7
La expresión de Lea cambió del enfado al terror en cuanto puse la mano encima del pomo.
—¡¿Se puede saber qué haces?! —me susurró frenéticamente. Seguramente por si estaban esas cosas al otro lado.
—Me voy de aquí —dije. La escena me recordaba mucho a cuando salí del cuarto.
Justo cuando abrí la puerta alguien cayó de espaldas al suelo. Por la postura parecía haber estado tumbado de espaldas a la puerta.
—¿Qué...? —preguntó bostezando el extraño. Había dormido apoyado en la puerta.
—¡¿Tú quién eres?! —preguntó Lea—. Nunca te he visto aquí antes. No trabajas aquí. ¿Eres un "Paco"?
Miré extrañado a Lea.
—¿"Paco"?
—Un francotirador. Nos llaman así por el sonido de los rifles al disparar, como en la guerra civil. Encantado, soy Abe. Soy Judío, de ahí el nombre, Abraham —dijo el "Paco" limpiándose el polvo del pantalón.
—¿Cómo has subido?, el edificio está infestado de esas cosas —dije aún extrañado por el nombre de los francotiradores.
—Con la ayuda de ésta preciosidad —dijo levantando un rifle.
—Vale. Encantado, yo soy... Alejandro. Y ella es Lea.
Lea gruñó.
—Bueno —dijo Abe—, tengo que irme a buscar el desayuno. Si queréis podéis seguirme, o podéis quedaros aquí.
Miré hacia la calle. Estaba despejada, con unas cuantas plantas creciendo entre el asfalto.
—¿Y si viene mi padre? —dijo Lea.
—¿Tú padre trabajaba en este edificio? —preguntó Saím.
—¿Y a tí qué te importa? —dijo Lea.
Abe frunció el ceño y suspiró.
—Todas las personas de éste edificio están muertas o infectadas.
***
—Ésto es delicioso. ¿Qué es? —pregunté mientras devoraba lo último que quedaba en la lata.
—Melocotón en almíbar tío. ¿Nunca lo has probado? —dijo Abe mientras se comía una bolsa de patatas fritas.
—Ha estado diez años en una habitación, comiendo una pasta blanca insípida parecida al tofu. Nunca ha probado otra cosa. —dijo Lea.
Abe asintió levemente y salió corriendo.
—¿Qué mosca le ha picado? —me preguntó Lea.
Al rato volvió Abe con algo en las manos.
—No voy a preguntar por qué has estado diez años encerrado. Hé visto cosas más raras. Pero si es verdad que nunca has probado otra cosa... toma. Esto es uno de los placeres de la vida —dijo dándome un rectángulo rojo.
Lo abrí, queriendo ver que había dentro y ví una cosa marrón. La partí y me la llevé a la boca.
Veinte minutos después me había comido tres tabletas de chocolate.
—Menudo apetito tío —dijo Abe.
—Ya. Esto está riquísimo. Pero, oye... ¿Qué es un judío?
Abe me miró con los ojos en blanco.
—¿Cómo te lo puedo explicar? —preguntó—. Es una religión. Una... cosa creada... sí, creada por el ser humano para venerar a un dios.
Asentí. Recordaba el libro de historia. Los temarios... ¿o era templarios?, bueno, ellos habían matado a muchas personas en nombre de alguien... una figura muy poderosa.
Dios.
—Lea. ¿Ahora qué se supone que debo hacer?, o sea...
—Sé a lo que te refieres. Pues... iremos a buscar una radio. Para contactar con mi padre.
Lea se levantó del taburete de la cafetería en la que estábamos y empezó a deambular por el lugar, mordiéndose el labio inferior.
Yo miré hacia otro lugar mientras que Abe jugueteaba con un trozo de plástico.
La cafetería estaba llena de basura, trastos, cucharas, vasos rotos...
Me levanté del taburete y un destello entre la basura me llamó la atención.
Caminé hacia el lugar donde me había parecido ver el destello y dí un pequeño grito.
Un esqueleto humano tumbado hacia abajo sostenía un trozo de metal en forma de "L".
—¡Anda! —exclamó Abe—. ¡Has encontrado una pistola!, ¿sería un policía éste hombre?
Yo retrocedí asustado.
La mandíbula inferior había desaparecido, junto con la mayoría de la ropa.
—¡Ya lo sé! —dijo Lea dirigiéndose a mí—, en el almacén de objetos de Aarón había una radio. Era la que utilizaba para hablar conmigo cuando... estaba en el frente.
—Menuda pistola tío, has tenido una suerte grandísima porque aquí en España casi no hay armas de fuego, ésto es increíble...—dijo Abe hablándome, distraído.
—Abe —dijo Lea.
—¿Si?
— Cállate y deja esa pistola, tenemos un almacén militar que asaltar.
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