10. Conticinio
"La hora de la noche en la que todo está en silencio."
Domingo, 27 de octubre de 2020.
18:31.
Saqué el móvil de mi bolsillo para poder ver la hora.
—Joder Damián. ¿Qué estás haciendo para tardar tanto?
—Ya voy, me queda poco.
Llevaba ya unos minutos esperando a que Damián se vistiese. No me importaba esperar, pues estábamos hablando a través de la puerta, y era gracioso hacerlo así. No tenía ni la remota idea de dónde llevarlo, tanto tiempo intentado organizarlo todo y no sabía qué hacer. En Sevilla había mucho por ver, pero teníamos poco tiempo. Por eso mientras se preparaba, yo me ponía a pensar.
Inconscientemente salió una pequeña sonrisa, recordando todos los lugares dónde iba con mis padres y Amelia. Pero ahora por el tema del trabajo, los estudios...Entre otros más motivos, no lo estábamos haciendo más seguido. Y justo en ese instante me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo y lo poco conscientes que éramos.
Y es que el tiempo era tan impredecible que no te dabas cuenta del pasar de las horas, los minutos o los segundos. Aunque su subjetividad también predominaba, para alguien podría pasar cinco segundos que para otra se hicieron horas. Pero lo que más me dolía de la intensa agilidad del tiempo, era de la capacidad que tenía de hacernos recordar momentos que no nos daríamos cuenta nunca que queríamos volver a vivir, a sentir y a notar.
Tantos recuerdos se instalan en nuestra mente que no podemos controlarlo, y el problema a todo eso era cuando habían recuerdos que moríamos por volver a vivir, pero otros sin embargo necesitábamos borrar de nuestra mente como si una goma se tratase. Era como vivir con miedo, con miedo de recordar. Y es que nunca sabes cuando un momento, un segundo o un instante puede marcarte para toda la vida y quedar en tu mente para siempre.
Entre mis pensamientos, noté como la puerta de Damián se abrió lentamente, dejándome ver cómo estaba. Era totalmente a lo que me imaginé. Tenía unos vaqueros negros, algo sueltos, pero me gustaba cómo le quedaban. Por la sudadera que llevaba supuse que era un par de tallas más grandes que él. Pero igual, le quedaba tremendamente bien. Tenía una sonrisa algo tímida cuando notó que me quedé observándolo durante mucho tiempo, pero poco a poco la cambió a una más divertida.
—¿Qué tanto miras, ladrona?
Me quedé sin habla cuando se dio cuenta de lo mucho que me quedé mirándole por lo que el calor ascendió a mis mejillas.
—Me gusta cómo vas vestido —tartamudeé con una sonrisa nerviosa algo forzada por mi temblor. Sentí mi corazón bombear más rápido de lo normal. Me había costado mucho trabajo decirlo, y creí que se había dado cuenta por la forma en la que poco a poco su sonrisa se ensanchaba. Yo mientras tanto le miraba incrédula—. ¿De qué te ríes?
—Nada, me gusta que me hayas dicho eso —respondió mientras sonreía de lado, de nuevo estaba viéndole ese brillo característico en sus ojos, no sabía como describirlo—. Pero tienes que saber que en nuestra boda, debes decirlo sin tartamudear —bromeó en un tono sarcástico.
—Que te den —pronuncié mientras le sacaba el dedo de en medio e iba hacía la salido del hospital a paso ligero. Detrás de mí, escuché una carcajada de parte suya, y un grito proveniente de él:
—¡Ladrona, espera! —gritó, mientras escuchaba que venía detrás mía. No dudé en mostrar una pequeña sonrisa, pues la situación me hizo gracia. Aunque esa última frase de la boda, me dejó pensando por unos segundos.
