19. Forelsket
"La euforia que sientes al experimentar cuando te enamoras por primera vez."
Lunes, 30 de noviembre de 2020.
17:26.
—Y aquí vomité después de mi primera quimioterapia —señaló Damián orgulloso a una de las esquinas de su habitación.
Puse una mueca de asco tras su comentario.
—Eso es asqueroso —dije apoyándome en la puerta de la habitación.
—Pero fue gracioso, ¿verdad, Agustín?
—Sí, sobre todo gracioso —afirmó sarcásticamente.
No podía sacarme de la cabeza que Damián por fin saldría del hospital. Ya estaba mucho mejor, como más energético y emocionado. El color de su piel era menos pálido y sus labios se volvieron más rosados. El característico brillo de sus ojos seguía sin desaparecer, haciendo que me quedase embobada cada vez que lo veía. Había dejado de una vez toda esa bomba de medicamentos que entraban por su cuerpo por la quimioterapia.
Es cierto que de vez en cuando le dolía el pecho, pero Agustín me decía que era algo normal. El simple hecho de saber que Damián estaba sano me hacía más feliz. Es como si miles de emociones pasasen por mi estómago haciéndome querer gritar de que por fin Damián sería libre.
Su característica sonrisa no se borraba en ningún momento. Me parecía muy gracioso verlo así pues se le achinaban los ojos al reír y sus marcados hoyuelos se asomaban siempre en sus mejillas.
Agustín estos días ha estado algo más raro. Como más apagado, y siempre que le preguntaba me saltaba con la excusa de que estaba cansado de estar todo el día en el hospital. No conseguía creerle del todo, pero lo dejaba pasar.
Hoy era el día en el que Damián ya dejaba estas cuatro paredes. Y no quiso irse sin antes contarme todo lo que le pasó en cada esquina de su habitación.
—Y aquí pegué un salto tan grande que hizo que me rompiese la muñeca —señaló ahora su cama para después enseñarme su muñeca intacta.
Reí.
—¿Y aquí? —giré mi cabeza al cuarto de baño que tenía a mi derecha.
Damián con lentitud eliminó la sonrisa de su cara, sin llegar a mostrarme seriedad. Justo ahí creí que lo había estropeado todo y que realmente me tendría que haber callado.
Pasó al lado mía para entrar en la pequeña sala donde se encontraban miles de toallas ya ordenadas, la ducha, un diminuto lavabo y justo enfrente de él, un enorme espejo que dejaba ver mi reflejo con total claridad.
Damián se posicionó justo en frente de dicho espejo y se quedó durante unos segundos quieto. Sin hablar. Miré a Agustín, pero este también estaba igual. No formulaban ninguna palabra.
—Recuerdo que cuando recibí la quimio, mis pelos fueron cayendo poco a poco. Me asusté bastante. Pero mi padre me dijo que era un efecto secundario de la quimioterapia. Un día mis padres junto con Laura nos reunimos aquí. Mi madre tomó una antigua maquina de afeitar que tenía mi padre y los mechones de pelos cayeron por todo el suelo —bajó la mirada—. Lloré tanto ese día que hasta mi hermana tuvo que irse. No era capaz de verme así. Y al terminar de quitarme todo el pelo. Mi padre me dijo algo que nunca olvidaré.
—¿El qué? —pregunté.
—A los guerreros más fuertes se les da las peores batallas. Y ahí lo comprendí todo —respondió con una sonrisa nostálgica sin dejar de mirarse en el espejo.
Tomó una bocanada de aire para después girar su cabeza hacia mi. De nuevo volvió a asomarse en él una pequeña sonrisa.
—Es bastante bonita esa frase, Damián. ¿Tienes algún recuerdo más en esta habitación? —cuestioné.
Damián miró al techo pensativo.
—Creo que ya lo he contando todo. Realmente me he portado bastante bien en el hospital. He sido un niño bueno. ¿Tú qué opinas, Agustín? —soltó Damián en un tono irónico.
—Sí, claro. Sin olvidar el día en el que borraste todo el historial médico solo para jugar al ajedrez —reprochó Agustín levantando sus cejas.
—¿En serio hiciste eso? —contesté sorprendida.
Damián soltó una carcajada recordándolo.
—Laura y Jesús me enseñaron a jugar al ajedrez. Y esa noche me aburría tanto que quería jugar —rascó su nuca nervioso—, era muy pequeño.
—Tenías casi 16 años, Damián —habló Agustín incrédulo.
—Oh vamos, cállate —contestó Damián saliendo ya de su habitación.
Salí detrás de él negando sonriente por su respuesta. Giré mi cabeza con lentitud viendo como Agustín cerraba la puerta.
—¿Echarás de menos tú habitación? —pregunté.
—Es como mi primer hijo —tocó su pecho exagerando un tono triste en su voz.
—No seas tan exagerado —soltó Agustín.
—Es cierto, he vivido casi 5 años en esa habitación. Es como una segunda casa. Quiero que peguéis un cartel grande sobre la puerta.
Fruncí el ceño ante su extraña idea.
—¿Y que quieres que pongamos? —preguntó Agustín.
—La habitación exclusiva de Damián.
Solté una carcajada.
—Damián, algún paciente tendrá que ocupar tú habitación —dijo Agustín cruzando sus brazos.
—¿Y? —preguntó Damián.
—Pues que se asustarán al ver ese cartel —añadió haciendo que soltase de nuevo una carcajada.
—Pero es mi habitación... —murmuró en un cierto tono nostálgico.
—Bueno, pues cuando llegué un nuevo paciente, me encargaré yo de decírselo —prosiguió Agustín.
—Le tendrás que decir —carraspeó antes de seguir—, esta es la famosa habitación de Damián, aquel chico que mandó a tomar por culo al cáncer.
—¡Damián esa boca! —exclamó Agustín dándole un suave golpe en la nuca.
—A mi parece buena idea —hablé ahora yo.
—Tú no le sigas el juego —amenazó Agustín provocando que Damián riese.
Miré alrededor y había dos enfermeros que nos miraban algo divertidos.
—¿Cuándo llega mi hermana? —interrogó Damián tras dejar de reír.
—En menos de una hora —contestó Agustín.
—Joder —susurró Damián golpeándose la frente—. ¿Crees que me dará tiempo de la sorpresa? —le volvió a preguntar a Agustín.
—Sí, claro. Se tarda menos de 15 minutos —respondió.
Extrañada miré a ambos.
—¿Qué sorpresa? —solté sin pensar.
Agustín y Damián se miraron entre sí con una sonrisa juguetona. ¿Qué estaban escondiendo?
—Me tengo que ir. En 45 minutos estoy abajo esperándoos. No tardéis —aclaró Agustín antes de irse.
Vi como poco a poco se iba alejando de nosotros. Yo mientras tanto seguía confusa por esa sorpresa y mi cara delataba esa confusión.
—¿Me dirás que sorpresa es? —volví a cuestionar.
—Las sorpresas no se cuentan, sino se pierde la gracia —guiñó su ojo—. Acompáñame.
Tomó las ruedas de su silla y emprendió camino hacia el ascensor.
—¿Pero está muy lejos de aquí? —pregunté—. Porque si está muy lejos no nos dará tiempo de que nos pueda recoger tú hermana, recuerda que tiene que trabajar esta tarde y no quiero ver enfadada a Laura porque...
Paró en seco dejando sonar un fuerte chillido molesto de su silla.
—Deberías de dejar de preocuparte por las cosas tanto —sonrió dulcemente.
17:42
—Esto es realmente emocionante —dije sin dejar de sonreír.
—¿Ver como te meten una aguja en la piel? —preguntó incrédulo.
—No, imbécil —reí—. Poder donar sangre.
Estaba tan nerviosa que mis manos temblaban cada vez más.
—Debes de apretar y soltar la mano, ladrona —me recordó Damián.
Estaba a mi izquierda sentado en su silla, mientras que yo estaba acostada en un enorme sillón. Mi brazo derecho estaba extendido, unido a una bolsa llena de mi sangre, que al final sería donada para alguien que lo necesite.
La bolsa se movía de un lado a otro moviendo mi sangre dentro de un pequeño cubículo.
—¿No te duele? —preguntó preocupado sin dejar de mirar mi brazo.
—Es raro que la pregunta venga de ti —reí.
Los minutos con Damián se me pasaban más rápido y era algo que me molestaba pues cada vez tenía más ganas de estar con él. El silencio siempre es cómodo cuando está a mi lado e incómodo cuando no lo está.
Y es que cada vez que está a mi lado siento que estoy justo donde quiero estar.
La mirada de Damián pasó de estar en mi brazo a mis ojos, haciéndome estremecer. Tenía una mirada neutra, sin ninguna expresión. Pero aún así me gustaba verlo.
—¿En qué piensas? —preguntó sacándome de mis pensamientos.
—En lo incómodo que será cuando me quiten la aguja.
Damián rio tras mi respuesta.
—Ya queda poco, Marina —dijo Isabel a lo lejos. Estaba organizando algunas agujas en sus cajas correspondientes.
Asentí aunque no me viese.
—¿Y tú? —pregunté.
—En todo.
—¿Y qué es todo para ti?
—Buena pregunta —agarró mi mano y comenzó a jugar con mis dedos—, en que ya no estaré en el maldito hospital, seré realmente libre, sin que ningún médico me levante a las 3.00 para decirme que tengo que tomar más y más medicamentos. Hoy soy más adolescente.
—Pero realmente ya lo eres —afirmé.
—Sí. Soy adolescente, pero no me he sentido como uno. Quiero hacer miles de cosas contigo.
Contigo. Contigo. Contigo.
Esa palabra no paraba de rondar por mi cabeza, dando vueltas de un lado a otro. Me pareció muy tierno ese gesto. Estaba contando conmigo para hacer esos planes que tanto quería hacer.
Una sonrisa tonta salió de mis labios.
—¿Cómo cuáles?
—Los que sucedan. Los mejores planes salen sin improvisar. ¿Sabes?
—Estoy de acuerdo contigo en eso —reí.
—Bien, Marina. Ya hemos acabado —sacó con suavidad la aguja apretando sobre mi piel un pequeño trozo de algodón. Para evitar que saliese cualquier hematoma—. Recuerda que debes tomar agua o cualquier líquido, y si te sientes mareada...
—Sentarme en cualquier sitio y apoyar mi cabeza entre mis piernas mirando al suelo —seguí yo.
—Exacto —sonrió Isabel.
Me levanté con suavidad y tomé una pequeña botella de agua que me tendió Damián.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Siempre lo he estado —sonreí sin despegar mis labios.
Damián como respuesta se rio. Y ambos nos dirigimos a la salida, pensaba despedirme de Isabel, pero hablo antes Damián.
—Isabel, ¿bajarás ahora para despedirte?
—Lo olvidé por completo, Damián —resopló arrepentida—. Voy a intentar decirle a un paciente que se espere un poco y... —comenzó a mirar varias carpetas que tenía a su alrededor con rapidez.
—No te preocupes. Nos podemos despedir aquí —le mostró una sonrisa tranquilizadora.
La cara de Isabel cambió totalmente. Su característica sonrisa alegre se cambió por una más forzada. Esto hizo que frunciese el ceño.
—Oh, es cierto —rio sin humor. Se acercó a Damián agachándose a su altura. Se quedaron durante unos segundos mirándose y ese momento decidí que lo mejor era alejarme algo y dejarlos a ellos solos.
—No vayas a llorar, Isabel —reprochó Damián divertido.
Y segundos después de que lo dijese ya estaban cayendo sobre sus mejillas grandes gotas de agua. Apretó su labio inferior con fuerza y con delicadeza secó las lágrimas que caían.
Me costaba verla así. Isabel era una mujer risueña y realmente encantadora. Recordé el primer día que la vi entrando en la habitación de mi tía sin dejar de borrar su característica sonrisa. Siempre ha intentado animarme cada vez que veía enfermo a Damián.
—Te voy a echar de menos, Damián —sollozó.
Damián la abrazó con fuerzas. Los pelos rubios de Isabel se pegaron a la cara de Damián y la pequeña frente de ésta se apoyó sobre su hombro.
—Os visitaré cada vez que pueda —murmuró de manera audible. Damián acariciaba con suavidad su espalda de arriba abajo e Isabel a su vez apretaba con fuerza la camiseta azulada de Damián.
Se alejó poco a poco de él y con una sonrisa melancólica acarició su hombro.
—Gracias, Damián.
—¿Por qué? —susurró extrañado.
—Aunque hayas hecho muchas travesuras por todo el hospital, me has enseñado muchas lecciones que no creería aprender de un niño de 18 años.
—Gracias a ti, por haber conseguido que no me rindiese —sonrió sin mostrar sus dientes.
Un escozor llegó a mi garganta avisándome que podría llegar a llorar en cualquier momento.
Isabel se volvió a acercar a Damián y este le susurró algo que no pude llegar a escuchar. Se alejaron con lentitud e Isabel le dio un suave beso en la frente antes de despedirse.
—No hagas ninguna travesura fuera de aquí —dijo Isabel.
—Oh vamos, tan malo no soy —contestó Damián.
Cosa que hizo que Isabel se riese.
—Adiós chicos —se despidió Isabel en un cierto tono apenado.
Damián se acercó a mi lado y antes de irse susurró:
—Adiós, Isabel.
La despedida fue algo dura y todavía tenía un nudo en mi garganta por la escena de antes vista. Salimos de la zona de transfusión de sangre e inconscientemente giré hacia la derecha camino a la salida, pues dentro de poco iba a estar la hermana de Damián allí.
Pero vi como Damián hacia el camino contrario a mi. Extrañada me acerqué a él dando torpes pasos.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Quiero presentarte a alguien —dijo mientras miraba al frente. Le dirigí una mirada confusa que no llegó a captar y seguí sus pasos.
—¿Y dónde es?
—Ya lo verás —soltó Damián en un tono de voz bastante bajo. Estaba concentrando intentando recordar el camino.
—¿Conozco a esa persona?
—¿Ya te han dicho que preguntas mucho?
Esta vez paró y giró con rapidez hacia mí, mirándome con sus llamativos ojos. La pregunta había sido esta vez algo fría como si estuviese molesto de algo, pero se borraron esos pensamientos cuando vi que se asomaban en sus rosados labios una pequeña sonrisa.
—Está a tu derecha —ladeó su cabeza.
Miré alrededor, no había nada nuevo. Muchas habitaciones algunas cerradas y otras abiertas. La gran mayoría de personas que había en el pasillo eran enfermeros y enfermeras. Ya muchas caras se me hacían conocidas. Pero aún así, no sabía porque me había llevado hasta aquí.
Era de nuevo un pasillo de hospital normal y corriente. Giré mi cabeza poco a poco hacia la dirección que me indicó Damián hace unos segundos; y a través del cristal que separaba el pasillo de la habitación, encontré un chico acostado. Sus ojos permanecían cerrados y eso me hice saber que estaba durmiendo.
Tenía la boca algo abierta y un largo pelo color cobrizo se pegaba en la almohada.
—¿Quién es?
—Es Hugo. El chico del que te hablé hace tiempo —respondió—. Entremos.
—Pero no le conozco —di unos pasos hacia atrás.
—Tranquila, seguro que le caes bien —rio.
Damián entró con seguridad a la habitación y antes de que entrase yo, se aseguro de que no hubiese nadie dentro. Entonces me hizo una señal con la mano indicándome que podía pasar.
La habitación olía algo diferente a la de Damián. Tenía el característico aroma a vainilla, pero era más suave. El olor pasaba más desapercibido, sin embargo en la habitación de Damián era mucho más intenso.
Llevé mi cabeza hacia la dirección donde se encontraba acostado el chico, que a partir de ahora acabaría llamando, Hugo. Desde más cerca podía ver que se asomaban sobre sus mejillas miles de pecas, algunas más oscuras que otras. Tenía una nariz algo respingona que al verla sacó de mi una pequeña sonrisa.
Sus ojos cerrados me daban a entender que estaba dormido, por lo tanto hice el mínimo ruido para acercarme a Damián y éste al verme soltó una ruidosa carcajada.
—¿¡Qué haces!? —susurré tapando su boca con mis manos.
—Ladrona, será imposible que lo hagas despertar con algún ruido.
—¿Por qué?
—Está en coma —soltó de nuevo una carcajada.
Abrí los ojos de par en par sorprendida.
—Joder —solté—, podías haberlo dicho.
—Pero era más divertido si no lo sabía —sonrió dejándome ver sus hoyuelos.
Damián se acercó poco a poco a él y lo miró durante unos segundos.
—Hugo, ya me voy. Por fin seré libre —susurró—, no sabes lo mucho que deseaba esto y tú estarías harto de escucharme —rio sin humor.
—¿Hablas todos los días con él?
Asintió.
—Siempre que puedo. Sabe todo sobre mí, me daría miedo que realmente hubiese escuchado todo lo que le he contado y se lo dijese a todo el mundo.
—No sería capaz de hacer eso —reí—. ¿Qué le ocurrió?
—Un accidente de moto, eso me contó su madre. Un imbécil borracho chocó contra él.
—¿Y cómo lo conociste?
—Un día me pasé por urgencias y lo vi a él. Me pareció muy gracioso el color de su pelo que no dudé en acercarme. Desde que se quedó ingresado siempre he venido a hablar con él, aunque él no pudiese hablar conmigo —soltó una carcajada a lo último.
—Tiene un parecido a Ron Weasley —sonreí mirando al pelirrojo.
—¿Ese es de Harry Potter?
Asentí.
—Oh que maleducado soy —golpeó su frente—, no os he presentado. Marina, este pelirrojo de aquí es Hugo. Hugo esta chica es Marina. Aunque no la puedas ver, te puedo asegurar que es muy guapa —susurró esto último tratando que no le escuchase. Pero ocurrió todo lo contrario.
El calor fue ascendiendo hacia mis mejillas.
—Imbécil —murmuré sin borrar la sonrisa nerviosa de mi boca.
—Se pone nerviosa cada vez que le dices algún cumplido. Y no acepta que nadie le lleve la contraria —me devolvió una mirada burlona—, le gusta leer mucho. Ah, y no se ha visto la película del Show de Truman. ¿Te lo puedes creer?
—Oh vamos, Damián. Ya te dije que me la vería cuando acabase los exámenes.
—Y lo peor de todo es que no conoce ni a Scorpions, ni a Foreigner...
—Eres realmente cabezota —negué con la cabeza varias veces.
—¡Mira quien lo dijo! —mostró un falso asombro. De nuevo volvió a mirar a Hugo—. Cuando algún día te despiertes. Realmente te quedarás embobado cuando la veas, no sólo por el físico sino también por su forma de ser. Tiene bastante carácter —levantó su mirada para verme—, y suele preguntar mucho por las cosas, es muy curiosa. Pero aún así tiene un bonito corazón. Ojalá algún día pudieses ver el brillo de sus ojos, no podrías dejar de mirarlos.
Sus palabras me hicieron estremecer. No estaba acostumbrada todavía a escuchar a Damián decir este tipo de cosas. Pero no mentiría si dijese que me pasaría toda la vida escuchándolo.
Una sonrisa dulce se asomó por mi boca y ya podía notar mis mejillas más calientes de lo normal. Mi pulso se aceleraba por segundos y eso provocaba que mi respiración se agitase al mismo tiempo.
—Ah y se me olvidaba decir que besa bastante bien —asintió orgulloso.
—¡Cállate, Damián! —tapé mi cara de la vergüenza.
17:56
—¿No os había dicho que teníais que estar aquí lo más pronto posible? —espetó Agustín.
—Me quería despedir de todos —se encogió de hombros Damián.
Giré mi cabeza para poder verle mejor; seguía mostrando su característico aura de seguridad que tanto me llamaba la atención. Aunque estuviese metido en mil problemas nunca dejaría mostrarse débil y eso era algo que me gustaba bastante.
Estaban Agustín, Jesús y Damián a unos menos de la gran puerta de cristal del hospital. Yo quise alejarme unos metros más atrás para dejar ese momento para ellos tres.
Laura mientras tanto estaba esperando en el coche para recoger a Damián, se le veía a través del panel de cristal bastante agobiada dentro del vehículo, mirando la hora de su móvil cada 5 segundos, pues en pocos minutos tenía que entrar en el trabajo.
—No hagas ninguna travesura fuera de aquí —señaló Jesús intentado mostrar una pequeña sonrisa.
—Oh vamos, ya soy un adulto. Ya no hago esas cosas —habló en un tono juguetón.
Vi como Agustín negaba sonriente. Pero este no articulaba ninguna palabra.
—Nos vemos pronto, Damián —dijo Jesús desde su sitio.
Su llamativo rostro de tío duro no desaparecía, pero aún así se le veía algo apenado por la despedida. Al contrario que Isabel, no se acercó a Damián, estaba quieto, como si sus pies estuviesen anclados en el suelo.
—¿Y no te despedirás con un abrazo de tu paciente favorito? —sacó su labio inferior mostrando una falsa tristeza.
Jesús bufó y se acercó a él con lentitud.
—Que conste que esto es la primera y última vez que lo hago —elevó sus brazos para abrazarlo por los hombros. Vi como por un momento sus brazos se tensaron y su cabeza la apoyó sobre el hombro de Damián cerrando sus ojos.
—Lo que tú digas —bromeó Damián devolviéndole el abrazo.
Me pareció muy tierna esta escena e inconscientemente salió de mis labios una sonrisa.
Después de unos segundos ambos se separaron. Damián le enseñó una sonrisa de oreja a oreja cosa que provocó que Jesús también lo hiciese. Me sorprendió ver a Jesús así. Un hombre tan callado y reservado, sin querer demostrar cualquier otro sentimiento, ahí estaba apenado por la despedida.
—Jesús, te necesitamos en la habitación 811 —exclamó una enfermera pasando delante nuestra. Estaba bastante agitada lo que significaba que habría alguna urgencia.
Jesús dejó de sonreír para de nuevo poner su característico rostro de tío duro.
—Nos vemos pronto, Damián —acarició su hombro con suavidad, para separarse de él y acelerar el paso detrás de la enfermera que antes lo llamó.
Damián se quedó callado, quedaba Agustín, que seguía de pie donde mismo. Sin ninguna expresión en la cara, cosa que me extrañó.
—¿Y tú? —vaciló Damián.
Estuvo durante unos segundos pensando que hacer sin llegar a salir ni una palabra de su boca.
Poco a poco la comisura de sus labios se fueron elevando hasta mostrar una sonrisa. Tenía algo diferente, era algo que no podía explicar con exactitud. Pero esta sonrisa era algo forzada, como si realmente no estuviese del todo alegre por Damián.
Fruncí el ceño tras verlo, pero no quise darle más vueltas al tema.
Damián sin avisar se acercó con rapidez a Agustín y lo abrazó con fuerza.
Decidí dar unos pasos hacia atrás para dejar ese momento más para ellos dos aunque en realidad la sala principal estuviese casi llena de pacientes y enfermeros dando vueltas de un lado a otro.
Pude ver como Agustín trataba de decirle algunas palabras a Damián que no lograba escuchar, el vocerío que se escuchaba ahí dentro cada vez era más fuerte.
Damián movió varias veces sus manos de arriba abajo sobre la ancha espalda de Agustín, como unas leves caricias. Agustín sin embargo dejó que Damián apoyase la cabeza sobre su pecho.
Un escozor a mi garganta llegó en cuestión de segundos y ya me esperaba el agua sobresaliendo de mis ojos.
¿Por qué soy tan sensible? Habló mi subconsciente.
Levanté la mirada hacia el techo para así evitar que las lágrimas cayesen, aunque fue un intento fallido pues algunas se resbalaron sobre mis mejillas. Rápidamente me las sequé con la manga de la sudadera que llevaba, y volví de nuevo la atención hacia Damián y Agustín.
Vi que ambos se separaron y Agustín no paraba de mirar a Damián con cierta ternura.
Damián miró alrededor, tratando de buscarme y una vez me encontró, me hizo una señal con sus manos para que me acercase a ellos.
Dubitativa fui dando torpes pasos hacia ellos para estar solo a unos pocos metros. Divisé el rostro de Agustín, tenía los ojos algo rojos demostrándome que había llorado algo, pero aún así me mostró una abierta sonrisa dejándome ver todos sus dientes.
—No dejes que Damián la lie mucho, confío en ti, muchacha —guiñó el ojo Agustín.
Reí tras su comentario.
—No te preocupes, está en buenas manos.
Damián negó varias veces sin decir nada.
Cuando iba a hablar se escuchó detrás nuestra un claxon pitando varias veces. Extrañados giramos nuestras cabezas al mismo tiempo para saber de donde provenía.
Laura comenzó a gritar nerviosa desde el coche, tenía los ojos abiertos de par en par y alzaba sus brazos agitada.
—¡Me quedan 5 minutos, vamos! —seguía tocando el claxon de su coche, llamando la atención de las personas que pasaban cerca de ella.
—Creo que tú hermana está algo nerviosa —sonrió Agustín.
—Bien, nos vamos ya entonces —añadió Damián tomando las ruedas de su silla.
—Sabes que cualquier cosa que necesites aquí me tendrás —la voz de Agustín se volvía más temblorosa—, has sido lo más cerca a un hijo para mí. Recuerdo como tú padre me decía...
—Trata a mi hijo como si fuese de tú propia sangre —interrumpió Damián con una sonrisa nostálgica.
—Exacto —acarició con suavidad la cabeza de Damián—, odio las despedidas —bufó mirando al suelo.
—Pero de eso se tratan las despedidas. De dejar un espacio por esas personas que se han ido para que las llenen otras que lleguen —sonrió a lo último.
—Siempre tan filosófico como tú padre —rio Agustín.
Volvió a sonar el claxon detrás nuestra sobresaltándonos.
—¡Voy a llegar tarde al trabajo! —gritó algo enfurecida Laura.
—Ahora si me tengo que ir —rio Damián. Aunque no quisiese demostrar como estaba realmente lo podía notar más apagado de lo normal.
—Adiós Damián —se despidió con la mano—. Adiós Marina.
20:45
—¿Entonces esta es la casa de tus padres? —dejé el abrigo que tenía sobre mis brazos en el pequeño sillón que tenía enfrente mía.
—Era —corrigió.
La duda me invadió y quise preguntarle dónde estaban sus padres. Qué era de ellos. Por qué no estaban con él. Pero supe que era acto en vano.
—¿Y cuándo vendrá tu hermana? —me senté cerca de él.
—Sólo me visitará, ella se quedará en su piso junto con Jesús y Dani —dejó soltar un leve suspiro. Este piso no tenía nada más y nada menos que nueve plantas y lo mejor a todo esto es que no tenía ascensor hasta dentro de unas semanas porque estaba averiado y no se qué más.
Por suerte una vecina nos vio subir por las escaleras la silla de Damián, y nos ayudó hasta los últimos pisos que nos quedaban.
—Entonces vivirás aquí solo.
—Exacto. Salgo de un hospital y me independizo. Lo siguiente será probar la marihuana —rio por lo último que dijo.
Negué sonriente y miré alrededor.
No era una casa muy grande. Tenía grandes ventanales parecidos a los de la habitación de Damián, pero con diferentes vistas y con un enorme balcón en el que se podía salir y ver gran parte de Sevilla tomando en cuenta que estábamos en un noveno piso.
El salón era bastante acogedor y limpio. Un enorme sofá tapaba la parte baja de la pared y enfrente de ella una pequeña televisión había. Lo que más me llamó la atención fue la gran cantidad de plantas que había, todas dispersas por la habitación y algunas por el balcón.
Seguí mirando hasta que escuché a Damián.
—Eres verdaderamente curiosa, ladrona —me miró sin ninguna expresión en su cara. Por un momento me quedé en blanco y no supe que decir. El calor subió a mi rostro y avergonzada comencé a jugar con mis dedos—. Ven conmigo —se levantó sin la silla de ruedas y me acerqué a él para ayudarle.
—¿A dónde quieres ir? —puso su brazo sobre mi hombro y uno de mis brazos rodeó su cadera.
—Creo que te gustará —cojeó varias veces llevándome hacia el largo pasillo de la casa. Se paró frente a la puerta de una que teníamos a nuestra izquierda y con dureza la abrió.
Un aire cálido chocó en mi cara. Intenté agudizar la mirada pero no podía ver nada, la habitación estaba oscura y ningún rayo de luz pasaba por ella. Un olor reconocido a mi entró por mis fosas nasales.
Fruncí el ceño extrañada.
—¿Dónde coño está el interruptor? —habló para sí mismo soltándose de mi agarre.
Escuché un click a mi lado y eso provocó que girase la cabeza hacia donde provenía dicho ruido.
Poco a poco comenzaron a encenderse varias luces de manera parpadeantes dentro de la habitación. Y por la poca luz que había me fijé en la cara de Damián sin llegar a girar la cabeza y saber lo que había en esa extraña habitación.
La sonrisa de Damián fue lo primero que vi, una sonrisa que conseguía tranquilizarme de cualquier situación. Esa vez no era una sonrisa juguetona o picarona que es la que siempre solía ver en él. Era una sonrisa más temblorosa, algo nerviosa. Pero aún así el brillo de sus ojos que tanto me gustaba volvió a aparecer.
—Listo —contestó Damián.
Dudosa giré mi cabeza poco a poco para poder ver 4 grandes estanterías ocupadas todas por grandes y miles de libros. Mis ojos se abrieron de par en par y noté como mis piernas flaquearon por unos segundos.
—Esto es... —no me salían las palabras—. Increíble.
Escuché a mi izquierda la risa de Damián que me miraba con atención cada expresión que había en mi cara.
—Mi madre me recuerda mucho a ti —soltó un suspiro Damián sin dejar de mirarme.
Comencé a dar varios pasos para adentrarme en la habitación.
—¿Por qué? —giré mi cabeza hacia él todavía sin creerme donde estaba.
—Le gustaba mucho leer. Y una vez mi padre decidió coger esta habitación que al fin y al cabo nadie utilizaba y convertirla en una pequeña biblioteca.
—¿Y tú has leído algún libro de todos estos? —dije asombrada acercándome a la estantería que tenía más cerca. El alquimista, La familia Pascual Duarte, El código Da Vinci...Y así una enorme fila de libros se acomodaban sobre ella.
Asintió varias veces.
—Este es mi favorito —se acercó a mi cojeando y se paró frente a una parte de la estantería buscando el libro. Su cabeza iba de arriba abajo hasta que lo encontró.
Ese libro estaba fuera de la fila, se ubicaba justo arriba de una pequeña montaña que había. Lo tomó con delicadeza y me lo tendió.
Orgullo y prejuicio era el gran título que había sobre el libro que me dio. Confusa levanté la mirada para verle.
—Este fue el libro que estuve leyendo en el hospital, cuando estaba mi tía ingresada —dejé pasar unos segundos—. Y también fue el libro que estaba leyendo hasta que me interrumpiste.
—Cuando vi que estabas leyendo ese libro, hablé con mi hermana. Le pregunté si me lo podía traer y por suerte estaba en la biblioteca de mi madre...Sabes que no soy muy amante de la lectura realmente no me gusta leer, pero en cuanto te vi en aquel pasillo concentrada en la lectura...No dudé en leerlo.
—¿Leíste el libro...por mí?
Asintió con total seguridad.
Avergonzada miré de nuevo el libro. Estaba algo viejo, las esquinas un poco dobladas y desgastadas. Mis ojos viajaron de nuevo por toda la biblioteca intentando aspirar todo el concentrado olor a libro que había.
—Entonces toda esta biblioteca será tuya.
Tras haber hablado pasaron unos segundos donde solo había silencio. Hasta que escuché por parte de él un chasqueo.
—Desde ahora será tuya —confirmó mirándome atento.
Mi cabeza se giró hacia su dirección incrédula. No me lo podía creer.
Una mezcla de emociones pasaron por todo mi cuerpo sin dejar que pensase bien. Pensaba que todo esto era alguna broma pesada que tendría preparado Damián y nada más, pero por la seriedad de su rostro, no creía del todo que fuese una broma.
—No puedes hacer esto —jadeé. Dejé el libro en la estantería y me acerqué más a él para mirarlo mejor. Succioné mi labio inferior hacia dentro y traté que sus ojos con los míos hiciesen contacto.
—Claro que puedo.
—¿Por qué?
—Mi padre le hizo toda esta biblioteca a alguien que realmente quería. Y como no puedo hacer eso. Te regalo toda esta biblioteca. Podrás coger los libros que quieras, con la condición de que me los leas —me mostró una dulce sonrisa.
Me pareció tan dulce su acto que no dudé en darle un abrazo. Damián quedó durante unos segundos sorprendido, pero me devolvió el abrazo al momento. Un escalofrío paso por mi columna vertebral haciéndome estremecer.
La barbilla de Damián se apoyó sobre mi cabeza y un tierno beso me dio sobre ella. Poco a poco nos fuimos separando hasta quedar unos centímetros más alejados. Alcé la cabeza y aunque Damián fuera bastante alto, su respiración consiguió chocar sobre mis labios.
—Gracias —susurré sobre sus labios.
Estábamos solo a centímetros y ya sabía lo que iba a pasar. La sonrisa juguetona de Damián provocaba que yo también sonriese. Pero justo en el momento en el que nuestros labios iban a chocar entra una ráfaga de viento que hace caer algunos folios que habían sobre los libro. Giré mi cabeza para ver aquellos papeles en el suelo y vi como uno de ellos no era un folio sino una carta, mi miopía no me dejaba ver bien de lejos aunque llevase gafas, pero con suerte conseguí ver como la carta tenía escrito sobre ella "Para Damián", todos mis pensamientos desparecieron cuando noté el frío roce de los dedos de Damián tocando mi barbilla.
—Son folios, da igual.
Ladeé la cabeza para poder unir los labios de Damián con los míos. Y como si fuese la primera vez mi corazón seguía bombeando con fuerza cada vez que me besaba. Su mano condujo hasta mi cuello intensificando el beso.
Mi curiosidad no paraba de dar vueltas. Y la carta seguía estando en mi mente.
Para Damián.
¿Quién se lo habría escrito?
¿Por qué no quería que lo leyese?
¿Qué me estaba ocultando?
Separé poco a poco mis labios de los suyos, dejando en él una expresión confusa.
—¿Qué ocurre? —preguntó sin entender.
Me alejé de él y me acerqué a los folios que se cayeron buscando la carta que tanto me llamó la atención.
Bajé la mirada y la encontré justo delante de mis pies. La tomé con delicadeza y de nuevo vi como tenía puesto, Para Damián, en letra cursiva.
—Eres verdaderamente curiosa, ladrona —repitió en un tono burlón. Di unos pasos hacia él con la carta en la mano.
—¿De quién es?
Hubo un instante de silencio.
—Mi padre me escribió una carta. A día de hoy no he sido capaz de abrirlo.
—¿Por qué?
Fruncí el ceño.
—Realmente no lo sé. La idea de que lo haya escrito mi padre para mi, duele.
Pensé durante unos segundos antes de hablar.
—¿Quieres que te lo lea? —pregunté dubitativa. Algo en mi decía que no debía haberle preguntado eso. Pero no quería que la carta se quedase sin leer, era su padre y se lo había escrito para él. Y al final tarde o temprano la tendría que leer.
Dejó soltar un suave suspiro por unos segundos.
—Vamos al salón —dijo delante de mi.
21:03
—¿No tienes ni la menor idea de que puede haberte escrito? —cuestioné una vez ya estábamos sentados en el sofá.
Negó.
—Podría ser una despedida, un plan maléfico para escapar de España...Quién sabe —rio sin humor. Se notaba el dolor por cada palabra que soltaba.
—Oh por Dios, Damián —regañé.
—Tú solo léelo —dijo nervioso. De vez en cuando secaba sus sudorosas manos sobre el pantalón vaquero que llevaba.
Asentí.
Abrí con suavidad el pequeño sobre que tenía sobre mis manos. Pero la voz de Damián me interrumpió.
—Espera —se detuvo—, dame la mano, por favor.
Sin pensarlo le tendí mi mano que la agarró con fuerza. Con mi dedo pulgar acariciaba la palma de su mano como manera para tranquilizarlo.
Una vez el sobre estaba abierto miré la letra, era cursiva al igual que la parte de delante. Me esperaba una carta más larga con más palabras pero apenas sobrepasaba las 20 líneas.
Miré una última vez a Damián que me observaba concentrado y comencé a leer.
Querido Damián,
Llevo toda una tarde tratando de escribirte esta carta. Una carta que acabarás leyendo cuando yo ya no esté aquí, cuando ya sea un alma más.
¿Recuerdas aquellas noches que subíamos a la azotea y siempre me preguntabas que pasaba detrás de la muerte?
Siempre te contestaba lo mismo, siempre te decía que no habría nada más, todo sería oscuridad. Pero aún así seguías intentando que cambiase de opinión. Que te dijese que realmente había algo más, que sino la vida sería aburrida.
Todo esto lo hago por tu madre, hijo mío. Realmente la quería...¡Qué digo! La sigo queriendo aunque no esté aquí. Y me duele en el alma tener que hacer esto, os dejo solos.
Pero no puedo aguantar más así.
Cada vez me cuesta más salir de esto, y es realmente difícil.
Claro que sé que no vais a estar bien por un tiempo, y por favor no te enfades por ello, hijo mío. Pero prefiero que sea así a que me veáis cada vez peor, sin poder sacar fuerzas ni para levantarme.
Tú madre lo es todo para mi. Y cuando dijo el cura antes de casarnos "Hasta que la muerte os separe", nunca creí que iba tan enserio.
Damián eres valiente. Y sé que ese maldito cáncer desaparecerá y te estaré mirando desde cielo o desde donde esté orgulloso de ti y de tu hermana. Por favor te pido que me perdones que no te enfades conmigo, quiero que sigas luchando como lo has estado haciendo durante todo este tiempo.
Te quiero con todo mi corazón.
Tú padre.
Acabé cerrando el sobre con lentitud y miles de lágrimas cayendo sobre mis mejillas. Algunas de ellas cayeron sobre la carta. Lo dejé sobre la mesa y miré a Damián que tapaba su cara con las manos. Detrás de él pude escuchar como sollozaba, no quería que lo viese.
Por un segundo me sentí culpable, realmente tenía que haber dejado aquella carta donde se había caído y nada de todo esto hubiera pasado.
Me acerqué a él dubitativa. Tomé sus manos y poco a poco las fui separando de su cara, dejándome ver a un Damián más triste, más apagado...Me dolía muchísimo verlo así.
Acaricié sus mejillas con suavidad secando las lágrimas que caían sobre ellas.
—Perdón, no debí de haberlo leído y...
—Gracias —murmuró en tono grave.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—¿Por qué?
—Si no hubiese sido por ti nunca la hubiese leído. Necesitaba saber algo de él, aunque fuese por esa carta.
Damián poco a poco se fue acostando sobre el sofá dejando algo de espacio para que juntase a él. Me acerqué a su lado y me acosté al igual que él, dejando mínimos centímetros de espacio.
—Tu padre entonces...
—Se suicidó —soltó con dolor. Se acomodó en el asiento aún secando las lágrimas que caían por su mejilla—, a mi me madre le diagnosticaron cáncer unos meses antes que a mi. Pero su sistema inmunológico no lo soportó...Joder —maldijo por lo bajo. Noté que su voz temblaba y por ello me acerqué más a él.
—No hace falta que lo cuentes —traté de tranquilizarle—, puedes hacerlo otro día cuando estés mejor.
—Necesito hacerlo ladrona. Necesito liberarme de este dolor.
Asentí un par de veces para hacerle entender que podía seguir.
—A los pocos meses de fallecer mi madre, yo ya estaba con las sesiones de quimioterapia. Lo sufrí como nunca lo podía haber hecho. Pero aún así luché por ella...Y por mi padre. Pero él no lo pudo soportar. Quería tanto a mi madre que el dolor que le sobrellevaba no verla, no escuchar su risa o no poder sentirla se le hacia cada vez más grande.
Antes de seguir tomó todo el aire que pudieron sus pulmones.
—Y lo hizo, él sólo acabó con su vida. Nunca he podido contar la historia entera, me he llevado todos estos años enfadado con mi padre, con la vida. ¿Cómo pudo hacer eso, ladrona? Nos dejó solos, a mi hermana y a mí. Durante estos años me he sentido mal, culpable, como un monstruo. Mis padres desaparecieron en el momento en los que más necesitaba. Sabía que no estaba solo, tenía a Agustín, a Laura o incluso a Jesús, pero hubo algo de lo que no me di cuenta, y es que me sentía solo. Sino hubiera dejado que mi padre hubiese hecho eso, él estaría aquí... —su voz tembló y supe que volvería a llorar—. Conmigo.
—Damián, no lo hizo porque no os quisiese —carraspeé—. Os quería y mucho, pero no podía soportar veros mal. Ya teníais suficiente con la muerte de vuestra que madre, que el hecho de ver a vuestro propio padre mal también os afectaba. Pero no os distéis cuenta.
—Pero podíamos haberle ayudado —sollozó.
—Claro que si. Pero eso no te impide seguir luchando por él. Esté dónde esté, te estará viendo. Orgulloso de ti, tanto tú padre como tu madre.
—No. Soy un monstruo, ladrona —sus ojos se cerraron con fuerza y observé por su mandíbula que apretó los dientes con fuerza—, soy un puto monstruo.
Sin pensarlo cogí sus mejillas provocando que sus ojos se abriesen de mi agarre. Fruncí el ceño por la rabia que tenía guardada por dentro, ¿cómo era capaz de decir eso? Tomé aire un par de veces mientras que mis ojos buscaban su mirada.
—¡No eres un monstruo! ¡Deja de decir eso, joder!
—¡Pero es verdad! ¡Lo soy!
En su voz se marcaba el dolor de tanto años que llevó aguantando y algo en mí se rompió.
—¡No lo eres, Damián! —murmuré notando el característico escozor en mi garganta. Las lágrimas amenazaban con salir pero no me importó—. No eres un monstruo. No hiciste nada malo, eras pequeño y aún así tus padres te querían. Tienes un corazón tan grande que ni te cabe, y obviamente eso tiene sus consecuencias. Pero no veas lo malo, lo oscuro, lo negativo. Mírame a mí. Déjame ayudarte.
—Si te dejo que me ayudes, caerás conmigo. Y no quiero ladrona.
—Yo sí quiero —admití con voz segura—. No me importa caer. Y si nos caemos pues nos levantamos. Y si algún día no nos podemos levantar, nos quedaremos un rato más en el suelo. No importa.
Miré a Damián, sus ojos seguían aún hinchados pero había parado de llorar. Sus brazos rodearon mi cuello y espalda arrimándome más a él. Mis manos estaban pegadas a su pecho sin moverse de ahí. Y un cálido abrazo recibí por parte de él.
—Quiero que seas feliz —susurró a mi oído.
—Y lo soy contigo.
Aspiré su aroma, entrando por mis fosas nasales eso olor a vainilla que tanto me recordaba a él.
—¿Es por eso por lo que me decías que mirabas dos estrellas en el cielo? ¿Por qué son tus padres?
No dijo nada más haciéndome saber la respuesta a mi pregunta.
Nos quedamos observándonos durante varios minutos que para mi fueron segundos. Mientras que nuestras respiraciones iban al mismo compás. El sonido de los coches y algunos pájaros se escuchaban fuera de la habitación, por lo demás todo era silencio, un cómodo silencio.
—Nunca he tenido la suficiente valentía de contarlo. He estado anclado en el pasado durante estos años y no encontraba la manera de liberarme de él. Pero hoy ladrona, me siento libre. Como si un enorme peso de encima hubiese desaparecido por arte de magia. Creía que nunca dejaría que nadie supiese mi historia. Pero has llegado tú y por fin me he liberado. Nunca creí que llegaría alguien con quién tuviese la suficiente confianza para mostrarle mi interior, mi alma. Joder, Marina. Eres el puto amor de mi vida.
Y de todos los tipos de personas que existían, estaba Damián. El tipo más fuerte y maduro que a simple vista crees que es alguien valiente con una enorme armadura luchando por su vida. Pero me equivoqué, Damián estaba profundamente herido. Estaba tan roto que vivía sin esperanzas de que alguien sanase ese dolor profundo en su alma. Y que ironía la mía, que reuní todas las fuerzas suficientes para querer ayudarlo.
Y es que no somos conscientes de la cantidad de personas que ocultan cada día su dolor. Al principio son dulces, cariñosos y extrovertidos, como si entrasen a nuestra vida para llenarla de color, pero de a poco te muestran sus cicatrices. Cicatrices insanas que creen que es incapaz de curarse. No sabía si el poder del amor era lo suficientemente salvable. Pero lo intenté y pensé lograr curarlas.
Pero observando la profunda tristeza en la mirada de Damián me di cuenta que era difícil de salvarlo. Salvar a alguien que se dio por vencido hace tiempo. Pero no me rendiré.
—Tú también lo eres, Damián. Tú también lo eres.
Estaba realmente enamorada de él.
Y no quería soltarlo nunca.
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Twitter: _soyundrama_
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro