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Un día, me desperté en una habitación completamente blanca y desolada, sin recuerdos y sin ningún razón para estar allí.

El único entretenimiento que tenía era observar el techo, imaginándome como seria el mundo.

Hasta que al final, hoy, veinticinco de diciembre de 2020, me han otorgado un simple cuaderno, en el cual escribo ahora.

***

No tengo nombre.

Ni siquiera una familia.

Y menos aún una mascota.

Y te preguntarás... ¿Tú tienes algo?

Pues sí, tengo algo, aunque no estoy nada orgulloso de ese algo.

De lo que hablo es, de una habitación. Aunque realmente, no sé si es mía.

Completamente cuadrada, con las paredes de color beige y con unos muebles desperdigados por ésta.

La verdad es que no entiendo el motivo para haberme colocado mientras dormía un cuaderno con dos bolígrafos de pigmento de color azul encima de la mesa.

Ha sido el primer cambio que ha sucedido en... cuánto, diez años?

La verdad, el calendario que yace clavado en una pared no me ayuda demasiado. Aunque dice que el año actual es el 2020. Y la fecha, veinticinco de diciembre.

Teniendo en cuenta el papel que había encima de mi cabeza cuando me desperté hace ya tanto tiempo, calculo que tendré unos... diecisiete años.

Porque sólo tenía eso por aquel entonces. Un papelito, rugoso al tacto en el que ponía un montón de unos y ceros pequeños y repetitivos. Aparte de un apartado en el que ponía las palabras "07/05 -Nacimiento- 2003"

Así que supongo que se refiere a mí respecto a lo de la fecha del nacimiento. Porque, ¿a quién más de puede referir?

¿A Lea? No creo, ella tendrá veinte o treinta años...

Lea apareció por primera vez el día siguiente de que despertase. Sostenía una bandeja metálica, con una masa blanca y pastosa en el centro. Ella era muy joven, y ha sido el único ser humano que he visto.

Recuerdo la primera vez que la ví. Tenía el pelo blanco, recogido en una coleta.
Tenía una gran sonrisa en los labios.

Ese día, al despertarme me ví acostado en un colchón blanco, junto con el papelito doblado a un lado de mí.

Después de que pasase la confusión, Lea se acercó a mí y me contó una historia. La de una tal "Caperucita roja".

Y así sucedieron los días posteriores. Ella ignoraba mis preguntas, me dejaba una bandeja de metal con una pasta de color blanco y me contaba una historia.

Hé ahí la razón por la que escribo así.

Pasó el tiempo y no sucedía nada relevante. ¿Por qué estaba allí? ¿Había hecho algo malo?, ¿Me habían encerrado?

Cada cierto tiempo, Lea entraba con una pastilla de color rosa, cúbica y compacta, y me la daba como un regalo. Tiempo después descubrí el patrón de ésto.

Esas pastillas eran, por así decirlo, mis regalos de cumpleaños.

Pasó el tiempo y, a veces, al despertar, ví que habían muebles en la habitación.

Hasta hoy.

Hoy, por fin, en el que creo que es mi decimoséptimo cumpleaños, Lea ha entrado con un paquete. No me esperaba más regalos de cumpleaños, puesto que había aparecido este cuaderno y los dos bolígrafos en mi mesa ésta mañana.

Cuando me dejó el paquete encima del escritorio, me saludó como todas las mañanas con su característo "Hola chico" y me dió otra pastillita rosa.

Cuando salió por la puerta –una puerta blindada, según Lea–, me apresuré en abrir el paquete, y me encontré con algo un poco singular.

Fundas de cuero con finas capas de papel en el centro.

Libros.

***

Todos mis conocimientos los tenía gracias a las historias de Lea.

La mecánica, la industria, la tecnología...

Pero ahora, un gran mundo de información se abría ante mí.

En el paquete habían varios libros.

Un libro de iniciación a las artes primitivas.

Un libro de códigos matemáticos.

Un libro -o más bien creo que se llama novela- de un chico que despierta sin recuerdos en una caja y superaba adversidades.

Me identifico con el protagonista por razones obvias.

Y, por último, un libro de cocina y plantas.

Los libros ahora mismo están en mis manos, siento que si los abro, las páginas se convertirán en polvo. ¿Debería echar un vistazo?

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