21. Nunchi
"Capacidad de saber leer el estado emocional de otras personas."
Jueves, 17 de diciembre de 2020.
09:09
Me desplomé del asiento agotada. El hecho de despertarme temprano era algo que odiaba. Recordé la comodidad y la calidez de mi cama y de pronto vino a mi las inmensas ganas de volver a mi casa. Era imposible no dejar de bostezar cada 5 minutos.
Escaneé a mi alrededor. Miles de adolescentes de un lado a otro hablando, aunque más que hablar yo le llamaría gritar. Mi cabeza estaba apunto de explotar por lo que acaricié mis sienes y cerré los ojos tratando de relajarme lo máximo posible.
—¿Estás bien? —acarició mi hombro preocupada Esther.
—No se callan —gruñí sin abrir los ojos todavía.
Noté como Esther giró hacia atrás para poder ver mejor el panorama. De nuevo estábamos en primera fila y las voces se escuchaban con más eco de lo normal. Era una sala bastante grande que tenían que ocupar miles de estudiantes.
—Son una panda de críos —negó riéndose—, verás que cuando llegue el profesor Román se callarán.
—Eso espero.
Y solo en cuestión de segundos los gritos comenzaron a cambiarse por susurros, hasta quedar en completo silencio. Noté en mi brazo izquierdo un suave empujón que sabía que venía de parte de Esther.
Fruncí el ceño sin saber que ocurría y con lentitud elevé la cabeza.
Justo el profesor Román sentado sobre su mesa con su característico pelo rizado y aire de superioridad. Era uno de los mejores profesores que teníamos de la facultad, siempre trataba que todos sus alumnos entendiesen cada clase. Pero su mirada penetrante y actitud altruista hacía que todos le respetáramos desde el minuto uno.
Su figura imponía tanto en los pasillos, que hasta los alumnos temían saludarle. Pero una vez lo conocías, era un hombre bastante simpático con miles de temas del cual hablar.
—¿Qué es para vosotros el amor? —cruzó sus brazos en un tono firme.
Y esta era una de las cosas que me fascinaban de él. Siempre iniciaba sus clases con alguna pregunta que te hiciese pensar por segundos.
Hubo un instante de silencio que se esfumó tras escuchar una voz al final de la clase.
—El amor es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres, definido de diversas formas según las diferentes ideologías y puntos de vista —escuché una voz grave detrás de mi.
—Que la respuesta sea lo menos Wikipedia posible, por favor —rodó sus ojos.
De nuevo de comenzaron a escuchar unas risotadas al final de la clase.
—Es un sentimiento profundo hacia tú pareja —susurró una chica que estaba a pocos metros de mi.
—¿Sólo la pareja? —se cruzó de hombros esperando una respuesta.
—También a la familia, amigos, mascotas —habló Esther.
El señor Román asintió varias veces dándole la confirmación.
—¿Conocéis a Robert Sternberg? —nadie dijo nada—. Eso entonces es un no.
Tomó con rapidez una tiza que había sobre la mesa y comenzó a hacer una pirámide sobre la gran pizarra que cubría la pared.
—Robert Sternberg explicó la Teoría Triangular del Amor. En esa figura está la intimidad —dibujó una I a un lado del triángulo—, la pasión y el compromiso —escribió la inicial de cada palabra en los lados restantes de la figura—, el área del triángulo nos indica la cantidad de amor sentida por un sujeto y en ella hay un equilibrio que la pareja debe de equilibrar.
—¿Y cómo se equilibra ese triángulo? —oí una voz aguda detrás de mi.
—En una relación existe un 100%. Y la pareja debe de dar un 50% de si mismo, para poder completar ese porcentaje y equilibrio.
Fruncí el ceño confusa de su explicación. Miré a mi alrededor por si los demás se habrían quedado igual que yo, pero no era así. Todos estaban atentos mirando al profesor incluso podría decir que algunos lo miraban con asombro.
—Entonces...¿Mi novio tiene que aportar un 50% en la relación y yo otro 50%? —preguntó una chica en el fondo que estaba apuntando todo lo que hablaba el profesor.
Mi cabeza daba vueltas por ese momento tratando de buscar la lógica a su explicación, pero no la encontraba. No veía posible que en una relación estuviese la obligación de dar ese 50%.
—No es justo —pensé en casi un susurro inaudible.
—¿Por qué? —preguntó Esther que me había escuchado.
—No es justo —repetí negando la cabeza. Por un momento dejé de escuchar la explicación del profesor. Quería hablar, decirle que no era correcto lo que estaba diciendo, pero un miedo que ya reconocía se apoderó de mi haciendo que me quedase callada.
—Pues dilo —giré para verla mejor. Mantenía sus ojos fijos en mi, intentado animarme con la mirada.
—Me da miedo —la timidez volvió a entrar en mi. Algo que ya se me hacia costumbre.
—¿De qué? —enarcó una de sus cejas confusa.
—De equivocarme.
—No tengas miedo a equivocarte, ten miedo de haberte quedado con las ganas —me dio un suave empujón—, plántale cara.
Plántale cara.
Plántale cara.
Plántale cara.
Aspiré tomando todo el aire que podía caber en mis pulmones.
—Es injusto —sonó mi voz por toda la sala. La mirada de los alumnos pasaron de estar sobre el profesor a estar sobre mi. Mi corazón estaba bombeando con tanta fuerza que sentí un fuerte mareo, pero por suerte estaba sentada y apenas se notó.
El profesor Román giró hacia donde venía mi voz pero no lograba encontrarme.
—¿Quién ha dicho eso?
Me cago en mi vida.
Levanté la mano temblorosa provocando que sus grandes ojos verdes se fijasen en mi. Se acercó con lentitud mientras que yo trataba de tranquilizarme mentalmente. Por debajo de la mesa estaban mis manos quitándose la piel de mis dedos con nerviosismo.
—¿Cómo te llamabas? —cuestionó a pocos metros delante de mi. No despegaba sus ojos de mi sin ninguna expresión en su mirada.
Mordí el labio inferior.
—Marina. A estas alturas del curso deberías saberlo —siseé sin pensar. Golpeé mentalmente la frente y mi subconsciente comenzó a reñirme.
La risa de Esther se escuchó a mi izquierda. Provocando que el señor Román frunciese el ceño.
—¿Por qué piensas que es injusto, Marina?
—En una relación en la que hay un 100%, es injusto que la pareja dé siempre un 50% para complementarse —mi voz comenzaba a tornarse menos temblorosa, cosa que me relajaba—, habrá momentos en el que una de las parejas tenga que dar un 60% y la otra solo un 40%. Otra veces tendrá que ser un 20% y la otra pareja un 80%. Y eso no es malo.
—¿Por qué debe de ser así? —acarició su barbilla pensativo.
Me estaba atosigando con tantas preguntas. Bajé la mirada intentando buscar la respuesta exacta. Escuché varios susurros a mis espaldas que no lograba descubrir que decían, pero los ignoré por completo.
Justo ahí pensé en Damián.
—Hay situaciones en la que una de las parejas no puede dar ese 50% y no hay que obligarlo por ello. Hay que ayudarlo. Al igual que habrá días en la que la otra persona apenas llegue a un 30% —recordé el día en el que me ayudó Damián a despejarme llevándome a la azotea—, pero para ello estará su pareja que completará el porcentaje que falte. No creo que una relación se base en una igualdad por ambos lados, sino en una equidad.
—Wow —murmuró Esther a mi lado.
El señor Román me miró por debajo de sus gafas, con su llamativa mirada crítica y observadora.
Dios mío cuanto quedaba para acabar este sufrimiento.
Hice el esfuerzo por relajar mi cuerpo en cuanto lo sentí tensarse de nuevo.
Me estaba arrepintiendo mucho de lo que había hecho. Por cada segundo que pasaba un insulto hacia mi pasaba por mi mente, culpándome. Tomé aire creyendo que así sería mejor, pero no servía de nada.
Maldita timidez.
Enserio Marina, la próxima vez te callas...
—Tienes un punto y medio más en el próximo examen. ¡Espero que todos hayáis escuchado lo que ha dicho vuestra compañera! —exclamó mirando ahora al fondo de la clase—. Muy bien, Marina.
¿Qué cojones?
10:12
—Dios, eso estuvo increíble —comenzó a hablar Esther mientras me agarraba del brazo llevándome hacia ella.
—Oh vamos, tampoco es para tanto —traté de restarle importancia.
Habíamos acabado la primera clase y decidimos ir al cuarto de baño de la facultad. Estaba algo lejos de nuestra clase y eso significaría que llegaríamos tarde, pero eso a Esther no parecía importarle.
—¡Le has plantado cara al señor Román! ¡Y te ha dado un punto y medio extra! —su voz comenzaba a hacer eco por los largos pasillos de la universidad.
Reí tras su comentario.
—¿Cómo te va con David? —traté de cambiar de tema.
—Mejor de lo que creía, es un chico muy atento y respetuoso —dio un suave suspiro al mismo tiempo que se separaba de mí—, realmente estoy enamorada de él.
—¿Pero sois...?
Negó con rapidez antes de que acabase la pregunta.
—Hoy voy a salir con él. Y supongo que hablaremos de sentimientos y esas cosas que se dicen antes de acostarse con alguien.
Abrí los ojos de par en par.
—¿Te vas a acostar con él?
Escuché la risa de Esther a mi lado.
—Eso hacen las parejas —encogió sus hombros. Le miré confusa sin saber que responderle, entornó los ojos hacia mi con seguridad—, vamos Marina...¿No te has acostado todavía con Damián?
El calor fue ascendiendo a mis mejillas y un sentimiento de vergüenza apareció en mi. Por un momento me quedé en blanco y no pensaba en nada. Simplemente la imagen de Damián apareció frente de mi, con su característica sonrisa juguetona y mirada penetrante.
¿Por qué la gente le daba tanta importancia al sexo?
Tragué varias veces seguidas haciendo que mi boca quedase seca. Desconcertada miré fijamente a Esther que me miraba con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios.
—Es broma —sonrió al verme—. Es sólo que David está bastante bueno y habrá que aprovechar la situación.
Notaba a Esther con tanta naturalidad al soltar esas palabras que me asustaba.
—Sí, claro —salió de mis labios una sonrisa forzada.
Intenté olvidar lo que me dijo aunque fue un acto en vano pues la palabra "acostarse con Damián" daba vueltas en mi cabeza. Damián había sido mi primera vez de muchas cosas. Había sido la primera persona que había dejado que abriese mi alma, que me conociese no sólo físicamente sino también mentalmente, que descubriese del desastre de mi vida.
No había sido mi primera vez en el sexo. Pero era algo que realmente no me importaba en absoluto.
—¿Puedes sujetarme el bolso? —me lo tendió con cuidado de que no cayese—, entro al baño en un momento.
Asentí llevando el peso del bolso a mis brazos.
Miré el reloj que había sobre un enorme cuadro en el cuál se encontraba la directora de la Universidad. Nunca había visto su cara por ninguna parte, sólo veía su nombre firmado en miles de folios y papeles de la Facultad.
El fuerte sonido proveniente de mi móvil me hizo sobresaltar de donde estaba. Era imposible que fuesen mis padres estaban trabajando y mi hermana mucho menos, pues estaba estudiando.
Confusa llevé mi mano al bolsillo derecho donde guardaba el móvil. Pulsé el botón derecho que me dejaba encenderlo y poder ver quién era la persona que me hablaba.
Inconscientemente salió de mis labios una pequeña sonrisa. Noté en mi estómago un fuerte remolino de emociones.
Damián me había enviado dos audios de voz por Whatsapp.
Sin pensarlo dos veces desbloqueé el móvil con algo de dificultad, pues mis manos temblaban sin cesar. Entré en la conversación. Por un momento una fuerte ráfaga de viento atravesaba la fina piel de mi cara provocando que tiritase.
Bajé el volumen del móvil para evitar que cualquier profesor escuchase los mensajes de voz. Mi dedo pulgar estaba a centímetros del móvil para pulsar el audio.
Observé a mi alrededor para asegurarme de que nadie me estuviese mirando.
Audio de voz.
Damián.
¡Ladrona, mira! ¡Te estoy enviando un audio! Esto es la hostia.
¡Damián, te voy a partir la boca!
Se oyó a lo último la voz de Laura algo lejos de Damián.
Me reí con tanta fuerza que algunos chicos que pasaban a mi lado giraron extrañados.
Audio de voz.
Damián.
Ladrona, te echo de menos.
Yo también lo echaba de menos. Le quería contar que había escuchado el disco de Foreigner y que esta semana vería por fin El show de Truman.
La espera para poder verle se me hacía cada vez más eterno.
—¡Listo! —dijo Esther mientras salía con torpeza con su llamativo cabello pelirrojo del baño.
Sacudí mi cabeza y volví a la realidad.
23:58
Estiré mi espalda haciendo sonar crujir los huesos de mi espalda. Un suspiro de alivio salió de mis labios.
—Y me dijo "Muy bien, Marina" —intenté decir lo último con una voz más grave de lo normal, imitando la voz del profesor Román a través del teléfono.
Mis dedos en ese momento estaban congelados y la única ayuda que tenía era el calefactor que me mantenía a una temperatura más caliente
Escuché la risa de Damián.
—Lo que más me gustó fue cuando le dijiste "A estas alturas del curso deberías saberlo" —contestó riéndose—, me alegra mucho eso, ladrona —terminó diciendo tras haber calmado su risa. Notaba en su voz total sinceridad en cada una de las palabras que decía.
Llevábamos toda la tarde hablando por teléfono, apenas había acabado de estudiar, llamé a Damián para contarle lo que me ocurrió esta mañana.
—Sí, yo también —reí intentando que sonase lo más sincero posible mis palabras, aunque no fuese así. No era verdad, no estaba alegre en absoluto. Una parte de mi me culpaba pues de no haber sido por la ayuda de Esther, no hubiese llegado a decir nada en la clase.
Mi mirada subió al techo de mi habitación. Dejé el cuarto a oscuras y apenas veía nada; me mantuve callada pero los segundos pasaban y ninguno de nosotros decía nada. Fruncí el ceño confusa.
La ventaja de todo esto es que Damián no estaba aquí y no podía mirarme. Aunque no tuviese un espejo enfrente de mi sabía que mi rostro no era de lo mejor y que mis ojos cada vez se cristalizaban aún más.
Odiaba volverme frágil.
—¿Damián?
—No estas bien, ¿verdad? —contestó con convicción.
Su pregunta me dejó en blanco. Por un instante me entretuve desenredando los nudos de mi cabello hasta que no me quedó más remedio que tener que preguntarle.
—¿Por qué piensas eso?
—Tu voz, lo noto ladrona.
Suspiré antes de seguir hablando.
—Es sólo que no me siento bien del todo con lo que ha ocurrido hoy.
—¿Por qué? ¡El profesor más estricto de la facultad te ha dicho "Muy bien, Marina"! —terminó de nuevo asombrado poniendo un tono de voz más grave que el suyo a lo último que dijo.
Un cosquilleo se produjo dentro de mi tras haber escuchado sus palabras.
—No es eso —reí—. Sólo...Sino hubiese sido por la ayuda de Esther, no habría dicho nada. Me hubiera quedado callada como hago en el 98% de las situaciones.
Noté una punzada en el pecho.
—Pero ladrona, eso no es malo.
—Claro que sí. A mis 18 años todavía me da miedo hablar en clase —resoplé frustrada.
—¿Miedo?
Asentí aún sabiendo que no me estaba mirando.
—Pero hoy has vencido ese miedo —le notaba en la voz confusión y era lo más normal.
—Más o menos. He necesitado la ayuda... —quise volver a repetir pero Damián me interrumpió.
—Ya sé que te ha ayudado Esther, ladrona. Pero has sido tú quien ha alzado la voz en toda la clase para decir que no te parecía correcto la explicación del profesor —escuché como se estiraba en la cama—. Ladrona, no te culpes por ello. Has sido muy valiente, y admiro eso de ti.
Tragué saliva y suspiré aliviada en cuanto supe que Damián me estaba entendiendo. Desde muy pequeña me había costado expresarme, poder explicar aquello que ocurría en mi cabeza. Muy pocas personas me comprendían, entre ellas mi madre. Eso era algo que me angustiaba demasiado, hasta tal punto de dejar de hablar de mis pensamientos hacia los demás.
—Pero yo no soy valiente. No soy ese tipo de persona que no le tiene miedo a nada.
Por ese momento notaba mi corazón hecho un puño dentro de mi.
—Ser valiente no es eso. Ser valiente es seguir adelante a pesar de esos miedos de los que hablas.
Sus palabras me hicieron recapacitar. Y la primera lágrima comenzaba a deslizarse sobre mi mejilla para acabar rozando mis labios.
—¿Tú en que miedo descubriste que eras valiente? —solté la pregunta sin haberla pensado antes. Giré mi cuerpo de lado, dejando la espalda mirando a la pared de mi habitación. Y cerré los ojos con lentitud esperando su respuesta.
No quería dormir, apenas tenía sueño. Pero la voz de Damián me relajaba en esos momentos.
—Me tengo que acostumbrar a este tipo de preguntas profundas, ladrona —rio.
—Soy estudiante de psicología, deberías de acostumbrarte ya —reí.
—Es cierto. Supongo que fue el día en el que me vi totalmente solo. Tuve que salir yo del profundo pozo donde el destino me había metido —se sinceró con total honestidad en cada una de sus palabras—. ¿Y tú?
—Cuando a mi tía le diagnosticaron cáncer.
—¿Lo ves? Eres valiente. Aún temblando de miedo te enfrentas a esos obstáculos.
Reprimí las ganas de decirle que quería que estuviese aquí mordiéndome el labios inferior con fuerza. Echaba de menos su olor avainillado como siempre. O sus abrazos que hacían que dejase de tener calor. Pero por un segundo olvidé como se sentía.
Esperé un momento hasta que decidí hablar.
—¿Damián?
—Sabes que sigo aquí.
El calor fue ascendiendo a mis mejillas pasando por mi cabeza de un lado a otro la pregunta que le iba a hacer.
—¿Cómo vas vestido?
Hubo un instante de silencio que se terminó con una carcajada proveniente de Damián.
—Oh vamos, ¿Me vas a proponer una llamada telefónica erótica?
Abrí los ojos de par en par.
—¿¡Qué!? —me levanté de la cama—. ¡No! ¡No! ¡No!
—Mira pues mis calzoncillos son de color...
Aunque no me viese inconscientemente llevé mi mano libre a mis ojos como si creyese que me lo fuese a enseñar.
Qué ilusa, Marina.
—¡Damián! —intenté que saliese más como un susurro pero acabó siendo un grito agudo. Con rapidez llevé mi mano a la boca recordando que mi hermana ya estaba dormida a estas horas.
—Es broma, ladrona —susurró aún con un tono de voz juguetón—. ¿Por qué quieres saberlo?
—No estás aquí conmigo, y me cuesta más imaginarte. Supongo que diciéndome cómo vas vestido te puedo imaginar mejor aquí.
—Llevo unos pantalones negros y una camiseta de los Rolling Stones donde podrían caber tres Damián más —rio a lo último, provocando que mis labios se elevasen mostrando una sincera sonrisa—. Yo también quiero imaginarte conmigo.
Lo último lo dijo en un tono de voz más grave cosa que acusó un escalofrío por mi espalda. Dudosa quité la sábana que tenía tapándome y miré.
Oh joder, Marina. Tienes miles de pijamas y te has puesto esto. Riñó mi subconsciente.
—Llevo unos pantalones de pijama, creo que es de color rosa, aunque no lo sé muy bien porque tantos lavados han provocado que se destiñese, pero eso no importa —ralenticé mis palabras sabiendo lo que le iba a decir—, una camiseta blanca algo rota, y en ella va dibujada un...un unicornio.
Negué avergonzada de lo que dije, creyendo que Damián se lo tomaría enserio. Pero sabiendo como era él no iba a acabar para nada así.
—¿Un unicornio? .-Escuché como trataba de aguantar la risa. Pero a los pocos segundos sonó una carcajada a través del móvil. A consecuencia de eso se me soltó una risotada que se unió a la de Damián.
—¡No te rías! De pequeña me gustaban mucho.
Por un momento escuché como alguien me estaba llamando mientras estaba hablando con Damián. Extrañada separé el móvil de mi oreja para ver quién era.
El nombre de Esther aparecía en grande por la pantalla.
—Damián, tengo que colgar.
—¿Ocurre algo?
—Es Esther. Es muy raro que me esté llamando a estas horas de la noche.
Me recompuse sacudiendo mi cabeza. Tantas emociones en poco tiempo me mareaba, aunque para que engañarnos, me gustaba.
—Vale. Pero antes de que te vayas quiero preguntarte una cosa.
Relamí mis labios esperando su pregunta. Hice un asentimiento de cabeza pero por un momento recordé que no me veía.
—Sí, claro.
—Cuando tú profesor preguntó sobre que opinabais del amor...¿En qué pensaste?
No dejé que pasase ni un segundo, pues la respuesta la sabía.
—En ti.
00:32
Tuve que suplicarle a mi madre unas 5 veces para poder salir a estas horas a la calle. Tener unos padres estrictos no era algo que me ayudase en estas situaciones, pero después de casi 30 minutos siguiéndola por toda la casa y casi poniéndome de rodillas frente a ella accedió. Con la condición de que estuviese antes de la 1:00 en casa.
Como si fuese Cenicienta o algo por el estilo.
El frío cada vez se incrementaba más a medida que los días iban pasando. Este mes de diciembre había que ir lo más abrigado posible para evitar cualquier resfriado.
Fijé mi mirada al suelo, expresamente a mis pies, donde llevaba mis pantuflas de conejo. Realmente era algo que no me importaba en esos momentos, además de que a estas horas de la noche nadie las vería. Estaba a 8 minutos de mi casa y la pereza invadía a mi cuerpo por el hecho de pensar que me tenía que poner unos zapatos de salir.
Aunque mi pelo no fuese de lo mejor tampoco en esos momentos, me lo intenté arreglar con una coleta poco apretada, dejando salir dos mechones de pelo a los lados de mi cabeza.
Mis manos estaban congeladas y el uso de los guantes apenas daba efecto. Eché hacia abajo el gorro que había sobre mi cabeza tratando que cubriese el máximo posible de mi cabeza. Apenas había nadie en el parque, solo un grupo de niños haciendo lo que parecía un botellón.
La llamada de Esther, me dejó casi boquiabierta. Nunca le había escuchado llorar y mi instinto quiso ayudarle aunque no sabía cómo. No paraba de repetir las palabras:
—No me lo puedo creer.
—Esto tiene que ser mentira.
Tomé todo el aire que mis pulmones podían tomar una vez había visto a Esther en el banco del pequeño parque donde me dijo que nos veríamos. No se me hizo muy difícil reconocerla pues su llamativo pelo pelirrojo que cubría su espalda ya me hacía saber quien era a la perfección.
A medida que me iba acercando más, notaba como tapaba su cara con ambas manos sin dejar que un milímetro de esta se viese. Su pie izquierdo chocaba constantemente con el suelo mostrando nerviosismo en ella.
Apenas me quedaban dos metros, Esther subió unos pocos centímetros su cabeza, dejándome ver un rostro más apagado y ojos hinchados por haber llorado. Inevitablemente suspiré dejando que saliese de mis labios un humo espeso por el frío que hacía.
Una vez me acerqué a ella, me agaché a su altura para secarle las lágrimas que quedaban sobre sus mejillas. Había dejado de llorar pero sus ojos seguían sin tocarse con los míos. Me debatí mentalmente si preguntarle o simplemente quedarme a su lado hasta esperar que hablase.
Acaricié con suavidad su pelo tratando de calmarla y le pregunté:
—¿Qué ocurre?
Dejó de mirar al suelo, para fijar sus ojos en mi. No sabría expresar todo aquello que me estaba transmitiendo, pero únicamente soltó tres palabras.
—David es transexual.
00:49
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Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
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