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La ira de los Qing

El pueblo de Ciudad prohibida se consumía poco a poco, pero los pocos que lograban refugiarse habían visto la magnificencia de aquel príncipe que lo estaba dando todo por su gente, luego de que Shun, el príncipe heredero saliera gravemente herido. El joven príncipe, que había resultado ser fuerte para combatir, no había sido derribado, a pesar de que muchos de los suyos habían caído derrotados.

La gente comentaba que el príncipe Jin parecía haberse convertido en un ser casi indestructible. Algunos que llegaban al refugio juraban que habían visto cómo su fuerza incrementaba y derribaba a sus contrincantes de un solo espadazo. Y los comentarios de aquellas anécdotas iban incrementando a medida que más personas llegaban al lugar.

—¿Ya supieron de quienes se tratan los enemigos? —inquirió una señora con su bebé en brazos.

—Aún no, pero todo parece que se trata de las tropas de uno de los gobernadores vecinos, aún no se sabe cuál de todos —respondió uno de los mercaderes.

Todos quedaron cabizbajos, sin decir más comentarios, cuando entró al refugio una pareja de leñadores. Venían temblando de euforia ante lo que acababan de presenciar. Un par de curanderas se acercaron para auxiliarlos.

—Se los juro... —decía un leñador—. Yo pude ver cómo el príncipe se incendiaba. Parecía una bola de fuego viviente.

—Sí, yo pude verlo también, antes de que nos rescatara —confirmaba la esposa del leñador—. Y no solo eso, les juro que ví algo dorado iluminarse en su brazo cuando le desgarraron la camisa. Parecía un tatuaje dorado de un dragón.

—Recemos por el príncipe Jin, para que Buda le mande las fuerzas del dragón legendario y del Fenghuang que al parecer se ha ocultado otra vez ante tanta sangre —dijo una sacerdotisa, quien invitó a todo el mundo a unirse a la oración por el bienestar de los príncipes y de toda China.

Mercaderes, leñadores, sembradores, niños y niñas; en teoría toda la gente de Ciudad Prohibida se puso de pie, para elevar sus súplicas ante la terrible situación que estaban viviendo.

(...)

Los curanderos reales seguían atendiendo a Shun, y este se sumía en el dolor y la desesperación. También le preocupaba sobremanera, que sus hermanos estuvieran librando batallas tan duras y sumamente difíciles. Se comenzó a sentir un completo inútil, ya que ni siquiera podía confortar a su padre y mucho menos curar por arte de magia a su madre.

La bilis le subía desde dentro y parecía colarse hasta su corazón. Necesitaba hacer algo, lo que fuera. No iba permitirse estar en cama como un bueno para nada. La sed de justicia lo consumían de a poco, tanto así que pegó un grito, ya no de dolor, sino de desesperación y los curanderos se vieron sorprendidos.

«Algo me dice que ese anciano sabe más de todo lo que está pasando. Ojalá mi padre lo hubiera tratado con un poco más de flexibilidad».

Shun salió de sus cavilaciones para tomar una decisión: iría por una vez más a hablar con el anciano. Quizá él pudiera darle alguna pista, algo más para poder solucionar todo. Las cuatro de la tarde se acercaban y según lo que el viejo había dicho, solo tenían hasta el atardecer de ese día para salvarla.

Era una realidad que, no quedaba nada de tiempo y Yun no se aparecía con la dichosa pluma. Shun no quería culpar a su hermanito, pero la desesperación lo estaba llevando al enojo con él, aunque mucho más con el viejo.

—Necesito ir con urgencia afuera. Solo tráiganme una silla para movilizarme —ordenó Shun a los sirvientes.

A pesar de que sabían que él no se encontraba bien de su pierna, no se atrevieron a arremedar ni a contradecirlo. Todos estaban claros en que el joven pronto sería el siguiente emperador y que su padre les había dado la orden de obedecerlo como si fuera él mismo. Así que con premura corrieron a por una silla de ruedas y sentaron al príncipe heredero allí.

Una de las sirvientas tomó la silla por los agarraderos para comenzar a llevarlo afuera, pero Shun detuvo las ruedas con sus manos.

