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12. Euforia

"Estado mental y emocional en el que una persona experimenta sentimientos intensos de bienestar, felicidad, excitación."

18:04

—Cállate Damián —musité enfadada, dando zancadas al suelo con mis pies mientras andaba. Escuché de nuevo la risa de Damián detrás de mí— ¿Pero de qué te estás riendo, imbécil? —pregunté mientras daba un giro de 180º para dirigir mi mirada hacia Damián y me paré justo enfrente de él.

No paraba de reírse, y yo tenía que admitir que por una parte también quería hacerlo, su risa era algo contagiosa, pero quería seguir mostrándole este "falso enfado".

—Lo siento, pero es que me hace mucha gracia verte así enfadada —intentó decir mientras recobraba el aire que le faltaba de tanto reír.

—Imbécil —susurré y seguí andando hacia delante.

—Te he escuchado, ladrona —gritó Damián intentando adelantarme.

—¿Pero a dónde vas?

Era verdad; desde que salimos de la habitación de Damián, tomé el camino de la izquierda y seguí andando hacia delante, sin seguir ningún rumbo y Damián lo único que hacía era perseguirme, no sabía donde estaba la habitación donde impartía clases ese profesor y ya íbamos a llegar tarde.

—¡No lo sé! Yo sólo estoy yendo en línea recta —contesté exhausta mirándole y parando en seco.

—Está justo a tu derecha —respondió sin borrar la sonrisa de su cara.

Giré mi cabeza, y era cierto. Había justo ahí una gran puerta a unos metros frente de mi, abierta de par en par, y justo al lado de esta, había un cartel en la pared donde ponía "Clases de filosofía".

Había varias sillas y mesas, como las que sueles encontrar normalmente en los institutos, y ya se podían ver algunos chicos y chicas sentados o hablando uno a los otros...De lejos observé al que creía que era el profesor.

Un señor de unos cuarenta años, sin ningún rastro de barba. Llevaba una camisa de cuadros dos tallas más grandes de lo que era su delgado cuerpo y unos pantalones de tiro bajo azul marino. Tenía el pelo algo alborotado, y unas gafas de pasta que se tenía que levantar cada cierto tiempo, para evitar que se le resbalasen por su pequeña nariz.

—¿Ya te dije que los profesores de filosofía son raros? —preguntó Damián sacándome de mis pensamientos, mirando hacia la misma dirección que yo.

Pero antes de que fuese a contestarle, veo como el profesor se acerca a la puerta, ya había dejado unos minutos para que entrasen los últimos alumnos y tomando el pomo de la puerta ya veía que tenía la intención de cerrarla para poder impartir la clase.

—¡Espera! —grité inconscientemente. Tomé los manillares de la silla de Damián y fuimos corriendo hacía el profesor antes de que cerrase la puerta en nuestra cara.

La cara del profesor al verme era de extrañeza, recordé que no me conocía de nada, y ahí estaba yo, por culpa de Damián delante de ese hombre.

Me debes una, imbécil. Pensé.

—Perdón, íbamos a la clase de filosofía, y hemos llegado un poco tarde —afirmé mientras agarraba con más fuerza los manillares de Damián, estaba muy nerviosa.

—Pero...No me suena tú cara, ¿eres paciente de este hospital? —preguntó levantando una de sus cejas. Tenía un acento muy extraño, no parecía que fuese de España.

—No, viene conmigo, Carlos —escuché la voz de Damián.

El profesor bajó lentamente su mirada hasta chocar con la de Damián. La cara de asombro al verlo, no daba crédito.

—Pero bueno Damián...¿Qué haces tú por aquí? —preguntó emocionado Carlos.

—Joder Carlos, es lógico, vengo a las clases de hoy —respondió seco, cruzándose de brazos.

—Damián —reñí mordiendo mi labio inferior intentando que no me escuchase su profesor, no me gustaba nada como le estaba contestando.

—No sabes lo feliz que me hace eso Damián —contestó Carlos con una sonrisa de oreja a oreja. Me pareció muy tierno ver así a ese hombre.

—Lo que tú digas —murmuró Damián para entrar dentro llevando su silla de ruedas buscando sitio para mi y para él.

El hombre con grandes gafas, me miró, seguidamente me mostró su sonrisa y me dijo:

—Vosotros sois... —no dejé que acabase la frase.

—Amigos, somos amigos —respondí rápidamente echando un mechón de pelo detrás de mi oreja. Él sólo me sonrió sin despegar los labios.

—¿Y te gustaría entrar? —me preguntó.

Quería joder a Damián, dejarlo ahí solo y que se quedase toda la hora de clase, sólo por venganza, pero la cara del profesor, no la podía describir, se le veía tan emocionado que me dolía decirle que no. Miré justo a las espaldas del profesor y vi como Damián le mostró el dedo de en medio a un niño pequeño que había en la sala.

Ese chico no tiene remedio.

—Claro, me encantaría —contesté con una sonrisa.

18:43

—¿Y quién fue el discípulo de Sócrates? —preguntó un chico que se encontraba justo al final de la sala.

Había unos 10 niños sin contar con Damián y conmigo. Pensaba que todos eran enfermos de cáncer, pero no era así. Había una chica de unos 16 años, que escuché como le decía a su compañera que tenía anorexia. Detrás de ella había un chico con una venda rodeando toda su cabeza, no sabía lo que este tenía.

Justo al lado de Damián, había un niño, no tendría más de 5 años. No tenía ni idea de que hacía un niño tan pequeño atendiendo a unas clases de filosofía, pero se me hacía tierno verlo mirar con tanta atención al profesor. Damián lo conocía, y me contó que el chico tenía cáncer, pero no sabía de qué.

Estábamos hablando de Sócrates, un filósofo griego, que se centró en el ser humano y en la ética. Me gustaba mucho como trataba de explicar las cosas este profesor, se le veía de vez en cuando algo nervioso, pues temblaba su voz, pero rápidamente se recomponía. Sus clases además eran bastantes divertidas, soltaba de vez en cuando algún chiste relacionado con algún filósofo, aunque era cierto que casi nadie se reía.

A Damián nunca le había visto tan concentrado, estaba neutral, no mostraba ninguna emoción.
De vez en cuando me gustaba mirarle de reojo y ver como ceñía el ceño, como si estuviese analizando todo lo que decía el profesor.

A su vez también notaba, como algunas veces Damián me miraba mí, pero al girar mi cabeza hacia él para verle, movía su cabeza hacia delante, haciéndose como el que no me veía. De vez en cuando, se acercaba a mi oído y trataba de susurrar alguna que otra información más que supiese de Sócrates.

—Sé que soy guapo, pero ya llevas veinte minutos mirándome —alardeó Damián girando su cara para mirarme. Tenía una pequeña sonrisa en la cara.

—Te lo tienes muy creído —murmuré. Por culpa de Damián comencé a notar un cierto calor subir por mis mejillas.

—Buena pregunta, Sebastián —respondió el profesor dirigiéndose al chico que le hizo la pregunta hace unos segundos—, el discípulo de Sócrates fue Kant —explicó el profesor.

—Fue Platón —susurró Damián. Yo dirigí mi mirada hacia su perfil.

Estaba cruzado de brazos, echado en su silla, mientras miraba el techo. ¿Cómo lo sabía?

—¿Dijiste algo, Damián? —preguntó Carlos, el profesor, subiéndose de nuevo sus grandes gafas de pasta.

—Que el discípulo de Sócrates, no fue Kant, fue Platón —contestó despreocupado.

El profesor se quedó mirando durante unos segundos hacia el fondo de la sala, como si estuviese recordando algo y dijo:

—Es cierto Damián, fue Platón. Perdonadme chicos —rascó su nuca avergonzado y mostrando una sonrisa temblorosa—. Bueno, pues ya que estamos, ¡Vamos a hablar de Platón! —gritó el profesor entusiasmado dirigiéndose hacia la pizarra, apuntando en grande con su tiza blanca, "PLATÓN" y seguidamente la subrayó—. Bien, ¿alguien sabría decirme quien fue Platón?

—Un filósofo —contestó el pequeño chico que estaba a unos metros de Damián.

—Claro Jaime, eso ya lo sabemos, pero...¿A alguien no le suena su nombre a algo?

—Al amor platónico —respondí. Sentí la mirada de Damián en mi.

—Exacto...¿Tú nombre era?

—Marina.

—¡Exacto Marina! —exclamó Carlos—. El amor platónico era una forma de hablar que tenía Platón de mostrar su forma de ver el amor. Para Platón, el amor era aquello inalcanzable, aquello imposible —suspiró—, una vez Platón, llegó a decir que el amor era aquel impulso que te empuja a querer conocer la belleza, contemplarla. Para él, el amor surge del deseo de descubrir y admirar la belleza.

—Era todo un cursi Platón —me susurró al oído Damián, tratando de que no lo escuchase el profesor.

Negué.

—¿Qué tipo de belleza? —preguntó una chica del fondo.

—Principalmente física, pero después pasaba a ser espiritual. Como por ejemplo, la belleza de las almas, ahí sobrepasas los límites del amor físico, de lo corporal y pasas a admirar el alma de otra persona.

Por un momento me perdí, noté la sensación de que alguien me estaba mirando. Giré mi cabeza para ver a Damián y vi que era él, de nuevo volvía a tener un brillo característico en sus ojos color miel, nos quedamos unos pocos segundos así, estaba serio, y sabía que él tampoco estaba escuchando lo que decía ya Carlos.

Que bonito era, ¿no?

Enamorarte del alma de otra persona, se ve algo tan imposible de alcanzar, que por eso lo define así Platón.

Sacudí mi cabeza y volví a la clase, Carlos había preguntado algo, pero no logré escuchar la pregunta. De repente escucho una voz ronca a mi lado, era Damián.

—El mito de la caverna —respondió fijando su mirada al profesor.

—Muy bien, Damián —contestó Carlos.

—En este mito, Platón, le explica a Glaucón sobre un grupo de esclavos dentro de una cueva— comenzó a explicar Carlos, mientras se dirigía a la pizarra y empezó a dibujar en ella—. Estos solo podían tener la mirada fija a una pared. Nunca, desde que nacieron, han podido salir y tampoco han podido mirar hacia atrás para saber el origen de las cadenas que les atan. En esta pared se proyectaban una serie de figuras gracias a una llama de fuego, que hacía que se creasen sombras de estas figuras —empezó a dibujar pequeñas llamas de fuego justo detrás de los esclavos—, los esclavos creían en todo momento que lo que estaban viendo era real. El mundo verdadero, que no había otro más, cuando esto no era así. Una de las personas del exterior de la cueva, tomó a uno de los esclavos y lo llevó fuera —dibujó una flecha hacia el exterior de la cueva—, el esclavo no podía creerse lo que estaba viendo, creía que todo era falso, que el mundo real estaba dentro. Pero entonces este comenzó a dudar, a replantearse cuál era el mundo verdadero.

—¿Y qué hizo el esclavo? —preguntaron.

—Volvió adentro de la cueva, quería decirle a todos sus compañeros que lo que estaban viendo no era verdad, que todo era falso, una mentira, que saliesen de ahí lo antes posible. Pero ninguno de ellos le creyeron —concluyó dejando la tiza sobra la mesa—. ¿Qué creéis que tiene que ver esto con la realidad de hoy en día, con la actualidad?

Nadie respondía nada, se quedó en completo silencio la sala. Hasta que hablé:

—Muestra la realidad en la sociedad de hoy en día —expliqué mientras me ponía recta sobre la silla, ya me comenzaba a doler la espalda—, muestra como todos seguimos un mismo patrón, un patrón que nos muestra por ejemplo las redes sociales, y como esclavos, creemos que es la verdadera realidad —siguió Damián—, al final el mundo se está convirtiendo en una caverna, todo el mundo observando miles de imágenes falsas creyendo que son la realidad —me sorprendí bastante, no esperaba su contestación—, no nos damos cuenta de lo inútiles que nos vemos viendo una pantallita delante de nosotros. No nos damos cuenta de la gran capacidad que tienen los medios de comunicación de manipular nuestra realidad, y nosotros tan imbéciles siguiéndoles.

El profesor se quedó atónito tras nuestra explicación, pero antes de que dijese algo sonó un timbre, un tanto molesto para mis oídos, pero este timbre daba a entender de que ya acabó su clase. Todos comenzaron a irse poco a poco.

—No sabía que te gustaba Platón —hablé. Seguía sorprendida por Damián.

—Yo tampoco —contestó dándome una mirada juguetona.

Damián ya estaba saliendo de la sala y yo tras él, pero escuchamos una voz grave detrás de nosotros, era Carlos.

—¡Damián, Marina! —exclamó.

Giramos nuestras cabeza a la vez, dirigiendo la mirada hacia el profesor.

—Me ha hecho muy feliz vuestra participación, no sabía que sabíais tanto sobre la filosofía —respondió. Es cierto se le veía feliz, y me parecía algo tierno al fin y al cabo—, espero volver a veros de nuevo —contestó con una sonrisa de oreja a oreja, subiendo de nuevo sus grandes gafas. Tenía unos grandes mejillas y cada vez que sonreía, era bastante gracioso.

—No te acostumbres Carlos, he venido hoy y se acabó —concluyó en un tono frío antes de dar media vuelta e irse.

—No te preocupes, cuenta con nosotros —contesté elevando la comisura de mis labios. Carlos me mostró de nuevo una pequeña sonrisa y asintió, pero antes de irme ya, escucho que me volvió a llamar:

—Marina.

Giré mi cabeza hacia él.

—Gracias.

19:32

—Pues a mi me ha gustado su clase —respondí rompiendo el silencio. Me senté en un pequeño banco que había.

Tras haber acabado las clases de filosofía, Damián me llevó a un pequeño huerto que había a las espaldas del hospital, habían varias enfermeras y enfermeros con algunos pacientes, cortando hierbas, plantando otras...Era un lugar bastante amplio que no conocía de nada, además era bonito ver a aquellos niños y niñas disfrutando y riendo, olvidándose de todo aquello que ocurre a su alrededor.

—Pero la filosofía no quita que sea una asignatura de frikis —añadió poniéndose al lado mía.

Ahora lo veía mucho mejor, menos cansado y me alegraba bastante verlo así. Las ojeras parecen haberse desaparecido incluso.

—Eres un pesado.

—Pero sólo contigo, ladrona —contestó guiñándome el ojo, y yo como respuesta rodeé mis ojos.

—¿Por qué no me llamaste durante estos días? —pregunté intentando cambiar de tema. Tenía que admitir que esta semana estuve pensando en por qué no me llamaba, si ya él tenía mi número de teléfono.

—Ah, ¿tanto me echabas de menos? —respondió en un tono sarcástico. Al ver que no me contestaba, giró su cabeza para mirarme—, el móvil con el que te llamé el otro día, no era mío, sino de Agustín. Se lo quité mientras él trataba con una paciente de la planta de traumatismos.

—¿Le robaste el móvil a Agustín? —cuestioné abriendo mis ojos de par en par.

—Bueno, robar es una palabra muy fea, ladrona... Yo le llamaría más tomar prestado —explicó encogiéndose de hombros, indiferente—, no te pude llamar estos días porque Agustín se dio cuenta de que se lo tomé prestado. Quería coger el móvil de Jesús, para llamarte, pero ya sabes como es él —terminó rodando sus ojos.

Entonces realmente intentó contactar conmigo, pero no pudo. Dentro de mi, había un cosquilleo que no desaparecía de mi estómago , no podía explicar como era esta sensación tan extraña.

—Quiero que sepas una cosa —fijó su mirada en mí—, cada vez que estés mal, por muy tarde, muy mal día o muy ocupado que vaya a estar, llámame —mantuvo sus grandes ojos color avellana en mí.

Quería responderle pero las palabras no salían de mi boca, tragué fuertemente saliva con cierto nerviosismo y jugué con los dedos de mis manos tratando que buscar cualquier cosa que decirle. De nuevo, subí la mirada y me encontré los ojos atentos de Damián en mí. No buscaba ninguna respuesta, sólo miraba.

—Lo mismo te digo —susurré con suavidad sintiendo el nerviosismo dentro de mí. Desvié la mirada con cierta vergüenza y mostrando una pequeña sonrisa sin despegar mis labios.

Giré mi cabeza y observé a un chico mirándome, era un enfermo del hospital, pues tenía el pijama que la gran mayoría lleva, unas aburridas y sucias líneas blancas y azules. Estaba tirado en la hierba a unos 10 metros delante nuestra, yo fruncí el ceño y dejé de observarlo, si quería mirar pues que mirase, ya me daba igual, pero en cuanto dirigí la mirada hacía Damián me di cuenta de que a él, concretamente, no le daba igual que me mirase.

Damián miraba al chico con un semblante serio, no estaba enfadado, pero tampoco lo veía contento.

—Parece que tienes un admirador secreto —murmuró sarcásticamente, sin dejar de mirar al chico de forma penetrante.

—¿Estás celoso? —pregunté echándome hacia él. Solté una pequeña risita antes de que girase la cara para verme.

—¿De ti? Más quisieras, ladrona —resopló indiferente Damián. Desvío su mirada al cielo intentando no toparse con mis ojos.

—Bien, pues entonces no te importará que me acerque a él y que me enseñe a plantar tomates —bromeé. Estaba deseando reírme y por ello apreté mis labios con fuerza, pero quería ver antes la reacción de Damián.

Negó con la cabeza, dándome a demostrar que no le importaba, me decepcionó algo, pero por venganza a su respuesta me levanté, sacudí mis pantalones suavemente con la idea de dirigirme hacia el chico. Pero en cuanto di el primer paso, noté una fuerza en mi mano que me llevaba hacia Damián. Me había cogido la mano y me había empujado hacía a él.

—¿Qué haces? —no soltaba mi mano, era un tacto suave y cálido, para el tiempo que hacía yo tenía las manos heladas, sin embargo Damián no. Sentí mi pulso acelerado.

—Me acabo de acordar de que tiene herpes —mintió mientras miraba al cielo pensando que decir.-Y te lo podría contagiar —soltó exagerando—. Yo te aconsejaría que no fueses —se notaba que me estaba mintiendo, su voz temblaba y sus gestos eran muy expresivos.

Noté como se ponían sus mejillas más rojas y a consecuencia de eso, solté una carcajada.

—Eres tonto —negué mientras me sentaba de nuevo al lado suya—, total tampoco quería ir —contesté mirando una de las enfermeras tratando de ayudar a un paciente a quitar unas malas hierbas.

Como veía que no me hablaba, le miré. Me estaba mirando. Seguía con sus mejillas sonrojadas y sus grandes ojos miel observándome. No me había fijado antes, pero Damián tenía algunas pecas alrededor de su nariz y a medida que iba extendiéndose hacia sus mejillas, desaparecían.

Poco a poco fue sonriéndome y observé a la altura de sus mejillas que se asomaban sus hoyuelos. Debía de admitirlo, pero Damián se me hacía atractivo. No era el típico hombre de revista, tampoco quería eso. Su mandíbula se marcaba aún más por su delgadez, sus escasas cejas me hacían ver que era moreno, un color castaño oscuro. Su nariz aguileña se me hacía bonita. Y después sus labios...

—¿Quieres un autógrafo? —presumió Damián, sacándome de mis pensamientos. Seguidamente borró su semblante serio, y pasó por uno más sarcástico.

—Te lo repito, eres tonto —contesté malhumorada mientras le di un pequeño golpe a su hombro.

Miré hacia arriba, el cielo estaba nublado, no hacía mucho viento y eso se agradecía, en otoño solía llover mucho, pero parece que este año iba a llover poco. En un momento comienzo a ver humo al lado mía, y justo lo que me imaginaba, de nuevo vi a Damián fumando, sin ningún pudor. Estaba intentando ocultar su sonrisa, sabía que me molestaba y lo seguía haciendo.

—¿No tienes miedo de que te miren los enfermeros y te riñan? —pregunté confusa. Y seguidamente Damián suelta una carcajada.

—Estamos en un hospital, no en una guardería. Además... —pronunció mientras tomaba una pequeña calada de su cigarro—, cuando ya cumples los 18 pasan de ti completamente.

Estuve pensando por unos segundos si hacerle una pregunta, de la cual ya sabría su respuesta, pero aún así me quise arriesgar.

—¿Me dejas darle una calada?

Giró su cabeza rápidamente y fijó sus ojos en mi.

—¿Qué dices?

—Lo que escuchas —respondí mientras miraba como expulsaba el humo de su boca.

—Ni de broma —reprochó.

—Ah claro, pero tu fumas lo que quieras... —exclamé levantando una de mis cejas.

—Es mi vida —interrumpió mirándome de nuevo a los ojos.

—Ya y también la mía, y quiero que me des un poco para probar sólo.

—Pero si soy yo quién te tenga que dar el cigarro, no quiero. Si quieres tómate uno, pero en ningún momento lo hagas cerca mía.

—¿Por qué?

—No quiero que por culpa mía acabes cómo yo, ladrona.

—¿Cómo tú? —cuestioné levantando una de mis cejas confusa.

—Sí, Marina. Un tío que no es capaz de dejarlo ni aunque le pagasen —hizo una pausa—, es la única manera que tengo de escapar un poco de la realidad —concluyó tomando otra calada de su tabaco. Un escalofrío recorrió mi espalda tras haberlo escuchado.

—Hay otras maneras de escapar —susurré, tras pasar unos segundos.

—Ya lo sé, pero mi manera es esta —empezó a mirar el cielo, echó su cabeza hacia atrás y entrecerró sus ojos hasta cerrarlos finalmente.

—¿Desde hace cuánto fumas? —indagué.

Volvió a abrir sus ojos, para dirigirlos hacia mi.

—Desde hace unos meses —tomó la última calada, para tirar el cigarro a la papelera que había justo detrás de nosotros—. ¿Recuerdas lo que dijo Carlos de Platón? —preguntó Damián cambiando de tema.

—¿Lo del mito de la caverna?

—No —contestó negando con la cabeza—, lo del amor platónico.

—Ah sí, claro —asentí—. ¿Y qué es lo que pasa?

—¿No te parece muy cursi? —preguntó, elevando la comisura de sus labios mostrándome una mirada juguetona.

—No del todo —contesté.

—¿Del todo?

—Es bonito pensar que puedes encontrar a alguien y poder enamorarte no sólo de su físico, sino también de su alma —admití

—Pues a mi me parece todo propaganda para el 14 de febrero —terminó encogiéndose de hombros.

—La verdadera propaganda del 14 de febrero, son de aquellas parejas que muestran su amor por redes sociales y quieren que lo vean todo el mundo, pero después en la vida real no se quieren.

Me miró durante unos segundos, como si quisiese decir algo, pero no le salían las palabras.

En ese instante veo a Isabel y a Jesús, detrás de unos grandes cristales, que separaban los pasillos del hospital con el huerto. Los veía dando pequeños golpes al cristal llamando la atención a Damián y a mí.

Ambos nos miramos extrañados.

—¿Qué está pasando? —frunció el ceño Damián.

Ambos llegaron a la puerta que dejaba entrar al huerto y vinieron corriendo hacia nosotros, Isabel me miraba con una sonrisa de oreja a oreja, y Jesús le miraba sonriente por su reacción.

—¡Marina le han dado el alta a tú tía, corre! —exclamó dando pequeños aplausos Isabel mientras cogía de mi mano y me llevaba de vuelta a los pasillos del hospital.

—¿¡Qué!? —chillé, mis ojos se abrieron de par en par.

Giré para ver a Damián, y venía detrás mía junto con Jesús con una sonrisa de oreja a oreja, sin dejar de mirarme. Todos mis sentidos se pusieron alerta y noté que casi me desmayaba de la ilusión que recubría cada parte de mí. Una sonrisa grande apareció en mi rostro incapaz de demostrar totalmente mi alegría. Sentía que todo el cuerpo se ponía de gallina y las lágrimas salían de mis ojos.

—Me alegro muchísimo, ladrona.

20:13





























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