mientras que con un cierto temblor cortaba cada pieza de lechuga. Giré con discreción hacía Marina que tomaba un folio de no sé donde.
Poco a poco mi respiración se volvió más tranquila, haciéndome sentir relajado. De nuevo volví a lo que estaba pero al oír el sonido de un papel arrugarse me extrañé. Llevé mis ojos a donde escuchaba ese sonido.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté dejando sobre la mesa el cuchillo.
La cara de Marina era de concentración total, tenía la punta de la lengua rozando sus labios y los ojos entrecerrados.
—Es una grulla de papel —contestó atenta a cada doblez que hacía.
—¿Una grulla?
—Ajá. Nunca he sido buena en esto del origami, pero hacerlo me relaja.
—Bueno, ese parece una serpiente —bromeé acercándome a ella.
Su rostro cambió a una expresión incrédula mientras que la "casi" grulla de papel seguía en una de sus manos.
—¡Eres malo! —protestó frunciendo el ceño—. Es una grulla de papel preciosa.
Alzó con ambas manos aquello que hizo como si fuese un trofeo. Una sonrisa de oreja a oreja empezaba a asomarse en su rostro.
Como tú. Dijo mi subconsciente queriéndoselo gritar. Pero no pude.
—¿Una grulla? —fruncí el ceño observando la rara forma que tenía.
Asintió.
—En primaria leí un libro...No recuerdo como se llamaba, pero en el libro una chica tenía que hacer mil grullas de papel para poder sobrevivir.
—¿Sobrevivir de qué? —pregunté atento.
—De una leucemia. Podríamos hacer mil grullas de papel.
—Pues te quedan novecientas noventa y nueve —me crucé de brazos con la mirada fija en ella.
—¿Te sabes la historia? —alzó sus cejas sorprendida.
Asentí un par de veces.
—Una chica tenía que hacer mil grullas de papel para poder sobrevivir.
—De una leucemia.
Le sonreí tímidamente mientras me volvía a la mesa en la que estaban todos los ingredientes. Mientras tanto ella seguía a mis espaldas.
—¿Serías capaz de hacer mil grullas para alguien a quien quieres? —solté sin pensar.
¿Qué mierda había dicho?
—Supongo que sí —sonrió dulcemente.
—¿Y si te rompes algún dedo? —me arrepentí a los pocos segundos de haber hecho aquella pregunta.
Realmente el sueño me estaba afectando en aquel instante.
—¿Un dedo? —preguntó divertida. Asentí seguidamente—. Pues lo haría igual.
Volvimos a callarnos, dejando una tensión entre nosotros algo incómoda. Había un silencio que se sentía de gran magnitud, pero duró tan poco cuando volvió a hablar:
—¿Y tú? —cuestionó sacando varias rodajas de queso.
Varios mechones de pelo caían tapando gran parte de su rostro pero se lo llevó tras la oreja.
—También lo haría —sonreí levemente—. Bien, ya he puesto las verduras ahora....
Escuché un sollozo a mis espaldas. Me volteé encontrándome a Marina tapándose el rostro con ambas manos dejando soltar un casi silencioso lloriqueo.
—¿Estás bien? Te puedo asegurar que tú sándwich no lleva verdura.
Mi cuerpo se tensó al pensar que había hecho algo malo.
—No es eso. Joder, lo siento —miró hacia arriba evitando que las lágrimas siguiesen cayendo. Me sequé con rapidez las manos con el primer paño que encontré, los nervios atacaron mi sentido común.
—Tranquila —me acerqué más a ella y sin pensarlo comencé a sobarle con cariño la espalda—. ¿Quieres hablar?
—Es sólo que me duele —confesó mientras que sus ojos empezaban a tornarse más rojizos y a hincharse.
—¿El qué?
—No poder recordarte. De verdad que lo intento, pero no soy capaz. Cuando consigo recordar algo de lo que me pasó estos últimos meses nunca apareces.
Por un momento sus palabras fueron duras para mí. Y por ellos mis ojos empezaron a cristalizarse, esto era más difícil de lo que creía.
—Poco a poco lo vamos a conseguir. No tienes que rendirte —intenté animarle. Mordí mi labio inferior al oír como jadeaba.
Joder, cuánto desearía abrazarle.
—¿Pero y si pasan los años y sigo sin recordarte?
—Ladro.... —sacudí mi cabeza. Todavía no me acostumbraba—. Marina, una vez me prometiste que nunca te separarías de mí. Y ahora me toca hacer ese juramento a mí. Lucharé por ti, incluso cuando me den una razón para rendirme, no lo haré, porque eres tú. Nuestra historia todavía no ha muerto porque sigue viviendo aquí —señalé mi cabeza.
Vi que seguía sollozando cerrando sus ojos cada segundo para dejar caer varias lágrimas. Quería besarle, decirle lo mucho que la quería...Pero su miedo era superior a todo esto, aún así no pude reprimir las ganas de abrazarle.
—Yo también quiero luchar por ti. Quiero levantarme al día siguiente y saber quién eres. Saber porque estás aquí. Saber nuestra historia.
Enmudecí por lo último que dijo. Mordí con fuerza mi labio inferior notando un sabor metálico en él. Estaba enfadado, enfadado conmigo mismo, con el destino, el futuro o lo que mierda hubiese decidido provocar todo esto. Cuando por una vez en mi vida llega alguien como Marina, que me hace sentir tan bien y cómodo, ocurre esto. ¿Cuál era la razón? ¿No tenía suficiente con todo lo que me había estado ocurriendo esto años atrás?
Intenté esconder mi furia clavando mis uñas sobre la palmas de mis manos como si de alguna manera el dolor en mi exterior fuese mayor al que llevo por dentro.
Intenté normalizar mi respiración, aunque parecía imposible de hacer.
—Seguro que algún día te acordarás de todo, y yo estaré ahí para verlo —no sabía como era capaz de seguir hablando aún notando el mundo caer sobre mí. Carraspeé un par de veces aclarando mi voz—. ¿Pu-puedo abrazarte?
No dijo nada, sólo fijó sus ojos color café en mí, por lo que supuse que eso sería un sí. Con cautela me acerqué a ella aspirando todo su aroma.
Su cabeza reposó en mi pecho, mientras que mis brazos la rodeaban sintiéndola más cerca de mí. Con una de mis manos tomé su cabeza y la llevé más a mí notando cada parte de ella.
Extendió sus brazos para rodearlos por mi cuerpo.
Después de mucho tiempo me sentí completo.
Aquello causó muchas emociones en mi interior, sin embargo, la ternura era lo único que se colaba en mi rostro. Tratando de tranquilizar todo mis sentidos, di un profundo suspiro.
Estaba diciéndome mentalmente lo bien que estaba así. Con ella.
—Hace tiempo te hice una pregunta, pero no me la respondiste —volvió a hablar en un tono más suave.
Mis dedos tocaban con mucha delicadez cada mechón de su pelo.
—Dime.
—¿Por qué haces todo esto? —cuestionó manteniendo sus ojos sobre los míos.
—Porque te quiero, Marina. Haré todo lo posible para que me recuerdes y que nuestra historia quede en tú memoria, aunque me cueste la vida por ello.
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Twitter: _soyundrama_
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro