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Obligado alejamiento sin despedidas 2

En la biblioteca real, momentos antes de que el príncipe Yun y Siu tuvieran aquel vergonzoso encuentro...

—Mira esto, hermano —dijo Jin mientras se sentaba y señalaba el libro grueso y antiguo que tenía enfrente.

Yun se acercó al lado de Jin y se inclinó para ver mejor el índice del libro; tenía mucho contenido, pero él señaló algo en específico.

—¿La leyenda del Fenghuang y el Dragón? Pero... ese libro no tiene hechos históricos, hermano —miró a Jin con ironía y rodó los ojos con incredulidad.

—¡Ya sé, ya sé! Sé que suena ridículo, como esos cuentos de hadas para niños, pero si tan solo leyeras con detenimiento... —Jin tomó el mentón de Yun y direccionó su rostro con brusquedad hacia el libro nuevamente.

—¡Basta, Jin! —Yun se hizo el quite del agarre brusco de su hermano—. Está bien, está bien, voy a leer.

Yun tomó el grueso documento con delicadeza, ya que el lomo del libro y sus páginas eran ridículamente frágiles debido a la antigüedad que este tenía.

"Hace mucho tiempo, antes de que el tiempo se pudiera medir, el pueblo chino se veía dividido en dos creencias: una parte de la población rendía sus respetos a los Fenghuang rojo de plumaje de colores, mientras que la otra parte buscaba la protección del dragón rojo con cabellos platinados..."

Yun frunció el ceño y comenzó a pasearse por el perímetro de la biblioteca, mientras seguía sumergido en la lectura. Jin se quedó cruzado de brazos mientras observaba el comportamiento ansioso de su hermano.

"...Un día, un Dragón, curioso por explorar los alrededores de China, se quedó maravillado con la mágica belleza de una Fenghuang que se paseaba por unas recónditas montañas. Guiado por sus instintos se acercó a ella y con su danza llamó su atención.

Con timidez, la Fenghuang se acercó poco a poco y acompañó aquel baile por los aires, que con el paso de los segundos pasó a ser algo más; ambos se fundieron en uno solo y supieron que deseaban unirse para siempre.

Tras esa unión, aquellas dos criaturas trajeron paz y prosperidad al pueblo de China, e cual se unió en una sola creencia, y ambos se convirtieron en guardianes del emperador y la empreratriz durante años, hasta que, un día...".

Yun elevó la mirada hacia su hermano con algo de extrañeza y se acercó a él.

—Entonces... me quieres decir que, ¿donde hay dragones, hay Fenghuangs? —inquirió Yun con una ceja levantada.

—Yo he comenzado a intuír eso, hermano, pero hay más... No dejes de leer —respondió Jin mientras jugaba con sus manos debido a la ansiedad.

—Jin, yo siempre me he considerado incrédulo de algún modo y después de lo que Siu y yo pasamos desde que llegamos a esa montaña, comencé a creer en la existencia de dragones, pero el Fenghuang... Realmente no se manifestó de ninguna manera, aunque, creo que los dragones no quisieron que yo lo invocara.

El príncipe mediano rodó sus ojos mientras subía sus pies y los recostó en la mesa de lectura. Yun no pudo pasar desapercibida aquella actitud maleducada, esa que Jin llevaba años efectuando, desde que su padre le confirió asuntos del pueblo.

—Oye, esos modales —regañó con el ceño fruncido.

—Por favor, no pasa nada, Yun, ¡¿quieres seguir leyendo?! Aún no termina allí —respondió minimizando el asunto.

—Bueno, está bien, pero sabes como son las reglas aquí, solo te lo recuerdo para que no tengas problemas después —bufó Yun y en cuanto bajó la mirada hacia el libro, su padre entró azotando la puerta que lo hizo sobresaltar y esconder el libro detrás de él, como si se tratara de un documento prohibido.

A tiempo, Jin de inmediato bajó los pies que tenía reclinados en la mesa de la biblioteca y en cuanto lo hizo, la fuerza de gravedad surtió efecto por su brusco movimiento, que fue a parar derecho al suelo en un estrepitoso golpe. Heng veía con decepción el comportamiento de su hijo y negó con la cabeza.