—No necesito compañía, iré solo —sentenció Shun y todo el mundo lo vio irse para desaparecer por el pasillo.

Preciso en su objetivo, Shun aceleraba la velocidad con sus manos empujando las ruedas para llegar lo antes posible hacia el área de celdas, en la que solo estaba aquel viejo; en realidad no tenían delincuencia en los últimos años.

Con la cabellera y el rostro empapados de sudor, sin contar el punzante dolor de su pierna, al fin Shun había llegado al lugar que ahora estaba vacío de guardias, ya que todos se habían sumado a la batalla campal en el pueblo de Ciudad prohibida.

Debido a lo baja que resultaba la silla, Shun tocó la puerta para que el viejo se asomara, pero nadie salió por la ventanilla; esto despertó una ligera sospecha, pero continuó tocando y tocando, hasta el punto de somatar la puerta. Ese último toquido le reveló algo aterrador al príncipe.

La puerta se había abierto por la fuerza con que él había tocado y él se pudo dar cuenta que la celda estaba vacía en su totalidad. El corazón de Shun dio un brinco de desesperación ¿A dónde diablos se había ido aquel "sabio"? Era lo que más quería saber.

Aquello había llenado de ira el pecho de Shun. Aquel sentimiento lo hizo sentir cómo su sangre hervía y que su rostro se calentara por la rabia que sentía. El sol se iba a comenzar a ocultar pronto y el hecho de que el viejo huyera le hacía pensar solo en lo peor.

Los ojos de Shun se llenaron de lágrimas y él pudo sentir cómo el calor lo invadía de pies a cabeza, pero mucho más en sus ojos, los cuales sentía arder como llamas al rojo vivo. No pensaba dejar escapar al viejo, lo encontraría y le pediría una explicación. Algo le decía que no había ido muy lejos y comenzó a impulsarse de regreso al palacio.

(...)

Aquel hombre joven, del que ni siquiera sabía de dónde venía ni mucho menos cómo se llamaba, sonreía triunfante; luego reía con un dejo de morbo, o quizá por el placer que le ocasionaba aquella situación, posiblemente por haber logrado su objetivo, pero todo pintaba tan extraño para Yun ¿Por qué aquel pescador querría hacerles eso? ¿Tendría que ver con el otro hombre que había raptado a los hijos de Mei?

«La señora Mei... ¿La habrán secuestrado también?», pensó Yun por una fracción de segundo, pero sus cavilaciones fueron detenidas de manera abrupta.

—Vaya, vaya, vaya —esbozó Gao con tono burlesco—. Pero si ya despertó el pequeño dormilón. Y la jovencita aquí presente también ¿Durmieron bien?

Yun lo miró con desprecio y no quiso responderle de inmediato. Examinaría todos sus pasos para analizar qué demonios quería de ellos.

—Gao... ¡Déjanos salir, ya! ¡No te hemos hecho nada para que nos trates así! —exigió Siu, mientras forcejeaba para zafarse de las fuertes cadenas que la ataban. El hombre no le contestó y siguió riendo ahí parado frente a ellos, como si disfrutara tenerlos allí encerrados y a su merced.

«¿Gao?... Entonces ellos se conocen —pensó Yun con mucha confusión en su ser—. Pero... ¿Qué quiere de nosotros? Hay demasiadas cosas que no logro descifrar»

—Ay, pequeña Siu... —dijo Gao con ironía.

—¿Pequeña? Te recuerdo que ya soy una mujer adulta y... tú ya no eres el mismo Gao que conocí —espetó Siu, respirando fuerte. La estaba sacando de quicio.

—Todavía recuerdo cuando nos conocimos —Gao rió por lo bajo—. Éramos dos pequeñuelos jugando en el río, en el bosque y hasta juntos encontramos el camino hacia el monumento del Fenghuan. Qué buenos tiempos —dijo mientras se reclinaba enfrente de la arquera—. Pero los tiempos cambian, las personas cambian.

—¿A dónde quieres llegar? —inquirió Siu, mientras lo veía a los ojos con enojo.

—A que, por ser una entrometida has parado aquí, justo en la misma condición que este individuo —respondió con simpleza—. Ah... pero es que él obvió decirte que no es un simple viajero ni mucho menos. El hombre aquí presente tiene sangre real en sus venas y está buscando la cura para salvar a su mamá ¿O me equivoco? Príncipe Yun Qing.

Siu volteó a ver a Yun, nunca se hubiera imaginado conocer a alguien de la realeza. Con razón en ocasiones se portaba duro como una roca y frío como el hielo. A los ojos de ella, la familia real era muy misteriosa, nunca visitaban las aldeas como en la que vivía y ahora uno de ellos estaba allí frente a ella.

—Pero... ¿cómo demonios sabes de mí? ¿Quién te dio información? ¡Responde! —inquirió Yun con desprecio mientras intentaba una vez más zafarse de las cadenas.

—Pero qué ingenuidad la tuya de confiar en las personas ¿Qué no salías mucho de tu real casa? Se nota a leguas —Gao volteó a ver hacia atrás y con su índice llamó a alguien.

De las sombras una figura femenina comenzó a surgir y era una muy familiar. En cuestión de segundos, Mei estaba allí frente a ellos, ilesa y con una sonrisa parecida a la de Gao y ambos se vieron con una sonrisa victoriosa, para luego llamar a varios más, que salieron entre los árboles para rodearlos. Eran al menos unos veinte individuos, todos con portes de gente humilde, pero nada era lo que parecía. En sus rostros se reflejaba maldad pura.

—Mei... —esbozó Yun, con mucha sorpresa y decepción.

—Deberían haber hecho caso, cuando les enseñaron que no hablaran con extraños —advirtió Mei y se carcajeó y volvió a ver con complicidad a Gao.

Yun bajó la mirada por un momento, no podía creerlo, en verdad se sentía el ser más incompetente del mundo al haber ofrecido su ayuda a Mei, aquella desconocida que "necesitaba ayuda". Se culpó por haberse distraído y no haber seguido su camino el solo. Ahora sí, todo parecía estar perdido.

Por su parte, Siu vaya que conocía a casi todos los que estaban allí. Se trataba de personas de la aldea Yumai y algunas otras del pueblo cercano. No podía creer que todos se hubieran vuelto malos de la noche a la mañana ¿Qué estaba pasando?

—¡Ya digan qué es lo que quieren! —exigió Yun encolerizado.

—Esperar... —respondió fríamente Gao.

—No tenemos por qué decirles nuestros planes, pero ya que insisten les daré una pista —dijo Mei, mientras sacaba un reloj de arena.

«Tiempo —pensó Yun—. Es lo que menos tenía para cumplir el acertijo que el viejo sabio les había dado».

—Solo es cuestión de tiempo y habremos triunfado —dijo Gao, mientras les guiñaba el ojo y le ordenaba a toda su prole que se acomodara donde pudiera.

Yun comenzó a ver hacia lo que los árboles dejaban ver del cielo y allí se dio cuenta. El atardecer se acercaba más, sin poder detenerse de ningún modo. El príncipe frunció el ceño y comenzó a temblar levemente gracias a la ira que se estaba formando en todo su ser.

«No voy a dejarme vencer así de fácil —pensó Yun—. Antes daré mi vida si es necesario para salvar a mi madre».

Siu se limitaba a observar cómo Yun apretaba los ojos y el leve temblor movía las cadenas que lo ataban, mientras Gao, Mei y los demás platicaban cosas absurdas, distraídos y confiados.

La chica vio un tenue resplandor salir del área del brazo herido de Yun; este tenía la forma de un dragón dorado, era lo que había visto en su sueño, pero no lo había podido distinguir. Si tan solo Mei no tuviera su carcaj de flechas y su arco, Siu se sentiría más segura de sí misma.

De pronto, las pupilas negras del príncipe adquirían un color rojizo brillante, y parecían dos bolas de fuego incendiadas por el enojo. Siu tragó saliva y solo pudo pensar que aquella prole que los había capturado, tendría que atenerse a las consecuencias. Ella tampoco estaba dispuesta a morir en ese lugar.

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Continuará

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Hola, vengo con un capítulo más y parece que algo está surgiendo, un poder inusual escondido quizá por toda una vida ¿Qué opinas? ¿Será algo bueno o malo? Descúbrelo en el siguiente capítulo :3

¡Gracias por leer!

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