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Objetivo incierto

En cuando cruzaron el puente, para salir del palacio, Shun y Jin quedaron paralizados y boquiabiertos; se dieron cuenta de que las cosas iban de mal en peor.

Ante los ojos de su padre, del comandante y la armada y la de ellos mismos, un dragón casi tan inmenso como el perímetro de un volcán creaba leves temblores solo con el sonido de sus rugidos.

Como si fueran dos custodias, a cada lado del gran dragón estaban Wen y Anong, que siseaban y se carcajeaban como si ya supieran tener la batalla ganada.

—Esas mal nacidas... —espetó Jin entre dientes, mientras observaba todo el perímetro.

Por ninguna parte observaba a las personas de la ciudad y la angustia se clavó a su pecho con tanta fuerza, que salió corriendo entre la gente de la armada y Shun lo perdió de vista.

—¡Jin! —llamó, pero fue inútil, su hermano se había desvanecido entre la multitud, realmente la armada de su padre era numerosa, mucho más que antes. Shun se dispuso a subir la guardia y sus ojos se encendieron en carmín sin darse cuenta.

De inmediato, Qiao no dudó en dar la orden de ataque y así comenzó la lluvia de flechas y espadazos por doquier, no había vuelta atrás, porque estaba claro que ellos no iban a detenerse ni a tener piedad de ninguna persona de la ciudad.

El emperador Heng, espoleó su caballo y llegó hasta delante de los guerreros, para encabezar la batalla. Shun al ver aquello, llegó a su lado y ambos se sonrieron con complicidad para asentir y con un grito al unísono atacaron a diestra y siniestra cada dragón que se les ponía enfrente mientras la demás armada los imitaba.

Mientras tanto, Jin como pudo se acercó a verificar la entrada secreta del refugio que durante ese mes, junto con su amada Lin y su querido amigo Jian, habían estado mejorando en caso de algún otro ataque, que ahora el príncipe confirmaba no había sido trabajo en vano. Volteó a ver a todos lados y entró con sigilo.

En efecto, Jin pudo encontrar a unos cuantos ciudadanos abrazándose unos a otros o sentados con el pánico reflejado en sus rostros, pero en cuanto algunos levantaron la mirada, lo reconocieron. Aquel estado había cambiado a sorpresa y alegría al ver a su príncipe amado. Niños y adultos se acercaron para saludarlo; de alguna manera él siempre les traía esa sensación de paz, y de que todo iba a estar bien pronto.

El corazón se le estrujó al príncipe mediano, porque odiaba ver a su gente una vez más sumida en el infortunio y el desdén a causa de una guerra hasta ahora sin sentido alguno para su lógica, y lo que más le dolía era no ver a Lin por ninguna parte, era como si se hubiera desvanecido en el aire tras haberle dejado aquella carta.

De tan solo pensar que fue a causa de Anong, sus manos se empuñaron al punto de temblar de impotencia y rabia, tanto así que frunció el ceño. La sed de venganza lo consumió, solo deseaba deshacerse de aquellos seres que sin duda alguna habían llegado solo para destruir la paz de toda China.

Jin despabiló y al ver mejor el panorama, se dio cuenta de que en verdad faltaban muchos de los ciudadanos de Ciudad Prohibida. En verdad aquellos dragones oscuros estaban haciendo lo que querían con el pueblo.

—Oigan, ¿qué ha pasado con los demás? Entiendo que con este peligro es difícil llegar hasta aquí, pero... Yo fui muy claro y di la orden de que al menor indicio de peligro corrieran al refugio sin dudarlo.

Un par de mercaderes se acercaron a Jin con la angustia.

—Su alteza, no nos lo va a creer, pero lo vimos con nuestros propios ojos, como la gente se convertía... —Las manos del hombre temblaban y su frente sudaba.

Jin escuchaba con total atención, hasta que un temblor sacudió el suelo, las paredes y el techo que se descascararon un poco, las personas gritaban de pánico y el príncipe supo que ya no podía quedarse a charlar, aunque le hubiera gustado escuchar el resto de la explicación de ellos.

Imposible de indagar algo, agradeció la información con una rápida reverencia y en cuanto salió del lugar, dejando a los ciudadanos con más dudas e incertidumbre que antes, desenvainó la espada y observó como su padre y hermano mayor peleaban codo a codo de una manera fenomenal, pero al mirar más allá se dio cuenta que más de esos seres oscuros se acercaban y que el más grande de todos, que parecía ser su líder.

Mientras Heng y Shun se debatían entre la vida y la muerte con aquella legión de dragones oscuros, aquella bestia colosal que parecía haber atendido los llamados de las dragonas, se contoneaba por la estructura vacía del palacio para comenzar a destruir las torres principales y cúpulas, con ayuda de "ellas", que una vez fueron dos damiselas comunes y corrientes ¿Qué buscaban? ¿Se les había perdido algo? El odio y hambre de justicia de Jin incrementó a pasos agigantados.

«¿Pero qué demonios quieren lograr? Parece que solo se quedarán quietos hasta que les vuele esas cabezas que solo piensan en destruir». El príncipe, no dudó en correr hacia las paredes del palacio, en donde de un par de brincos se acercó lo suficiente como para que aquellos tres dragones lo vieran y gruñeran de manera estridente, para comenzar a acercarse amenazantes.

Los ojos de Jin parecían de fuego y su espada relucía con la luz del sol. Aquellas criaturas rieron de manera burlesca, no entendía el por qué, pero eso solo lo había encendido más.

En seguida, parte de la legión de dragones oscuros se interpuso en su camino, impidiéndole el paso hacia sus objetivos. Al príncipe no le quedó más que colocar su espada frente a ellos de manera amenazante para correr y lanzar sus ataques contra ellos.

Algunos eran demasiado ágiles y otros muy torpes, que fueron fáciles de derrotar de un espadazo. Uno que otro había intentado derribarlo, pero Jin logró esquivarlos con rapidez. Parecían demasiado numerosos, ¿de dónde salían tantos? No tenía idea y no había espacio para las dudas.

De pronto, sus brazos comenzaron a cansarse a tal punto de ya no sentirlos, era como si se hubiera quedado sin ellos; sus movimientos se tornaron erráticos, pero no se daba por vencido, todavía logró deshacerse de una docena de ellos.

Las escamas azabache quedaban acumuladas por todo el sendero y aquello también le impedía movilidad, tanto que Jin comenzaba a sentir dificultosa la faena de derrocar a todos. Entre un espadazo y otro, el príncipe no se dio cuenta de que unas fauces venían hacia él desde un lado, no pudo más que cubrir sus ojos para esperar lo peor.

En la oscuridad de su incertidumbre y esperando una severa herida por parte de su enemigo, lo único que pudo escuchar fue el sonido de algo filoso que cortaba el aire y luego un grito agónico del dragón que se suponía que venía atacándolo con todo.

Pronto se descubrió y abrió los ojos con lentitud, para presenciar como la criatura caía vencida a sus pies y al voltear, la sorpresa de que el mismísimo Yun estaba a su lado, aún en posición de ataque, pero sonriéndole ampliamente mientras que su armadura carmesí parecía relucir más que la propia. Su corazón se llenó de una dicha inexplicable, que no pudo evitar lanzarse a los brazos de su hermano menor.

—¡Yun, sabía que volverías! —exclamó casi entre sollozos.

—No por nada somos hermanos. Aquí estoy, no pensaba abandonarlos —Yun no pudo evitar que aquellas palabras le conmovieran, para corresponder el abrazo que no duró más que un efímero instante, porque más dragones venían a su encuentro, pero unas flechas habían impedido que estos llegaran a siquiera intentar atacar.

Ambos jóvenes voltearon a ver, uno consternado y otro con una amplia sonrisa; se trataba de Siu, quien desde lo lejos les sonrió para continuar atacando desde la lejanía.

—Hay que pelear, Jin. Siu nos ayudará también. Escucha... Necesito que los tres ataquemos al dragón más grande, parece ser el líder de todo esto. Iré a llamar a Shun y a mi padre. No dudes en usar tu espada, que luego vendrá la segunda fase de todo esto. —Yun palmeó la espalda de su hermano.

Esa última frase dejó descolocado a Jin ¿Cómo que segunda fase? Sabía que su hermano estaba loco desde que se fue de encrucijada, pero no sabía qué tanto en realidad. Despabiló para salir de sus cavilaciones e intentó concentrarse en lo que importaba en ese momento.

Con determinación, volteó a ver a Siu, quien continuaba usando sus flechas para disminuir el ataque del bando enemigo, pero que aún así, lo volteó a ver y de inmediato él levantó su pulgar en son de formar un equipo a distancia, y así continuó abriéndose paso para llegar al centro del problema: aquel inmenso dragón que se escudaba en sus lacayos y sus dragonas acompañantes.

La batalla se hizo casi eterna a los ojos de Jin. Las flechas de Siu parecían interminables, pero las fuerzas de él comenzaban a agotarse de manera gradual ¿Cuánto más podría resistir para que sus hermanos llegaran? Eso era lo que pensaba cuando saltó una vez más y degolló un contrincante más para luego caer al suelo, exhausto y casi sin aliento, sabiendo que habían llegado muchos más.

«Pueden venir a mí», pensó Jin, mientras cerraba los ojos, pero el sonido de batalla y los gritos de pelea de sus hermanos no permitieron que se dejara llevar por el derrotismo.

Mientras Yun se hacía paso entre los dragones oscuros, Shun levantó a Jin y le ofreció un poco de agua.

—¿Dónde está padre? —fue lo primero que preguntó luego de beber con ansias desesperadas.

—Se quedó al frente, junto al Comandante y la armada, pero no hay tiempo ¡Ese es nuestro objetivo —Shun dirigió su mirada hacia la cúpula más alta del palacio.

—Ese miserable, es un cobarde, prefiere sacrificar a toda su prole antes de liderar —Jin se levantó gracias a la furia que se albergaba en su ser.

—Perdí muchos recuerdos luego del primer atentado, pero podría jurar que ese de allí es el dragón al que me enfrenté en las bodegas del palacio —Shun ya no pudo hablar más, porque en cuanto acabó de hablar resulta que aquel dragón se abalanzó en dirección donde ellos se encontraban.

—¡Vamos a él! —exclamó Jin y los dos hermanos le hicieron frente a la bestia.

En cuanto se acercó con furia y ambos desenvainaron sus espadas, pero de manera sorprendente pasó de ellos como un rayo, acto que dejó boquiabiertos a los dos príncipes. Era evidente que su objetivo era otro... ¿Pero cuál?

—¡Padre, ten cuidado! —gritó Yun con todas sus fuerzas en cuanto se dio cuenta. La vida de su padre peligraba; debía apresurarse si quería protegerlo.

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Continuará...

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