Consiguió alcanzarme y se puso justo al lado de mí, le observé de reojo y unas gotas de sudor cayeron sobre su frente, no podía ocultar que se veía bastante atractivo y por el brillo de sus ojos algo sentí dentro de mí. ¿Estaría igual de nervioso que yo? ¿También sentía que el corazón se le estaba saliendo del pecho? ¿Estaba igual de cómodo conmigo que yo con él?
19:29
—Pues a mi me gusta más este perro —señalé a un pastor alemán.
—Pero si ese perro podría comerte —vaciló mientras me miraba.
—Me da igual, me podría defender de los tíos malos...Como tú —contesté mirándole yo ahora, él como respuesta, se tocó el pecho, haciendo un falso asombro. Yo sólo negué con la cabeza mientras tenía una pequeña sonrisa.
Damián y yo nos acercamos a un pequeño parque que había a unos metros del hospital, era bastante reconocido por Sevilla y de vez en cuando me pasaba por ahí cuando iba a estudiar con Esther en la biblioteca. El parque José Celestino Mutis. Apenas se podían ver algunas parejas agarradas de la mano y otros sin embargo únicamente sujetaban de la mano el teléfono móvil. Agradecí que estuviese despejado y apenas hubiera mucha gente por alrededor.
A parte de todo eso, solíamos encontrarnos algunos dueños con sus perros. De distintos tamaños y razas. Y no iba a negar que me parecía divertido opinar de cada mascota que pasaba por delante nuestra.
Descubrí que Damián tenía un buen sentido del humor, no como el que a mi me gustaba, pues el suyo era más...¿Cómo llamarlo? Picarón. Pero aún así era impredecible saber cuando podía sacarme una sonrisa. Aunque mis pensamientos fuesen más rápidos que en el cualquier otro momento, me percaté de que me sentía más cómoda a su lado. Como si por un momento no tomase en cuenta mis preocupaciones u obligaciones.
Y eso me hacia sentir bien.
—¿Tú sabes que los dueños se parecen a sus perros? —pregunté, mientras mi mirada caía en su perfil. No podía evitarlo, pero observarle era algo que me gustaba y más cuando él no se daba cuenta. Era hipnotizante.
La comisura de sus labios se elevaron, mostrando una pequeña sonrisa que quería ocultar.
—Creo que escuché eso alguna vez. ¿Por qué lo dices?
—Tú deberías de tener un perro así —dije mientras señalaba un chihuahua, esperando que hubiese entendido la referencia. No quise reírme hasta que él me contestase. Me miró, miró al perro, y volvió a mirarme a mí.
—Qué graciosa —contestó en sarcasmo mientras me daba un suave golpe en el muslo, como defensa. Yo como respuesta solo me reí—. ¿Tienes mascotas?
Me acomodé en el asiento echando la cabeza hacia atrás para tomar todo el aire que podían mis pulmones.
—No, aunque me gustaría. ¿Y tú?
—De pequeño antes de ingresar en el hospital, mis padres adoptaron un galgo —le miré con atención—, pero cuando me dijeron que tenía que hospitalizarme, ya no lo vi más.
—Seguro está en un lugar mejor —le tranquilicé con una cálida sonrisa —. ¿Cómo se llamaba?
—Caramelo.
Una carcajada salió de mis labios al escucharlo hablar, y esta se intensificó al ver que su rostro cambiaba a incredulidad. Noté como por un momento su expresión pasó a ser más seria, pero no de mala manera, totalmente al contrario. Como si estuviese observando cada facción de mi rostro.
Poco a poco la risa fue disminuyendo hasta que solté un leve jadeo. No me sentía incómoda ante su mirada, pero me hacía provocar algo dentro de mi que no podía descifrar.
—¿Por qué te has reído?
—No me esperaba ese nombre, y más viniendo de ti.
—Oh vamos, que te creías, ¿qué le llamaría Jack Sparrow? —sonrió con diversión. Como respuesta reí sin llegar a enseñar mis dientes. Mis ojos recayeron en el cielo, que estaba algo despejado a diferencia de por la mañana—. Si tuvieses un perro, ¿cómo lo llamarías?
