16. Indeleble
"Aquello que no puede ser borrado ni olvidado."
Lunes, 16 de noviembre de 2020.
12:32.
Apreté con fuerza el asa de mi mochila que colgaba sobre mi hombro mientras dirigía la mirada al suelo intentado no tropezar por las escaleras.
—En el ejercicio siete del examen, la respuesta era a —recordó Esther mirando angustiada sus apuntes.
—Creo que marqué la respuesta c —hablé dubitativa mientras miles de estudiantes chocaban con mis hombros tratando de llegar a sus clases.
Gruñó.
—¿¡Enserio!? —resopló mirando al cielo.
—Vamos Esther es un examen, además habrá recuperación, supongo —encogí mis hombros desinteresada.
Sabía que mis notas no estaban yendo del todo bien. Y como consecuencia me frustraba más de lo que estaba. Tantos exámenes y tantas notas que después acabarían perdidas en una papelera. Mis padres no estaban muy contentos con la idea de que fuese a suspender alguna asignatura, pero les convencí de que en el siguiente cuatrimestre me esforzaría más. O eso creía.
Suspiró.
—Pero me enfurece tener que volver a estudiar tantos temas.
Negué con una media sonrisa.
—Ya lo sé, pero podrías... —callé al notar la mano de Esther en mi pecho haciendo que mi cabeza girase hacia ella confusa.
La vi mirando al frente, con la boca entreabierta y ojos sobresaltados. Fruncí el ceño llevando mi mirada hacia la dirección donde ella observaba y ya supe porque estaba así. David se estaba acercando a nosotras.
—Creo que me voy a desmayar —murmuró Esther—, ¿Tengo algún moco? —giró hacia mi enseñándome sus fosas nasales.
Me separé un poco de ella.
—Qué asco, Esther —miré sin descaro para ver si tenía algo—. No tienes nada.
David estaba cada vez más cerca de nosotras, con su característico aire de superioridad, creyendo que por tener a algunas chicas detrás de él, era un dios griego. Peinó su pelo con delicadeza haciendo que varios mechones de su cabello castaño cayesen sobre su frente.
Antes de hablar nos mostró una gran sonrisa dejándonos ver su blanca dentadura. No iba a negar que David era guapo, parecía sacado de revista, pero su actitud era una mierda.
—Hola chicas —llevó sus manos a los bolsillo de su pantalón con seguridad.
—Hola, David —contestó Esther con una sonrisa coqueta.
—Este viernes hay una fiesta, y me gustaría que vinieseis.
Noté en mi brazo un pinchazo agudo, haciendo que sobresaltase. Vi de donde venía el dolor, era Esther agarrando con fuerza mi brazo e hincándome sus largas uñas rojas. Suprimí el dolor mordiéndome el labio inferior.
—Sí, claro, nos encantaría ir —habló en una voz dulce Esther.
No era muy partidaria de las fiestas. La idea de estar moviéndome entre tanta gente sudada sujetando un vaso de no se qué, lleno de alcohol, me parecía algo aburrido. Lo típico era emborracharse y pasarlo bien, sin embargo yo me quedaba en un sillón apartada viendo tías dejando sus bragas en el suelo y tíos quitándose sus calzoncillos sin escrúpulos.
No quería ir a la fiesta. Sabía que no iba a estar cómoda, pero preferí contestar con una sonrisa fingida tratando que creyese que era de verdad.
—Bien, pues os veo el viernes —ladeó su cabeza mirando a Esther—, estás muy guapa hoy, Esther —guiñó su ojo antes de irse.
Esther se quedó en shock durante unos segundos, sin saber que responder. Chasqueé con mis dedos delante de su cara para que volviese a la realidad.
—¿Estás bien? —fruncí el ceño, pasando de un lado a otro mi mano delante de si cara.
Sacudió su cabeza con rapidez y me miró.
—¿Has oído lo mismo que yo?
—Creo que sí —reí.
—Me ha llamado guapa —susurró sin aún creérselo.
—Oh vamos Esther, que tengo que tomar el autobús.
—No te preocupes te llevo yo a tu casa —contestó sacando las llaves del bolsillo pequeño de su mochila.
—Hoy no voy a casa.
Pensé en Damián. Iría a visitarle y a estar un rato con él. En mi cabeza no paraba de dar vueltas el momento del beso, haciéndome estremecer cada vez que recordaba sus labios unidos a los míos. Nunca me había sentido tan viva y libre como en ese instante y estaba deseando ya volver a vivirlo.
—¡Marina! —gritó Esther cerca mía.
Volví a la realidad y miré a Esther con una cara confundida.
—Perdón, estaba pensando.
—¿En qué? o bueno... —me dirigió una mirada picarona—. ¿En quién?
—Cállate Esther —el color de mis mejillas ya empezaban a notarse y la pequeña sudadera gris que llevaba encima me estaba dando más calor en esos momentos.
—Pero por lo menos dime a dónde quieres que te lleve.
—Al hospital.
—¿Pero tú tía no estaba bien? —señaló con las llaves el coche, pulsando un pequeño botón en ella dejando oír un suave pitido indicando que el vehículo estaba abierto.
Me dirigí al asiento del copiloto mientras Esther esperaba mi respuesta.
—Ella está bien.
Que no lo pregunte, que no lo pregunte, que no lo pregunte...
—¿Es por el chico del hospital? —se metió en el coche e introdujo las llaves encendiendo el motor.
Mierda.
—¿Cómo lo sabes?
—Marina, te escucho hablar con él por teléfono durante los cambios de clase —rio—, ahora contéstame.
—Posiblemente —intenté evadir el tema, aunque sabía que a estas alturas y siendo Esther no lo iba a conseguir.
—¡¿Estáis saliendo!? —exclamó mirándome mientras llevaba el volante. De repente escuché el claxon de un coche haciéndonos sobresaltar del asiento.
—¡Por dios Esther, ten más cuidado! —llevé mis manos al pecho asustada. Pedí perdón con mis manos al conductor y Esther reanudó la marcha.
—Es que no me creo que tú. Marina. Estés saliendo con alguien.
—No te he confirmado nada —aseguré.
—¡Pero bueno cuéntame todo! —exclamó con su característica voz aguda—, necesito detalles.
Choqué la palma de mi mano sobre mi frente. Sabiendo que durante el trayecto tendría que contarle todo a Esther.
12:56
—Y nos besamos —terminé.
—¿¡Qué!? —chilló mientras buscaba aparcamiento para dejarme en las puertas del hospital.
—Me voy a quedar sorda como sigas gritando —acaricié mis orejas.
—Es que sigo sin creérmelo.
—Ya, yo tampoco me lo creo todavía.
—¿Y te gusta? —interrogó ilusionada.
—Esa pregunta es estúpida, Esther.
—¡Pero respóndela!
Pensé antes de contestarle. Realmente me gustaba, más de lo que podía creer, y no hacía falta que tuviese que crear una hipotética frase de adolescente hormonada que le hiciese creer que estaba más enamorada de lo normal.
—Sí.
Chilló y llevé mis manos con rapidez a mis oídos tratando de hacer menos agudo el sonido que salía de su garganta. Trató de recobrar el aire durante unos segundos mientras yo le dirigía una mirada divertida.
—¿Y cuando se recuperará? Lo digo para poder salir de fiesta con él y beber alcohol.
—Tú solo piensas en beber y salir, Esther.
—¿Y en qué si no?
Mi cabeza dejó de estar por unos segundos en la Tierra y comencé a pensar. Y era cierto, ¿Cuándo le darían el alta a Damián?, ¿Cuándo podría enseñarle todos los lugares que no ha podido pisar durante tanto tiempo?, ¿Cuándo podría empezar a vivir con él, como realmente se merece?...Miles de preguntas sin respuesta invadieron mi cabeza.
—¿Estás bien? —cuestionó Esther preocupada—. Si no quieres, no vamos de fiesta. Podríamos ir a ver una película —respondió en un tono suave.
Asentí sonriente.
—Sí, me parece bien —saqué el móvil de mi bolsillo para poder ver la hora—, creo que me tengo que ir ya.
—Sí claro, no vaya a ser que tu príncipe azul te necesite —bromeó sonriente.
—Cállate —golpeé con suavidad su hombro.
—¿Nos vemos mañana en clases?
—Sí, donde siempre —tomé el mango del coche y saqué una de mis piernas hacia afuera.
Asintió con suavidad.
—¡Hasta mañana! —se despidió moviendo su mano mientras cerraba la puerta con delicadeza.
Vi como su pequeño coche blanco se alejaba de mi hasta que no llegué a visualizarlo. Giré mi cabeza hacia las grandes puertas de cristal del hospital y me adentré.
No había nada nuevo, enfermeros y enfermeras hablando. Algún que otro paciente en la zona de secretaría. Las llamativas luces parpadeantes tratando de iluminar toda la sala.
Mis ojos volaban por todo el lugar y a través de mi nariz entraba el característico olor de hospital, un olor a medicina mezclada con café proveniente de la cafetería.
Estaba tan distraída que llegó un momento en el que no veía a quien tenía por delante, cosa que hizo que chocase con el pecho de alguien que desconocía.
Alcé la mirada para observar el reconocido pelo rubio de Miguel engominado hacía atrás. Esta vez no llevaba la bata de médico con el que lo solía ver, cosa que hizo que me extrañase notablemente.
—Hola, Marina —saludó con una sonrisa enseñándome sus perfectos dientes alineados.
Le devolví la sonrisa.
—¿Por qué no vas con tu uniforme?
—Ya he acabado las prácticas, pececillo —quise ocultar la risa, pero se me hacía imposible y corriendo mordí el interior de la mejilla para evitar que saliese cualquier carcajada de mi boca.
—¿Ya no volverás más?
—Cuando comience a trabajar sí —afirmó sujetando con fuerza la pequeña mochila de cuero que colgaba sobre sus hombros.
—Es cierto —susurré.
—¿Nos veremos de nuevo?
Pensé durante unos segundos saber que contestarle.
—Sí, claro —mostré una sonrisa forzada.
—Podríamos quedar mañana.
Abrí los ojos de par en par. No pensaba que lo estaba diciendo tan enserio.
—No puedo —mentí—, tengo yoga.
No he hecho yoga en mi vida.
—¿Y que tal el domingo? —insistió.
Miré alrededor buscando alguna excusa rápida.
—Tengo que estar con Damián.
Eso ya no era una mentira.
—Oh si, el chico con cáncer —asintió en un tono indiferente.
Por un momento mis ojos miraron fijamente a los azules de Miguel haciéndolo sentir más nervioso. Tras su comentario estaba que echaba humos, pero rápidamente me recompuse para contestarle.
—Que se llama Damián —corregí.
—Sí, es cierto —sonrió de nuevo—. Bueno, pececillo. Me voy ya que me están esperando. Espero verte pronto —desordenó efusivamente los pelos de mi cabeza haciéndome ver como una loca.
Resoplé con fuerza mordiendo mi labio inferior para evitar soltar cualquier palabrería.
—Ojalá pudiese decir lo mismo —susurré cuando ya estaba a varios metros lejos de mí, sin que llegase a escucharlo.
Fui corriendo hacia el ascensor para darle seguidamente al botón que me haría subir a la planta donde estaría Damián. Miguel me había dejado el pelo peor de lo que estaba y apurada intenté peinármelo lo más rápido que pude. Miré mis labios que estaban un poco más rojizos de lo normal por haberlas mordido anteriormente con fuerza.
Las puertas del ascensor se abrieron dejándome ver varios enfermeros pasando de un lugar a otro con rapidez, algunos estaban riendo otros charlando...Me interpuse en el camino entre todas las personas que se encontraban por el pasillo intentando no chocar con ninguno, algo que no conseguí pues cada paso que daba mis hombros se golpeaban con los de los demás.
Sin llegar a observar el cristal que separaba la habitación de Damián del pasillo, me adentré a ella sin avisar. Cosa que hizo que me arrepintiese.
—¡Joder, lo siento! —tapé mis ojos con vergüenza.
Justo al abrir la puerta me encontré a Laura, la hermana de Damián y a Jesús besándose con cierta pasión y fuerza y quién sabe, si no hubiese llegado en este momento, los podía haber visto haciendo algo más. Pero ahora no quería pensar en eso.
Laura bajó corriendo la camisa que dejaba ver parte de su abdomen y con nervios peinó su castaño cabello. Jesús sin embargo, me miró algo...¿Enfadado?
¿Pero a quien se le ocurriría besarse en una habitación de hospital?
Bueno, tú besaste a Damián en las cocinas. Riñó mi subconsciente.
Sacudí mi cabeza y volví a mirarlos, ambos sudorosos y muertos de la vergüenza. Me gustaría saber que hubiese ocurrido si a todo esto hubiera venido Damián. Mordí mi labio inferior y trataba de buscar las palabras que decir, pero ninguna salía de mi boca.
Escuché la risa de Laura antes de que empezase a hablar.
—Nos has cogido en un momento... —miró a Jesús, que este a su vez miraba a ella—, inoportuno —rascó con nerviosismo su cabeza.
—Yo sólo venía para ver a Damián —mis manos sudaban cada vez más e inconscientemente me las sequé en mis oscuros vaqueros con lentitud sin que se diesen cuenta.
—Está en la zona de cáncer infantil —respondió ahora Jesús. Ya no estaba tan enfadado como antes, sus gruesas cejas se relajaron y se le veía más tranquilo. Incluso podría decir que me llegó a sonreír.
Asentí.
—Gracias —mostré una sonrisa nerviosa. Aunque quisiese reírme sabía que no era el momento adecuado para hacerlo—, os dejo con lo vuestro...Supongo.
—Ya nos has quitado el calentón, Marina —se quejó Jesús frustrado.
—¡Jesús! —reí nerviosa tras el grito agudo que pegó Laura—. No le hagas caso —habló ahora dirigiéndose a mí.
Después de esta extraña escena tenía que buscar a Damián, pero no tenía ni la remota idea de donde se encontraba la zona de cáncer infantil, por lo que decidí seguir hacía delante sin llevar ningún rumbo fijo.
Comencé a fijarme en los pequeños carteles que colgaban sobre el techo dando indicaciones de dónde se encontraba cada lugar.
Algunos indicaban UCI, otros ponían Sala de maternidad, entre otros. Seguí llevándome por mi instinto hasta que conseguí ver un pequeño cartel a varios metros enfrente de mi, dónde ponía Cáncer infantil. Antes de seguir mi camino sentí un pequeño escalofrío bajar por mi espalda tras leer esas dos palabras.
Reanudé mi paso hasta encontrar una pequeña sala de juegos donde podía ver a varios niños y niños corretear por la habitación. Había varios juguetes tirados por el suelo que rápidamente cogía cualquier niño para jugar con él.
Desvié mi mirada hacia la derecha, pudiendo ver la característica posición de seguridad de Damián apoyado en la esquina mientras observaba con delicadeza a cada niño que paseaba por su lado. De nuevo volvía a tener su pierna protésica, cada vez más rota y desgastada.
Negué la cabeza con suavidad y me acerqué a él.
—¿Por qué no llevas la silla de ruedas? —pregunté una vez estuve a su lado.
Giró su cabeza para verme mejor. Estaba más delgado de lo normal pero aún así seguía mostrándome su bonita y atractiva sonrisa.
—Me veo más guapo con la pierna. ¿Tú que crees?
—Creo que eres muy egocéntrico —choqué mi puño sobre su brazo.
—Pero estás colada por este egocéntrico —alardeó señalándose.
—Eres imbécil —reí.
Tocó mi cabeza y la acarició con suavidad.
—¿Qué has estado haciendo?
—He tenido un examen —giré mi cabeza ahora hacia los pequeños niños que correteaban frente de nosotros.
—¿Y qué tal te ha ido?
No contesté. Utilicé el silencio como respuesta y esperaba que entendiese el porqué.
—Ya veo... —supuso.
—No lo estoy llevando muy bien.
Puso su mano en mi espalda y acarició con cariño la piel de ella. Aunque no me lo creyese, ese mínimo tacto, produjo en mí una ola de emociones. Con cuidado caí, casi rendida, en su hombro y él aceptó con gusto.
—Sabes que puedes venir aquí cuando ya hayas acabado tus exámenes. No quiero que estés obligada a venir. Además sabes que si necesitas ayuda de algo, aunque no lo entienda, te podré ayudar —murmuró preocupado.
Un sentimiento de culpabilidad me invadió.
—Nunca sería por tu culpa, Damián. No estoy suspendiendo por venir aquí. Simplemente me estoy dando cuenta de señales que antes ignoraba.
—¿Cuáles son esas señales?
—Que realmente la universidad no es lo mío. Estudio, voy a clases, intento estar atenta a las explicaciones... Pero no soy yo. Es como si físicamente estuviese ahí, pero mentalmente no. Me gusta ayudar a la gente, curarlos y estar con ellos. Pero sólo nos meten en la cabeza estudiar y estudiar y seguir estudiando, y no quiero eso. Yo quiero disfrutar mientras aprendo, no sufrir o preocuparme por una nota.
Mi respiración comenzó a agitarse. Nunca había hablado de esto con alguien, ni con padres. Sabía que si se lo contaba, se enfadarían por no seguir el camino de los demás. Por simplemente no hacer lo que la sociedad hace.
Las lágrimas amenazaban con salir, pero Damián volvió a hablar.
—Sabes que yo te apoyaré hagas lo que hagas, ¿no?
Asentí.
—Pero no puedes dejar que los estudios te martilicen mentalmente —pensó durante unos segundos—. ¿Y por qué no terminas la carrera a tú ritmo? Sin prisas, aunque eso sean treinta años.
—Es que mis padres...
—Pero es tú vida, ladrona.
—Ya lo sé —bufé irritada.
—Una vez mi madre me dijo, que la vida es muy aburrida cuando sigues las instrucciones de los demás. No estás obligadas a seguirlas...
—Y de verdad que lo intento.
—Lo sé —besó mi frente con ternura—, pero tienes que creértelo.
Sus palabras me hacían enmudecer.
—Y si quieres ser astronauta, lo serás.
—No quiero ser...
—Y si quieres ser panadera, lo serás.
—Pero, Damián...
—Y si quieres ser...
—Vale, vale —alcé las manos riendo—. Lo entiendo.
Su risa se escuchaba cerca de mí, haciéndome estremecer. Noté que la piel se puso de gallina al instante en el que su respiración chocaba sobre mi cuello. Estaba cómoda ahí, con él. Y de nuevo, unas grandes ganas de besarle vinieron hacia mí, pero los pensamientos fueron desapareciendo cuando Damián volvió a hablar.
—No vivas siendo una simple y silenciosa brisa —Soltó. Extrañada volví a mirarlo estábamos más cerca de lo normal y notaba su aliento chocando sobre mi frente—, has nacido para ser una fuerte tormenta, demuéstralo.
Besó mi frente con delicadeza. Me estremecí por sus palabras. Tomé de nuevo aire para soltarlo seguidamente y tratar de que el escozor de mi garganta desapareciese.
—¿Por qué dices eso?
—Es una frase que me decía mucho Agustín cuando estaba triste.
Apoyé mi cabeza su hombro y él puso su brazo sobre los míos.
—¿Y tú que has estado haciendo? —pregunté sin dejar de quitar mi cabeza sobre él. Me sentía cómoda y en tranquilidad.
—Me he quedado aquí toda la mañana.
—¿Jugando con los niños? —tras haberlo dicho escucho la carcajada de un pequeño niño que estaba siendo perseguido por un enfermero. Inconscientemente salió de mi una pequeña sonrisa.
Negó aunque no le pudiese ver.
—Estaba viéndoles.
—¿Por qué?
—Me gusta de vez en cuando venir a ver como juegan, ríen, se divierten y se olvidan por un momento que es lo que tienen. Se olvidan por un momento de aquello que poco a poco va invadiendo su cuerpo. No piensan en lo que les pasará en el futuro, están viviendo el presente. Estos niños no sufrirán por lo que les deparará el mañana, lo que opinarán los demás de ellos, si su futuro será como el que ellos quieren...
—¿Por qué piensas en eso? —en mis ojos comenzaron a asomarse varias lágrimas que después caerían sobre mis mejillas.
—Ladrona, de eso se trata la vida. De vivir hasta que te quedas sin fuerzas. Hasta que llegue un día en el que tu cuerpo es incapaz de tomar más oxígeno. Y eso puede ser bonito o malo, depende.
—¿De qué?
—Un día mi padre me tomó de los brazos, y me dijo que algún día dejaré atrás este mundo. Nadie se volverá a acordar de mi, solo como aquel chico que tuvo cáncer. Y esa muerte, tiene dos opciones, ser horrenda o preciosa y no por como muera, sino por como haya vivido la vida.
Aspiré con fuerza dejando que varias lágrimas cayesen al suelo de manera silenciosa. Notaba el pecho de Damián subir y bajar y eso provocó que lo abrazase con fuerza.
—¿Y si dejases este mundo atrás... —no sabía si era capaz de seguir pues mi garganta hacia temblar mi voz—. Lo recordarías con una sonrisa?
—Hace unos meses te hubiese dicho que no. Pero, ladrona, ahora mismo podría morir con una sonrisa de oreja a oreja.
Mis ojos viajaron a los suyos, y volví a ver su precioso brillo en sus grandes ojos color miel que tanto me gustaban. Volvió a besar mi frente con ternura y seguimos mirando a los pequeños niños corriendo de un lugar a otro.
Nos quedamos durante unos segundos así, absortos en nuestros pensamientos como si fuesen ellos los que estuviesen ahí y no nuestro cuerpo.
—¡Damián! —gritó una voz grave reconocida tras nuestras espaldas.
Giramos los dos a la vez para ver quien era. Agustín. Estaba algo enfadado con su llamativa barba canosa cubriendo su barbilla.
—¿Qué quieres ahora? —contestó en un tono seco Damián.
—¿¡Cómo que qué quiero!? —volvió a gritar llevando sus manos a las caderas—. Te dije hace media hora que tenías cita para la nueva pierna.
¿Nueva pierna?
Damián rio por unos segundos.
—Se me había olvidado, lo siento —rascó su nuca con nerviosismo. Seguía agarrado a mi y sin soltarme volvió a hablar—, ahora vamos.
Agustín pasó por delante nuestra, menos enfadado que antes.
—Marina, confío en ti. Si me entero que Damián no ha ido, me enfado contigo igual —me señaló amenazante.
Levanté mis manos en rendición.
—No te preocupes, haces bien confiando en mí —guiñé uno de mis ojos.
—Y antes de irme —volvió a hablar Agustín—- ¿Hace unos días estuvisteis en el cocina del hospital? —se cruzó de brazos esperando expectante nuestra respuesta.
Por un momento no supe que decir; Mi garganta se quedó seca. Miré a Damián que seguidamente giró su cabeza para verme a mí. Volvió a dirigir la mirada a Agustín y sin decir nada Damián solamente negó con la cabeza, seguro de su respuesta.
—¿Por qué? —pregunté ahora yo.
—Los cocineros nos han comunicado que estaba hecho un desastre. Había harina, huevos y miles de ingredientes más esparcidos en toda la cocina.
—Pues nosotros no hemos sido —soltó Damián con un tono inocente.
—Espero que sea así —respondió en un tono suave Agustín.
Me sentí un poco mal, pues no me gustaba mentir. Pero sabía que si decíamos la verdad nos caería una bronca. Agustín se alejó poco a poco de nosotros dando grandes zancadas. Sin decir nada, Damián y yo nos volvimos a mirar. Sabía que tenía mis mejillas sonrojadas por la sonrisa juguetona de Damián al mirarme.
—Vamos —tomó mi mano con suavidad llevándome hacia él.
14:00.
—Y este costaría 10.000€ —señaló una de las piernas que había en la revista.
—¿10.000€? —pregunté asombrada.
—Pero si cuesta más o menos como un coche —excusó Damián tirándose exhausto a la silla.
Llevábamos ya un largo tiempo mirando piernas protésicas, pero la más barata era de 300€ y tenía un aspecto peor al que llevaba ya Damián. La pierna que se compró hace unos años estaba en mal estado, y le hacía cada vez más daño. El robusto señor que teníamos enfrente nuestra rio durante unos segundos tras el comentario de Damián, haciendo que cayese una pequeña lágrima sobre su mejilla.
—Podrías probarte esta que tenemos aquí de prueba para ver como te queda —sugirió el hombre, tomando la pierna y pasándosela a Damián con suavidad.
—Como si fuesen las deportivas Adidas de última moda —bromeó cerca de mi oído en un tono muy bajo solo audible para mi.
Lo tomó y con delicadeza sacó la pierna protésica que tenía ya puesta, me la pasó para que se la sujetase. Y seguidamente llevó la nueva pierna hacia su muñón. Se aseguró de que estaba bien puesta y se levantó.
Yo mientras tanto estaba atenta a cualquier expresión de su cara.
—Puedes andar si quieres —aconsejó de nuevo el señor mientras observaba cada movimiento que realizaba. Notaba a Damián algo nervioso pues relamía muy de vez en cuando sus labios.
Esta vez caminó con más comodidad que las anteriores veces. No cojeaba tanto y podía verlo con cierta ligereza al andar, como si realmente no fuese protésica la pierna. Se movía de una lado a otro he incluso corría. En su cara se veía una enorme sonrisa de emoción.
Lo notaba contento y con cierta euforia. Llevaba su mirada hacia mi de vez en cuando para ver si yo también le estaba mirando. Salió de mi una pequeña sonrisa sin separar mis labios. Me hacía muy feliz verlo así.
—Es cómodo, ¿verdad?
—Parece que estoy andando en las nubes.-Rio.
—Hemos utilizado para esta pierna una silicona especial, resistente a cualquier adversidad. Ya sea lluvia, nieve, días soleados...Y es una de las últimas piernas protésicas sacadas del mercado —explicó el hombre.
—La quiero —aseguró Damián mientras seguía andando de una esquina a otra.
—¿Y cuánto cuesta? —interrogué.
—Unos 20.000€ —bajó las gafas el señor tratando de leer con seguridad las cifras que marcaban el precio de la pierna.
—Ya no la quiero —negó con rapidez Damián mirando con temor la pierna que llevaba.
—¿No podría hacernos algún descuento?
El hombre dio una fuerte carcajada ronca, que se pudo incluso escuchar fuera de la habitación.
—Oh sí, claro —tras escuchar sus palabras me emocioné posiblemente nos lo podría dejar más barato y podríamos pagarlo—, un descuento para personas sin piernas —volvió a reír dejándome ver su amarilla dentadura, de haber fumado tanto tabaco, supuse.
—¿Pero como puede costar tanto? —pregunté dejando mi boca entreabierta.
—Como ya he dicho es la última pierna que ha salido en el mercado... —no le dejé continuar.
—Ya claro, y también tiene control remoto, ¿no? —dije incrédula—, ah y no me diga, también lleva nevera.
Las pulsaciones se me aceleraban por segundos y la ansiedad me iba carcomiendo por cada palabra que soltaba. No podía respirar con tranquilidad y por la manera tan rápida en la que pestañeaba sabía que me estaba poniendo nerviosa. Noté detrás de mí una ola de calor, era Damián.
—Marina, no pasa nada. Puedo seguir con la que tengo.
—¡No! Es injusto —fruncí el ceño cabreada—. ¿Por qué para andar hace falta tanto dinero?
—No lo sé —respondió el señor barbudo.
Bufé con fuerza notando su indiferencia hacia la discusión. Mis puños se cerraron con fuerza y maldije mentalmente por todo lo que estaba soltando.
—Es una necesidad básica, joder. ¿Usted tiene que pagar 20.000€ por andar ahora mismo? —negó con rapidez mientras seguía mirándome—. ¿Y por qué él si?
Damián preocupado me tomó de los hombros y me susurró:
—Tranquila, no pasa nada. Respira hondo.
Gruñí.
—Agh, esto es un asco —salí de la habitación dando un fuerte portazo.
Tuve que respirar calmadamente un par de veces para poder relajarme y olvidar lo que había pasado. Mis ojos se cerraron inconscientemente hasta que escuché una puerta detrás mía cerrarse. Justo en ese instante noté que una manos grandes masajeaban mis hombros con cariño. Mientras que la cabeza reposaba sobre mi hombro dándome unos suaves besos en el cuello que me enviaba fuertes corrientes de electricidad.
—Me gusta ver cuando te enfadas, ladrona —habló con diversión.
—Vete a la mierda, Damián.
16:02.
Había almorzado hace unos minutos con Damián y le había pedido que me esperase en su habitación, me costó bastante trabajo convencerlo pues quería acompañarme, pero al final conseguí ir sola. Estaba en la tienda de regalos de la hospital. Un lugar algo patético a mi parecer...¿Quién quiere un peluche con olor a medicina?
—¿Tenéis huchas? —pregunté amablemente a la señora que estaba detrás de la caja.
Tras el pequeño enfado que tuve, me llegó una pequeña idea.
—¿Y si ahorro dinero para comprarte la pierna protésica?
—Ni se te ocurra, Marina —señaló amenazante con el cuchillo.
Aunque él no quisiese, lo iba a comprar. No me importaba estar años ahorrando hasta que él tuviese una pierna en condiciones, que no le hiciese daño. Así que pensé en comprar una hucha y empezar a hacerlo sin que él lo supiese y cuando por fin tuviese el dinero suficiente, le daría la sorpresa.
—Creo que nos ha quedado un par en el almacén, voy a mirar.
Asentí. Y esperé durante unos segundos hasta que volvió con tres huchas de diferentes estilos.
—Hay tres tipos. Este de flores, este es de animalitos y este de estrellas. Es un poco infantil, pero no encontraba más —miró algo nerviosa la mujer mientras me dejaba las huchas sobre la mesa para que eligiese.
—Este —señalé la hucha de las estrellas.
Me recordaba a Damián y a la azotea. Una sonrisa tonta salió de mi al imaginarlo.
Le entregué las monedas que tenía encima y me llevé la pequeña hucha, que poco a poco iría llenando. Comencé a subir poco a poco las escaleras, pues sabía que me iba a faltar el aire si subía más rápido. Cuando menos me di cuenta, ya estaba frente la habitación de Damián y esa vez llamé antes de entrar, para que no me ocurriese algo tan vergonzoso como me pasó hace unas horas.
No escuché ninguna voz y extrañada volví a llamar y acercándome a la puerta hablé:
—¿Damián?
—Pasa —escuché en un leve susurro.
Abrí la puerta y lo encontré de espaldas intentando ponerse la arrugada camiseta negra que solía ponerse.
—¿Qué haces? —pregunté guardando la hucha en mi mochila mientras lo miraba extrañada.
—Quería cambiarme la asquerosa camisa del hospital, por esta camiseta, pero...Auch —gruñó—. No puedo, me duele el pecho.
Seguía dándome la espalda y dubitativa me acerqué a él.
—¿Te ayudo? —me puse frente a él. Era la primera vez que le veía con el torso desnudo. Estaba muy delgado hasta tal punto que se le notaba cada una de las costillas y su blanca piel dejaba ver cada una de las venas que pasaban por su cuerpo.
—Sé que te encanta mi cuerpo, pero hace frío y quiero ponerme la camiseta —bromeó tirándome la camiseta al pecho y con mis reflejos la cogí antes de que se cayese al suelo.
—Imbécil —susurré con el calor en mis mejillas tomando la camiseta. Escuché su ronca risa.
La introduje por la cabeza y con mucho cuidado por los brazos. Pero antes de terminar, me fijé en su pecho tenía tres grandes cicatrices sobre ella. Unas cicatrices muy llamativas que me hicieron estremecer en el momento en el que las vi. Mi boca se secó y una jadeó sonó cuando observé con claridad sus heridas. Damián se dio cuenta y me observó, callado. Fijándose en cada una de las expresiones que ponía tras ver su torso.
—Como puedes ver, no tengo el cuerpo perfecto —me miró con atención en un semblante serio.
—Y no importa —dije totalmente sincera.
—Este de aquí me lo hicieron para ponerme el catéter —señaló su clavícula.
—¿Qué es eso?
—Es un tubo de plástico y es para meterme más medicamentos de los que llevo en el cuerpo —rio—, tengo también uno en la espalda.
—¿Puedo verlo?
Asintió. Levantó sin pudor su camiseta de nuevo para dejarme ver de nuevo su espalda que en ese momento se puso de gallina por el contacto con el frío.
Y pude ver una gran cicatriz cubriendo gran parte de su columna vertebral. Noté como mi garganta comenzaba a escocer por momentos y ya notaba que las lágrimas caerían de mis ojos en segundos, pero no lo podía aguantar. Tantas veces me he quejado de mi vida por cosas que veo ahora como idioteces. Idioteces enfrente de Damián.
Tantas veces he creído que mi vida no tenía sentido, que lo mejor era desaparecer y no volver más. Y ahora llega Damián dándome una fuerte bofetada en la cara, como realmente me merezco. Una fuerte bofetada dejándome ver la cruel realidad.
Con timidez acerqué mi fría mano a su espalda para tocar la cicatriz que se marcaba.
—Joder —susurró.
Al chocar mis suaves dedos con su espalda, su piel se erizó provocando que también la mía lo hiciese. Y mis dedos comenzaron a bailar sobre su delicada piel. La tocaba como si de un cristal se tratase, un cristal imposible de romper, pero débil de ver. Mis yemas rozaban de arriba abajo dejándome notar la rugosa textura de su piel. Salí del toque de su cicatriz y llevé mis dedos a sus hombros.
Escuché un leve suspiro saliendo de la boca de Damián haciendo que el silencio fuese más cómodo de lo normal. Cada vez que mis dedos chocaban con cada célula de su piel, mi cuerpo recibía fuertes escalofríos que viajaban por toda mi columna vertebral.
Cuánto hubiera deseado haberme quedado así durante una vida entera.
Poco a poco fui cesando el suave rozamiento hasta que quité mis dedos de su espalda. Damián sin embargo se quedó quieto, aspirando con fuerza, tratando de tomar todo el aire posible.
—Hay cicatrices visibles que se quedarán para toda mi vida. Cicatrices que podrá ver todo el mundo y preguntarse porque estarán ahí —se giró para verme—, pero también hay cicatrices que nadie ve, invisibles a los ojos de los demás y que solo puedo notar y percibir yo. Esas cicatrices ya no serán ni olvidadas ni borradas. Y aunque no puedas mirarlo, estas curándome esas cicatrices que nadie ve, ladrona.
Mis ojos se humedecieron ante la sinceridad de sus palabras, y seguidamente dio un casto beso en mis labios.
16:41.
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Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
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