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11. Drapetomania

"Un impulso abrumador de huir."

Damián.

—¡Tres!

No sabía qué mierda estaba haciendo. Y realmente me asustaba aunque no quería hacerlo mostrar. Nunca en mi vida había salido corriendo de un agente de policía, había hecho cosas, no muy buenas, pero nunca me había ocurrido algo así, aunque en gran parte este en concreto no me preocupaba tanto, pues le llevábamos bastante ventaja, el señor estaba ya a unos largos metros detrás nuestra, intentándonos perseguir. La situación era bastante graciosa, no lo iba a negar.

Me estaba quedando sin aire, y me costaba respirar. Ya llevaba unos días así, pero no le daba importancia, ni se la daré. Pero no me importaba, estaba disfrutando, y esta maldita enfermedad no me lo iba a estropear.

Pero mientras estaba dando toda la fuerza posible para llevar las ruedas de mi silla, veía a Marina. Se estaba riendo, mientras trataba de coger todo el aire posible para seguir corriendo y no quedarse parada. Había muy poca luz en aquella zona, y podía ser posible que nos pudiésemos caer, pero no me importaba.

Era divertido verla así, estaba con la boca entreabierta, moviendo su corto pelo azabache de una lado a otro. Miraba de vez en cuando hacía atrás para ver dónde estaba el señor, y seguidamente volvía a mirar al frente para seguir corriendo.

—Joder, me va el corazón a mil —intentó decir Marina con el aliento entrecortado.

Hace años que no sentía esta sensación. ¿Adrenalina? Tal vez. Me sentía libre, aunque bueno no del todo porque había un agente de policía persiguiéndonos, pero esa sensación de poder respirar aire puro, no el olor asqueroso de hospital, poder ver las estrellas, encontrar a alguien que te entienda y que se quede contigo, ser tú mismo, es un tipo de libertad que muy pocos conocen. Y me sentía muy privilegiado por sentirlo. Esa noche me sentía vivo y no necesitaba dinero para eso.

—¡En cuanto os pille, os vais a cagar, mocosos! —gritó el agente de policía a unos metros detrás nuestra.

Marina y yo como respuesta volvimos a reír, tenía una risa preciosa, algo contagiosa, pero era muy bonita, era un tipo de melodía que no podría dejar de escuchar, y seguidamente le volví a mirar por unos pocos segundos, era tan sencilla, pero a la vez tan única que me gustaba.

Mi corazón bombeaba con tanta fuerza que incluso llegué a pensar que me desmayaría, pero me daba igual, todo en ese instante me daba igual. Sentía cada pedazo de mí después de mucho tiempo. Mi alma no estaba escondida, dejé que se liberase por cada segundo que pasaba.

Eché tanto de menos esa sensación que apenas era consciente de lo difícil que era recordar lo que me hacia feliz.

—¡Damián, por aquí! —gritó Marina, señalando un pequeño escondite, donde se encontraban varios arbustos, miré donde estaba el agente de policía y parecía que lo habíamos perdido, hasta que veo que comienza a apuntar con la misma linterna que nos dejó ciegos antes.

Seguidamente Marina toma los manillares de mi silla, y me arrastró hacía su escondite.

—¿Eres tonto? Si te hubieses quedado más tiempo nos hubiese visto —susurró Marina, con un cierto tono enfadado. Era graciosa verla así. Sus ojos me miraban con atención y era increíble esa sensación que me transmitía con solo su mirada. Descubrí que Marina era de esas personas que nunca te cansabas de conocer, que tanta curiosidad te causaba que no quería dejar de soltarla.

De repente comencé a toser, intenté que no se notase, para que Marina no me preguntase nada. Estaba cansado, había llevado con tantas fuerzas la silla que mis brazos se caían inconscientemente, mi cuerpo se sentía como en una nube, era una sensación muy extraña, pero que me gustaba, me podría incluso volver adicto a ella. Nos escondimos detrás de los arbustos, donde estábamos bastantes seguros, pues era imposible que nos pillase.

—¡Hijos de puta! !Ya os pillaré! —exclamó el agente de policía realmente enfadado.

Nos miramos Marina y yo durante unos segundos, nuestra respiración iba al compás, pero era verdad que Marina estaba más agitada que yo. Comenzamos a escuchar que los pasos del agente de policía eran cada vez más lejanos, y cuando por fin no escuchamos nada, solo el sonido de los coches pitando y el de los pájaros, ambos soltamos un leve suspiro.

—¿Crees que se habrá ido? —susurró Marina.

—Posiblemente.

Nos tiramos sobre la hierba, intentado recobrar el aliento que tanto habíamos perdido al correr, aunque en mi caso solo era darle a las ruedas para ir más rápido. Mientras que soltábamos alguna que otra risa nerviosos y tímidos, no dude en mirarle, era bonita. Tenía varios mechones de su pelo estorbando en su cara, sus ojos color café que me dejaban despierto por las noches recordándolos, y su sonrisa, joder, había conocido tantas sonrisas, tantas miradas pero ninguna igual a la suya.

Me daba asco tener esta sensación. Enamorarse me daba tanto miedo, que apenas podía imaginarme sentirlo. Sentir que alguien es para ti, que estaba escrito desde el principio. No iba a negar que el amor era bonito, a la vez una especie de destrucción de la cual no eres capaz de dar vuelta atrás, solo dejar que explote. Pero cuando no lo era correspondido...¿Qué hacías?

Lo peor de todo era cuando intentabas parar esa sensación, pero no podías, no hay un obstáculo que te haga parar, ni una maldita piedra en el camino que te haga tropezar, y llegaba un momento en el que querías acelerar hasta que te estrellases y yo...Quería estrellar.

Por un momento vi la comisura de sus labios elevándose, estaba sonriendo.

Era preciosa.

—¿Qué te pasa? —preguntó extrañada Marina, pues de un momento a otro deje de reír.

—Nada —respondí algo tajante, intenté que no sonase tan grosero, pero me salió así. Seguidamente le miré atentamente, unos ojos grandes detrás de sus gafas. Unos ojos que brillaban más de lo que podía imaginar, me podría quedar horas y horas mirándola y no me cansaría en ningún momento—. ¿Te han dicho alguna vez que tienes unos ojos muy bonitos?

Noté como se ruborizaba enfrente de mi, era gracioso, y aunque todo esto se lo dijese de verdad, me gustaba verla sonrojada. Y que manía la mía de siempre decir lo que pienso.

—Bueno...Creo que no, son marrones, no tienen nada en especial —encogió sus hombros mientras se acomodaba en el césped, yo me bajé de la silla y me puse justo enfrente suya. Ella mientras tanto me miraba con cautela y pasaba ciertos pelos de su cara hacía atrás.

—Para mi sí —afirmé de manera neutral.

—La gente siempre me decía que por tener gafas nadie se podría fijar realmente en mi ojos —confesó.

—La vida es mucho más interesante cuando te das cuenta de que no te debe de importar lo que piensen o digan los demás —admití.

22:21

Marina

—Era bastante gracioso verlo corre con la linterna —carcajeé.

—¿Y viste cuando comenzó a sudar tanto? Joder, parecía un aspersor —contestó Damián soltando una gran carcajada. Y yo como respuesta comencé a reírme, tanto que me quedaba sin aire.

Nos habíamos quedado un tiempo más tras esos arbustos, me habló sobre aquellas cosas que hizo antes de entrar en el hospital. Y él también empezó a preguntar cosas sobre mi vida personal. Hablamos de cosas tan variadas, que me gustaba. Al fin y al cabo tener a alguien con quién hablar de cualquier cosa, sin importar que tan serio o tonto es el tema, era bonito. Siempre he tenido a mi madre para ello, pero con el tema del trabajo, nunca pude llegar a hablar más con ella. Pero con Damián era todo más distinto.

—Por favor, para. Me duele la barriga de tanto reírme —contesté mientras llevaba mis manos a la barriga. Quedaban ya sólo unos pasos para llegar a las puertas del hospital—. ¿Quieres que te ayude con la silla?

Estaba algo preocupada, vi que estaba bastante cansado y recordé de nuevo el tema de la quimioterapia. Damián tenía menos ojeras que hace unos días, pero lo veía más delgado y fatigado de lo normal aunque no lo quisiese demostrar.

—No te preocupes, todavía me quedan músculos —respondió mostrándome una sonrisa de lado.

Le sonreí al igual que él y dejé aspirar el aire que inundaba las calles. Un olor a quemado que me recordaba al invierno. Me sentí plena en ese instante.

—Una carrera a quien llegue antes a la entrada, ladrona —gritó Damián mirando al frente. Quedaban solo unos pocos metros para llegar al hospital.

—Joder Damián, ¿no tienes suficiente con todo lo que hemos corrido hoy? —respondí mientras veía como se iba adelantando.

—¡Para mi nada es suficiente en la vida! —exclamó, comenzando a utilizar la fuerza de sus brazos para dar a las ruedas de su silla.

—¿Y qué gana el que llegue? —pregunté mientras empecé a caminar cada vez más rápido, para llegar hacia él.

—¡Una cena de 5 estrellas en la cafetería del hospital! —vociferó, mientras soltaba una carcajada.

Como respuesta me reí, y corrí de nuevo. No sentía mis piernas, y ya me podía imaginar el dolor que tendría mañana en mis piernas. Veía como se giraba, mirando de reojo, viendo si le iba a ganar. Yo corría cada vez más, sintiendo el aire fresco chocando en mi cara. Era octubre, pero el frío se había apoderado en estos tiempos.

Pero justo cuando consigo superarlo, se planta enfrente nuestra Jesús, cruzando sus brazos y ladeando su cabeza. Estaba enfadado, eso se podía ver. A consecuencia de esto, Damián y yo paramos en seco. Se pudo incluso escuchar un chirrido de parte de la silla de Damián.

—¿Estáis locos? —preguntó Jesús enfadado justo a la entrada del hospital. Sus ojos miraban a Damián asustado y con mucho temor. Y con pasos firmes se dirigió a nosotros.

—¿Ahora que hemos hecho, Jesús? —respondió tajante Damián.

—¡No me hables así, Damián! ¿Cuántas veces te tengo dicho que evites los esfuerzos físicos? Tú salud se va a empeorar si sigues así.

—Haciéndolo o no, se está empeorando igual —contestó Damián indiferente. Tomó de nuevo con sus brazos la silla de ruedas, y rodeó a Jesús.

—Damián sólo se preocupa por ti —respondí poniéndome al lado de Jesús.

—¿Y ahora tú le vas a dar la razón? ¿Qué eres enfermera o algo así? —contestó Damián enfadado.

—No Damián, sólo me preocupo, nada más.

Me acerqué un poco a él, pero en cuanto vi que se fuese alejando cada vez más, paré en seco. Me asombró verlo así, se le veía realmente enfadado.

—Joder, ¿podría la gente dejar de preocuparse por mi miserable vida? Estoy harto de que todos seáis iguales, dejadme vivir —gritó Damián en un tono frío.

Mi corazón se paró y no podía soltar ninguna palabra. Su tono de voz me dejó en blanco y confundida.

¿Todos iguales? ¿Qué quería decir con eso?

Vi cómo se dio media vuelta para susurrar un:

—Hasta luego, Marina.

Me sorprendió que dijese mi nombre.

Se adentró hasta que dejé de verlo. Miré las puertas como se cerraban automáticamente, pero antes de decir algo, se adelantó Jesús.

—Este niño es un imbécil —contestó Jesús mientras negaba la cabeza de un lado a otro.

—Estará cansado, solo será eso —intenté tranquilizarlo mientras escuchaba los pasos de Jesús viniendo hacia a mi.

—No, los enfermeros no sabemos ya que hacer con él —era la primera vez que me hablaba así, tranquilo, sin gritar o mirarme mal—, desde hace unos años ya no tiene las mismas esperanzas de vivir. Cuando entró creía superar el cáncer de una vez por todas, él se llamaba así mismo como el gran "superhéroe", pero parece que esa sensación cada vez esta desapareciendo.

—¿Y por qué?

—No lo sabemos, hay veces en las que Agustín habla con él, y dice que está cansado, cansado de ver siempre las cuatro paredes de su habitación, de sufrir el mismo dolor...Está cansado de lo mismo.

Yo sólo trataba de mirar a Jesús. No quería tener otro tipo de pensamiento en mi cabeza. Damián me llegó a decir que no le gustaba esa sensación de estar ahí, en el hospital, encerrado, pero no sabía que era tan duro.

Siempre pienso que hasta que no lo vives no sabes como se siente.

—Hace unos días estábamos bastantes contentos Agustín y yo —respondió Jesús sacando un cigarrillo de su bolsillo trasero.

