Sentimientos aceptados, sentimientos congelados
Tras llegar la media noche, dentro de sus aposentos, Yun, ahí acostado en su suave cama, se sumergía en la zozobra y la melancolía al darse cuenta de lo cortante que había tratado a su amiga Wu Siu.
Había pasado horas viendo hacia el techo y dentro de su cabeza la imagen de la consternada chica no lo dejaba en paz, simplemente no podía dejar de pensar en ella ¿Estaría volviéndose loco?
Ella no era adivina para saber todo lo que pasaba por su cabeza, además... ¿Por qué se sintió así por la amistad de ella con ese mequetrefe que había sido contratado hacía poco?
Si así lo deseaba, Yun podría con facilidad pedirle a Shun que lo despidiera en un abrir y cerrar de ojos si se llegaba a propasar con ella o algo parecido... Y una vez más cayó en la cuenta de que estaba pensando cosas absurdas e inmaduras.
El comandante podía ser todo, menos un mequetrefe, ya que, había demostrado hacer una labor muy buena y tenía diez años de experiencia combatiendo en varios cargos del ejército de China, por lo que leyó en su expediente, había entrado a esos labores desde que era un jovencito, casi un niño.
El tipo tenía trayectoria, era un buen elemento de combate después de la pérdida del comandante que había fallecido en la tragedia de los dragones. Debía reconocer que en su currículum y en su accionar se veía reflejado el potencial de su profesionalismo como combatiente.
Pero no podía negar que algo en él se revolvía en su interior como llamas devorando su corazón cada vez que, desde lo alto de las oficinas del palacio, cuando volteaba a ver al área de entrenamiento y los hallaba a ellos dos tan cerca, la ira se hacía presente y quería aflorar para dejarse llevar por ella.
De no tener el título de príncipe, Yun se juraba que sería capaz de ir hasta allá y cuidaría de que ese hombre no estuviese teniendo malas intenciones con Siu, si no se las vería con él.
Yun se revolvió entre las suaves sábanas con tormento, porque las emociones negativas y atormentantes lo consumían y no sabía cómo apaciguar eso que hervía en su interior ¿Por qué ese sentimiento hacia ella crecía más y más sin poderlo detener?
Esa pregunta lo hizo levantarse para quedar sentado a la orilla de la cama, consternado por las frases que se formaban en su mente y parecían quedar grabadas por tiempo indefinido, y no solo eso... Su memoria comenzó a jugar a la nostalgia para comenzar a recordar todo aquello que habían vivido, tan significativo en tan poco tiempo que casi no podía creérselo.
Era como si otra vez hubiera vuelto a vivir en carne propia el inicio de aquella travesía sin sentido, por la cual había abandonado el lecho de su madre, solo para intentar una descabellada manera de salvarla. Yun bufó de tan solo recordar lo desolado del camino, la incertidumbre y el miedo a lo desconocido y la impotencia al saber fallecida a su querida progenitora.
Pero allí, luego de encontrársela a ella, salvaje y hermosa, para luego, en medio de aquella emboscada de rufianes, no lo dudó y ya se había involucrado para luchar a su lado y aunque, en definitiva un escupitajo de agua no era la mejor manera de presentarse, sin duda no cambiaría ese momento por nada del mundo.
«Debo reconocer que desde que la vi me hizo muy feliz su presencia, solo no deseaba reconocerlo ni por asomo. Pero estoy en este momento aceptando que ella... me cambió la vida».
Yun jugaba con sus dedos como un chiquillo y es que le era muy difícil aceptar lo que sentía y mucho menos ponerle un nombre en concreto a eso...
Era algo que temía y más desde el encuentro que tuvieron a solas el día en que decidió despedirse de ella, le regaló aquel arco con flechas, que tenía una sorpresa monetaria dentro del carcaj y que ella días después había encontrado e intentó devolverle con insistencia.
«¡No, esto es tuyo, príncipe, tómalo o me enojo contigo!», esas habían sido sus palabras tajantes y que a la vez la hacía lucir tan tierna cuando se sulfuraba de esa manera.
Yun sonrió por inercia al recordar su rostro sonrosado con un rubor tenue, su mueca rebelde y lo peligrosamente hermosa que se veía cuando discutía y peleaba para defender su manera de pensar.
Unos segundos más tarde, sus recuerdos lo guiaron cuando ella estaba a punto de morir tras las torturas de Mei y sus secuaces ¡Vaya contraste el que le jugaba su mente! Jamás quería volver a verla en ese estado deplorable.
En ese instante, Yun se juró a él mismo que la protegería de todo y que no iría sola a buscar a sus padres, solo debían entrenarse un poco más para que ese día llegara. Yun iría con ella hasta los confines más lejanos de la tierra con tal de evitar que le pasase otra tragedia; algo le decía con firmeza que debía protegerla para siempre.
Yun salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que, no solo había caminado y se había lejado de su alcoba, sino que había llegado a la entrada de una de las tantas salas de estar que tenía el palacio.
Se cercioró que no hubiera nadie y se apresuró a encender algunas velas, además de un incienso que le hacía conciliar el sueño con rapidez. Así pues, continuó meditando en esos sentimientos que lo devoraban lentamente.
Mientras contemplaba el movimiento sutil de las llamas y el ligero ondear del humo que despedía el incienso, allí recordó cómo cuando había ahuyentado a aquellas fieras y ambos habían quedado con heridas letales, la única manera en la que pudieron sobrevivir había sido gracias al calor corporal y pronto el recordar aquello hizo que sus mejillas se sintieran tan cálidas como recuerda haberse sentido a su lado en ese momento entre la vida y la muerte.
Allí en silencio, la mente de Yun le regalaba un cúmulo de recuerdos de la joven que abarcaba sus pensamientos y no pudo negarlo más:
«Amo a Siu, no puedo negarlo. Esto es mucho más que una simple atracción», pensó al fin de manera más concreta y definida, así, sin tapujos ni negaciones forzadas, aquellas que usaba para evitar pensar claramente en lo que le ocurría.
Teniendo claro lo que sentía, su corazón sintió alivio, se sintió liberado por primera vez desde que conoció a la aldeana, quien se había convertido en una constante en su vida, aún cuando en un principio luchó por alejarla de él; tenía miedo de sentir más por ella de lo que debía.
Al fin suspiró gracias a que al fin tenía su conciencia alineada con su corazón por primera vez en toda su vida. Sonrió victorioso, porque poco o nada le importaba lo que la gente pensara, anhelaba estar con ella por siempre y deseaba romper aquella barrera que sabía que ambos se habían puesto por seguridad, incluso por respeto a su padre.
«¿Por qué no intentar decirle lo que siento? Al diablo lo demás, es algo que necesito hacer. Siempre he considerado lo que padre nos pide desde niños, además... no soy el príncipe heredero, creo que tengo derecho de hacer mi vida. Jin no ha tenido limitaciones con lo que siente por esa chica de la ciudad, creo que yo también me debo dar una oportunidad. Sí, eso es lo que haré».
Con la euforia de obedecer a sus sentimientos, el príncipe Yun apagó las velas y se asomó a la ventana que daba vista hacia el área de entrenamiento, anhelando el momento en el que pudiera ver a Siu y más el que le permitiera hablar con ella de frente.
Ese pensamiento se desvaneció un momento, en cuanto se dio cuenta de que había una tenue luz de una antorcha que a penas iluminaba los alrededores del campo de entrenamiento y su corazón se aceleró en cuanto vio a la misma Siu allí en medio de se lugar.
Yun sonrió por inercia y se restregó los ojos para poder aclarar un poco su vista y se dio cuenta de que la joven vestía las ropas de entrenamiento y lo más curioso: Sus ojos estaban vendados.
A su alrededor habían blancos de madera y tela que servían para golpear y ella daba patadas y manadas; a decir verdad había mejorado sus habilidades de una manera magistral. Yun no pudo resistir más, no deseaba esperar a que llegara la tarde de mañana para verla, sabía que sería imposible confesarle sus sentimientos en ese evento.
«Deberé aprovechar esta oportunidad», se dijo Yun con aquel sentimiento dictándole que llegara hasta donde ella estaba.
El príncipe apagó las velas lo más rápido que pudo y se apresuró a salir hacia la arena de entrenamiento, sin importarle que hubieran guardias nocturnos observando o sirvientes que se quedaban a terminar sus tareas pendientes.
Como si se tratara de día, los saludó de manera casual y algunas miradas prejuzgonas se preguntaban a dónde iba el príncipe con tanta prisa.
Yun casi corrió ese último tramo y se detuvo a recuperar el aliento en la pared más cercana de donde ella se encontraba entrenando. Se veía perfecta con esos movimientos agraciados y ligeros, pero a la vez fuertes.
El corazón del príncipe latía con más fuerza de lo que creyó que lo haría en ese momento, pero en cuanto dio un paso para acercarse más a ella, se dio cuenta de que no estaba sola y por un momento quedó estático, con sus sentimientos congelados.
-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-
Continuará...
-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro