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17. Gaman

"Resistencia y capacidad de seguir intentando algo pese a las dificultades."

Viernes, 20 de noviembre de 2020.

21:01

—¿Y este grupo cuál es? —interrogué mientras sujetaba un pequeño CD de portada negra.

—Oh por dios, ladrona —agarró el disco de mis manos y lo observó durante unos segundo antes de volver a mirarle—, este es uno de los mejores grupos de rock que existen.

—Llevas diciendo esa misma frase toda la tarde con cada grupo de rock que te he preguntado —me senté en su cama y me acosté. Estaba bastante cansada e inconscientemente mis ojos se cerraron lentamente.

Abrió con suavidad el cd que tenía entre sus manos y sacó el disco.

—Es Scorpions. ¿Quieres escucharlos? —preguntó con cierta inocencia esperando que mi respuesta fuese afirmativa.

—Claro —balbuceé intentado no quedarme dormida. El olor característico de la habitación de Damián entraba por mis fosas nasales. Un olor a avainillado pero a la vez con su toque varonil.

—¡Pero no te quedes dormida que te pierdes lo mejor! —exclamó metiendo el CD en el reproductor que había junto a la ventana.

Llevaba toda la tarde conociendo los gustos musicales de Damián y él los míos. Era una gran amante del rock y de la música de los 80 Me hacía gracia cada vez que se enfadaba por no conocer algún grupo o cantante que para él era el mejor, pero aún así me tatareaba algo de la canción y si no la conocía la ponía en su viejo reproductor de música.

Justo a la izquierda escuché mi móvil sonar. Recibiendo varios mensajes al mismo tiempo. Extrañada lo tomé para ver quien era la persona que no paraba de hablar.

Esther.

En 30 minutos empieza la fiesta.

¿Preparada?

Espero que sí.

Golpeé mi frente mentalmente. Se me olvidó por completo decirle a Esther que no iría a la fiesta. Prefería quedarme con Damián toda la noche si hiciese falta. Pero me sentí mal en el momento en el que leí el siguiente mensaje.

Esther.

Vas a venir, ¿verdad?

Mis manos comenzaron a sudar de los nervios y esperé unos segundos antes de contestarle, pasando por mi cabeza mil y una respuestas que decirle. Tenía por seguro que le iba a contestar que no, que no iba a ir. Pero el hecho de imaginarme su cara enfadada sabiendo que la iba a dejar sola con David me entristecía. Justo en ese instante desaparecen todos los pensamientos que tenía en la cabeza haciéndome centrar en una.

If we'd go again all the way from the start —gritó a toda voz en un extraño acento británico.

Damián estaba cantando mientras bailaba con la silla de ruedas de un lado a otro.

Me levanté de la cama con el mínimo cuidado para que Damián no dejase de cantar y lo miré. Nunca lo había visto así, parecía un niño pequeño escuchando su canción favorita. De nuevo volví a ver sus hoyuelos, que tanto me llamaban la atención.

Durante estos días ha tenido que estar en silla de ruedas, y no por el dolor que le causaba la pierna protésica sino que había momentos en los que no tenía suficiente fuerza para andar y los enfermeros le recomendaron que volviese a utilizar la silla de ruedas.

Me hacía muy feliz verlo así, como si no le importase nada ese momento, como si realmente no estuviese viviendo en esta aburrida habitación blanca.

—¡Vamos Marina, canta! —cogió mi mano y me llevó al centro de la habitación.

—Pero no me la sé —la música estaba demasiado alta y tenía que elevar mi voz para que me pudiese escuchar.

—¡Da igual! —exclamó mientras con sus manos me hacia girar al compás de la canción.

Di varias vueltas mientras dejaba que la canción entrase por mis oídos. Damián mientras tanto sonreía con ternura y trataba de moverse de un lugar a otro con la dificultad de su silla. Sus ojos me miraban con intensidad y eso provocaba en mí que algo vibrase.

—Bailas bien, ladrona.

—Cállate —sonreí algo avergonzada. Me senté sobre la esquina de la acolchada cama para poder descansar y lo miré.

Él al igual que yo, también fijo su mirada en mi y se acercó poco a poco quedando solo a pocos centímetros.

—Lo decía de verdad —sus carnosos labios estaban a punto de besar los míos cuando susurra—, escucha esta parte.

Love
Our love, just shouldn't be thrown away
I will be there, I will be there.

Dejé que las siguientes estrofas siguiesen sonando e inconscientemente cerré los ojos. La respiración de Damián entrecortada chocaba con mis labios y un escalofrío pasó por todo mi cuerpo haciéndome estremecer. Abrí poco a poco los ojos encontrándome con la mirada fijada en mi de Damián. Llevó su fría mano a mi mandíbula e inclinándose hacia mi me besó con suavidad. Algo volvía a estrellar sobre mi pecho y un extraño hormigueo recorrió todo mi cuerpo. Los labios de Damián acariciaron los míos.

Tenía la cara ardiendo.

Sus manos se hundieron en mi despeinado cabello dejando suaves caricias con sus débiles dedos. Se separó poco a poco de mi. Ambos con la respiración agitada y abrimos los ojos al mismo tiempo. Tenía las pupilas dilatadas y con suavidad relamió sus labios.

—Mira —su voz ronca me hizo estremecer durante unos segundos. Tomó mi mano y la llevó al pecho dejándome notar sus pulsaciones aceleradas—. ¿No te pasa que hay canciones que te revuelven por dentro?

Sin llegar a responderle soltó mi mano y llevó de nuevo la suya a mi pecho, para que pudiese notar también mi pulso que iba cada vez más rápido.

—Bueno, no soy el único.

Sabía que le estaba mirando embobada como cualquier adolescente hormonada, y odiaba hacerlo así pero era inevitable. Supuse que por la expresión de mi cara comenzó a mostrarme su bonita sonrisa y con chulería fue el primero en hablar:

—Te has puesto roja —rio.

Gruñí.

—Lo has estropeado todo.

De nuevo un cosquilleo por mi estómago volvió a aparecer por la sinceridad de sus palabras. Negué con una sonrisa nerviosa que hizo que se riese más. Pero antes de que fuese a contestarle escucho varios toques sobre la puerta de Damián, y este en un grito habló:

—¡Adelante!

Entró Jesús con su escuálida bata de enfermero y su característica cara de enfado.

—¿Podríais bajar el volumen de la música? —elevó una de sus cejas y cerró la puerta seguidamente—. Se escucha desde la cafetería.

Damián se acercó a su reproductor y pulsó varias veces un pequeño botón haciendo bajar el volumen.

—Eres un enfermero aburrido —bufó.

—Pues este aburrido enfermero podría contarle a tu hermana lo que acabáis de hacer —cruzó sus brazos orgulloso de su respuesta.

Mis ojos se abrieron de par en par. No me creía posible que nos hubiese visto, mis mejillas se calentaron de nuevo e inconscientemente bajé la mirada al suelo y comencé a jugar con mis dedos con cierto nerviosismo deseando que fuese mentira lo que había dicho.

Damián soltó una grave carcajada y en un tono vacilante contestó:

—Si quieres puedo decir todo lo que hiciste con Laura ayer, le podría interesar a Marina —guiñó sonriente.

—No es necesario... —susurré avergonzada rascando con suavidad detrás de mi oreja.

—Niñato... —murmuró Jesús en un tono audible.

—Bueno ya he bajado la música, ¿quieres algo más? —cuestionó Damián.

Con extrañeza miró mis manos, que no paraban de jugar entre ellas hasta tal punto en el que me estaba quitando la piel de mis dedos. Malditos nervios. Se acercó poco a poco a mi y sin decir nada, entrelazó sus dedos con los míos para que evitase hacerme más daño.

—Agustín me ha dicho que te dé esto —sacó de su bolsillo un pequeño móvil negro.

Damián extrañado se acercó dubitativo a Jesús.

—¿Para qué?

—Para que puedas llamar, sin robar los móviles de los enfermeros —bromeó mientras le dejaba el móvil a Damián.

Sorprendido miró con atención el aparato, tocando algunos botones y mirando la cuadrada pantalla que iluminaba su cara.

—No lo vayas a perder, Damián —señaló Jesús—. Me tengo que ir ya, tengo un paciente con neumonía.

—Si si, vete —Damián seguía embobado mirando el aparato que tenía entre sus manos, asimilando que era suyo. Su expresión me hacía más gracia cada vez que lo miraba.

Me levanté de la cama y me acerqué a él.

—Tengo un móvil —dijo sin todavía poder creérselo.

Asentí sonriente.

—Ya me podrás llamar sin tener que hacer videollamadas —golpeé su hombro con suavidad.

—Esto es maravilloso —me miró ahora a mí con la ilusión en su mirada.

Sonreí cálidamente.

—Voy a recoger los CDs que has dejado en el suelo.

Me alejé de él y pude escuchar el cliqueo de sus dedos sobre el móvil y de vez en cuando sonaba diferentes melodías, haciéndome creer que estaría buscando algún tono de llamada.

Chasqueó su lengua varias veces.

—Quiero cambiarlo.

—¿El qué? —dejé el disco de Nirvana sobre la mesa.

—El tono de llamada —seguía absorto mirando la pequeña pantalla.

—¿Cuál quieres poner?

—Tu voz.

Giré mi cabeza para mirarlo. Su mirada seguía fija en el aparato, como si hubiese dicho cualquier cosa, aunque para mi no lo fuese. Entreabrí mi boca dejando escapar un suspiro. Me pareció un acto de ternura que hizo que saliese una pequeña sonrisa aunque él no lo viese.

Estaba tan distraída mirándole que mi mano creyendo tocar un disco de los de Damián, toca un bote con una mezcla pegajosa dentro de ella. Asqueada miré mi mano, tenía un color amarillo oscuro y me estaba imaginando lo peor. Negué varias veces evitando que soltase alguna arcada y dejé de mirar mi mano.

—¿Damián?

—Hmm —contestó sin mirarme.

—¿Qué mierda es esto? —le enseñé mi mano con la mezcla.

Levantó la mirada y me mostró una sonrisa burlona.

—Vómito —soltó sin pudor.

Y antes de que fuese a reírse comencé a gritar alejando mi mano de mi cara. Esto es asqueroso.

—¿¡Pero cómo puedes tener vómito en un bote!? —chillé sacudiendo mi mano y dirigiéndome al baño.

—Es broma, ladrona —rio—. Era una mezcla de chocolate y...¿Mayonesa? —miró al techo pensativo.

—¿Mayonesa? —le miré incrédula—. ¿Por qué haces eso?

—Me aburría —contestó indiferente.

Abrí la puerta del baño con la otra mano limpia y con rapidez abrí el grifo refregando la suciedad de mi mano con el agua cristalina. Veía como la mezcla se caía y mi mano quedaba poco a poco más limpia. En ese momento comencé a escuchar mi móvil sonar. Pero al tener la manos mojadas no podía cogerlo.

—¡Damián! -grité desde el baño—. ¿Puedes ver quién es?

—Pone Esther.

Me quedé sin aliento.

—¡No lo cojas!

Se me olvidó contestarle y seguramente estaría como una loca enviándome mensajes esperando mi respuesta. Negué varias veces y comencé a buscar una toalla para poder llamarle de vuelta y decirle que al final no iba.

—¿Hola? —escuché que decía Damián a unos metros de mi.

No puede ser.

—Soy el asesino de Marina -bromeó—. ¡Pero no grites tanto mujer!

Miré alrededor del baño sin poder encontrar una toalla y en mis manos seguía goteando agua.

—¡Damián deja mi móvil! —exclamé en un nulo intento pues sabía que no me iba a hacer caso.

—Soy Damián...¡Me vas a dejar sordo!

Aquí debería haber alguna toalla.

—¿Una fiesta? Ella no me dijo nada —bajó la voz—. Claro, ella irá seguro.

Conseguí encontrar una toalla que había guardada en el fondo de un cajón. Con el corazón en la garganta sequé mis manos con rapidez y salí del baño enfadada. Vi a Damián dándome la espalda mirando a través de la ventana sentado en su silla.

—¿A qué hora es? —cuestionó, me acerqué a él y le arrebaté mi móvil de sus manos.

—Lo siento Esther, pero no iré —me disculpé.

—Oye, ese tal Damián...¿no tendrá ningún hermano o algo así?

—Siento estropear tus ilusiones, pero no, no lo tiene.

Resopló a través del móvil.

—Bueno, si cambias de opinión por la fiesta, me lo dices.

—Sí, claro.

—Hasta el lunes, entonces. Ya sabes que estás invitada. Aún así si no quieres ir no te voy a obligar. Pásatelo bien con Damián.

—Gracias Esther, pásatelo bien en la fiesta.

Tiré el móvil sobre la cama una vez colgué y miré a Damián entrecerrando los ojos.

—¿Quién te ha dado permiso para que cojas mi móvil?

—Oh vamos, ladrona —ladeó su cabeza—. No eres mi madre.

Me tiré sobre la cama y expulsé todo el aire que tenía en mis pulmones.

—¿Por qué no me dijiste que tenías una fiesta hoy?

—No quería ir, prefería quedarme contigo.

Se acostó al lado mía.

—Ve a la fiesta, ladrona.

—Pero prefiero quedarme contigo —repetí.

—Y yo prefiero que vayas a la fiesta —giró su cabeza para verme mejor. Yo sin embargo seguía mirando al techo—, disfruta por mí, ladrona.

—Pero si no puedo disfrutar contigo, no quiero hacerlo.

—Claro que puedes hacerlo. Hace años que no piso una fiesta de puros adolescentes alcohólicos, y me gustaría saber como sería —tosió agarrando su pecho.

—¿Estás bien?

Asintió seguidamente.

—Ve, ladrona. Ve a la fiesta por mí.

Giré mi cabeza para mirarle. La habitación se convirtió solo en puro silencio, un silencio cómodo. No sabía que hacer. Tenía dos únicas opciones. Quedarme con él o "disfrutar" de la fiesta. Y mi cabeza daba vueltas en ese momento, claro que tenía ganas de estar con Damián, pero la idea de ir a una fiesta y salir un poco de mi zona de confort me daba curiosidad. Resoplé con fuerza y llamé a Esther.

Dejé que sonase varios pitidos hasta que escuché la aguda voz de Esther:

—¿Vienes?

—Sí —a través del teléfono escuché un fuerte grito que provocó que alejase el teléfono de mi oreja.

—Te recojo en 5 minutos —y colgó la pelirroja.

Me senté con lentitud y tomé aire. Lo miré, con una pequeña sonrisa.

Esperé unos segundos hasta que recordé que no iba vestida como para ir a una fiesta. Me levanté alarmada, Esther me recogería en 5 minutos y no me daba tiempo ni de peinarme.

—Vas bien —habló Damián escuchando mis pensamientos.

—¿Cómo que voy bien? —miré mis deportivas casi rotas—, no es una fiesta de disfraces, Damián.

Escuché su grave carcajada tras mi comentario.

—Da igual lo que te pongas, siempre vas a ir bien —confesó—. Yo si me encontrase a una chica como tú en la fiesta seguro que no le quitaría los ojos de encima.

El calor ascendió a mis mejillas y me costó respirar por un segundo. Sus ojos me miraban con intensidad y los míos casi se apartaban de los suyos cuando vi una sonrisa en sus labios.

Sonreí tímidamente y lo llevé al baño. Ahí comencé a cepillar con suavidad los mechones de mi pelo con mis delgados dedos. Lentamente dejé de mirarme para mirar a Damián que estaba al lado mía esperándome.

No se daba cuenta de que lo estaba mirando pues su mirada estaba fija en mí. Sus ojos viajaban a cada parte de mi cara con atención y su boca entreabierta soltó un leve suspiro. Pestañeaba con lentitud y sus pupilas se dilataban cada vez más. Me parecía muy tierno verlo así.

—Creo que ya —en ese momento escucho el tono de llamada de mi móvil indicándome que Esther estaba abajo.

—Estás preciosa —susurró. Sentí mis piernas flaquear tras su comentario—. Pásatelo bien.

—Supongo que sí... —murmuré tomando el móvil de la cama.

—Si no estás bien, llámame.

—Eso haré —dije tomando las llaves y abriendo la puerta para poder salir.

—Se te olvida algo —vaciló dejándome ver una sonrisa divertida.

—¿El qué?

Sacó su labios haciendo morritos y cerrando sus ojos. Negué riéndome y me acerqué a él con lentitud.

—Eres tonto —susurré aprovechando para lanzarle un beso por el aire aún sabiendo que él quería que el beso acabase en sus labios.

—¡Oye! —escuché el grito de Damián frustrado a mis espaldas.

23:07

—Y mañana jugaré un partido amistoso con mis amigos. Si quieres puedes ser mi acompañante —enseñó una sonrisa picarona.

Llevaba más tiempo de lo creía aguantar, pero mi cabeza no paraba de dar vueltas y el olor a tabaco me asfixiaba más.

—No creo que pueda —le mostré una sonrisa fingida.

Tenía al lado un chico que no paraba de hablarme de fútbol desde que entré en la fiesta y tenía unas tremendas ganas de vomitar por el poco alcohol que había tomado.

Esther me recordó varias veces que estaría en la cocina, sabiendo a saber qué. De vez en cuando se acercaba a preguntarme si quería que me fuese con ella, quizá porque me vería bastante aburrida en ese lugar, y con razón, pero siempre le negaba, confirmándole que estaba bien.

Aunque ya ella sabía que era mentira.

Lo único bueno de todo esto es que el sofá donde estaba sentada era bastante cómodo.

—¿Y qué te parece subir a la habitación y seguimos hablando? —tocó mi muslo sin pudor.

¿Pero este tío es imbécil?

—No quiero —agarré con fuerza el pequeño vaso de plástico que tenía sobre mis manos.

—Oh vamos -se acercó a mi oído—, pareces desinteresada, pero sé que quieres.

El olor a alcohol que expulsaba por su boca era desagradable haciendo que soltase un mohín sin llegar a mirarle. Mi vista estaba fija en el suelo y no era capaz de mover cualquier extremidad. No sabía lo que me pasaba. No tenía nada que hacer en ésta estúpida fiesta, pero ya que Esther estaba aquí solo intentaba divertirme, pero en verdad prefería estar sola y no en este lugar en donde un borracho sin escrúpulos estuviese susurrándome al oído idioteces creyendo que así estaría a sus pies.

—Parece que necesitas un buen polvo, nena —soltó en un tono coqueto.

—No quiero —volví a repetir ya angustiada. La ansiedad se colaba por mis huesos y una fuerte punzada noté en el pecho que me dificultaba coger bocanadas de aire. Intenté tranquilizarme mentalmente.

—Vamos —tocó mi mano para llevarme hacia él.

Un sudor frío cayó por mi espalda. Esto no iba a quedar así.

—¿Sabes de lo que tengo ganas? —pregunté con una falsa sonrisa coqueta.

El chico no respondía solo me tocaba más sin mi permiso. No me quedaría con los brazos cruzados.

—¿De qué, preciosa? —contestó en un tono picarón.

Removí la poca cantidad de líquido que había sobre el vaso de plástico y se lo eché por el pelo. El rubio chico quedó con la boca entreabierta tratando de secarse el cabello. Escuché algunas risas por detrás dándome a entender que habían visto la escena.

—Entiende que si te digo que no, es no —afirmé tirando el vaso al suelo.

Subí por la escaleras chocando con miles de adolescentes casi desnudos hasta llegar al baño. En mitad del camino me encontré a Esther besando desenfrenadamente a David y este devolviéndole el beso con la misma fuerza. Cerré con brusquedad la puerta dando un grave portazo y puse el pequeño pestillo que me permitía estar con mayor seguridad. Varias lágrimas de impotencia bajaron por mis mejillas. Quería por un momento llegar a mi casa y acostarme, dormir hasta el día siguiente.

Tomé aire varias veces antes de coger el móvil. No lo pensé y llamé a Damián. No estaba bien, tanto alcohol, olor a tabaco y el sonido me dejaba la cabeza mal. No reconocía a nadie, había algunas caras conocidas de la universidad, pero aún así no conocía bien a todos los que se encontraban en la fiesta.

Llevé el móvil a mi oreja y dejé pasar algunos pitidos hasta que la suave pero a la vez ronca voz de Damián se escuchó:

—¿Cómo se lo está pasando el alma de la fiesta?

—Damián —dije con la voz entrecortada.

Aún tenía la respiración agitada y mi cuerpo por inercia se apoyó en la fría pared.

—¿Estás bien? —contestó en un tono preocupado.

—Esta fiesta es un asco —afirmé.

—Ladrona... —tenía un tono arrepentido—. Yo pensaba que te ibas a divertir.

—No te preocupes —sequé las lágrimas que quedaban en mis mejillas.

—Lo siento —susurró.

—No es tú culpa, Damián —le tranquilicé—. Esther se ha ido con David, un chico muy raro ha empezado a hablarme de fútbol...

—¿Fútbol?

—Sí, ha sido todo un aburrimiento —escuché la risa de Damián. Estaba pensando en contarle lo que me había pasado, pero preferí callarme, sabía que si lo hacia Damián se pondría peor y no quería eso.

—¿Y qué haces ahora?

—Trato de hablar contigo encerrada en un apestoso cuarto de baño.

—Ojalá pudiese estar ahí.

—Ojalá.

Dejamos de hablar por unos segundos dejando que la música fuese lo único que se escuchase entre nosotros dos. Mi corazón ya no iba tan rápido y mi respiración pasó de estar agitada a estar mucho más tranquila. La voz de Damián me relajaba.

—¿Cuál es esa canción que suena? —cuestionó rompiendo el silencio entre nosotros.

—No lo sé muy bien —hablé dubitativa.

—Espera voy a escuchar mejor, no hables —dejó que pasasen unos segundos para reconocer la canción que estaba sonando—. Es The nights, de Avicii.

—Te sabes todas las canciones —reí.

—Pero esa es muy reconocida, me sorprende que no supieras cuál era —tosió.

Su voz sonó algo más grave de lo normal y podía decir incluso que cambió a ser más adolorida. Mis estados se pusieron alerta y me concentré de nuevo en el tono de su voz.

—¿Estás bien?

Su tos se volvía cada vez más seca y me asustaba. Noté que mis pulsaciones iban con más rapidez, tenía un pálpito, no sabía si de algo bueno o malo, pero era extraño.

—Siempre lo he estado —rio.

Dejé esperar unos segundos para preguntarle de nuevo.

—¿Y tú que has estado haciendo?

—Ha venido Agustín para que me tomase las pastillas y he intentado saber porque hay tantos botones en este móvil —solté una carcajada.

—Ya te enseñaré, y nos echaremos fotos.

—No soy muy fotogénico —susurró algo avergonzado.

—Ni yo tampoco, pero nos podremos reír. Cuando vuelva al hospital tendré que enseñarte mis fotos de pequeña, mi madre siempre dice que era muy guapa, pero por dios, a veces me da miedo hasta mirarme —solté una pequeña risa esperando escuchar la suya, pero no oía nada—. ¿Damián?

Pasaron varios segundos y no me respondía.

—Damián, no estoy para bromas —volví a hablar esta vez un poco más asustada.

—M-Marina —tosió con fuerza.

—¿Estás bien? —me quité de la pared alarmada con rapidez tratando de escuchar lo que me dijese.

—No pu-puedo respirar —tenía una voz muy floja casi inaudible.

Tras escuchar lo que dijo mi corazón comenzó a bombear con mucha fuerza, asustada salí del baño y bajé las escaleras sin sentir mis piernas de la rapidez.

—Damián, voy para allá.

—No, quédate en la fiesta —escuché un golpe en seco a través del teléfono.

—¿¡Damián!? —grité.

Mucha de la gente que estaba a mi alrededor me miraba confundida, y era lo normal. Estaba como una loca gritándole a un móvil sin saber que hacer. Mis pulsaciones se aceleraron y mi mente empezó a imaginarse lo peor. Las lágrimas amenazaban con salir y mi pecho se oprimía con el paso de los segundos.

Todo mi alrededor se nublaba y sentía que me caería rendida en el suelo.

Cuando mis manos estaban intentando encender el móvil para llamar a Agustín, sentí que choqué con alguien.

Era David.

—¿Marina? ¿Estás bien?

Me quedé paralizada por unos segundos observando con extrañeza el color carmín que rodeaba sus labios, exactamente del mismo color que el pintalabios que llevaba Esther. En otro momento me hubiese reído y quizás le hubiera gastado alguna broma.

Pero mi mente en aquel instante estaba en otro lugar.

En otra persona.

—Lo siento, me tengo que ir.

No sabía si estaba haciendo lo correcto pero en ese momento mi cabeza no asimilaba lo que estaba pasando. No sentía la necesidad de responder cualquier pregunta, solo necesitaba respirar y estar con él.

—¡Espera! ¿Quieres que te lleve? —contestó David mientras giraba dándole la espalda. Se lo agradecí mentalmente, aunque eso significaba que no me llegase a escuchar, pero no tenía las fuerzas suficientes como para hablar sin que se me soltasen las lágrimas.

Apareció detrás Esther confundida por la expresión de mi rostro.

—¿Qué te pasa?

—Necesito irme —bajé las escaleras notando los pasos de ambos detrás de mí.

Llevé el aparato a mi oreja y en menos de cinco segundos escuché la voz de Agustín.

—¿Pero para qué le he regalado el móvil a Damián, Marina? —contestó en un tono divertido.

—A-Agustín —mi voz estaba entrecortada. No sabía cómo las palabras podían salir de mi boca, era imposible. Mi labio inferior tembló y caí de rodillas al suelo.

—¿Qué te ocurre? —habló ahora en un tono más preocupado.

—Damián no podía respirar... —quería seguir hablando pero mis lágrimas comenzaban a salir y el nudo de mi garganta no me dejaba articular cualquier palabra.

—¡Isabel, hay una emergencia! —gritó Agustín.

—Por favor, id lo más rápido posible —lloré. Las lágrimas no paraban de salir de mis ojos y cada vez que intentaba hablar salía algo parecido a un balbuceo. No quería imaginarme que lo podía pasar a Damián en esos momentos y la idea de no poder estar ahí me enfurecía más.

—Tranquila, Marina —escuché corriendo a Agustín.

Colgué.

—Marina, me estás asustando —tomó Esther mi brazo llevándome hacia ella.

—Damián. Estaba hablando con él y...¡Joder! —agarré los mechones de mi pelo y reprimí el dolor apretando con fuerza mis labios.

Esther profundizó su mirada a mí, y supe que me entendió en cuestión de segundo cuando las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.

—Me voy, David —se despidió Esther en un tono bajo—, nos vemos mañana.

—Esperad, os llevo.

Entramos en el Seat rojo que siempre llevaba David.

—¿Al hospital? -preguntó dubitativo.

—Al hospital —susurró Esther sentándose en los asientos de detrás conmigo.

Me rodeó con sus brazos y caí en ella. Sin volver a preguntar arrancó el coche. Apoyé mi cabeza sobre el hombro de mi amiga y dejé que las lágrimas cayesen. Sentía un dolor en el pecho incapaz de describir, como un fuerte pinchazo que me dificultaba respirar.

00:49

Mis espalda dolía cada vez más y mis ojos se cerraban segundos para volver a abrirse. Llevaba más de una hora en la sala de espera sin tener ni idea de lo que le pasaba a Damián.

Laura se quedó unos minutos conmigo esperando alguna respuesta, pero se tuvo que ir porque tenía que cuidar de su hijo. Me prometió que a la mañana siguiente se podría quedar con Damián, ya que dejaría a su hijo con Jesús.

Estaba sola, con el frío colándose por mis huesos y los pensamientos en blanco. Seguía teniendo los ojos hinchados, desde que llegué no paré de llorar hasta que Isabel me tranquilizó.

Marina, debes relajarte. La tensión arterial te está subiendo por minutos dijo Isabel asustada.

Sólo quiero que esté bien susurré.

¿No es mejor que te vayas a tu casa y vuelvas mañana?

No.

En estos momentos lo único que quería saber es cómo estaba Damián. Sólo quería ver de nuevo el brillo de sus ojos y que me dijera que todo estaba bien. De nuevo volví a tomar aire por mi boca, para expulsarla. Tenía la mirada perdida, tratando de no imaginar cosas peores y de no volver a llorar. Pero con cada minuto que pasaba se me hacía más difícil. Iba a seguir con mis pensamientos hasta que noto una mano sobre mi hombro.

Era Esther.

Llevaba un café caliente sobre sus manos.

—¿Te han dicho algo? —se sentó pasándome el café. Odiaba el amargo sabor de esa bebida pero creía que era la único que me podía seguir manteniendo despierta.

—Nada.

Esther no habló más. Me miró con cierta tristeza y con lentitud pasó su brazo por mis hombros llevándome hacia ella, pasándome todo el calor que emanaba. Aspiré su aroma a canela, que tanto me recordaba a ella. No podía agradecer con palabras lo que estaba haciendo por mí.

Recordé cómo se quedó conmigo toda una madrugada entera ya que no paraba de llorar porque Jaime, un chico que me gustaba durante la primaria, no me hablaba porque mis trenzas me quedaban mal. Estúpido, lo sé. Pero con aquella edad no pensaba en la gravedad de los comentarios. También se lo conté a mi madre, que después de eso me dejó ir con el pelo suelto, aunque al final fuese un intento fallido pues le gustaba otra persona, en este caso otro chico.

O también cuando me ayudó a buscar unos tacones para la graduación de bachillerato, porque como Esther decía, era malísima para la moda. Casi acabamos gritándonos eligiendo porque a mi me gustaban los negros y a ella los rosa, porque me quedaban mejor con el vestido.
Cabe decir que el vestido era amarillo.

O cuando me defendió de dos chicas que se metieron con mis nuevas gafas, que decían que así me veía peor. Me recordó durante toda una tarde que llevar gafas era mejor, porque podía ver cosas que los demás no. Y me hizo creer que ella no podía ver un jarrón de mi tía porque no llevaba mis gafas.

Justo en ese momento recibí un mensaje de mi madre que me hizo sacar una pequeña sonrisa:

Mamá.

¿Cómo está Damián? ¿Sabes algo?

Un sentimiento diferente sentí dentro de mí al saber que estaba pensando en él. Y por un instante me puse a pensar, en ella, en papá, en mí.

Mi madre me ha visto crecer, fallar, caer y levantarme. Al igual que mi padre.

No quería culparles, no podía. Pero los seres humanos a veces no somos conscientes del daño que hacemos, y eso puede acarrear sus consecuencias. Mis padres me hicieron ver la vida desde sus ojos, desde su perspectiva. Nunca había sido capaz de llevarme por mi misma, por el hecho de que tenía que hacer lo mismo que hicieron ellos, lo mismo que los demás.

Sabía que lo hacían por mi bien, para no verme caer. Pero ellos no sabían la cantidad de noches que me pasé llorando escondida por la presión que recibía cada día, como la ansiedad se hacía más y más grande. Como si fuese aplastada por una fuerte roca y no tenía fuerzas suficientes para quitármela de encima. Me dediqué a callarme por miedo de no ser lo que ellos querían que fuese. A veces pensaba que las personas hacían las cosas por su bien, lo que le parecían correcto, pero con el tiempo se van percatando de que la han cagado en algo y que ya no hay vuelta atrás para cambiar las cosas.

Al frente de todas las personas era vacío, porque nunca he sido alguien. Hace unos meses hubiese seguido con ese pensamiento, pero llegó Damián. Me demostró que valía más de lo que creía y que no necesitaba la aprobación de nadie para ser yo.

—No quiero que se vaya —miré al suelo con un dolor en el pecho.

—No se irá, Marina —besó mi frente. Me sonrió con tristeza.

Asentí un par de veces.

—Quiero llorar —sinceré.

—Hazlo. A veces es lo mejor que puedes hacer. Intenta no guardar todo dentro de ti, ve soltándolo, no está mal hacerlo.

Quería llorar, pero no me salían más lágrimas. Estaba triste y a la vez enfurecida. No debí de haber ido a la fiesta. Si me hubiese quedado con él no habría ocurrido nada de esto. Apreté mi labio inferior con fuerzas, queriendo soltar un fuerte grito ahogado que se escuchase por todo el hospital.

—Le quieres, ¿verdad?

—Más de lo que creía —contesté agarrando con fuerza la mano de Esther—, no sé como en tan poco tiempo he podido querer tanto a una persona.

—Yo pensaba lo mismo, pero mira conocí a David, y todo dio un cambio de tuercas. No todo depende del tiempo.

—¿Y entonces de qué?

—De la conexión con esa persona.

Damián me hizo caer por un abismo, y lo malo a todo esto es que no estaba lo suficientemente preparada como para saltar en él. Damián era ese abismo, uno oscuro profundo que te llena de curiosidad saber que hay en lo más fondo de él. A medida que pasaban los días y más hablábamos se me hacía más complicado e inevitable ignorar aquello que sentía. Y es que en Damián encontré todo aquello que siempre me he cansado de buscar. He encontrado esa persona que se quedaba conmigo a pesar de mis imperfecciones, a pesar de mis fallos...Esa persona que cada vez que me caía se quedaba conmigo en el suelo hasta que me levantase.

Damián lo era todo y a la vez era nada.

Salí de mis pensamientos cuando vi salir a Agustín de aquella sala en dónde llevaron a Damián. Me levanté hacia él con las pocas fuerzas que me quedaban y antes de preguntarle si estaba bien Damián, me respondió él.

—No sabemos qué es lo que tiene, pero creemos que no es nada malo —sacó sus guantes de plástico mientras me aportaba una mirada tranquilizadora—. Tendremos que mirar las pruebas que le hemos hecho para confirmar.

Asentí.

—¿Puedo entrar?

—Ahora mismo está dormido, pero puedes quedarte con él.




























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Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.

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