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30. Meraki

"Hacer algo con amor, poniendo el alma en ello."

Damián.

Martes, 26 de enero de 2021.

07:01

—¡No voy a salir de aquí hasta que te largues! —exclamó Marina detrás de la puerta.

Bufé irritado.

—Pues me espero.

Me encogí de hombros sentándome en el suelo, apoyando mi espalda sobre la fría pared. Mi cuerpo se estremeció por unos segundos. Mordí el interior de mi mejilla durante unos segundos, no sabía de dónde estaba sacando tanta paciencia.

Mis párpados comenzaron a cerrarse por el sueño, despertarse a las seis de la mañana no era algo muy agradable que digamos, pero haciéndolo por Marina no me importaba. Llevaba casi media hora intentando convencerla para que saliese, pero su cabezonería iba por delante de cualquier cosa. Pues desde el momento en el que le avisaron de que tenía visita a estas horas y que era yo, no dudó ni un segundo en poner el pestillo en su puerta para evitar que entrase.

—¿Pero a dónde me quieres llevar tan temprano? —escuché de nuevo la adormilada voz de Marina.

Ahí estaba la pregunta estrella. Todo era una sorpresa obviamente y de mi boca no salió nada. La llevaría de nuevo a la clase de filosofía, a la que me obligó ir hace un tiempo. Una vaga sonrisa apareció en mis labios recordando aquel día. Su impaciente actitud por ir a aquella clase rondaba en mi cabeza cada segundo y es que era incapaz de borrarla.

—Es una sorpresa —revisé los folios que llevaba sobre mis brazos.

Todo eso lo había ideado hace un par de días, por el simple hecho también de estar más tiempo con ella. Lo que se me había olvidado es que algunas veces parecía una niña pequeña y más curiosa de lo que creía. Tenía esperanzas de que al final abriría la puerta y todo este momento de preguntas acabaría, pero siendo Marina, no era algo de lo que estuviese seguro.

—¿Y por qué no me dices cuál es?

—Porque sino, no sería una sorpresa —intuitivamente noté que rodó sus ojos—, y no hagas eso con los ojos.

Oí un grito ahogado por parte de ella que hizo que soltase una fuerte carcajada.

—¡¿Pero cómo sabes que lo he hecho?! —dijo angustiada sin saber.

Reprimí una sonrisa por la ternura que me causaba escuchar su asombro.

—Soy mago —solté en un tono divertido aún sabiendo que ese la enfadaría más.

—No me jodas —contestó con ironía.

De repente noté un leve pinchazo en la zona del pecho. Intranquilo me di un suave masaje alrededor de él, tratando de aliviarlo aunque era imposible. Tomé de nuevo aire, pero el pinchazo volvió. Me mentalicé por unos segundos que todo estaba bien, o eso creía y poco a poco el dolor fue desapareciendo.

Estaba tan acostumbrado a este tipo de dolor que casi ni me asustaba.

—Venga, vamos —volví a convencerla una vez el pinchazo desapareció.

—No. Estoy con pijama y parezco un zombie —deduje que lo último lo dijo sonriendo, por lo que me esforcé por mostrar una diminuta sonrisa imaginándome a ella.

Negué un par de veces antes de contestar.

—Nadie te verá a las siete de la mañana —me acomodé apoyando con delicadeza mi espalda sobre la pared—. Además para mí siempre estás bien —eso lo soltó de forma que no lo escuchase.

Cerré los ojos unos segundos, de nuevo ya volvía a sentir las arcadas y este, no era el momento más adecuado para vomitar. Llevé mis manos a mis sienes dando un masaje para quitar el mareo que llevaba encima.

Ojalá este dolor fuese de resaca y no por la maldita enfermedad.

—Eso da igual —su voz se oía más cerca, por un momento creí que ella también se sentó en el suelo justo detrás de mi espalda—. ¿Por qué no has venido más tarde?

—Porque sino la sorpresa saldría mal. Además sé que no te gusta madrugar.

—Joder, que encima lo sabías...Eres un imbécil.

No dije nada simplemente una tonta sonrisa salió de mis labios. Por un momento el tiempo se paró y las últimas palabras que dijo se repitieron dentro de mi cabeza una y otra vez. Eché de menos su insulto, hasta tal punto en el que creí que nunca más lo volvería a decir.

—¿Estás ahí? —su voz me hizo sobresaltar pero seguidamente recompuse mi postura. Tosí un par de veces para poder aclarar mi voz.

—Sí, claro. Es solo que hace tiempo no me llamabas así.

—¿Llamarte cómo? ¿Imbécil?

—Ajá —susurré en voz baja.

Un sentimiento de nostalgia apareció cuando menos lo esperaba, para que de nuevo los recuerdos volviesen a mí.

—¿Oye tú estás seguro de que nosotros estábamos saliendo? ¿O es todo imaginación tuya?

Arrugué mi nariz en cuanto la escuché.

—¿Quieres salir ya y dejar de preguntar tonterías? —terminé, dándole una última oportunidad.

Apuntó de resoplar, escuché a mis espaldas un agudo y molesto chirrido proveniente de la puerta, dejando ver un hilo de luz brillante tras de ella. La figura de Marina apareció al instante y una sonrisa triunfadora comenzaba a asomarse en mis labios.

Terminó de abrir la puerta con algo más de fuerza que antes, dejándola totalmente abierta. Me levanté con cuidado sin dejar de mirarla. Llevaba una escayola rodeando toda su pierna izquierda obligándole a llevar muletas. Pero su torpeza le dificultaba llevarlas.

Aún recién levantada estaba preciosa.

—Eres la primera zombie despeinada que veo —vacilé mirándole de arriba abajo.

Sus mejillas comenzaron a sonrojarse y seguidamente se peinó como pudo pasando las yemas de sus dedos por su cabello.

—¡Vete a la mierda!

Vi que formó unos puños con sus frías manos haciendo ensanchar más mi sonrisa. Se alejó unos centímetros de mi para tomar el pomo de la puerta.

La cogí del brazo con más rapidez antes de que cerrase la puerta y la llevé hacia mi, notando su fría piel sobre la mía. Intentó zafarse de mi agarre pero al ver que no podía se rindió.

Bufó rendida evitando mi mirada.

—Más te vale que no esté lejos de aquí —contestó de mala manera.

07:13

Mis piernas comenzaban a flaquear, no habíamos andado apenas diez minutos, pero la pierna protésica pinchaba con fuerza mi muñón. Me recompuse como pude aunque la mirada de Marina desconfiada sobre mí, no me hacía estar seguro del todo.

Agradecí que no preguntase nada, no quería contar nada de lo que me ocurría ni mucho menos a ella. Odiaba que la gente se preocupase o consiguiese sacar el mínimo de información sobre mí para poner una mísera expresión de tristeza creyendo que así me harían sentir mejor. Por mi cabeza pasó el vago recuerdo de Marina, en las azoteas del hospital asustada por verme fumar.

Desde ese momento ya no me molestaba tanto que se preocupasen. O por lo menos ella.

No quería decir con eso que me gustaba que tuviese atención en mí, ni mucho menos. Pero su presencia me aliviaba en cierto modo y haciendo cualquier cosa, incluso la más molesta para mí, no me importaba.

No me importaba porque era ella.

—Espera —pronunció con voz suave intentado pararme llevando su brazo a mi pecho. Sacudí mi cabeza disimuladamente llevando mis ojos a la dirección donde estaban los suyos.

Los dos nos sumimos en silencio por un momento. La cara de confusión en Marina, se hacía más presente, por lo que no tuve otra que preguntar:

—¿Qué?

Chasqueó un par de veces la lengua tratando de recordar.

—Ese chico me suena... —señaló una de las habitaciones que teníamos a unos pocos metros de nosotros.

Era Hugo.

Estaba como la última vez que lo vi, acostado sobre la camilla blanca, tapado hasta el cuello con la sábana que siempre ofrecía el hospital. Sus ojos seguían cerrados y su pecho subía y bajaba, durmiendo profundamente.

Una ola de emociones pasó por mi cuerpo cuando supe que estaba recordando quién era. Reprimí una sonrisa, aunque me costó trabajo hacerlo. Nos acercamos a medida que notaba que mi respiración se aceleraba, si Marina comenzaba a recordar a Hugo...¿Llegaría a recordarme?

—¿De qué?

—Me parece haberlo visto antes.... —gruñó intentando descubrir quién era. Apreté mis dientes apunto de la emoción—. Se parece a Ron Weasley, ¿no crees?

Mi expresión se relajó al completo y una mirada incrédula por parte mía fue dirigida hacia Marina, que no paraba de mirar fijamente a Hugo quien permanecía dormido como la última vez que le vi. Pasé por su lado sin molestarle, provocando una punzada de desconsuelo en mí.

—Ese es de Harry Potter, ¿no?

Asintió mostrándome una pequeña sonrisa.

—Es amigo mío —hablé una vez llegó a mí dando grandes zancadas.

—¿Estás de coña? —cuestionó incrédula.

Negué un par de veces llevando mis manos a los bolsillos. El sonido de sus muletas chocando con el suelo provocaba un fuerte eco en todo el pasillo hasta que llegué a temer porque descubriesen a donde íbamos.

—Se llama Hugo. Te lo presenté hace un tiempo.

—Oh... ¿Y qué le pasa?

¿¡Qué haces!?

Ladrona, será imposible que lo hagas despertar con algún ruido.

¿Por qué?

Está en coma.

Abrió los ojos de par en par sorprendida.

Joder. Podías habérmelo dicho.

Pero era más divertido si no lo sabías —sonreí.

—Está en coma.

—¿Por un accidente?

—Sí. Es posible que despierte pronto.

Me devolvió una sonrisa tranquilizadora. Con timidez se acercó a mí y como pudo me sobó la espalda con cariño. Quise abrazarle pero recordé que no podía, todavía no.

—¿Tienes más amigos en el hospital? —siguió hablando.

Solté un largo suspiro por su pregunta y con dureza aparté la mirada fijándola hacía los carteles informativos que se encontraban en cada pasillo del hospital.

—No. Siempre me ha gustado estar solo, aunque estos últimos meses no ha sido así. Tenía algunos amigos pero poco a poco me dejaron de hablar y bueno...

—Eso de la amistad está sobrevalorado, ya a cualquiera llaman amigo y muy pocas personas lo son de verdad —me cortó.

Paré en seco recordando que justo eso fue lo que le dije hace un tiempo. Me alejé de ella dejando un espacio más grande entre los dos, su mirada era neutra. Mientras que yo solo le sonreía como un tonto. Asentí un par de veces dándole a entender que tenía razón.

En ese momento giré mi cabeza para ver dónde estábamos.

—Hemos llegado.

—Clases de Filosofía. Profesor Carlos —decía poniendo alguna que otra mueca mientras yo sacaba las llaves que guardaba en uno de mis bolsillos—. ¿En serio me has despertado a las siete de la mañana para que un profesor me dé clases de Filosofía? ¿Estás loco?

Rodé mis ojos sin que pudiese verlo. De nuevo era la Marina que conocí la primera vez.

—Tranquila. Él no te dará la clase.

—Ah menos mal porque...

—Te la daré yo —le interrumpí.

Apreté mis labios con fuerza evitando reírme por la cara que se le quedó. Despegué los ojos de su rostro para llevarlo a la cerradura, no sabía que esta puerta costaba tanto abrirla.

—Definitivamente, estás loco.

Reí.

—Oh vamos. Es sólo una clase y se acabó, además serás la única alumna —guiñé uno de mis ojos.

—¿Y por qué tan temprano?

—Porque dentro de una hora tiene que venir. Y he cogido las llaves para poder entrar los dos sin que él se dé cuenta.

Abrió sus ojos de par en par. Por un segundo vi como trataba de tragar saliva nerviosa.

—¿Has robado las llaves?

—Robar suena muy feo, ladrona... —paré en seco recordando que no podía llamarle así—. Perdón, Marina...Yo le llamaría más tomar prestado.

Arqueó una de sus cejas ladeando su cabeza a un lado. Sujetó con fuerza las muletas una vez vio que las puertas se abrieron. Se asomó para poder ver con claridad que había dentro del lugar, atento de su expresión me apresuré en entrar para que nadie nos viese.

—Bien... Entremos.

Abrí la puerta con dificultad.

—Ponte cómoda —dejé las llaves sobre la mesa del profesor.

El olor característico de la sala entró por mis fosas nasales sin permiso.

—¿Cómo pretendes que me ponga cómoda sabiendo que lo que estamos haciendo está mal y teniendo la mitad de un pie escayolado? —el tono amargó salió de su boca.

—No te recordaba tan quejica —le corté sin vacilar.

Acomodé las cosas sobre la mesa. Cogí una de las tizas que se encontraban sobre la pizarra pasándola de un lado a otro de mi mano. Observé como miraba con atención su alrededor buscando un sitio donde sentarse.

—¿De quién hablaremos? ¿Ortega y Gasset? ¿Kant? ¿Descartes? —le enseñé la imagen de Platón, antes de que continuase, frente a ella—.Platón.

Asentí un par de veces.

—Exacto. Hablaremos de Platón.

Bien, ¿alguien sabría decirme quien fue Platón?

Un filósofo —contestó el pequeño chico que estaba a unos metros de mí.

Claro Jaime, eso ya lo sabemos, pero...¿A alguien no le suena su nombre a algo?

Al amor platónico.

Exacto...¿Tú nombre era?

Marina —respondió.

Sujeté la tiza y escribí la palabra Platón sobre la pizarra en grande.

—¿Y con qué empezarás? —empezó a preguntar una vez encontró sitio, pero lo que me sorprendió fue ver que en vez de sentarse en la silla, se subió a la mesa sin pudor—. ¿El mundo de las ideas? ¿El mundo de las cosas?

—El mito de la caverna —terminé sin dejarle acabar.

Un repentino alivio apareció en mí cuando noté que la idea no le parecía mala.

—Me gusta —se cruzó de brazos dejando sus muletas en el suelo.

Apoyó todo su peso a la pared para tener una visión más centrada de mí. Sus ojos estaban fijos a los míos y eso me hacía estar más nervioso.

Carraspeé un par de veces disminuyendo la tensión que se había creado.

—Sabes la historia, ¿verdad? —la miré por encima del hombro.

—Algo recuerdo.

—Pues entonces no hace falta hablar mucho de ella —tiré la tiza a la esquina de la pizarra y de un momento a otro, al igual que Marina, me senté con cuidado sobre la mesa.

—¿Y por qué no hablamos del amor platónico? —dijo dando una nueva idea.

Pese a que una parte de mí ya se sentía más relajada, no podía quitarme de la cabeza los ojos de Marina. Seguía dudando entre mantenerle la mirada o mejor desviarla hacia otro lado. Me decidí por la segunda opción.

—No sé mucho de eso —me hice el tonto. Aún sabiéndolo quería que me hablase de ello.

Sabía que esto no tenía que ser así, pero escuchar la voz de Marina me tranquilizaba. Y saber que a ella le ilusionaba explicar algo que le gustaba, podía escucharle todas las horas del día.

—¿Quieres que te lo explique? —contestó en un tono emocionado.

Se acomodó un par de veces buscando la postura perfecta. Algunos rayos de sol comenzaban a entrar por la ventana iluminando la habitación por cada minuto que pasaba. Decían que había lluvia pero por lo que podía observar el cielo estaba más que despejado.

Asentí un par de veces.

—Es un sentimiento de amor idealizado y siempre lo catalogan como algo inalcanzable o no correspondido. Es como cuando ves a alguien tan perfecto, con cualidades positivas y sin ningún defecto.

—Ósea alguien como yo —interrumpí llevando mi mano al pecho. Le eché una mirada divertida al ver que elevó ambas cejas.

—Más quisieras —vaciló sin retirar su mirada sobre mí. Solté una sonora carcajada por su segura contestación.

—Sigue, sigue —respondí.

Ver después de mucho tiempo sus ojos brillar era algo que echaba mucho de menos y hasta no me había dando cuenta. Sus gestos a la hora de explicar me parecían graciosos, pero aún así no quise decir nada. Pude visualizar su rostro, tenía un nuevo color, no tan pálido como el de hace unas semanas. Sus mejillas sonrojadas de nuevo eran partícipes de la conversación.

—Bien, pues Platón consideraba que el ser humano estaba compuesto por alma y cuerpo. El alma pertenecía al mundo de las ideas y el cuerpo al material.

—Entonces, ¿el alma está encerrada en el cuerpo?

—Exacto —asintió—, pues el amor platónico en este caso, traspasa lo físico. Traspasa los ojos, la nariz, los labios o el pelo. En el amor platónico se tiene en cuenta el alma. Esto quiere decir que te enamoras del alma de la otra persona. Para Platón no es el amor que se dirige a una persona, sino el que se orienta hacia la esencia trascendente de lo material.

—Para Platón es más valioso la belleza de las almas que las del cuerpo.

—Así es.

¿Recuerdas lo que dijo Carlos de Platón?

¿Lo del mito de la caverna?

No —contesté negando con la cabeza—. Lo del amor platónico.

Ah sí, claro —asintió—. ¿Y qué es lo que pasa?

¿No te parece muy cursi? —pregunté, elevando la comisura de sus labios mostrándole una mirada juguetona.

No del todo —contestó.

¿Del todo?

Es bonito pensar que puedes encontrar a alguien y poder enamorarte no sólo de su físico, sino también de su alma admitió.

—¿Y que opinas de ese amor?

—Es bonito —se encogió de hombros—. No tienes en cuenta lo físico que después con el tiempo se acabará perdiendo, sino del alma. ¿Te has enamorado del alma de alguien?

Pensé su pregunta dejándola durante un tiempo en mi cabeza dando vueltas. Claro que sí, me había enamorado de su alma, de ella, de su esencia. Hasta tal punto de que era incapaz de estar sin ella, sin su presencia. Me enamoré de los lunares que pintaban su cuerpo, de las manchas en su piel, las ojeras que remarcaban por debajo de sus ojos. Me enamoré de esos pequeños detalles los cuales nadie se daría cuenta, pero yo sí.

—Sí. ¿Y tú? —inquirí.

No iba a negar que su respuesta me causaba curiosidad.

—Todavía no. Pero quizás pronto —contestó esperanzada. Algo crujió dentro de mí, sintiendo una punzada de dolor, pero no quise demostrarlo. Mis intenciones de sonreír se esfumaron apenas dijo esas palabras, aún así salió de mis labios una sonrisa algo forzada.

Joder, como dolía esto.

—Quizás —se me entrecortó la voz a medida que nuestras miradas se encontraban tímidamente. Mis ojos se cristalizaron pero fui más rápido y llevé mis manos a mis ojos, refregándolas quitando cualquier gota de agua que cayese sobre ella.

El silencio de nuevo se hizo presente y la curiosa mirada de Marina apuntaba sobre mí.

—Parece que a ti también te gusta la filosofía —intentó cambiar de tema.

—Bueno, quitando el hecho de que me obligaste a ir. Me gusta más de lo que creía —no pude evitar sincerarme.

Asintió mirándome con complicidad.

—Hubiese sido divertido haberlo hecho —rio por unos segundos.

—Sí, claro —contesté con ironía.

—¿Y por qué no querías ir?

—Los profesores de filosofía me parecen un poco... —miré al techo buscando la palabra correcta.

—¿Locos?

—Eso —le señalé. Escuché de nuevo su risa e inconscientemente salió una sonrisa de mis labios.

Vi como con cuidado se levantaba de la mesa donde estaba sentada hace unos segundos para acercase a mí. Sus muletas de nuevo hacían eco por toda la sala, pero no me importó. Una de sus muletas resbaló cuando estaba a unos centímetros cerca de mí, mi reflejo actuó con rapidez y agarré su brazo.

Su respiración se entrecortó mientras que la mía comenzó a ir más rápida. Noté como una tensión se apoderó del lugar haciéndome estremecer. Aspiré con fuerza, llevando a mis fosas nasales su olor. Ese que tanto me gustaba.

Me detuve y parpadeé un par de veces. Una vez nuestros ojos se encontraron, el tiempo se paró. O por lo menos para mí. Marina frunció el ceño pero no apartaba la mirada. Poco a poco noté como se movía con incomodidad, sacudí mi cabeza y sin pensarlo me separé de ella.

Carraspeé un par de veces tratando de aliviar la situación.

Mis ojos dejaron de encontrarse con lo suyos. Mi corazón iba a mil en ese instante y no era capaz de hacerlo parar. Relamí mis labios e inquieto comencé a jugar con los dedos de mis manos.

Vi de reojo como se recomponía tomando con más seguridad las muletas entre sus brazos.

—Oye, ¿te apetece bajar a la cafetería a desayunar? —cambió ligeramente el rumbo de la conversación—. Me dijeron que hoy hacían croissant de chocolate.

Sonreí sintiendo mi corazón salir del pecho.

—Me parece una buena idea.

07:58



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