Los labios de Yun se estiraron con sutileza hacia los lados tras presenciar esa bochornosa escena y de inmediato intervino para que su padre no comenzara con otro de sus sermones.

—Padre, ¿ya tienes todo listo para tu discurso? —inquirió Yun haciendo se al frente para captar toda su atención.

—Vengo de presenciar algo molesto allá afuera y luego entro aquí para toparme con algo igual o peor —espetó Heng entre dientes mientras estrujaba el pergamino que llevaba en su mano derecha.

—¿Qué pasó? —inquirió el mediano de los hermanos, mientras se levantó a la velocidad de un rayo y se sacudió su atuendo negro.

—Déjanos a solas, Jin —ordenó Heng.

Jin entreabrió la boca, volteó a ver a su hermano.

—Hermano, te espero afuera —Con el ceño fruncido por la incertidumbre, salió de la habitación a quién sabe donde.

El emperador Heng volteó a ver a su hijo menor y su mirada reflejaba decepción. Eso ocasionó que Yun sintiera un vacío en su estómago, como siempre pasaba cada vez que su padre lo desaprobaba.

—Esa... plebeya que trajiste, no ha hecho más que hacer destrozos en el jardín que tanto amaba An —comentó Heng entre dientes—. No soporto más su presencia.

—Ella se llama Wu Siu... —dijo el príncipe con firmeza, pero luego despabiló y suavizó un poco su voz— ¿Qué ha hecho exactamente? ¿La regañaste? —preguntó Yun con un dejo de angustia, pero con firmeza para no evidenciar lo afectado que se encontraba.

—Digamos que... solo le dije lo justo, nada más —comentó mientras se dirigía hacia la ventana y leía su discurso y se dispuso a cambiar de tema—. Tú y Jin me van a acompañar al discurso, saben que siempre espero su presencia. Y como aún estamos de luto, deberás vestirte con tu atuendo negro, así que te pido que vayas a cambiarte ahora mismo, Yun.

—Padre, pero... ¿Le has dicho que se fuera o algo parecido? —se atrevió a cuestionar Yun, para luego tragar grueso.

—Hijo, creo que ya te he dicho lo suficiente sobre ese tema. Esa muchacha no pertenece aquí, así que, a lo mejor en estos momentos ya habrá decidido irse de este palacio y la apoyo para que regrese de donde ha venido.

—Le hubieras dicho que se quedara un poco más. Yo tengo que hablar con ella, padre —reclamó Yun— ¿Te había dicho que ha perdido a su familia? Además... Ella estuvo ahí cuando esos dragones malévolos atentaron en contra mí e intentaron a toda costa atrasarme para que yo no invocara al Febghuang.

—Luego discutimos ese tema, hijo. El discurso está antes que nada. Es muy importante que hable con el pueblo —dijo Heng tajante mientras se dirigía a la puerta—. Te espero en las caballerizas, porque de ahí saldremos escoltados hacia el kiosco central. Ya están preparando todo. Ahora ire a hablar con Jin.

—Como digas, padre —Yun frunció los labios de impotencia y reverenció a su padre sin poder refutar nada de lo que había dicho.

En cuanto su padre azotó la puerta con brusquedad, Yun alzó el antiguo libro sobre seres legendarios y le dedicó una última mirada al desgastado lomo.

«Tendré que seguir leyendo más tarde sin que nada ni nadie me moleste, es decir... en la noche».

El príncipe menor pegó el libro a su pecho y salió de allí para buscar a su hermano, pero este ya no estaba por los alrededores, a lo mejor ya se habría ido con su padre. Se encogió de hombros y prefirió ir hacia su habitación.

Caminó un largo trecho y en cuanto llegó se encerró para esconder el libro bajo su almohada; nadie debería saber lo que el tuviese en su recámara. Dirigió su mirada hacia la armadura roja que relucía magnífica junto a la espada envainada que la acompañaba, sin duda aquel había sido un regalo de los dioses o... ¿Del Fenghuang?

En cuanto despabiló se apresuró a cambiarse aquel atuendo de convaleciente y lo hizo lo más rápido que pudo. Buscó en su armario y se revistió con aquel traje negro y lujoso, con bordados dorados y plateados, que casi nunca había usado a decir verdad, y mucho menos esperaba usarlo por el luto de su querida madre.

Pronto su mente se dirigió a aquella joven a la que no podía sacar de sus pensamientos y que aceleraba los latidos de su corazón sin que siquiera fuera a propósito. La cálida sensación que le provocaba lo invadió de pies a cabeza.

Algo le decía que aún podría verla e impedir que se fuera sin siquiera despedirse; no pretendía obligarla a quedarse, pero... quizá podría intentar convencerla, porque era evidente que la quería a su lado por mucho más tiempo que un par de días, mucho menos solo un momento. Sentía un escozor en su pecho de tan solo pensar que ya no la vería más.

Con la rapidez y agilidad que sus manos se lo permitieron, cepilló su liso y un tanto opaco cabello azabache; se agarró su larga cabellera por la mitad y la amarró con uno de sus lazos especiales para fijar su elegante peinado, odiaba que los sirvientes lo asistieran cuando se cambiaba, a diferencia de Shun, Yun prefería hacerlo por sí mismo.

Yun salió debidamente vestido y no volteó a ver a nada ni a nadie en su camino, salvo para preguntarle a la servidumbre sobre la señorita Wu Siu. Al fin dio con el grupo de sirvientes que escoltó a la chica y le indicaron el camino.

—Su alteza... Le confesamos que sí la escoltamos hacia una de las habitaciones de huéspedes, pero el emperador nos dijo...

—No me digan esas cosas y no me nieguen su paradero, necesito hablar con ella a como de lugar —exigió Yun con el ceño fruncido, aquel que intimidó un poco a las sirvientes, que lo veían desde abajo.

—Es que... el emperador dio la orden, príncipe. Lo sentimos, no queremos llevarle la contraria, pero comprenda —dijo la líder con una reverencia.

—Está bien, pueden irse —Yun suspiró e hizo un ademán para que se fueran.

«Yo mismo la tendré que buscar antes de ir a las caballerizas, y no me importa si mi padre me deja para irse a dar su discurso solo».

El mismo Yun se sentía extraño al llevarle la contraria a su padre, porque eso era el trabajo de Jin, pero en esos momentos las ganas de hablar con Siu superaban todo lo demás.

Una vocecita sacó a Yun de sus pensamientos y vio a la sirviente más alta que lo reverenciaba luego de haber pronunciado su nombre, era una de las sirvientes.

—No te escuché, ¿me has dicho algo? —inquirió Yun.

La chica jugaba con sus manos con nerviosismo y no hacía contacto visual.

—Majestad... yo... le diré dónde se encuentra la señorita, pero por favor le imploro que no me delate con el emperador —soltó con el miedo haciéndose presente en cada sílaba.

—Es una promesa de príncipe —musitó con una sonrisa ladeada, la cual calmó a la joven alta uniformada.

—Sígame alteza, por aquí —susurró la sirviente y aceleró el paso como si se tratara de un acto de vida o muerte. Yun no tuvo dificultad en seguirla, pero prefirió tomar su distancia para que nadie sospechara de ella.

La jovencita se detuvo atrás de uno de los grandes pilares que sostenían el palacio de Ciudad Prohibida y le señaló una de las habitaciones que Yun reconocía bien en el exterior nada más, porque él y sus hermanos nunca entraban a esos lugares.

Yun juntó sus manos en agradecimiento e hizo una leve reverencia; la chica siguió su camino para cerciorarse de que nadie más que la delatara, la hubiese visto.

Ahí frente a la puerta, un tanto alejada, como si esperara algo, se encontraba otra de las sirvientes, quien se veía un tanto distraída y el príncipe aprovechó el momento, se acercó y tocó la puerta ante la atónita jovencita, que miraba todo con perplejidad, pero al fin se atrevió a hablar con voz quedita.

—Su alteza...

—Qué, ¿acaso tú también me vas a negar ver a Siu por orden de mi padre? Dime, ella está en esta habitación, ¿no es así? —inquirió más como una afirmación de lo que ya sabía.

—Príncipe, espere... —la jovencita no pudo negarle nada, porque él ya se encontraba tocando la puerta y Siu abrió casi de inmediato, haciendo que ella presenciara el bochorno de los pechos casi descubiertos de Siu. No pudo más que cubrirse la boca ante aquello.

—¡Cielos! —exclamó el príncipe dándole la espalda y mirando hacia el techo, mientras sentía el rostro a punto de ebullición.

La joven cerró la puerta, maldiciéndose a sí misma para luego salir ya debidamente cubierta con la cara roja como un tomate, él se encontraba en las mismas condiciones que ella.

—P-pensé que estabas debidamente vestida. Si no, no hubiera tocado —explicó Yun, mientras jalaba aire y lo soltaba para relajarse.

—Pues, es que tú vienes de la nada y... —se llevó una mano a la frente—. Se supone que no debíamos vernos, Yun —Siu se dio cuenta de lo que dijo—. Perdón... alteza Yun. El emperador fue más que claro y entiendo que debo irme, así que adiós, realmente fue un gusto conocernos.

—Pero, yo... No puedes irte así como así —reclamó Yun con el ceño fruncido.

Siu hizo una reverencia solemne y luego extendió su mano para que él la estrechara en son de despedida y así lo hizo Yun. Cuando sus manos se unieron, ambos conectaron miradas, las cuales decían más que mil palabras y el tiempo pasó a segundo plano.

Siu entreabrió la boca para decir algo, pero negó con la cabeza e intentó soltarse del agarre de despedida, volteándose para continuar con su camino, pero Yun no soltó su mano y ella por la fuerza de la física terminó volviendo aún más cerca del príncipe.

—Príncipe... No quiero ser un estorbo y menos tener problemas con el emperador, déjame ir —exigió Siu con un dejo de angustia, pero Yun no tenía la intención de soltarla e hizo algo que dejó descolocada a la chica.

Con gentileza tiró de la mano que ya tenía aferrada para atraerla hacia su cuerpo y sin más la envolvió entre sus brazos y la estrechó con dulzura, a lo cual la chica quedó paralizada y con el corazón a mil al sentir la calidez y el delicioso aroma masculino que la estremeció por completo.

—Siu... Quizá lo que mi padre te dijo fue muy rudo, no tengo idea y tampoco pretendo obligarte a permanecer aquí si no lo deseas, pero necesito que me acompañes, hay algo que necesito darte y no tendré otra oportunidad como esta —musitó Yun, mientras se separaba un poco y contemplaba el enrojecido rostro de esa sorprendida chica, que con sus hermosos ojos brillantes, lo deslumbraba sin poseer joyas ni títulos de realeza y renombre.

Siu se apartó de él con premura, asintió y tragó grueso.

—Pero... el emperador, si me ve rondando aquí, soy mujer muerta seguramente. Se ve que está molesto solo con mirarme —bufó Siu convencida de sus palabras.

—Tranquila, yo respondo por ti, ¿está bien? Vamos —dijo Yun, mientras posaba su mano en la espalda alta de Siu, para guiarla.

Ante esa acción y mientras caminaban, la joven sintió un escalofrío recorrer su nuca. Realmente él estaba demasiado cercano y aquello le aterraba, pero no podía dejar de sentirse como en las nubes al mismo tiempo y sobre todo... ¿A dónde la llevaba exactamente?

A todo aquello y viendo como se alejaba el príncipe con la joven casi desconocida, la sirviente Wang Yu, quien había visto toda la escena estaba sonrojada y con ambas manos cubriendo su boca, porque jamás en la vida había visto tales gestos del príncipe Yun con alguna damisela bajo ninguna circunstancia, al menos no en público y menos enfrente de las narices de la servidumbre.

¿Debería comentarlo con sus compañeras? Era algo que decidiría de allí a los pasillos donde se encontraban las demás sirvientes.

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Continuará...

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