—Nietszche —solté sin pensar. Apreté mis labios con fuerza evitando soltar de nuevo una carcajada.
—Estás de puta coña —abrió sus labios mostrándome asombro. Volví a mirarle esta vez con una pizca de diversión como él hacia.
Ya me estaba acostumbrado a su forma de ser...Por un momento la intriga volvió a mi. Y recordé la última vez que estuve hablando con Laura, su hermana. La conversación que dimos me dejó con varias dudas entre ellas, sus padres. Su expresión al mencionar esa última palabra se quedó en mi mente.
—¿Damián?
—Dime —centró sus ojos en mí.
—Hace unos días estuve hablando con tu hermana.
¿Y si se enfadaba? ¿Y si por preguntarle no volvía a hablar conmigo?
—¿Te ha enseñado ya mi foto comiendo papillas? Es vergonzoso. Lo tiene toda mi familia —se quejó.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? No —negué—. Aunque no estaría mal verlo.
—Ni de broma —me señaló amenazante—. ¿De qué estuvisteis hablando?
—De ti, de mi...
—¿A dónde quieres llegar, ladrona?
—Dijo un comentario de tu padre.
—¿Te ha hablado de ellos? —se alarmó.
Negué.
—Pero hubo algo raro, no quiero parecer entrometida, pero...¿pasa algo entre tus padres y...
Quise volver a hablar para decirle que estaba de broma, pues nunca me había replanteado elegir un nombre a una mascota, pero escuché la voz de un niño, de unos cuatro años, que se acercó a Damián de una manera energética y casi sin poder respirar. Se quedó durante unos segundos fijo a él, a pocos centímetros del rostro de Damián, este a su vez me miraba de reojo con curiosidad.
—¿Quién es este niño? —susurró Damián, aún sabiendo que el pequeño le escucharía.
—¿Por qué vas en silla de ruedas? —preguntó el chico sin vergüenza acercándose más a Damián, curioso. Yo me puse al lado de Damián, esperando su respuesta también.
—Pues porque no tengo una pierna, y si no me puedo caer —respondió Damián, dándole una pequeña sonrisa.
—¿Y por qué no tienes una pierna? —volvió a preguntar el niño.
¿Pero dónde mierda están los padres de este niño?
—Porque soy un pirata —contestó con soltura. Sus manos se reposaron en su cabeza y una pequeña sonrisa fue apareciendo en mi rostro.
—¿Qué? —susurré.
El niño mostró un gran asombro por lo que respondió Damián, y eso hizo que comprendiese porque le dijo eso. El niño no cerraba la boca, parecía que se lo había creído. Era, al fin y al cabo, graciosa la reacción del niño.
Pero antes de que respondiese el crío, apareció una mujer.
—Tomás, ¿qué haces aquí? Perdonadme si os está molestando —parecía que era la madre, pues se parecían muchísimo, los dos tenían los ojos claros, morenos de pelo y además lo tenían rizado.
—No se preocupe —respondí, sonriendo a la mujer.
—¡Espera mamá, este chico es un pirata porque no tiene una pierna! —exclamó el niño.
—¡Tomás! —riñó la madre abriendo sus ojos de par en par.
La pobre mujer estaba pasando bastante vergüenza en aquel momento y eso me causó cierta molestia, ya que en mi caso el pequeño no estaba molestando, pero la situación hacía algo de gracia. Damián por el momento sólo reía hasta que habló:
—No pasa nada, se lo dije yo —soltó mientras se iba hacía el niño, se inclinó un poco hacía él, y le susurró al oído—. No le puedes contar a nadie que soy un pirata, porque sino me mandarán al calabozo. Así que tienes que tener cuidado.
—Vale —susurró el niño muy cerca de Damián para que nadie le escuchase.
Damián como respuesta le guiñó el ojo de manera divertida y dejó que el crío se fuese junto con su madre. Esta se volvió a disculpar con un color carmín en sus mejillas del nerviosismo, pero volvimos a recordarle que no se preocupase de nada.
—Ya sabía que esta situación me ocurriría en la calle, pero nunca en un parque.
Ambos ya estábamos saliendo del lugar y tuve que abrazarme a mi misma por el frío que hacia.
—Hay veces que ocurren las cosas, donde menos te lo esperas.
Estaba anocheciendo, y la luna comenzaba a aparecer en el cielo,
—¿A dónde quieres ir ahora? —preguntó Damián, mientras me observaba. Me culpé por no haber pensado antes algún lugar y mentalmente choqué la palme de mi mano sobre mi frente.
Miré a mi alrededor intentando buscar cualquier sitio, pero me quedé en blanco. Giré mi cabeza hacía Damián que me miraba divertido. Estaba confundida y por un momento parecía que no conocía nada de Sevilla, aunque no fuera así realmente. Mis manos jugaron entre ellas inconscientemente y antes de seguir pensando en algún lugar, habló él:
—Sígueme —murmuró él.
19:59
—¿A dónde vamos? —pregunté exhausta. Llevábamos más de quince minutos andando hacía no sé dónde. Tenía la suerte de estar acompañada de Damián, me sentía más segura.
—¿Ya te han dicho que preguntas mucho? —susurró en un tono divertido—, y no hables fuerte que nos pueden pillar.
—Pero cómo no quieres que preguntes si me estás llevando a un sitio rarísimo.
Intenté observar el suelo, pero apenas había luz suficiente, por lo que varias veces me tropecé. Mis manos se agarraban a los manillares de Damián que miraba al frente con seguridad.
¿Pero a dónde mierda me llevas, Damián?
Hasta que de un momento a otro, comenzamos a entrar en un tipo de bosque. Miles de árboles se interpusieron en nuestro camino y muchísimos arbustos haciendo que alguno que otro me arañase en las piernas y brazos.
—Listo aquí —terminó mientras se bajaba de la silla de ruedas y se acomodaba en el césped..
Pero por un momento reconocí que mereció la pena.
No conocía para nada este sitio, pero era precioso. Era un descampado enorme, a unos metros había una piso de unas 3 plantas. Pero lo bonito de este lugar es que se podía ver Sevilla al completo, y si mirabas al cielo, podías ver cada una de las estrellas que había en ella. Hoy además tuvimos la suerte de que la luna, estaba llena y brillaba de más, y es que no podía parar de mirarla. Mi cara sería un cuadro cuando escuché una pequeña carcajada de Damián.
—¿De qué te ríes, tonto? —pregunté, mientras me quitaba los deportes que llevaba, me dolían muchísimo los pies.
—De nada —contestó inocentemente.
Tiré el otro zapato que me quedaba y me senté sobre el césped a la vez que lo hacia Damián también. Sus ojos me miraban penetrantemente y me sentí observada por él. Pero para que negarlo, me gustaba esa sensación. Aún así, el nerviosismo se adentró desde lo más profundo de mi y reconocí que lo notó.
—¿Y por qué miras tanto?
—¿Acaso no puedo? —vaciló al instante.
Su pregunta me dejó congelada por unos segundos.
—Yo sólo...No me gusta que me miren.
—Pero a mi me gusta mirarte.
No sabía que responder y por un momento todo se volvió silencio. Pasó de reírse a estar serio, noté que mi respiración se iba agitando a medida que los segundos pasaban, pero no podía evitarlo. La mirada de Damián me hacia sentir miles de emociones dentro de mi, y es que era tan imposible dejar que lo hiciese, porque era adictivo.
—¿Pero tú has visto mi cara? —solté una pequeña risa nerviosa, tomando un mechón de mi pelo a mi oreja.
Mis mofletes estaban rojos, lo podía saber.
—Sí, la he visto. Y por eso te lo he dicho —aseguró serio. Sus ojos me miraban con tanta intensidad que me sentí más pequeña de lo normal. Sus labios se entreabrieron y yo al mismo momento dejé soltar un suspiro. Me costaba respirar y mis ojos ya no sabían a dónde mirar que no fuesen sus ojos tan hipnotizantes.
Antes de seguir hablando, aunque ninguna palabra hubiese podido salir de mis labios por el nerviosismo que provocó en mi Damián, sonó mi móvil. Alguien me estaba hablando.
Papá.
¿Dónde estás?
Mi padre y su maravillosa forma de comenzar una conversación.
Marina.
Estoy con Damián. El chico del hospital.
Papá.
¿Qué pizca te ha dado con ese niño?
Ya íbamos a empezar. Volteé mis ojos de manera que no lo viese Damián, lo observé a mi lado recostado mirándome de reojo de vez en cuando. No había tomado la suficiente confianza de contarle a mis padres que había conocido a Damián, aunque ya mi madre supiese algo. Pero desde que vieron que mi cara de amargada, como dicen ellos, cambió, confirmaron que algo me estaba pasando y lo conté. Obviamente evitando algunas partes que supuse que no les haría ninguna gracia. Y para mi sorpresa a mi madre no le sentó nada mal, el problema fue mi querido padre.
Le costaba admitir que no le gustaba verme con ningún chico, al igual que con mi hermana.
¿Extraño? Ya lo sé.
Por lo tanto tuve que aguantar casi dos horas de charlas por parte de mi padre diciendo de por qué me tenía que centrar antes en los estudios que en un chico.
Marina.
Ninguna. Simplemente he salido nada más.
Papá.
¿Has estudiado?
Marina.
Claro. Antes de salir.
Papá.
Bien. Porque he visto tus últimas notas y has bajado a un notable.
Apreté con fuerza la mandíbula notando un cierto escozor en mi garganta.
Si simplemente se hubiese tomado el tiempo de verme llorar por ese examen, seguro que no se hubiera pensado decir eso.
O quizás si.
Porque mi padre era así.
Marina.
Nos vemos después papá.
Apagué el móvil con enfado y lo dejé caer sobre la hierba sin miedo de que se rompiese. Quería llorar, gritar o incluso tirarme de los pelos como si de alguna manera pudiera soltar el dolor y la impotencia.
—¿Estás bien? —interrogó Damián preocupado al verme.
No sabía cómo estaba mi cara en ese instante, pero supuse que por su expresión al preguntarme, no era la mejor que tenía.
—Estoy bien —sonreí de manera forzosa.
Él lo sabía. Sabía que estaba mintiéndole, pero dejo de insistir cuando me vio resignada. Y aunque pareciese que no, fue algo que agradecí.
Observé mi alrededor con más cautela y me llamó atención una cosa que vi. A lo lejos había un gran cartel delante de ella, que ponía "Prohibido el paso, propiedad privada".
¡Qué cojones!
—¿Damián? —mencioné sintiendo un hormigueo por mis manos. Comenzaron a sudar más de lo normal por lo que me intenté secar el agua que salía con la tela de mi pantalón.
—Dime.
¿Y si nos pillaban? ¿Y si tendría que ir a comisaría por culpa de Damián? ¿Y si todos me conocerían como 'Marina la chica que entraba en lugares prohibidos'?
—¿No estaremos en una propiedad privada, no? —pregunté ladeando mi cabeza con una pequeña sonrisa nerviosa esperando a que me dijese que no.
Él no contestaba, solo me miraba, pero en cuanto vi que estaba dejando mostrar su gran sonrisa juguetona, ya sabía la respuesta.
—¿Sabes que podrían denunciarnos? —hablé asustada mis manos temblaron un poco. Al ver que se acostaba en el verde y húmedo pasto sin pudor, me senté al lado suya esperando su respuesta.
—Deberías dejar de pensar en las consecuencias y disfrutar del momento —puso sus brazos detrás de su cabeza, simulando una almohada. Y me miró—, yo también pienso en eso, en los problemas que pueden ocurrir, pero por culpa de eso pierdo tiempo, y no disfruto de lo que estoy viviendo —resopló indiferente—, como el cáncer por ejemplo, en vez de pensar, que cada quimioterapia se me hace más difícil, que los malditos dolores no puedo sopórtalos más o que todos los adolescentes están disfrutando de su vida mientras que yo me quedo en un sillón metiéndome medicamentos, pienso que teniendo esas ideas en mi cabeza, no voy a vivir bien, no voy a vivir tranquilo —tomó un poco de aire, para seguir hablando—. Cuando hacemos las cosas, pensamos antes el daño, el sufrimiento o los problemas que puede causar. Y lo único que provocamos es una pérdida de tiempo.
Cuando acabó, me miró sin ninguna expresión. Sus palabras habían llegado a lo más profundo de mí y reconocí que cada palabra que soltaba era la verdad que nunca m,e hubiera gustado escuchar, pero que agradecí.
—¿Y qué hago?
—No preocuparte. Dejar de preguntarte por los ¿Y si...? y vivir. Sólo vivir el momento.
Me acosté al lado suya, mirando el cielo. Notaba cómo él me miraba de reojo. Pero me daba igual, es más me gustaba esta sensación. Le hice caso. Dejé de pensar en los problemas que podrían haber si estamos aquí, y me dejé llevar.
Se escuchaba el ruido de los coches, música por todos lados, el sonido de la gente pasando...Era tranquilo estar así.
—Cuéntame, ¿cómo te ha tratado el amor? —preguntó despertándome de mis pensamientos.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Curiosidad.
Dejé que pasasen unos segundos para pensar lo que iba a decir, pero simplemente dejé que fluyesen las palabras.
—Nunca he pensado que el amor me deba de tratar de una manera u otra. Soy yo quien doy la posibilidad de elegir como me traten.
—Y entonces...¿cómo has elegido que te traten?
Miles de recuerdos llegaron a mi mente.
Nunca me consideré una persona afectiva. Alguien a la que le guste demostrar cariño, y no porque me diese pudor, sino porque era difícil. Nunca he sentido ese sentimiento de mariposas en el estómago o cualquier cursilería que decían los adolescentes de hoy en día enamorados. Y es que tampoco iba a mentir de que me daba curiosidad sentirlo, sentir el amor desde primera persona, no como público.
Durante toda mi vida me he quedado esperando a que llegase ese amor, un amor que me demostrase que no todo tenía que ser visto en películas o libros, pero me di cuenta que eso no tenía que ir así. No bastaba con quedarme sentada a ver como venía el amor con un ramo de flores a recibirme.
Desde muy pequeña mis padres descubrieron que apenas daba abrazos o besos, que era una niña solitaria que vivía por la soledad. Con el paso del tiempo no le di importancia al como me tratasen, ya sean amigos, familia o incluso a mi misma. Y eso fue un grave error, pues no haber sido consciente de eso, acarreó problemas dentro de mi, que con suerte y tiempo fui dejando apartado en la memoria. Pero es que nadie te avisa de que eres tú quien pone riendas en el camino del amor, que no debe de ser como te traten los demás sino como te trates a ti mismo y como permites que los demás te traten a ti.
—No sabría cómo explicártelo —respondí con cierta timidez, mientras mordía mis uñas con nerviosismo—, el amor es raro al fin y al cabo. Por culpa de él podemos sufrir, aprender o disfrutar —confesé. Mordí mi labio inferior inconscientemente de los nervios.
—Pero nunca sabrás cómo se te presentará ese amor. Te debes de arriesgar.
—Exacto. Pero a veces da miedo arriesgarse y que nada funcione —susurré—. ¿Y a ti cómo te ha tratado?
—No te importa —habló con una sonrisa juguetona
—¡Es injusto! —exclamé—. Yo ya te lo he contando.
—Tendrás que esperar —guiñó su ojo—. ¿Crees que llegará ese amor a ti?
Miré el cielo antes de contestarle.
—No lo sé. A veces no todo se basa en quedarse esperando de brazos cruzados para que la suerte llegue a ti.
—¿Consideras el amor como suerte?
—¿Por qué no puede serlo?
Le miré de reojo y sus ojos permanecían cerrados. Podía quedarme horas y horas viéndole así. Sus labios entreabiertos que soltaban suaves suspiros, su nariz aguileña que tanto me llamaba la atención, el piercing que se acomodaba en el lóbulo de la oreja...
—Tú lo has dicho, te hace sufrir.
—Pero puedes aprender de eso.
Mis palabras le hicieron pensar durante unos segundos que se hicieron eternos.
—Aunque puedes depender de ese amor.
—Es por ello por lo que hay que ir siempre con cuidado. Podría venir con una señal de advertencia diciendo, ¡cuidado este amor te va a acarrear problemas! —alcé la voz—, pero entonces todo sería más fácil y no tendríamos tanto miedo de arriesgarnos, ¿no?
Una sonrisa se fue ensanchando a medida que las palabras salían de mi boca. Me sentí por un momento como más liberada, como si haberme desahogado realmente hubiese servido de algo.
No iba a negar que tenía miedo de amar, de sentir eso. Nunca sabes si vas a salir dolida o con una sonrisa de oreja a oreja feliz y alegra de haber encontrado a tú alma gemela. Pero es que al fin y al cabo es aquello que nos hace despertar, crecer y madurar. El amor es capaz de definir como somos nosotros mismos y los límites que podamos poner en ella.
—Me gusta tu forma de pensar. Tienes algo que te hace diferente a los demás —esta vez sus ojos tenían un color más oscuro, pero seguía teniendo ese brillo que tanto me llamaba la atención.
—¿Y qué es eso diferente? —pregunté. La luna hoy brillaba más de lo normal, y podía ver que sus pupilas se dilataban un poco más.
—No sabría cómo explicarlo —respondió con sinceridad, ahora mirando al cielo copiándose de mi acto—, es raro, pero a la vez me gusta.
Yo cómo respuesta negué con la cabeza, y mostré una pequeña sonrisa, sin llegar a enseñar los dientes. Cada palabra que soltaba este chico me hacia estremecer, como si estuviese soltando el discurso más emotivo de la historia. Pero es que el simple hecho de escuchar su voz ronca, era indescriptible, como si una inmensas ganas de besarle saliesen desde mis entrañas. Nunca había notado que alguien me mirase como él hacía en aquel instante, con fascinación o incluso con intensidad.
¿Qué te pasa, Marina?
Bajé la mirada para encontrarme con sus labios, carnosos y algo secos. Pero reprimí las ganas de ir hacia él, no podía hacerlo.
20:12
—Deberías de dejar de fumar —le dije, tras ver como sacaba de nuevo su cajetilla de tabaco—. Es desagradable —hice un mohín.
—Y tú deberías de dejar de preocuparte por mi —dijo en un tono frío mientras tomaba una calada y la expulsaba al aire.
Habíamos estado hablando durante un tiempo sobre diferentes temas, era cómodo hablar con él, pues no conocía una mentalidad como la suya, me llamaba mucho la atención.
—Eres imbécil —respondí tajante. Y él como respuesta sólo soltó una carcajada.
—Sólo contigo, ladrona —susurró esta vez mirándome y guiñándome uno de sus ojos. Y de nuevo toma una calada y expulsa el humo a mi cara, ya él sabía que odiaba que hiciese eso.
Pero antes de que pudiese contestarle y mandarlo a la mierda, notamos una luz blanca fijándose en nosotros. Entrecerré los ojos sin poder ver nada por el brillante foco que se fijaba en mis ojos. Una vez que mi vista se acostumbró a la luz, divisé confusa de dónde venía, pero la voz ronca de un hombre se escuchó detrás nuestra.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó mientras se acercaba lentamente.
Damián se levantó poco a poco, al igual que yo. Y seguidamente tomó con cuidado su silla para sentarse en ella. Mi corazón comenzó a acelerar cada vez más por segundos y el miedo se apoderó de mí.
—Tranquila, déjamelo a mi —susurró poniéndose delante de mí a modo de defensa—. Buenas noches, señor agente —habló con total seguridad hacia el hombre—. Somos del 5º piso y había bajado con mi novia, ya sabes, a hacer cosas de novios —dijo mientras yo le dirigía una mirada incrédula aún sabiendo que no me estaba mirando.
Justo en ese momento el agente, comenzó a reírse a carcajadas. Nosotros nos miramos extrañados, y volvimos a dirigir la mirada al agente. Apenas podía respirar bien, y el pulso se aceleró en cuestión de segundos. Mis manos empezaron a sudar y ya comencé a imaginar qué nos iba a pasar.
—¿De qué se ríe, agente? —preguntó Damián.
—Chico aquí solo hay un piso, y son de 3 plantas, no de 5...—habló cabreado a su dirección y noté que casi me desmayaba—. Así que podéis venir para acá, os llevaré a comisaría.
Me quedé en blanco.
¿Comisaría?
El tiempo se paró y no podía pensar con claridad, casi sentí que la sangre desapareció de mi cuerpo y no quería saber que iba a ser de mí. Apreté mis puños con fuerza tratando de pensar que nada pasaría, pero no podía ser así.
—Bueno, deja que por lo menos me acomode en mi silla —dijo Damián, mientras se movía incómodo sobre el asiento. Yo mientras tanto me iba poniendo mis zapatos para dirigirme al agente de policía. Estaba bastante agitada y el pulso notaba como se me aceleraba cada vez más. La imagen de madre riñéndome por haber hecho esto no paraba de dar vueltas por mi mente.
Pero antes de acercarnos a él, Damián me tomó de la mano para acercarme a él. Se acercó a mi oído para susurrarme:
—A la de tres corre.
Íbamos a escapar de un policía...¿Pero dónde está la Marina de antes? ¿La que hacía caso a todas las normas? ¿La que miraba mal a aquel que se portaba mal o no hacía caso de nadie?
En vez de dirigirnos hacía el agente dábamos pequeños pasos hacía atrás. Mi ansiedad aumentaba por momentos y no quería imaginar que iba a pasar si nos pillaban. Me costaba tanto respirar que tuve que tomar aire varias veces. Mis manos empezaron a temblar y sentía que iba a morir en ese instante.
—Uno...
Otros dos pasos hacía atrás.
—Vamos chicos, que no tengo todo el día.
—Dos...
Me estaba yendo el corazón a mil, y podía incluso decir que me estaba mareando. Mis oídos sólo podían escuchar el crujido de la hierba que pisaba y nada más. El pecho me dolía y un hormigueo intenso comencé a sentir en los dedos de mis manos.
Iba a volver a preguntar. A hacer esa maldita pregunta que empezaba siempre igual. ¿Y si...?
Pero dejé de hacerlo. Quería vivir. Vivir el momento, como dijo Damián.
Ya no volvería a dejar que la ansiedad me hiciese cuestionarme tantas cosas a las que no encontraba respuesta y solo me hacían marear.
Pero justo antes de replantearme otra pregunta más, escuché a Damián gritar:
—¡Tres!
20:32
Mis redes sociales:
Instagram: soyundrama_
Tiktok: soyundrama.wattpad
Twitter: _soyundrama_
Spotify: soyundrama
Wallapop: Es broma, ¿os imagináis que me abro un wallapop de la novela?
Y SI, YA SÉ QUE SOY UNA DRAMÁTICA, JODER.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro