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8

Yo aún estaba mirando a lo que había sido un ser humano antes. Un esqueleto con ropa azul hecha jirones. ¿Por qué alguien habría hecho algo así?, ¿por qué alguien lo había dejado en ese estado?

Me tumbé en el suelo y cerré los ojos.

—Alejandro, ¿me estás escuchando?

Giré la cabeza hacia Lea. Me estaba mirando preocupada.

—Sí, sí... sí te estoy escuchando Lea.

Abe miró la pistola y vió cómo yo observaba al cadáver.

—Oye Alejandro, ésta arma no pudo salvarlo, pero... —dijo Abe entregándomela—, puede que a ti sí te salve. Lo único que podemos hacer es honrar su memoria no olvidándonos de él, seguramente murió haciendo su trabajo.

Me senté en el suelo y miré al techo.

—Tenemos que irnos a ese almacén —dije apretando la pistola en mi mano derecha.

***

Todo era nuevo. Al menos para mí.

Las calles eran estrechas, algunas de un metro de ancho y otras de medio metro. El suelo estaba lleno de folletos y papeles en los que ponía cosas como "Cuidado con esta enfermedad, recordad la gripe aviar", "manos limpias son sinónimo de salud", "permaneced en vuestras casas y no tengáis contacto físico con nadie", "reportad cualquier caso de infección, un error puede costar la vida de toda una familia"...

Después de un rato caminando ví el edificio de donde habíamos salido. Echaba humo por algunas ventanas y habían personas lanzándose al vacío.  Quería creer que enfermas.

Era increíble. Yo había estado años ahí encerrado, sin conocer nada -o casi nada- del mundo real.
Y pensar que creía que no existía nada más aparte de mi habitación...

—Los almacenes están en un campamento improvisado, al lado del ayuntamiento —me dijo Lea mientras miraba un mapa.

Abe caminaba alegremente mientras sostenía el rifle en el hombro. Era un extraño que había estado buscando cosas útiles en el edificio y los había encontrado.

Me caía bien.

—Casi hemos llegado.

Asentí con la cabeza y troté para adelantarme un poco.

Justo al girar la esquina Abe tiró de mí hacia atrás violentamente.

—¡¿Se puede saber qué te pasa?!, ¡casi me desnucas! —grité frotándome el cuello.

Abe me dió una palmada en la cabeza, chistó y me señaló la calle siguiente.

Estaba repleta de esas personas enfermas.

Éstas andaban de aquí para allá, corriendo a cuatro patas, hablando entre sí sobre cosas incomprensibles... y también comían lo que parecían ser palos de carne. Al fijarme, el estómago me dió un vuelco.

Eran brazos y piernas.

Miré a Abe horrorizado. Él estaba mirando con detenimiento la calle, sin pestañear. Lea, se mordía la uña del pulgar nerviosamente.

—Mierda —masculló Lea por lo bajo.

La palabra retumbó en mi mente. ¿Qué significaba "mierda"?

—¿Cuánta munición tienes? —me susurró Abe.

—¿Munición?

Abe suspiró exasperadamente y  cogió el trozo de metal que me había dado antes. La "pistola".

—Está casi lleno —dijo entre susurros—. Tienes seis disparos. Y hay unos ocho infectados en la plaza. Contando que yo mate a uno... tardaría un rato en recargar el rifle. Es de balines, no de balas.

Lea me miró y sacó un pequeño cuchillo de cocina, de dos pulgadas de largo.

—Nos las apañaremos —dijo Lea.

Acto seguido Abe levantó el rifle. Un segundo después se oyó un ruido extraño, como si se estirara un muelle y se soltase rápidamente y una persona de la plaza cayó al suelo.

Las personas se quedaron petrificadas, seguramente preguntándose que había pasado.

—Apunta a la cabeza y aprieta el gatillo —dijo Abe.

—Sé disparar una pistola por dios, soy un militar —dije sin pensar.

Y rápidamente entré en la plaza.

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