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Más sueños caóticos

El lugar estaba en penumbras... Ni siquiera el sonido del viento se escuchaba, como si no existiera en ese lugar desolado. Se debatió entre la idea de comenzar a caminar o esperar a que algo milagroso pasara.

En ese momento, Heng se sentía arrepentido de haberse quedado dormido, porque sentía que con la angustia que llevaba encima, no iba a poder conciliar el sueño nunca más ¿Por qué es que tenía tanto sueño caótico? Tal parecía que su mala racha no tenía fin.

De pronto un sonido extraño y aberrante lo sacó de sus pensamientos fatalistas. Parecía un quejido de dolor, venía desde su derecha, si tan solo pudiera divisar algo, pero la negrura era demasiado espesa que no dejaba siquiera ver sus propias manos.

Como pudo intentó caminar con el tormento colgado de su cuello, ese que le impedía tener algo de paz, aunque a ello estaba más que acostumbrado. Al fin sus ojos se habían acoplado un poco a la oscuridad. Lo que más le aterraba era el hecho de que mientras mas se acercaba, la voz era más clara y... conocida. Su corazón tembló con aquella revelación.

Los jóvenes que pudo divisar con dificultad estaban atados a la pared por unas esposas metálicas y el forcejeo que estos dos hacían, provocaban que sus muñecas sangraran.

«¡Alto, Shun... Jin! Hijos míos, ya no hagan eso por favor, solo consiguen lastimarse más», eso era lo que pensaba y el dolor en su pecho era inmenso.

Como en sus otros sueños, solo podía limitarse a ver, no podía intervenir, pero lo más sorprendente estaba por llegar... Un par de sombras con silueta de mujer estaban justo a la par de cada uno, lo notó en cuanto los ojos de cada una comenzó a brillar de un color fluorescente y lo que pudo ver, fue que las dos jugaban con una llave entre sus dedos.

«¡Libérenlos, ahora! —Las palabras no salían de su garganta, se sentía un completo inútil. Lo que sí pudo notar, fue que el par de sombras femeninas sonreían y era hacia él... ¡Podían verlo!— ¡Sé que me escuchan, libérenlos...!».

—¡Ahora! —exclamó mientras se levantaba de un tirón, con la respiración entrecortada y la angustia a flor de piel.

«Pero qué me querrán decir todos estos sueños, ¡por los dioses, estoy cansado de esto! Ya no vuelvo a tomar la siesta en horas de la tarde».

Heng divisó por su ventana que el ocaso había llegado, su hora menos predilecta desde la enfermedad y fallecimiento de An.

Con la misma se levantó de su cama, aquella lujosa que sentía como una roca, no había confort en su recinto. Se secó el sudor de la frente y se levantó con dificultad. En seguida salió con premura en busca de sus dos hijos y en efecto ahí estaba Shun, pasando tiempo de calidad con su prometida.

Ambos caminaban aferrados por el jardín, debía aceptar que se veían muy bien juntos. Ella le susurraba cosas al oído que parecían ser de mucho agrado para el príncipe, porque la volteaba a ver y se reían con complicidad. Heng suspiró con un alivio pasajero, su hijo se veía radiante, saludable y parecía estar muy contento con Wen, a diferencia de Jin, a quien por cierto no lograba ver por los alrededores, pero claro que escuchó a espaldas suyas.

Él venía bajando las gradas y parecía fúrico. Pronto Heng se dio cuenta de que no estaba solo y que, en efecto, venía riñendo.

—¡Si quieres rompemos nuestro compromiso de una vez! ¡Eres despreciable, Jin! —gritó la joven, que por su voz estridente, se trataba de Anong.

—¡Eso me haría muy feliz! —Jin volteó, la confrontó y aplaudió suave frente a ella.

—Ahora mismo hago las maletas y jamás nos volveremos a ver —amenazó mientras le daba un leve empujón en el pecho.

—¡Por mí puedes largarte de aquí, me harías un agradable favor! ¡Su majestad! —Jin hizo una reverencia sarcástica y cuando volteó se sobresaltó al ver a su padre frente a él, tras haber escuchado semejantes "palabras de amor y comprensión"—. Padre... —se aclaró la garganta—. No tengo nada con qué excusarme, la señorita y yo tenemos algunos problemas por el carácter de ella, evidentemente.

—Su alteza... Disculpe si lo molestamos con esta absurda discusión sin importancia —La joven Anong hizo una reverencia con la cara roja de vergüenza.

—Veo que no hay poder humano que los haga entrar en común acuerdo. Arréglense entre ustedes, me voy a meditar —Heng negó con la cabeza.

Los dos jóvenes se quedaron viendo cómo el padre y gobernante se retiraba de allí, sin decir nada más sobre el tema. Heng se limitó de darles consejos, no después de aquel sueño en el que no dejaba de comparar aquellas sombras femeninas con aquellas dos muchachas nobles.

—Y tú... ¡¿Cuando aprenderás a cerrar la boca?! —gritó entre susurros, Jin.

—¡Cuando tú aprendas a ser un hombre real! —El siguiente round de peleas había dado inicio y Heng hizo oídos sordos.

Con pesadez, el cabizbajo emperador se fue a la capilla donde meditaba y pedía iluminación para saber qué debía decidir; en esos momentos era primordial hacer cambios para proteger a sus hijos y a Ciudad Prohibida.

Shun volteó a ver como su padre se retiraba, con esa vibra de sufrimiento que creía él, ya no iba a volver a ver en él y su corazón se estrujó.

—Te busco más tarde, debo ir con mi padre —dijo Shun con el ceño fruncido por la preocupación. Se apartó del lado de Wen para comenzar a caminar con dirección a la capilla.

De pronto, Wen se interpuso en el camino de Shun y se sopló con su abanico de colores, con delicadeza parpadeó con esos grandes ojos azules para que la viera a ella y le sonrió con dulzura.

—¿Qué sucede, mi querida Wen? —inquirió con suavidad y ella cerró su abanico para hablarle.

—Sé lo difícil que deben ser las cosas para tu padre en estos momentos —Se atrevió a hablar Wen—, pero creo que debes dejar que haga su meditación, siento que eso es lo que está necesitando en este preciso instante.

Shun volteó a ver con desilusión, pero al fin desistió de ir al lado de su padre.

—Tienes razón, a veces creo que lo invado demasiado y no le doy su espacio. Me calmaré yo también —respondió Shun y suspiró con pesadez.

—Ese es mi futuro emperador, tú también necesitas relajarte. Veo mucha tensión aquí —elogió Wen y volteó a ver a todos lados para cerciorarse de no ser vista. Al asegurarse no dudó en lanzarse a estamparle un beso que lo sorprendió sobremanera, pero que al final recibió gustoso.

—La verdad es que me cuesta mucho mantenerme calmado, sobre todo desde que "ese par" no dejan de discutir día a día —espetó Shun, bastante ofuscado.

—A lo mejor con quien debes hablar, es con él —sugirió la joven mientras observaba lo toscos que eran aquellos dos.

—Creo que le pondré fin a esto de una vez por todas —rápido se separó de Wen para alcanzar a su hermano que parecía tener intenciones por salir del palacio.

Wen quería detenerlo una vez más, pero tiempo Anong llegó a su lado, no deseaba encarar al príncipe heredero.

—¡Ush, es que, como lo detesto! —la joven se agarró la cabeza con desesperación.

—Querida... Creo que tú tampoco estás poniendo de tu parte, le sigues la corriente en sus pataletas. Demuéstrale que eres diferente —dijo Wen en son de consejera.

—¿Y dejarme humillar? ¡Claro que no, yo no soy así! No soy como tú. Me quiero vengar... —su respiración era fuerte de tanta cólera que albergaba.

—¿Y qué piensas hacer? —inquirió Wen—. No estarás planeando una locura... —se acercó para hablarle al oído—. No actúes bajo tus impulsos, resiste un poco más, te lo pido. No hagas algo que me perjudique a mi también, tontita.

—¡No! Estoy cansada, yo voy a moler a... —No pudo seguir hablando, porque Wen le tapó la boca.

—Shhh... Calma, creo que tu mejor venganza será contraer matrimonio con él ¿No lo crees? —susurró al oído de Anong—. Y mira... creo que el principito ya ha recapacitado, aquí viene, compórtate con él o te aniquilo.

Wen acomodó el vestido de Anong y las dos jóvenes se pararon firmes ante los dos príncipes.

—Sus majestades —reverenció Wen y Anong la imitó mientras rodaba los ojos.

—Señoritas... Aquí mi hermano, el príncipe Jin —Shun enfatizó la palabra "príncipe"—, quiere y necesita decir algo sobre su comportamiento.

Shun codeó a Jin y este frunció el ceño, pero luego suavizó la mirada para dirigirse hacia Anong de manera específica.

—Vengo a... pedir una disculpa por como te he hablado durante estos días —dijo de mala gana, pero fingiendo para no crear más conflicto.

—¿Así o más falso, señor? —Anong respondió y Wen la codeó—. Quiero decir... Disculpa aceptada, yo también me... debo disculpar por mi forma soez de responder —dijo esa última palabra entre dientes.

—Así está mejor —Shun y Wen se sincronizaron en ese elogio y no pudieron evitar voltear a verse con complicidad.

—Bueno... me retiro, estoy algo indispuesta —comentó Anong, quien evitó ver a los ojos a Jin, mientras este se encogía de hombros y miraba a Shun.

—Ahora, si me disculpan, yo también debo hacer una diligencia fuera del palacio —Jin hizo una reverencia y salió de la vista de todos.

«Se me hace que irá a verse con ella», pensó Shun mientras lo veía acomodarse el flequillo sedoso para desaparecer, pero luego una voz lo sacó de sus cavilaciones.

—Pero qué par...¿No crees? —Wen negó con la cabeza y suspiró aliviada de tener a esos dos lejos.

—Sí que dan dolores de cabeza —Shun se acercó a su prometida—. Espero que esto mejore las cosas entre ellos —Ambos comenzaron a caminar—. Sabes... Quiero invitarte a cenar a un restaurante muy famoso, el mejor de toda China. Ya casi es de noche y te pregunto ¿Te gustaría?

—Me agradaría demasiado y así te relajas de tanto trajín —añadió Wen.

—Entonces vamos, pediré el mejor carruaje solo para ti —Ambos sonrieron y se dirigieron hacia las caballerizas.

Mientras tanto, Anong se había topado con una deprimida señorita Nian, que solo se limitaba a suspirar en el mirador de la sala principal mientras sostenía en sus manos las dos pulseras de compromiso.

—Aún no lo superas... ¿verdad? —comentó Anong en voz baja, pero eso no impidió que la joven se sobresaltara y guardara ambas pulseras en su bolso.

—Nunca superaré esta humillación, Anong —Se lamentó, Nian, cabizbaja—. Hice todo tal y como me lo enseñaron y nada resultó.

—Pues, si te sirve de consuelo, a mi tampoco me ha ido nada bien —Anong comenzó a acariciar el lacio cabello de Nian—. Dime... ¿No te comen las ansias de vengarte?

Nian volteó a ver a Anong con los ojos llorosos y tardó un poco, pero al final asintió. La joven sonrió al ver que estaban en sintonía.

—La noche se acerca y yo no me quedaré de brazos cruzados —dijo la joven prometida del príncipe mediano.

—¿Y qué piensas hacer? —inquirió Nian, curiosa por aquellas palabras decididas.

—Verás... —Se acercó al oído de Nian y esta entreabrió los ojos, porque no podía creerlo.

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Continuará...

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