23. Yuanfen
"Principio que define esos amores que nacieron predestinados."
Domingo, 27 de diciembre de 2020.
13:01
—Yo os declaro marido y mujer —exclamó sonriente el cura sosteniendo la biblia sobre sus manos.
Miles de voces comenzaron a sonar detrás de mi. Aunque más que voces eran gritos de euforia. Levanté la mirada y observé a mi alrededor.
Algunas personas mayores casi a punto de llorar, otras aplaudiendo como si fuese el mejor espectáculo del mundo y después estaba yo, intentando sonreír aunque acabó siendo un intento fallido pues una delgada línea comenzó a formarse en mis labios.
Observé con más atención a la pareja que tenía enfrente de mi.
Laura y Jesús besándose apasionadamente.
Volví a bajar la mirada algo incómoda y a mi derecha escuché de nuevo la risa aguda de Isabel junto con una fuerte carcajada por parte de Agustín, ambos se llevaron toda la hora riéndose de cada vestido extravagante de los invitados que pasaban por sus ojos.
—Pero si esa mujer parece sacada de una floristería, por dios —trató de decir Agustín aunque no era capaz pues al segundo volvió a reírse.
Tenía que decir que era bastante gracioso verlos, hasta que el mismo cura los mandó callar. Durante todo ese tiempo de mi boca no salió nada. Mi cabeza no paraba de dar vueltas haciéndome marear.
¿Dónde mierda estaba Damián?
Tenía ya la piel de mis dedos casi en carne viva, los nervios me comían por dentro y no podía pensar con claridad.
Por suerte estaban conmigo Agustín e Isabel, que no se separaban de mi lado ni yo de ellos.
—Ojalá ser algún día ellos... —suspiró nostálgica Isabel.
—Oh vamos, si tienes a todos los muchachos detrás de ti —habló Agustín.
—Eso no es cierto —negó Isabel con un cierto color rojizo sobre sus mejillas.
Dirigí mi mirada de nuevo a mi izquierda donde estaban ellos y decidí hablar.
—Pues el chico de ahí no piensa lo mismo —señalé con la mirada disimuladamente a un chico que estaba unos metros delante nuestra.
Los tres llevamos la mirada hacia el chaval que señalé hace unos segundos, y este al darse cuenta de que le estábamos mirando giró su cabeza avergonzado.
—Podrías aprovechar —empujó Agustín suavemente el hombro de Isabel.
—Ni de broma, podría ser algún primo de Jesús o Laura —sacudió su cabeza varias veces.
—Primo de Jesús no puede ser porque el chico es bastante mono y Jesús no lo es —susurró Agustín a mi oído.
Inconscientemente solté una pequeña risa que acabó siendo una carcajada.
—No seas así, Agustín —me volví a sentar en el banco que estaba a mis espaldas. Eché la cabeza hacia atrás y tomé todo el aire que podías coger mil pulmones.
—Vamos aprovecha —animó Agustín a Isabel.
Lo último que dijo Agustín, provocó que sacase una disimulada sonrisa que apenas notó.
—Vale, creo que iré. Además no es tan feo.
—Desde aquí te daremos ánimos —me levanté del incómodo banco y me puse detrás de Isabel—, y si no te gusta, pues tendrás una anécdota.
Escuché la risa de Agustín a mis espaldas.
—No das muy buenos ánimos, muchacha —dijo sin dejar de mirar al chico.
—Hago lo que puedo —me encogí de hombros.
El precioso vestido corto que llevaba Isabel iba acorde con su pelo rubio, aunque ahora estaba algo más castaño. La tela era de un color verde agua que iba acompañado de un sencillo peinado dejando ver su melena. Mientras tanto Agustín, venía con un esmoquin azul marino y una pajarita adornaba su cuello.
—Haz la cuenta atrás —dijo Agustín.
—¿Cuenta atrás? —cuestioné confundida.
—Es un truco que tenemos Isabel, Jesús y yo cuando nos ponemos nerviosos en alguna operación o urgencia en el hospital.
—¿Y os funciona?
—Creemos que sí —sonrió Agustín dejándome ver su blanca dentadura. Pude observar que una de sus muelas tenía un color dorado, nunca se la había visto.
—Bien... —susurró Isabel—. Cinco, cuatro, tres... —por un momento paró para mirar a su alrededor—. ¡Lo he perdido! ¿¡Dónde está!?
—Tranquila, Isabel. Se habrá ido afuera —traté de relajarle acariciando uno de sus hombros.
Agudicé mi visión y el chico de pelo oscuro desapareció.
—Dios no quiere que conozca a ningún hombre —Isabel elevó sus manos hacia arriba culpándose de lo que acababa de ocurrir. Sacó su labio inferior apuntó de hacer caer sus lágrimas.
—Tampoco era tan guapo —dijo a lo bajo Agustín.
—¡Agustín! —giré mi cabeza para verle mejor.
—¡Es la verdad! —encogió sus hombros dejando caer sus brazos sobre el respaldo del banco donde estaba sentado.
—Hola —se escuchó una voz grave detrás nuestra.
El chico del que hablábamos apenas estaba a centímetros de Isabel. Ahora que estaba más cerca podía verlo mejor.
La barba sobresalía sobre su barbilla y un protuberante bigote se podía ver en ese momento mejor. Algo que me llamó la atención de él fue el color de sus ojos. Uno de ellos era de un color mucho más claro que el otro.
¿Heterocromía se llamaba?
Creo que sí.
Aún así ninguno de nosotros dijo nada, Isabel se quedó casi embobada viéndole y tuve que darle un suave golpe en su espalda para que reaccionase.
—Ho-hola —tartamudeó nerviosa. Una sonrisa coqueta salió de sus labios.
—¿Eres familiar de Jesús? —preguntó el muchacho. Aunque no lo quisiese demostrar también parecía estar nervioso, jugaba con sus manos con disimulo y su voz temblaba con ligereza.
—¡No, no no! —negó rápidamente Isabel—. Soy una amiga...del hospital.
Giré mi cabeza para ver a Agustín que estaba a punto de soltar una carcajada. Rápidamente me fui a su lado y le eché una mirada fulminante para que no se riese.
—¿Eres enfermera? —preguntó de nuevo casi sorprendido el chico.
—Creo que sí...Digo sí, sí lo soy —Isabel se rascó con suavidad su cuello. Cada vez pestañeaba con más rapidez, y mis labios comenzaron a elevarse poco a poco mostrando una suave sonrisa—. ¿Y tú? ¿Eres familiar de...?
—Amigo de Jesús —terminó el chico—. ¿Quieres salir fuera?
—Ehhh... —echó la mirada para atrás para mirar a Agustín y a mi.
Rápidamente hicimos señas con nuestras manos haciéndole entender que se fuese con él. Pero aunque intentamos que fuesen disimuladas, acabaron siendo todo lo contrario.
—Sí, claro.
Vimos como ambos se fueron para la salida, pero antes de pasar la puerta Isabel miró de nuevo hacia atrás, Agustín y yo le devolvimos la mirada y le enseñamos nuestro dedos pulgar, indicándole que todo va a ir bien.
Y tan pronto como pasó desaparecieron de nuestra vista.
—Al final no fue tan difícil —me senté de nuevo al lado de Agustín y este echó el brazo sobre mis hombros. Con el paso de los meses he comenzado a tener más confianza en Agustín, aunque de primeras me parecía un hombre bastante corpulento y siempre enfocado en su trabajo, me ha demostrado que es cariñoso, y siempre que he necesitado su ayuda, ha estado para mi.
—Lo difícil no es imposible —rio sin dejar de mirar a Jesús y Laura que saludaban con una gran sonrisa en su cara a los familiares que se acercaban a ellos.
Volví a mirar a mi alrededor tratando de buscar a Damián por algún lado, pero no lo encontraba todavía. Llevé una de mis manos a mi cabeza quitándome el extraño peinado que me había puesto mi madre.
Aunque quisiese ir con el pelo suelto, no paraba de recordarme que me vería mejor con su famoso peinado que encontró en Pinterest hace unos días. Pero aunque no quisiese decírselo, le salió algo mal. Por suerte ella no estaba ahí, y podía quitármelo con facilidad.
Pero aunque el peinado no fuese lo mejor en estos momentos, el vestido si lo era.
Intenté convencer a mi madre para llevarnos el vestido más barato que había en la tienda. Y no porque fuese barato sino porque era el único que me gustaba después de haber repasado miles de tiendas en un día entero.
La dependienta de la tienda no paraba de decir que era el vestido perfecto para mi. Sin embargo no la creía del todo, pero estaba tan cansada que accedí a comprarlo. El vestido era bastante sencillo, era de color vino con un pequeño escote que apenas me hacía sentir incómoda.
El vestido caía sobre mis caderas dejando una suave y brillante tela que cubrían mis piernas. El frío de diciembre hacia que se pusiese mi piel de gallina, pero era algo que no me importaba. Estaba cómoda.
Pero la atención de mi vestido pasó a la de unos adolescentes que se encontraban justo en la esquina de la iglesia. Ambos estaban muy juntos, podría decir que eran parejas, pero no quería suponer nada. Estos me miraban con recelo, pero más la chica que estaba a su derecha.
Tenía un pelo largo pelirrojo, pero no como el de Esther, el suyo era tintado. Ésta me echó una ojeada que me incomodó.
Fruncí el ceño confusa, y antes de que fuese a preguntar, habló Agustín.
—¿Qué hacen estos dos capullos aquí?
Me sobresalté por el insulto que soltó. Extrañada volví a mirarlo, esta vez dejaron de observarme.
—¿Quiénes son? —pregunté ahora yo.
Agustín tomo aire y dejó pasar unos segundos para contestar.
—Eran unos amigos de Damián. No sé porque les ha invitado Laura.
—¿Eran?
—Sí...Es una larga historia...
Pero de nuevo cuando le iba a volver a preguntar, el teléfono de Agustín comenzó a sonar.
Sin mirar quien le llamaba, llevó su móvil a la oreja.
—¿Si?...¿Damián?
Giré mi mirada hacia Agustín y por un momento mi corazón empezó a latir más de lo normal.
Malditos nervios.
A través del teléfono podía escuchar la grave voz de Damián que tanto me gustaba escuchar. No podía oír con claridad lo que decía pues habían bastantes personas y el ruido me lo impedía.
—Vale, ahora salgo.
Colgó para introducir el móvil en su bolsillo trasero. Se levantó e intentó quitar las arrugas que se habían formado en su chaqueta azul.
—Era Damián.
—¿Qué le pasa?
—Sus tías, no paran de darle besos y decir que guapo es —rio.
—¿Para eso te ha llamado?
—Oh no no. Es porque quiere irse y no puede hacerlo. Necesita mi ayuda para que lo saque de ahí —Agustín soltó una suave risa imaginándose la situación.
—¿Y por qué no me ha llamado a mi?
—Si vas tú, sus tías se van a volver locas por saber que Damián tiene novia.
Me callé por unos segundos y la respuesta pasó varias veces por mi cabeza. Hice un gesto restándole importancia.
—Oh, sí. Claro —reí rascando con nerviosismo mi cuello. Bajé mi mirada y vi los zapatos de Agustín alejarse poco a poco de mí.
Mis dedos comenzaron a jugar entre ellos y la palabra novia, daba vueltas en mi.
¿Cómo sabía esto Agustín?
Es obvio, os ha visto juntos.
Ah sí, es verdad.
Negué disimuladamente, sacando cualquier pensamiento en mi cabeza.
Por un segundo volví a pensar en la pareja que vi en la esquina de la iglesia. La mirada de la chica no sabía como describirla...¿Enfado? ¿Celos? ¿Odio? Quise recordar su cara, Damián me habló de algunos amigos suyos, pero nunca me contó de ninguna chica.
Intenté alisar el vestido con mis manos, aunque sabía que era casi imposible hacerlo. Las palabras de mi madre diciendo: Plancha el vestido Marina, no paraban de sonar en mi cabeza. Saqué mi móvil y con el reflejo de este me miré.
No quise llevar una cantidad excesiva de maquillaje, casi siempre se me olvida de que lo llevo y entonces comenzaba a rascar mis ojos dejándome ver como un oso panda.
El volumen del sonido del exterior comenzó a bajar poco a poco cuando escuché una voz grave tras de mi que provocó que mis labios se elevasen.
—Joder.... —soltó abriendo sus ojos de par en par asombrado.
Giré mi cabeza para verlo mejor.
Nunca lo había visto así. El traje negro que llevaba cubría su cuerpo a la perfección y su pelo casi rizado caía sobre su frente dejándolo ver mucho más atractivo.
Tragué varias veces para poder hablar con claridad, aunque notaba que el temblor de mi cuerpo me lo iba a impedir.
—Te queda muy bien el esmoquin —sonreí llevando un mechón de mi pelo detrás de mi oreja.
Me levanté del incómodo banco madera donde me encontraba sentada y me puse enfrente suya. Hoy iba en silla de ruedas. Durante estas semanas estaba algo más cansado, y optó por llevar unos días la silla, para "recobrar fuerzas" como él siempre dice.
—Estás preciosa —susurró haciendo que llegase un leve escalofrío a mi espalda.
Mi corazón se aceleró durante unos segundos. Y como respuesta sonreí de nuevo dejándole ver mis dientes.
—Hasta con los dientes manchados de pintalabios, estás preciosa —rio a los último.
Avergonzada cepillé mis dientes con los dedos tratando se quitar cualquier mancha que hubiese.
—Joder... —susurré sabiendo que mis mejillas comenzaban a tornarse de color rojo.
Se acercó a mi y tomó mis manos sin dejar de sonreír.
No podía dejar de mirarlo.
—Era broma, ladrona —besó mis labios con suavidad.
—Eres imbécil —volví a sentarme para quedar a su altura.
—Tienes una mancha aquí —con su pulgar acarició mi mejilla quitando a saber qué tenía ahí.
El tacto de sus dedos me hacía estremecer y olvidarme de cualquier cosa que rondase en mi mente. La suavidad de su piel conectaba a la perfección con la mía.
—Listo —acabó—, parece que esto está bien ambientado.
—¿Por qué no has venido a la ceremonia? —pregunté mirando a su hermana con el largo vestido blanco que llevaba.
—Sabes que no me gusta esto...
—Las iglesias.
Asintió con suavidad sin dejar de mirarme.
—Hay mucha gente que te conoce —reí recordando porqué Agustín tuvo que recoger a Damián.
—También odio eso —gruñó frunciendo el ceño con dureza.
—¿Por qué? Es tú familia, ¿no?
—Sí y no.
—Eso es contradictorio —volví a mirarlo.
—Es mi familia, pero ni la mitad de las personas que hay aquí se han preocupado por Laura y por mi desde que murieron mis padres.
Abrí mi boca queriendo hablar pero no era capaz de soltar ninguna palabra. No sabía que decir, pero aún así no quería quedarme callada.
—No sabía eso —mordí mi labio inferior culpándome mentalmente de no haberme callado la boca.
Buscó mi mano con la suya y la acarició con suavidad.
—No pasa nada —contestó mostrándome una sonrisa tranquilizadora.
—Yo cuando voy a fiestas familiares apenas conozco ni a la mitad —reí intentando hacer desaparecer la tensión.
De nuevo lo volví a mirar, era imposible no hacerlo con lo guapo que estaba.
—Oh, joder —gruñó limpiándose las mejillas.
—¿Qué ocurre?
—Las abuelas...No han parado de darme besos en mis mejillas. Dicen que son blanditas.
Reí al escucharlo.
—Están en lo cierto —reí provocando que Damián también se riese. Y aunque pareciese extraño vi como se asomó un color rojizo sobre sus mejillas.
—Creo que sigo teniendo marca de pintalabios en mis mejillas —frotó con dureza tratando de quitarse alguna que otra marca rojilla de pintalabios.
—Quien sabe...Lo mismo consigues ligar con alguna señora de aquí.
—Para que ligar si ya tengo a quien quiero —me miró profundamente.
Bajé la mirada algo nerviosa por lo último que dijo y me dediqué a mirar el altar donde estaban Jesús y Laura todavía haciéndose fotos. Mi corazón latió con más rapidez y sentí que nuestro alrededor desapareció, mis ojos se encontraron con los suyos que tanto me encantaba mirar.
Ojalá hubiese podido guardar su color hasta lo más profundo de mi alma.
—¿Cuánto tiempo llevan ahí? —preguntó Damián poniéndose más cerca de mí.
—Una media hora más o menos.
—Agh, no me gustan las fotos —negó de nuevo seguro de su respuesta.
—Bueno, son recuerdos —encogí mis hombros. Ajusté mis gafas que caían sobre mi nariz.
—¡Damián! —exclamó Laura desde el altar.
—No, por favor —susurró escondiéndose tras mis espaldas.
—¡Ven a hacerte una foto con nosotros!
—Ladrona, ayúdame.
Reí notando la respiración de Damián en mi nuca.
—Esta vez no creo poder hacerlo.
—Ni de coña me hago una foto con ese tío detrás —dijo Damián señalando la imagen de Jesucristo en la cruz.
Abrí los ojos como platos.
—¡Damián! —exclamé girando mi cabeza para verle.
—¿¡Qué!?
—Estás en un lugar sagrado —aclaré.
—Oh...Se me olvidaba —me enseñó una sonrisa forzada—, perdón bro —soltó disculpándose de nuevo mirando la imagen de Jesucristo.
—¡Vamos Damián! —volvió a exclamar Laura dando suaves saltitos alrededor de Jesús. Aunque fuese sorprendente hoy Jesús se veía mucho más feliz de lo normal, tenía una enorme sonrisa en su cara que no era capaz de disimular.
—Vente conmigo —tomó mi brazo Damián.
Abrí mis ojos de par en par soltándome de su agarre aunque ya sabía que él tenía más fuerza que yo.
—¿Qué? No, no, no...Te lo ha pedido a ti.
—¿Puede venir Marina? —preguntó en voz alta provocando que las señoras que habían alrededor fijasen su mirada en mí.
Tierra trágame.
—¡Sí, claro! ¡Vente, Marina! —alzó la voz Laura emocionada.
—Damián —gruñí—, me debes una.
—Lo que tú quieras, ladrona —guiñó su ojo en un tono picarón.
Tomó mi mano con suavidad y me llevó con rapidez donde estaba Laura y Jesús esperándonos.
Algunas señoras que habían a nuestro alrededor comenzaron a cuchichear y aunque intentasen hacerlo lo más disimulado posible, no podían intentarlo, otras me miraban con ternura y otras ya comenzaban a irse.
—¡Marina! —me abrazó Laura.
—Estás muy bien, Marina —sonrió Jesús.
—Tú también, guapetón —habló picarón Damián poniéndose enfrente de mí.
—Niñato... —susurró Jesús.
Solté una leve carcajada llevando mi mano a la boca para evitar que sonase tan fuerte mi risa.
Insegura, me puse al lado de Laura, sus brazos abrazaron mis hombros haciéndome llevar hacia ella. El olor a lavanda que provenía por parte de Laura entró por mis fosas nasales.
A mi otro lado se puso Damián en su silla. Bajé la mirada para verlo mejor, y una sonrisa salió de mis labios inconscientemente. Éste, a la vez, subió la mirada para verme y justo en ese momento, sin avisar, el fotógrafo nos hizo la foto.
Miré a mi alrededor, ya no había tantas personas como antes. La gran mayoría ya habían salido. Pero de nuevo volví a ver a lo lejos a la pareja que encontré hace unos minutos y aunque ambos me miraban, la chica tenía algo diferente en la mirada.
20:59
—Y aquí estaba Damián comiéndose su primera papilla —dijo una de las señoras que se encontraba a mi lado con una dulce sonrisa.
Llevaba más de una hora sentada en uno de los asientos que encontré de los miles que habían en la fiesta. Ya me había mentalizado más de una vez, las fiestas no son lo mío. Pero esta fiesta tenía algo diferente, pues en vez de ser miles de adolescentes hormonados bailando en la pista de baile, eran ancianos y algún que otro niño intentado parecer que estaban bailando.
Mis ojos se posaron en la triste y solitaria botella de agua que llevaba en la mano.
Creyendo que sentándome ahí nadie se acercaría a mi. La música alta me mareaba y no encontraba a Damián por ningún lado.
De nuevo sus tías estarían dándole besos en sus mejillas.
Pero aunque quisiese irme de ahí, no podía. Pues una de las tías de Damián se apegó a mi desde el primero momento que me pegó ojo. No podía creer como esta mujer tenía suficiente saliva para hablar todo lo que soltaba por la boca, y era algo que me asombraba.
Ella simplemente se limitó a enseñar mil y una foto de Damián de pequeño, y aunque en un principio fuera bastante divertido, ya estaba algo cansada de ver la misma foto de Damián comiendo papillas.
Por un momento recordé como Damián me contó que una de sus tías sufría alzheimer, y eso me hizo pensar durante unos segundos.
Suspiré de nuevo mostrándole una sonrisa a la canosa mujer, que apenas tendría 60 años.
Intenté buscar con la mirada a Agustín, pero lo había perdido de vista. E Isabel...Bueno parecía que había encontrado el amor.
Cada vez que mi mirada se dirigía a cualquier esquina de la enorme sala donde estábamos podía ver a Isabel y al chico de la heterocromía besándose, aunque más que besándose diría metiendo la lengua hasta la campanilla.
Aún así me alegraba mucho de Isabel.
Dejé caer el peso sobre el respaldo de la silla volviendo a la conversación en la que estaba antes, pero para mi sorpresa la tía de Damián se quedó dormida sobre el hombro de otro señor que había a su lado, pero parecía que a este no le importaba mucho.
Alcé la mirada y sin pensarlo me levanté lo antes posible sin que se llegase a despertar, aunque sería estúpido pues el ruido de la música era más fuerte que cualquier sonido que hiciese.
Alisé mi vestido aunque fuese un acto en vano y me dediqué a buscar a Damián, aunque eso significaba chocarse con personas que no había visto en mi vida.
—Perdón —susurré al pisar el pie de una de las personas que ni me dediqué a mirar a la cara. Mordí mi labio inferior reprimiendo cualquier expresión extraña que pusiese en esos momentos.
Cuando conseguí estar fuera solté todo el aire que mis pulmones pudieron aguantar. El olor a alcohol cada vez se hacía más fuerte y lo odiaba. Tomé una gomilla que reposaba en mi muñeca y me cogí una coleta. Tener todos los pelos en la cara no me ayudaba mucho.
Una vez ya estaba libre de cualquier pelo, miré mi alrededor. Apenas habían personas, algún que otro niño jugando y algunos padres fumando y bebiendo como nunca.
Di unos torpes pasos para poder tener una mejor visión y pusiese encontrar a Damián. Pero era imposible, incluso por un momento pensé que se habría ido sin avisar.
No creo que haya sido capaz.
Resoplé rendida, pensando en volver a la fiesta y escuchar de nuevo a la tía de Damián si no seguía dormida, era lo único en esos momentos que me dejaba estar algo despierta. Pero justo cuando giré mi cuerpo vi a mi izquierda la figura de un chico en silla de ruedas.
Relajé todo mi cuerpo al saber que era él.
Algo me extrañó cuando lo vi mejor. Parecía enfadado, incluso podría decir que estaba gritándole a alguien, pero justo enfrente de la persona a la que le estaba hablando había un árbol que escondía su figura.
Fruncí el ceño.
Por un momento vi como Damián comenzaba a elevar sus brazos sin dejar de exclamar palabras que no era capaz de escuchar con claridad. Mi lado curioso decidió acercase aunque el miedoso quiso quedarse justo donde estaba. Pero como la curiosidad mató al gato y no quiero matar a ningún gato, decidí tomar camino hacia allá.
No podía negar que en mi cabeza se estaba creando miles de preguntas. Pero había un miedo en mi interior que no era capaz de hacer desparecer.
Ahora que estaba algo más cerca pude verlo mejor. Seguía llevando su esmoquin, que lo hacia ver atractivo. Aunque siempre lo estaba. Y pude escuchar algunas palabras que provenían de parte de él.
—Os tenéis que ir.
La expresión de mi cara pasó a ser todo un cuadro. ¿Con quién estaría hablando?
Pero de repente una voz femenina llegó a mis oídos.
—Oh vamos, cariño... —habló en cierto tono seductor.
—¡No me llames cariño!
Hubo un instante de silencio. La voz cabreada de Damián hizo eco.
Justo en ese momento noté una fuerte presión en mis manos y vi que tenía los puños apretados.
Busqué con la mirada un lugar donde poder esconderme.
—Joder...¿Dónde hay arbustos cuando los necesitas? —bufé algo enfadada.
El sonido que hacía mis pisadas con las hierbas que se encontraban en el suelo me ponía más nerviosa. Si me descubría no sabría donde meterme.
Pero justo en el momento en el que encontré el lugar perfecto donde no me encontrarían, pude ver con quién estaba hablando Damián. O más bien dicho, con quiénes.
Mi corazón empezó a latir más rápido de lo normal. Y una fuerte oleada de viento pegó en mi cara haciéndome estremecer.
La pareja que vi hace unas horas casi escondidos en la esquina de la iglesia, estaban ahí. Y aunque Damián parecía que le iba a explotar la vena, estos dos estaban mucho más tranquilos que él. Intenté agudizar el oído todo lo que podía y por una vez me arrepentí de haber puesto el volumen de los auriculares tan fuertes cada vez que me decían que lo bajase.
—Damián...Sólo hemos venido para verte nada más —escuché una voz grave que provenía seguramente del chico que acompañaba a la chica.
—Bueno y a tu novia —la chica soltó una carcajada aguda que provocó que hiciese una mueca de asco. Apreté los dientes furiosa por lo que estaba escuchando.
—Que os den por culo —terminó Damián. Todavía el tono de su voz se veía exaltado.
—Damián, sabes que te sigo queriendo... —quiso decir la chica, pero Damián no le dejó acabar pues comenzó a reírse falsamente.
—¿Queriendo? Eres una jodida hipócrita, Vanessa —escupió Damián.
¿Quién era Vanessa?
Dejé de escuchar la conversación por un momento y pensé durante unos segundos.
Damián nunca me había hablado de ninguna Vanessa, y esto era algo que me extrañaba bastante. Quería meter en mi cabeza que sería alguna familiar suya o algo por el estilo, pero por la forma de hablar de la chica ya mi mente dejaba de pensar en eso.
Sentí algo dentro de mi que quería hacer desaparecer. Celos. El calor comenzó a ascender por mi cuello y por un momento tuve que quitarme la chaqueta que me prestó Damián antes de venir aquí.
Dejé que el frío hiciese su efecto, aunque en esos momentos era casi imposible. Tragué saliva y de nuevo atendí a la conversación. Por otra parte sentía culpabilidad dentro de mi. Estaba escuchando una conversación ajena y no sabía si realmente ellos querían que una chica con un nido en su cabeza y casi un mapache estuviese escondida detrás de unos arbustos tratando de oír cada una de las palabras que decían.
—Eres rencoroso, Damián —escuché de nuevo una voz ronca, distinta a la de Damián. Tenía una voz más aniñado.
—No fui yo quien se acostó con la novia de su mejor amigo —contestó Damián.
Reprimí un grito ahogado que traté de acallar tapándome la boca con ambas manos.
Mis ojos parecían que iban a salir de las órbitas.
¿Cómo era posible que Damián no me hubiese contado nada de esto?
Quise tomar aire, pero era casi imposible. Mi respiración se iba acelerando por segundo y el peso de mi cuerpo se hacía cada vez más difícil de sostener. Caí al suelo, pero sin dejar de escuchar la conversación.
—Damián, sabes que estaba borracha, yo realmente te quería —intentó defenderse la chica.
—Si me hubieses querido, no me habrías dejado porque sabías que tenía cáncer.
—Hija de.. —quise decir pero escuché la voz de Agustín detrás de mi.
—¿Marina? ¿Ahora eres espía? —soltó una carcajada que provocó que los tres apuntasen la mirada en nosotros.
Agustín parecía que había bebido algo y lo pude delatar por sus mejillas casi sonrojadas y su aliento a whiskey.
—¡Agustín, cállate! —tomé sus hombros tratando de hacerlo callar, pero ya era imposible. Damián me había visto.
Me quedé helada al ver como la expresión de Damián. Al igual que yo se quedó sin decir nada, mirándome a los ojos aún habiendo un par de metros que nos separaban. Seguí mirándolo fijamente, completamente absorta, y él hizo exactamente lo mismo. Quise bajar mi mirada pero era imposible.
Tragué con fuerza y dejé de mirarlo para volver mi atención a Agustín.
—Joder, voy a vomitar —hizo una pequeña arcada.
Di unos pasos atrás en los que casi me caía por el temblor de mis piernas. Vi cómo Damián intentó acercase a mi. Pero me giré, casi ignorándole.
—Vamos al baño —le dije a Agustín a toda velocidad.
Puse su brazo sobre mi hombro y lo llevé al interior de la fiesta donde había unos cuartos de baño minúsculos y podría vomitar en paz. Por el camino me quedé pensando durante unos segundos, creyendo que Damián vendría tras de mi, pero para mi sorpresa no era así.
La imagen de la chica de pelo rojo daba vueltas en mi cabeza. Parecía tener algunos años más que yo y Damián, aunque eso no me importaba en esos momentos. Por un segundo me sentí culpable, se dio cuenta de que estaba ahí, escuchando cada palabra de la conversación y la cara de Damián al darse cuenta de ello era indescriptible.
Mi corazón se había acelerado y la cabeza me daba vueltas.
De nuevo volví a la fiesta, y el olor a tabaco mezclado con alcohol entró en mis fosas nasales.
Hice una mueca de asco por la fuerte oleada que chocó en mi rostro.
—Bien —quité el brazo de Agustín de mi hombro, que apenas tenía fuerza para mantenerse de pie—. Entra, te espero aquí. Si quieres pido algún ibuprofeno o algo para que te quite la fatiga.
Mis voz seguía temblando pero Agustín no hacía el mínimo caso en ello.
—No ha-hace falta, muchacha —tosió—. Voy...Al baño.
Asentí sin estar convencida del todo y lo dejé entrar.
Con cansancio me apoyé sobre la dura pared que había a mi lado y suspiré.
Odiaba las fiestas.
Tomé algunos mechones de cabello que cayeron y los llevé tras mi oreja. Malditos pelos.
Sabía que me iba a quedar bastante tiempo aquí, sin hacer nada. Tantas veces he ayudado a Esther a vomitar cada vez que íbamos de fiesta, que ya me acostumbraba.
La imagen de ella vomitando sobre la camisa de uno de los chicos del último curso de la universidad vino a mi mente y una pequeña sonrisa apareció en mi cara. En aquel momento fue bastante vergonzoso, y más porque le tuve que pedir perdón, ya que Esther decidió seguir de fiesta. Aunque ahora lo recordamos como una anécdota más.
De repente noté una fuerza en mi mano derecha que me hizo dar un respingo. Alguien estaba cogiendo mi mano y ese tacto ya lo reconocí en el segundo.
Era Damián.
Giré mi cabeza con lentitud para encontrarlo detrás de mi. Se le veía bastante cansado y una gota de sudor cayó sobre su frente. Todo mi cuerpo se tensó al mirarlo.
Tenía los ojos algo rojos y la idea de que había llorado vino a mi mente. Mi respiración se volvió agitada y ni siquiera sabía el por qué.
Fruncí el ceño extrañada y dudé por un segundo en preguntarle, pero habló él haciendo evadir cualquier duda.
—Lo has escuchado todo... —dudó por unos segundos.
—No estoy segura.-Tuve que elevar un poco la voz por la fuerte música de reggaetón que se escuchaba en el lugar.
—Es una historia algo larga.
—¿Por qué no me lo contaste? —cuestioné de la manera más suave posible.
Tardó unos segundos en responder.
—Perdón, tenía que haberlo hecho, pero es algo que quiero olvidar. Lo que me pasó no me dejó bien durante mucho tiempo. Y ahora que han vuelto, no sé que hacer.
Me agaché para quedarme a su altura, y acaricié con suavidad su mejilla tratando de tranquilizarlo.
—Pues no hace falta que me lo tengas que contar. Simplemente cuando estés mejor.
—No —negó seguidamente—, te lo quiero contar. A ti.
Eso último lo noté en un tono más apagado y su mirada se hizo más oscura.
Pero justo cuando iba a hablar, un fuerte sonido de un megáfono entró en mis oídos haciéndome sobresaltar.
—¡Y después de escuchar tanto a Bad Bunny ya es hora de poner una canción lenta! ¿No creéis? —gritó Laura subida en los más de una mesa de invitados.
Todas las personas que se encontraban ahí comenzaron a gritar, incluso otros abuchearon diciendo que querían más reggaetón.
—Pues ahora las parejitas...¡A bailar!
Una canción lenta empezó a escucharse haciendo que algunas de las personas que habían en las pistas de bailes agarrasen a su parejas y bailasen. Algún que otro niño seguía bailando como si de una canción movida se tratase.
—Oh... —susurró Damián.
—¿Qué ocurre?
—Mi hermana ha puesto una de mis bandas sonoras favoritas —contó nostálgico.
—¿Esta canción es de una película?
Damián se giró si cabeza hacia mi asombrado abriendo su boca formando una perfecta "O" con sus labios.
Sonreí, divertida al verlo así.
—¿Qué? —volví a preguntar
—¿No has visto nunca Ghost ? —preguntó sin dejar de abrir la boca.
Pensé un momento.
—Me suena...Pero nunca la he visto.
—¡¿Pero en que mundo vives!? —elevó sus brazos hacia arriba—. Es una de las mejores películas que existen.
—Lo siento.
—No, no, no. Tenemos que verla en cuanto lleguemos a casa.
—Pero si llegaremos cansados, Damián —abrí mis ojos de par en par.
—No importa —sonrió—, ven.
Damián me tendió su mano para que la cogiese. Fruncí el ceño sin saber quú hacer.
Dubitativa le di mi mano, que la agarró con fuerza. Su sonrisa se fue ensanchando cada vez más hasta dejarme ver todos sus dientes. Y de nuevo vi sus característicos y bonitos hoyuelos que decoraban sus mejillas.
Suspiré, intentando expresar el lío que tenía en mi cabeza, pero en cuanto vi que me llevaba hacia la pista de baile, paré.
Ya sabía por dónde iría la cosa.
—No me llevarás a bailar, ¿no?
Asintió sin dejar de borrar su sonrisa.
—Ni de coña, Damián.
—Oh vamos, ladrona.
Vi a mi alrededor y no me di cuenta de las personas que nos estaban mirando. No sabía que en ese momento éramos justo el centro de atención y era lo que menos me gustaba.
¿La gente no podría fijarse en sus propios asuntos?
Algunas señoras veía como cuchicheaban haciéndome sentir algo insegura, aunque otras nos miraban con una tierna sonrisa.
Volví la atención a Damián que estaba esperando una respuesta por parte de mi.
—Vamos —vi como lo dijo en un tono más emocionado.
—¿Pero como vamos a bailar? Estás en silla de ruedas, Damián.
Pasó un instante en el que vi a Damián pensando como hacerlo.
—Es cierto...Por eso te sentarás en mi regazo —soltó con naturalidad.
Negué por unos segundos asombrada de su propuesta.
—¿Recuerdas lo que te dije hace un tiempo? ¿Cuándo íbamos a bailar bajo las estrellas?
Asentí con duda.
—¿Qué fue lo que te dije? —volvió a preguntar.
Aparté la mirada y la clavé en mis manos.
Recordé por unos segundos aquel momento. Y una estúpida sonrisa apareció en mi cara, estuve tan nerviosa ese día que me olvidé por completo de todo.
—Que le jodan a los demás —le dije en voz baja.
—Que le jodan a los demás —repitió él.
Suspiré dejando caer todo el peso de mi cuerpo y nerviosa me acerqué a Damián. Nunca habíamos estado así y la idea de hacerlo me hacía temblar.
Me senté con lentitud para que no me cayese en su muslo izquierdo y dejé caer mis piernas sobre su otro muslo. Él sin pensarlo, llevó su mano izquierda a mi cintura y me llevó utilizando la mano derecha hacia la pista de baile siendo de nuevo el centro de atención.
Ambas manos las dejé caer sobre los hombros de Damián y una oleada de seguridad entró en mi y sin pensarlo me acerqué a él quedando sólo a mínimos centímetros de sus labios.
Vi como sonreía satisfecho y su mirada comenzaba a iluminarse cada vez más.
De nuevo como una adolescente hormonada, sonreí. Sonreí como tonta sintiéndome plena junto a él.
—¿No te molesta que esté sentada así?
—No me molestas en absoluto.
Asentí insegura. Pero de nuevo me mostró una pequeña sonrisa que me tranquilizó en un instante. No pude evitar sonreír al escucharlo.
—¿Qué has estado haciendo mientras no estaba?
—Una tía tuya se pasó toda una hora enseñándome fotos tuyas de pequeño.
—Sería mi tía Pilar. Ella es la que te dije hace un tiempo que tenía alzheimer.
—Sí, ya lo percaté —reí nerviosa notando un cierto temblor en mi voz.
—Lo siento si te ha molestado con tantas fotos mías.
—Oh no. Al contrario. Me ha gustado verte a ti manchado de papilla.
Vi como giró sus ojos bufando.
—Siempre enseña la misma foto. Tendré que enviarle fotos nuevas, aunque estarán perdidas por mi casa...
Y como respuesta solo me reí.
—¿Has visto? No es tan difícil.
—Esto de bailar en silla de ruedas tiene su ventaja —hablé ahora yo.
—¿Cuál?
—No te hace falta aprender a bailar.
Damián rio echando su cabeza hacia atrás.
—Haces que lo feo se vea bonito. ¿Cómo lo haces?
Miré en sus ojos que estos a su vez no dejaban de mirarme con amor.
—Me has enseñado tú.
I need your love
I need your love
God speed your love to me
Notaba a mis espaldas algunas miradas, pero en ese momento era algo que no me importaba. Ahora me sentía como si quisiese que ese momento no acabase nunca. Como si el tiempo pudiese durar más de lo normal.
Mi corazón se aceleró por segundos y no dudé en besarlo. Tomé con mis manos su cara haciendo que apoyase sus labios sobre mis dedos, dejándome escalofríos por todo mi cuerpo. Mordí mi labio inferior y poco a poco fui acercándome a él, oliendo con el perfume de su cuello y apoyando mi frente sobre la suya.
Su aliento chocó en mis labios haciéndome estremecer por un momento y no dejé de pensarlo más. Nuestros labios se juntaron y como si hubiese sido la primera vez, noté un remolino en mi estómago que me gustaba cada vez.
Agarró mi cuello con lentitud intensificando el beso.
Y como siempre conseguía hacer en mí, no me importó nada, ni quien nos mirase ni quien nos hablase.
¿Cómo era capaz de hacer esto siempre?
And time can do so much
Are you still mine?
Nuestro beso iba al mismo compás de la canción, de manera tranquila y lenta. Pero poco a poco el sonido de esta fue bajando hasta al final acabar, al igual que el beso. Inconscientemente mis ojos seguían cerrados, no quería abrirlos. Por un momento nos imaginé a nosotros solos, sin nadie más y era por eso mismo por lo que no quería ver el alrededor. Sólo a él.
Damián llevó sus manos a mis mejillas y las acarició. Solté un leve suspiró que chocó en sus labios.
Poco a poco fui abriendo mis ojos para encontrarme con la mirada de Damián, que brillaba más que nunca. Lo veía agitado, algo más que yo.
—Vámonos —dijo antes de llevarme en su silla hacia fuera de la fiesta.
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Twitter: _soyundrama_
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro