13. Cafuné
"La acción de pasar los dedos por el cabello de la persona amada."
Sábado, 25 de octubre de 2020.
16:17
—No quiero tomarme esta mierda —espetó Damián—. Me he tomado más veces esto —señaló el vaso donde contenía el contraste—, que chupitos en mi vida.
Estaba en la sala de espera junto con Damián y Agustín. Tenía que hacerse un TAC para ver cómo estaba evolucionando la enfermedad. Pero este se negaba a tomarse el contraste.
Por lo que me explicó Agustín, el contraste es un líquido que deben de tomarse los pacientes antes de realizarse el TAC. Este permite ayudar a diferenciase unas partes del cuerpo de otras.
—Joder, me lo podría tomar hasta yo —alardeó Agustín negando con la cabeza.
—Pues hazlo —contestó con una falsa sonrisa.
—Mira Damián, me voy porque tengo una paciente en UCI, vuelvo en diez minutos. Como en esos diez minutos, no te hayas tomado el contraste, te prometo, que habrá otra manera para que la tomes —amenazó Agustín señalando el vaso—, y no te va a gustar.
Durante esas semanas había intentado ir cada día a visitar a Damián y a quedarme con él. Laura apareció unas pocas de veces y pudimos hablar un poco, pero casi siempre tenía que marcharse por su trabajo o por su bebé.
Como había días en los que no podía ir al hospital, Damián se las ingenió para pedirle prestado a Agustín un portátil que este ya no utilizaba, y por ahí hacíamos videollamadas. Al principio se nos hacía raro, y más a Damián, pues hacía años que no cogía un ordenador, me contó. Cada día sabía más de él, y él más de mi. Nos quedábamos muchas veces hasta las altas horas de la madrugada y hacíamos siempre lo posible para que no acabase nunca la conversación y tuviésemos que terminar la videollamada.
—Ojalá fuese una cerveza, así sería más fácil de tomar —añadió Damián, sacándome de mis pensamientos.
Solté una carcajada.
—Pues imagínate que es una cerveza —respondí encogiéndome de hombros.
—Eso suena estúpido, ladrona.
—Eso lo dices por que no has probado a intentarlo —murmuré.
Se le veía mucho más apagado. Hace unos días me ofrecí a acompañarle de nuevo a la sesión de quimioterapia, él no quería que fuese, sabía que tenía muchos trabajos y tareas, pero aún así fui. En un principio estuvo algo malhumorado porque no le hice caso, pero me dio igual. Y parece que esa última quimio le había afectado mucho más. Era incapaz de ocultar que me dolía en el alma verlo así como cuando mi tía estaba en las misma condiciones.
Se me rompía el alma verlo vomitar, con las lágrimas sobresaltadas del dolor pero intentándolo aguantar.
Volví a dirigir mi mirada hacia él, y vi cómo susurraba cerrando sus ojos:
—Es una cerveza, es una cerveza, es una cerveza... —fue repitiendo, hasta que llevó el vaso a su boca y comenzó a tragar. Inconscientemente salió de mi una pequeña sonrisa.
En menos de cinco segundos, se había bebido Damián todo el contraste y a consecuencia de eso hizo un gesto asqueado, que provocó en mi que comenzase a reír.
—No hace gracia, es asqueroso —dijo mientras cerraba fuertemente sus ojos.
Me acerqué más a él, y le di un pequeño abrazo. Noté como el cuerpo de Damián se tensó a los segundos de notar mi tacto. Mis nervios estaban a flor de piel y el temblor de mis manos no me ayudaba, pero cuando estuve a punto de separarme de él al no notar ninguna acción suya, me apretó hacia con ambos brazos atrayéndome más hacía su cuerpo.
Sentí cariño en ese abrazo. Como si quisiese transmitir algo que no podía descifrar, pero se hacia adictivo. Nunca me habían abrazado de esa manera, y por un momento comprendí lo mucho que necesitaba que me abrazasen. Y más de la manera en la que lo hacia Damián. Obviamente he abrazado a personas y ellas a mí, pero eran abrazos sin sentimientos y obligados. Y es que al fin y al cabo, acabas teniendo miedo de abrazar, de querer o besar. Porque no sabes si está siendo de verdad o por el mero hecho de hacerlo sin más.
Era como si todo el vacío que tuviese en mi interior, se llenase a medida que sus manos me apretaban con delicadeza y su respiración chocaba en mi cuello. Mis ojos se cerraron inconscientemente y mi corazón pasó de latir a mil por horas a relajarse cada vez más.
Me sentía más plena, completa. Y es que nunca sabes cuando te hace falta ese abrazo hasta que te lo dan. Supe en cuánto percibí las manos de Damián subir y bajar por mi espalda que me quedaría así para siempre, con el calor que emanaba y su suave piel.
—¿Y ese abrazo, ladrona? —vaciló Damián susurrando en mi oído ocultando su nerviosismo.
Poco a poco me fui separando de él. Y lo miré con atención, su boca entreabierta y ceño fruncido. Lo tenía enfrente de mí y no era consciente de las inmensas ganas que tenía de besarle y notar sus labios.
Sacudí disimuladamente mi cabeza evadiendo los pensamientos de mi cabeza y me centré en el momento.
—Bueno, te has tomado el contraste entero, y me ha hecho feliz eso —tartamudeé encogiéndome de hombros. Noté como se ruborizaban mis mejillas.
—Pues le pediré a Agustín que me dé más de ese contraste entonces —contestó en un tono travieso, sonriéndome.
Negué con la cabeza.
Justo pasó Agustín por delante nuestra y se acercó a nosotros para ver si se lo había tomado.
—Te quedan cinco minu... —paró de hablar al ver el vaso vacío sobre el regazo de Damián—. ¿Te lo has tomado ya? —cuestionó asombrado Agustín.
Damián asintió orgulloso.
—¿No lo habrás tirado, no? —volvió a preguntar inseguro y dirigió su mirada esta vez hacia mi.
—Se lo ha bebido entero, Agustín —afirmé.
—Bien, bueno... —la cara de Agustín no daba crédito—, pues entonces ya puedes entrar Damián.
Pero antes de entrar preguntó:
—¿Marina puede quedarse fuera? Esperándome, digo.
Sentí que algo se removió dentro de mí.
—Sí, Marina y yo nos quedaremos aquí —confirmó Agustín.
—Suerte —le susurré, él se giró y me guiñó un ojo como respuesta.
Justo al lado de la puerta que llevaba a una habitación enorme dónde le harían el TAC a Damián, había una gran panel de cristal y desde ahí podíamos ver que pasaba dentro. Agustín y yo nos apoyamos sobre el gran vidrio que separaba la habitación con el pasillo y observábamos a Damián entrar. Una enfermera le tendió como una especie de vestido blanco, y le señaló una habitación más pequeña.
Será para que se cambie de ropa.
—Me enteré que a tu tía le dieron el alta —comentó Agustín empezando una conversación.
Mi tía desde que salió del hospital, era otra persona. Seguía sin borrar su sonrisa, pero esta vez ya no se preocupaba porque le subiese la fiebre o porque fuese a empeorar su estado de salud. Me hacía muy feliz verla así. E incluso muchas veces Damián le mandaba saludos.
—Sí —afirmé—, ya por fin está mucho mejor.
—Me alegro mucho, muchacha —contestó con sinceridad Agustín. Yo sólo le sonreí.
En ese momento dirigí mi mirada hacia la habitación dónde estaba Damián. Ya había salido de la pequeña sala donde tenía que ponerse el vestido blanco, me hacía mucha gracia verlo así y solté una pequeña risotada.
Observaba cómo la enfermera que había, le indicaba donde tenía que ponerse, él hacía caso a sus indicaciones, pero justo cuando se levantó para echarse a la camilla, vi cómo se giraba, mostrando su espalda hacia Agustín y a mí, el vestido que llevaba sólo iba amarrado por tres pequeños nudos en la zona trasera y dejaba ver toda su espalda.
—No creo que lo vaya a hacer —susurró Agustín sabiendo que estaba tramando Damián.
—¿El qué?
Pero cuando giré mi cabeza hacia Damián vi como se inclinó hacia delante dejándonos ver...Bueno, su culo.
—¡Ay, dios mío! —exclamé mientras tapaba mis ojos con las manos y escuchaba una carcajada por parte de Agustín.
La enfermera quedó atónita, abrió sus ojos de par en par y leyendo sus labios, vi que dijo:
—¡Pero que estás haciendo, Damián! —mientras tomaba los hombros de Damián para darle la vuelta y cerrando mejor los nudos de su vestido fino blanco roto.
Damián no paraba de reír mientras la enfermera le reñía, y a la vez me miraba con una mirada pícara que tanto me gustaba que hiciese. Yo sólo negaba con la cabeza mostrándole una sonrisa sin despegar mis labios.
—Cada día me sorprende más este chico —comentó en un tono suave Agustín.
—¿Y para que le hacen el TAC?
—Es posible que después de un cáncer, la persona sufra alguna metástasis u otros problemas —explicó.
Entrecerré los ojos.
—Me suena esa palabra...
—¿Has visto mucho The good doctor?
Reí al reconocerlo.
—Todas las temporadas.
—Entonces es normal que te recuerde la palabra. Las células cancerosas se van del sitio en donde formaron el cáncer, ahora estas pueden ser capaces de viajar a través de la sangre y el sistema linfático, y forman nuevos tumores en otras partes del cuerpo.
—¿Y crees que lo pueda tener Damián? —cuestioné ahora asustada.
—No te preocupes, muchacha. No es seguro que ocurra —afirmó.
Veía como Damián se acostaba en la camilla metálica. Se puso recto, mirando hacia arriba, y sus brazos fueron hacia atrás de su cabeza, dejándolas en su cuello.
—Damián siempre me ha dicho que eres como su segundo padre.
—Así es. Y él es como el hijo que nunca tuve —rascó su nuca sonriente.
—¿Desde hace cuánto lo conoces? —interrogué.
—Desde que entró por primera vez aquí —contestó con una mirada de nostalgia.
Justo antes de que entrase Damián por el gran tubo de metal, giró muy poco su cabeza, mirando a través de cristal hacia a mi. Yo le dediqué una pequeña sonrisa y le levanté el dedo pulgar. Él cómo respuesta me devolvió la sonrisa sin mostrar sus dientes y dejó soltar un pequeño suspiro. Y poco a poco fue introduciéndose en la máquina.
—Siempre ha sido un chico muy travieso, todos los enfermeros y enfermeras del hospital ya le conocíamos a las pocas semanas —continuó Agustín—, y desde que le vi, supe que era un buen chico.
—¿Conocías a sus padres? —pregunté de nuevo. Quizá así podría saber del alguna manera qué pasó con sus padres.
—Su padre fue mi mejor amigo —confesó.
—¿Es médico también?
Él como respuesta asintió con una pequeña sonrisa.
—Recuerdo que unos días antes de que... —no podía acabar la frase, tomó aire y después de unos segundos siguió.
—¿De qué?
Se quedó callado durante unos segundos.
—Nada, olvídalo —noté un cierto brillo de dolor en su mirada.
Maldita curiosidad que me llenaba de preguntas. Estas semanas anteriores intenté con todas mi ganas sacar algo de información lo más mínimo. Pero siempre me quedaba igual, en blanco. Me daba rabia no poder descubrirlo, descubrir por qué Damián ocultaba tantos secretos, por qué no quería contármelos...Quise volver a preguntarle pero sabía que me iba a arrepentir a los segundos.
Agustín tomó de nuevo aire y continuó.
—Muchacha, he pasado con Damián miles de noches en los que sollozaba...Por todo.
—¿Por todo?
—Sí —afirmó—, por los efectos de la quimioterapia, por el dolor tras la cirugía de su pierna, por cada vez que veía que menos amigos le visitaban, miles de problemas más...Por quedarse solo. Él no era así Marina. Él era un chico vivo, alegre, desenvuelto, risueño...Pero el destino lo ha llevado a convertirlo así.
Maldito destino. Siempre te llevaba a dos caminos. Al bueno o al malo, según la perspectiva de cada persona, pero lo peor de todo, era que no podías escoger que camino, y era jodido porque tampoco sabías en qué camino te pondrá el destino. Era todo una incertidumbre. Es por ello por lo que siempre vivimos con tanto miedo a la realidad porque nos cuesta aceptar que el futuro esta escrito pero no lo podemos leer.
Muchas veces me he llegado a imaginar que todos cuando nacemos, sabríamos cómo sería nuestro final, como si de alguna manera evitase que nos llevásemos tantas sorpresas, pero con el tiempo descubrí que no serviría de mucho. Es como cuando leemos una historia por primera vez y nos hacen un spoiler del final. No lo leeríamos con tanto entusiasmo como hubiésemos imaginado en el principio, porque como seres humanos nos gusta la adrenalina y vivir cada momento con nuevas sorpresas. Y es que igual ocurre con el destino, la vida o la muerte.
—Y supongo que a su madre también la conoces —intenté indagar más sobre el tema.
—Sí, no era amiga mía, pero la conocí cuando el padre de Damián y ella eran novios —explicó.
—¿Cómo se conocieron?
—Fue por llamada telefónica. Un día Estrella, su madre, estuvo con sus amigas gastando bromas telefónicas, llamando al azar a personas que desconocía, y dio la casualidad de que marcó el número de Javier, el padre de Damián. Ambos se conocieron por ahí —explicó con melancolía.
—Entonces tuvieron un amor a distancia.
—Exacto. Ya con el paso del tiempo ambos se conocieron en personas y surgió el amor. A los pocos meses tuvieron a Laura. Ella es la viva imagen de su madre, una chica extrovertida y risueña. Sin embargo Damián es como su padre, confiado y un poco loco. Supongo que te habrás dado cuenta.
Asentí un par de veces,
Me apoyé al cristal, no soportaba el peso de mi cuerpo.
—¿Y sus padres dónde están ahora? —contesté.
—Creo que es mejor que hables de eso con Damián —esperó unos segundos, para continuar—. Te lo contaría yo. Pero seguro que me mataría si lo hiciese.
Giré de nuevo hacia Damián, y de nuevo lo vi, ahora levantándose de la camilla metálica, para sentarse sobre su silla.
—¿Y por qué no quieres contármelo? Llevo semanas intentando sacar algo de información, pero siempre está con la misma historia. No haré nada malo si me lo cuenta —me excusé.
—Te entiendo, muchacha. Pero es que depende él, es su historia. Nunca quiso que lo supiese nadie, quería que solo fuese un secreto. En el que solo lo saben Laura y él. Yo no sabía la historia porque me lo hubiesen contado ellos dos, sino porque yo también lo viví, pero no en primera persona.
—¿Pero él te contó algo?
—Nada. Se quedó estancado. A día de hoy sigo intentando que lo cuente, ya han pasado más de cuatro años, pero no puede. Es como si una fuerza interna no le deja libre. Tiene los recuerdos anclados dentro de él y no sabe la manera de soltarlo todo.
Hubo un silencio cómodo, que se adueñó del momento. Quise pensar, imaginar o simplemente tratar de unir las tuercas de esa historia, pero era imposible. Tantas dudas en mi cabeza no me dejaban estar.
—Joder... —murmuré mientras miraba a Damián, él notó que alguien le miraba y llevó su mirada hacia a mi—. Ha soportado mucho.
—Mucho. El cáncer le jodió la vida —confirmó Agustín—, pero ahora es diferente.
—Pero yo lo veo igual —solté sin pensar.
Una suave risa se escuchó por parte de Agustín.
—De nuevo está volviendo a hacer alguna que otra travesura...¿Te contó que me robó el móvil para hablarte el otro día?
Yo como respuesta carcajeé asintiendo.
—Está volviendo a ser el Damián de hace unos años. Hay momentos en las que tiene algún que otro bajón, es lo normal, o que se enfade por cualquier tontería. Aún así, está cambiando —hizo una pausa—, a mejor.
—Me alegra saber eso —confesé con una pequeña sonrisa.
20:59
—¿Qué haces, ladrona? —indagó Damián. Sus ojos miel me miraban atentos.
Después de haber salido del TAC, Agustín le aconsejó a Damián que se fuese a su habitación a descansar. Le había subido la fiebre mucho y no paraba de toser. Llevábamos ya varias horas, escuchando el fuerte viento chocar contra las ventanas de la habitación.
De vez en cuando Damián me preguntaba cosas, pero intentaba responder lo menos posible, para evitar que hiciese más esfuerzo.
—Leer —respondí concentrada en la lectura.
—¿En el móvil? —preguntó frunciendo el ceño.
Asentí.
—No tengo el libro en físico —alcé la mirada para mirarle—, y lo leo en pdf.
—¿Y por qué no lo lees en físico?
—No tengo suficiente dinero —me encogí de hombros.
—¿Y qué libro es?
—El diario de Anna Frank.
—Ese libro lo leí... —hizo una pausa para toser—. Lo leí en primaria —contestó soltando una pequeña risa con la poca fuerza que tenía. La fiebre le estaba atacando más de lo normal, tenía la tez pálida y debajo de sus ojos había un color púrpura que llamaba la atención—. Es puro aburrimiento.
—¿Y qué pasa? A mi me gusta —aclaré encogiéndome de hombros sin quitar los ojos del móvil. Damián estaba acostado en su cama y sobre él una manta de algodón que lo tapaba. Al lado de Damián estaba yo, sentada en una silla de los más incómoda, puse mis pies sobre la pequeña mesita de noche que tenía al lado de la cama Damián.
Antes de que fuese a contestarme empezó a toser, con más fuerza que las anteriores veces, y me asusté. Damián intentaba tapar su boca y agarrarse el pecho del dolor. Me levanté de la silla y me fui hacia él.
—¿Te traigo agua? —pregunté asustada. Su tos sonaba cada vez más seca y lo hacía con más fuerza para quitar el picor de la garganta.
—Sí, p-por favor.
Corriendo tomé una botella de agua de mi mochila y se la di. Poco a poco fue desapareciendo la tos y la paz volvió en mi. Solté un leve suspiro antes de preguntarle:
—¿Mejor?
Él sólo asintió, de nuevo volví a ver a Damián como la primera vez que vi a mi tía en el hospital, acostado, quebrado y debilitado. Respiré profundo y volví a sentarme en la silla. Intenté retomar la lectura, pero no era capaz. Notaba encima de mi su mirada fija, levanté la cabeza y le devolví la mirada. Es imposible no perderse en ella.
—No me mires así, por favor —suplicó.
—¿Así cómo?
—Con tristeza —explicó—. Ladrona, sé que lo que tengo me está matando cada vez más, pero ahora que te tengo aquí no quiero que nada mío te afecte. Me siento como si estuviese de nuevo en casa después de tantos años, cuando me acompañas —confesó.
—N-No sé que responder —admití, apagando el móvil y dejándolo en mi regazo, soltando una risa nerviosa.
—Nada —subió la comisura de sus labios—. Léemelo.
—¿Qué?
Fruncí el ceño por su respuesta. La seriedad se los ojos que me transmitía me dejaba tendida en el sillón.
—Léeme el libro —repitió.
—Pero ya he leído como 200 páginas.
—No me importa —susurró. Sus pupilas se dilataron.
Algo en mí se removió cuando sentí que su voz ronca entró en mis oídos. Por la sinceridad de sus palabras mi piel se puso de gallina y tuve que tragar un par de veces para poder aclarar mi voz.
—Bueno, vale... — mi voz tembló cuando hablé. Hice una pequeña pausa mientras buscaba la página en la que me quedé.
—¿Pero qué haces?
—Buscar la página para seguir leyendo —contesté obvia.
—¿Pero vas a leer desde ahí?
—Claro, ¿dónde si no?
—Ven —añadió echándose un poco hacia atrás dejándome espacio en su pequeña cama.
—Damián, no quepo en la cama.
—Aquí hay sitio para dos. Confía en mí.
Me miró a los ojos, de manera fija y precisa, tenía una mirada profunda y delicada. Y noté en mi barriga un característico hormigueo. Me levanté de la silla y lentamente fui hacia su cama. Se echó para atrás, para dejarme más espacio y me acosté. Él posicionó su brazo izquierdo justo debajo de mi nuca y yo inconscientemente apoyé mi cabeza en su pecho. Él soltó un leve suspiro.
Me sentía nerviosa y mi pulso cada vez se aceleraba más. Tragué saliva con dificultad. Notaba su respiración sobre mi cabeza, una respiración lenta y profunda. Olía a vainilla, como su habitación, pero a su vez era un olor peculiar, más varonil. Levanté la mirada para verlo y me estaba observando, de nuevo vi como sus pupilas de dilataban. Dio un leve beso en mi cabeza y cerró sus ojos.
—Lee, por favor —susurró con una voz débil. Pasó delicadamente sus dedos por mi pelo haciéndome estremecer. No quería que parase.
Encendí el móvil, buscando la página y comencé a leer:
—El señor Van Daan sigue enfermo, tiene la garganta un poco irritada. Sus aspavientos resultan algo graciosos. Todos los días se levanta para hacer gárgaras con una infusiones que hayan por casa, siempre está de mal humor, pero le tomé cariño...
22:01
Estuve leyendo en alto desde hace una hora y tenía la boca seca. De vez en cuando miraba a Damián, seguía durmiendo. Se veía débil, apagado, pero por suerte consiguió dormir y no tosió más. Me levanté de la cama, y llegó a mi una ráfaga de frío. Tanto tiempo acostada con la manta me hizo entrar en calor, que ahora al quitarme la manta de algodón, solo notaba frío en mi cuerpo.
Volví a taparlo para evitar que el frío entrase en él y se pusiese peor. Su boca estaba entreabierta y se veía más tierno. Podía observar su pecho bajando y subiendo lentamente.
Sonreí al verlo.
Al tener la boca tan seca, necesitaba tomar algo de agua, pero toda la que tenía se la di a Damián para la tos. Por lo tanto, tomé de mi mochila algunos céntimos y me dirigí hacia la cafetería, igual estaba cerrada, pero tenía tanta sed que no me importó.
Bajé las escaleras rápidamente hasta llegar a la planta donde estaba la cafetería, que por suerte estaba abierta. Había algunos enfermeros y enfermeras hablando, vi a Agustín y a Jesús riéndose mientras tomaban un café.
Fui hacia la barra y se acercó a mi una chica. Le pedí amablemente una botella de agua y seguidamente me la dio. En ese momento, tenía la intención de subir a la habitación de Damián para quedarme con él. Pero cuando estaba abriendo la botella de agua para llevarla a mi boca, choco con alguien. Parte del agua que llevaba la botella cayó al suelo y otra parte sobre mi jersey.
—Joder... —me quejé, sin ver quien estaba delante de mi.
—Perdón —escuché una voz masculina que se me hizo reconocida.
Levanté la mirada y lo vi. Mi respiración se dificultó. Apenas pude tragar cuando sus ojos chocaron con los míos.
—¿Miguel?
No supe como pude haber sacado la voz para hablar.
—¿Marina?
Preguntamos al unísono.
Miguel era amigo de la infancia, si así realmente se le podía llamar...Se vino a vivir a mi mismo vecindario cuando apenas tenía 4 años; con el tiempo nos hicimos muy buenos amigos, compartíamos cualquier secreto, hablábamos de todos los temas que se nos pasasen por la cabeza e incluso compartíamos gustos musicales... Pero todo esto acabó cuando comenzamos a ir al colegio. Tuve que adelantarse dos cursos más que yo, ya que después de mil pruebas que le hicieron, descubrieron que era un chico superdotado.
Él conoció a nuevas personas al igual que yo, pero la diferencia radicaba en que en él comenzó a cambiar su actitud. Una actitud más arrogante y más egoísta. No era el mismo Miguel que conocí cuando tenía 4 años. Y todo empeoró cuando comenzó a meterse con mi peso por el simple hecho de poder entrar en el grupo de los "populares". Su actitud provocó que me alejase cada vez más de él, hasta que nos convertimos en simples desconocidos.
Se me hacía raro verlo ahí, delante de mi con una bata de médico; alrededor de su cuello llevaba un estetoscopio. Estaba mucho más alto y sobre su frente caían varios mechones de pelo rubio. No se borraba su mirada azulada que penetraba cada vez que te miraba.
Estaba irreconocible.
—¿Y qué haces aquí? —preguntó asombrado pero sin borrar su sonrisa, mostrándome unos dientes completamente alineados y blancos. No iba a negar que se veía muy atractivo.
—Me quedo con un... —hice una pausa acordándome de Damián—, con un amigo, que está aquí en el hospital. ¿Y tú?
Mis manos empezaron a temblar y dudé por un momento creyendo que él se había dado cuenta. Con el movimiento de mis dedos conseguí relajarme un poco, arranqué como pude la piel que sobraba del lado de mis uñas como una manera de deshacer los recuerdos que me dolían aún más.
—Estoy haciendo prácticas —sus ojos azul eléctrico me observaban cada vez más profundo.
—¿Qué estudias?
—Medicina —contestó con su característico orgullo.
Miguel era el típico que presumía de cualquier cosa que tenía, normalmente era material. Cuando apenas tenía 6 años siempre venía a restregarme en la cara que tenía un nuevo juguete que yo no. Y parece que con el paso de los años eso no cambiaba.
Abrí los ojos de par en par.
—Oh vaya, me alegro mucho por ti.
Cada palabra que soltaba era aún más falsa que la anterior. No, no me alegraba en absoluto.
Deseaba con todas mis ganas desaparecer de ahí, que viniese Damián y me salvase de aquel momento. Ni siquiera quería seguir viéndole.
—¿Y tú?
—Estoy en el primer año de psicología.
Él sólo asintió, sonriéndome sin despegar sus labios.
—Me alegra mucho verte por aquí —admitió—, estás más delgada.
Este tío es imbécil.
—A mi también me alegra —añadí con una sonrisa falsa olvidando lo último que dijo. En ese momento, me acordé de Damián de nuevo, me daba miedo que se despertase y se creyese que me fui sin despedirme—, bueno...Yo me tengo que ir ya.
—Sí, yo también me tendría que ir ya, las prácticas me dejan agotado —gruñó rascando uno de sus ojos.
No quería seguir escuchándole. Me separé poco a poco de él y en cuanto note que le talón de mis pies chocó con el primer escalón supe que era la oportunidad perfecta para irme de ahí.
—Pues espero verte pronto.
Mentira.
—Lo mismo te digo —exclamó él, tras ver que me iba alejando cada vez más. Yo le sonreí y me despedí con la mano—. ¡Marina!
—¿Si?
Giré mi cuerpo cuando ya estaba subiendo las escaleras.
—Te veo más guapa —mostró una sonrisa arrogante.
22:28
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Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
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