—¿Por qué?

-Vimos a Damián diferente, como más vivo. Parece que desde que te conoce, no deja de hablar de ti. Y cuando vimos hace unos días como organizó todas sus pastillas, nos emocionamos bastante —paró un momento para encender el cigarrillo con el mechero—, verás Marina, para ti esto será raro, pero Damián es un chico muy difícil, muy cabezota...Pero es un buen niño. Y muchas veces querrás darle una hostia —solté una pequeña risa, recordando el día en el que nos conocimos y me enfadé—, pero ese chico tiene algo que nunca quiere mostrar y parece que contigo sí. Contigo parece libre.

Jueves, 8 de octubre de 2020.

15:19

—Estoy harta de tantas tareas, trabajos y apuntes joder. ¿No podría tener un día entero para dormir? —preguntó Esther mientras miraba al cielo.

—Esther, pero si ayer me dijiste que te quedaste dormida hasta las tantas.

—Ya, pero lo de ayer no cuenta —dijo mientras dejaba sus apuntes en el asiento de atrás de su coche.

Habíamos acabado las clases de hoy. Menos mal que se me hicieron cortas, pero hay días en las que parece que los segundos tardan horas en pasar, y se hace todo interminable, pero hoy no han sido de esos días. Estábamos en épocas de trabajos y exposiciones, y no tenía tiempo ni para ducharme, era todo muy agotador.

Estaba subiendo en el asiento copiloto del coche de Esther. Era un citröen gris de segunda mano, se lo compró hace unos meses y le sigue yendo perfecto. Yo estaba ya pensando que hacer para sacarme el carnet del coche, tenía mucha ilusión tomar el volante y dar riendas propia al camino que pudiese escoger. Pero son tantas cosas las que quiero hacer, que no me da tiempo. Mientras tanto seguiré cogiendo transporte público. Esta vez Esther no permitía dejarme ir en el autobús, me vio muy cansada esta mañana y se ofreció a llevarme.

Muchos días se había ofrecido, pero nunca le había dejado. Aunque daba la casualidad de que lo cansada que estuve durante esos días y después de haber corrido tanto por lo de Damián me vi en la obligación de aceptar.

—David, no contesta mis llamadas, ¿Le pasará algo? —preguntó Esther paranoica. Cada día le gustaba más el estúpido chico sacado de revista. Su actitud de chico malo se me hacía más pesado, pero a Esther le enamoraba más. Toda la universidad hablaba de él, y de lo inteligente y atractivo que era y eso, aumentaba su ego.

—Te dijo esta mañana que se le quedó el móvil sin batería —contesté abrochándome el cinturón y negando con mi cabeza.

—Ah, sí, es cierto —afirmó soltando una suave risa casi insonora.

Esta mañana no había desayunado nada, ni la anterior. Lo que me dijo Jesús el domingo me dejó pensando más de lo que quería, no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Durante los días anteriores no había hablado con él, por el número que me llamó la última vez no me atreví a hacerle cualquier llamada, además que la vergüenza y timidez se apoderaba de mí.

—¿Y tú tía como sigue? —preguntó Esther mientras quitaba el freno de mano y miraba por el espejo retrovisor para ver si venía algún coche.

Mi tía estaba mucho mejor desde la última vez que la vi, y eso me alegró más de lo que creía.

—Está mucho mejor, gracias por preguntar —contesté sonriendo sin mostrar mis dientes.

—Dale muchos recuerdos. Me acuerdo cuando me obligó a comerme todas las magdalenas que hizo.

Yo cómo respuesta me reí y cogí el móvil. Me metí en llamadas, y no vi ninguna de él. Me preocupé mucho aquella noche, y el pensar que se hubiese enfadado me ponía peor, solo quería ayudarle y que me entendiese...Estuve a punto de llamarlo cuando de repente escucho los gritos de Esther.

—¡Idiota, pon los intermitentes!

Llevé mi mano al pecho del susto, Esther me miró, yo a ella también, y como si estuviésemos conectadas comenzamos a reírnos.

17:31

Me estaba preparando para irme al hospital, hoy quería ver a mi tía, y si podía intentaría hablar con Damián. Esa vez me llevó mi madre en su coche. Me despedí con un beso y entré en el hospital. No quería ir por las escaleras, desde el día en el que corrí tanto, ya no quería ni verlas, por lo tanto opté por el ascensor. Me fui hacia allá y pulsé el botón para que bajase hasta la última planta.

Tuve que esperar unos pocos segundos para que llegase el ascensor y abrió sus puertas, dejándome ver a Isabel, la enfermera que suelo ver con mi tía.

—Hola Marina, me alegra volver a verte —dijo Isabel con una sonrisa de oreja a oreja. Esa mujer era muy risueña.

—Hola Isabel, igualmente —sonreí—. ¿Sabes si mi tía está en su habitación?

—Se fue hace unos minutos, Marina.

-¿A dónde? —contesté confundida.

—Tenía que hacerse algunas pruebas para ver si le daban ya el alta hoy o no.

—¡¿Hoy ya le daban el alta?! —grité eufórica. Seguidamente me tapé la boca, viendo como toda la gente alrededor me miraba. La risa de Isabel me hizo volver a la conversación.

—No lo sabemos seguro, si tenemos suerte, hoy podrá irse a su casa —terminó mientras se quitaba sus gafas, con una pequeña sonrisa sin mostrar sus dientes.

—Vale, gracias Isabel —respondí con una sonrisa de oreja a oreja, estaba eufórica, feliz...Por fin dejaría de ver a mi tía dentro de estas paredes aburridas.

—No hay de qué, cielo.

Ya me iba a dar media vuelta para volver a coger el ascensor, pero escucho a mis espaldas que dice Isabel:

—Ah, y Marina... Damián lleva estos días buscándote, ¿le digo que has venido?

—No hace falta Isabel, gracias por avisar —negué mirándole a los ojos, esa vez sólo asintió se despidió con una media sonrisa y se dirigía hacía recepción.

¿Damián buscándome? ¿Por qué no me había llamado?

Pero justo cuando se abren las puertas del ascensor lo veo, serio, más serio de lo normal, y a su izquierda estaba Agustín. Iba de nuevo con su pijama de hospital, un pijama bastante aburrido azul, con rayas blancas.

—Por dios Damián, es sólo una clase de mierda y se acabó, ya no vas más. Tú profesor está muy preocupado por ti —dijo Agustín mirando al techo cansado.

—Tú lo has dicho, clases de mierda —dijo mientras se rascaba uno de sus ojos—. Y ya te he dicho que no, se acabó.

Me sorprendí al verlo, estaba cada vez más delgado, y sus ojeras se notaban cada vez más. Su tono de piel estaba muy apagado. Quería dar media vuelta y hacer como si no le había visto, pero me quedé parada justo enfrente de ellos. En ese momento, subió la cabeza y me miró. Vi en su mirada de nuevo un cierto brillo, podría decir incluso que la seriedad se le fue de la cara, estaba sorprendido y no dejaba de mirarme, al igual que yo a él.

—Vamos Damián, que se cierran las puertas.-Alzó la voz Agustín mientras salía del ascensor, pero al ver que no se movía, resopló y tuvo que tomar Agustín de los manillares de su silla, para sacarlo del ascensor. Y justo en ese momento me miró Agustín—. Oh vaya, mira a quién tenemos aquí. ¿Qué tal muchacha? Me enteré esta mañana de lo de tu tía —añadió mostrando una sonrisa.

Su voz se introdujo en mis oídos y por su alegría por lo de mi tía, sonreí también.

—Hola Agustín —contesté mostrándole mi sonrisa y eché uno de mis mechones de pelo atrás de mi oreja. Podía notar la mirada penetrante de Damián, pero no quería mirarlo.

—¿Quieres venir a ver como Damián se pone a gritar como un bebé sólo porque tiene que comer dos galletas para merendar? —preguntó Agustín, y su comentario me hizo reír.

—Te odio —susurró Damián.

—¿Qué has dicho? —preguntó Agustín agachándose un poco para dirigirse a Damián. Pero Damián sólo le contestó con una sonrisa irónica.

—Yo ya me iba, pero podría ser algo gracioso —respondí mirando a Agustín.

—Bueno, pues tú te lo pierdes —contestó Agustín con un falso tono triste, mientras volvía a tomar los manillares de la silla de Damián.

Como respuesta me reí y me eché al lado para que se fuesen al comedor. Era incapaz de negar que sentía un profundo vacío dentro de mí por la forma en la que lo ignoré, pero no podía hacerlo. Maldito orgullo. Las puertas del ascensor se quedaron pero aún así me quedé frente a él para esperar a poder entrar en él. Tenía una falsa esperanza de que se girase, de que pudiésemos hablar, pero no creía que...

—Marina, espera.

Me giré y lo vi ahí parada enfrente de mí. Sus ojos me miraban con vergüenza y arrepentimiento y algo se removió algo de mí. Tuve que tragar varias veces para poder aclarar mi garganta.

—¿Qué?

-Lo siento —murmuró avergonzado.

—¿Por qué?

Me crucé de brazos viendo como él, por primera vez, se veía totalmente avergonzado.

—Oh vamos Marina, lo sabes perfectamente —desvió su mirada al suelo. Mostré una pequeña sonrisa.

Toqué mi barbilla pensativa.

—No tengo buena memoria —bromeé y él como respuesta rodó sus ojos.

Nos quedamos durante unos segundos callados pensado qué decir, pero ninguno soltaba nada por la boca.

—Te queda bien esa sudadera al revés, ladrona —contestó al borde de la risa.

Miré hacia abajo, observando mi vestimenta una vez más. Mierda.

—Joder...

Y escuché su carcajada, tenía que admitir que echaba de menos escucharla.

—Ven vamos a mi habitación y te la cambias.

—Oh, el mismísimo Damián me está invitando a su habitación —con un falso asombro contesté sonriendo una vez más.

Él reprimió una sonrisa al ver mi reacción.

—Cállate, ladrona.

17:56

—Así que tienes clases particulares... —le dije. Ya le había dado la vuelta a mi sudadera, después de que Damián se estuviese riendo de lo torpe que era.

—Bueno clases o infierno, llámalo como quieras. —contestó en un tono tajante, mientras se iba a la ventana de su habitación—, llamándose como se llame, no voy a ir.

—¿De qué son las clases?

—De filosofía —comentó.

Me emocioné mucho y creí que lo notó por mi reacción tan poco disimulada. Desde que empecé bachillerato una de las asignaturas que me gustaban era filosofía. Amaba cada pensamiento, teoría y filósofo que conocía.

—Parece que eres la friki de la filosofía —bromeó riéndose tras a ver visto mi reacción.

—No sé como no te puede gustar esa asignatura —respondí acercándome a él.

—Son todos unos locos, que dan su opinión a cosas que no tienen sentido, lo único que hacen es pensar y no me hace falta estudiar que es lo que piensan —contestó mientras me miraba—, para eso ya estoy yo que tengo cabeza y puedo pensar solito.

—¿A qué hora es la clase? —pregunté ignorando lo último que dijo.

—A las 18:00.

—¡Tienes la clase en 4 minutos!

—Ya lo sé —respondió indiferente.

—Vamos a ir.

—Ni de coña, hace meses que no voy a las clases de ese loco —contestó, refiriéndose como loco al profesor.

Resoplé girando mis ojos.

—Vamos a ir —repetí, esta vez mostrándole una cierta mirada triste—. Mira, te acompaño hasta la puerta y te dejo entrar, te espero hasta que termines la clase y listo, así de fácil —confirmé creyendo que iba a decir que sí.

-—No, y no pongas pucheritos, porque no lo vas a conseguir —respondió sabiendo ya mis intenciones.

—Sí, vamos.

—¡Vale, joder! —alzó sus manos al aire, rendido—, pero si voy, que sea con una condición.

Me echó una mirada juguetona que me dejó temblando por unos segundos por la intensidad en la que me miraba. La comisura de sus labios se elevó y eso provocó en mi miles de emociones.

—Tengo miedo.

—Si voy yo, tú me tienes que acompañar —dijo cruzándose sus brazos.

—¿Qué dices? No me dejarán Damián.

—Sí te dejarán, ladrona.

—No, me da vergüenza —dije esta vez echándome hacía atrás.

Maldita vergüenza a todo.

—Pues entonces, no voy —contestó indiferente encogiéndose de hombros.

Mi nerviosismo aumentaba por segundos y no sabía qué hacer en ese instante. Mordí mi labio inferior intentando analizar la situación pero con el corazón bombeándome tan rápido era imposible pensar.

—Quedan dos minutos, ladrona —contestó Damián mirando el falso reloj de su muñeca.

—Joder, vale —murmuré.
























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