La cruda realidad
El príncipe Yun se regodeaba en la melancolía y la preocupación. Había salido a los jardines para tomar aire, para pensar en todo lo que vendría a causa de aquel compromiso que no deseaba y mucho más en los momentos en que vivía a plenitud esas cosquilleantes sensaciones de verse enamorado por primera vez; todo era tan injusto que sin querer sus ojos se encendían con el fuego del enojo.
«Hijo, aquí están las pulseras que tú y tu hermano deberán usar de ahora en adelante en señal de compromiso», había dicho su padre.
De tan solo pensarlo comenzaba a repudiar esos asquerosos artefactos del demonio.
Yun, se sentó en una de las bancas que rodeaban el jardín y ahí apoyó sus codos en sus piernas mientras acariciaba el cabello cerca de su frente. Las cosas ya no serían iguales a partir de ese momento y no había marcha atrás.
Siu debía saber la verdad y pensaba decírsela, pero no sabía como abordar ese tema, no era como si hubiera podido pedirle que fuese su novia o nada por el estilo; prácticamente entre ellos dos no existía una relación concreta. Yun suspiró y se regodeó en sus pensamientos caóticos cuando de pronto sintió una presencia sentarse a su lado, lo cual lo hizo voltear sobresaltado.
—Perdona si te asusté, alteza Qing Yun —Era la joven que desde ese momento debía ver como prometida—, es que te vi muy solitario y quise venir a acompañarte un rato —ella sonrió detrás del abanico que tenía enfrente, solo podía ver sus ojos que parecían un par de esmeraldas.
Yun despabiló y negó con la cabeza, mientras desviaba su mirada hacia el frente.
—No hay nada que disculpar, creo que yo debería hacerlo por haberme salido a media ceremonia. Igual nada impidió que se llevara a cabo, ni siquiera se necesitó mi presencia al final —dijo un tanto tajante.
La joven sintió lo gélido de sus palabras, pero eso no la desanimó, de hecho Nian supuso que él se comportaría de aquella manera. Mantuvo la compostura y retiró el abanico de su rostro para demostrarle que seguía sonriendo.
—Lamento que nuestra llegada haya sido inesperada, yo en verdad pensaba que tanto tú como tu hermano estaban al tanto de eso —aclaró para intentar buscarlo con la mirada, aunque él no cedió.
—Ya ves, que la realidad es otra —La volteó a ver por un momento, debía aceptar que su rostro era fino, delicado y hermoso, pero su estado de decepción podía mucho más. Se levantó y con la misma dio un par de pasos—. Si me disculpas, hay algo que debo hacer, es muy importante.
Nian se levantó y caminó para acercarse a él.
—Al menos podría acompañarte hasta la entrada del palacio —sugirió con una sonrisa.
Sus dientes eran perfectos y blancos, la joven no era para nada desagradable ante la vista de Yun.
Si tan solo pudiera gustarle, si tan solo pudiera deshacerse de ese sentimiento que ya tenía dueña, quizá las cosas con el compromiso fueran más llevaderas.
—Como gustes, señorita Wang —dijo con indiferencia y comenzó a caminar con ella al lado.
—Ay, por favor, puedes llamarme por mi nombre, después de todo, pronto seremos esposos —añadió la joven y Yun sintió como si un balde de agua fría cayera sobre él.
—C-claro, lo olvidé —dijo Yun y aquello pareció ofender un poco a la joven prometida—. Caminemos hasta allá.
Nian no perdió tiempo y sin pedir permisos o decir ningún comentario más, se aferró del brazo de Yun, provocando que él se tensara un poco con aquella acción inesperada; no cabía duda en que esa joven era bastante determinada. El príncipe no pudo hacer mucho, mas que seguir caminando en rotundo silencio junto a aquella joven que prácticamente acababa de conocer.
De pronto, Yun pudo sentir como las manos de Nian, acariciaban de manera sutil su brazo y aquello provocó que él sintiera un escalofrío desagradable en todo el cuerpo.
—Tienes unos brazos muy fuertes, ¿ya te lo habían dicho? —comentó Nian con picardía.
—No, la verdad es que no —¿Cómo podía tener una respuesta a eso? Solo deseaba que le quitara las manos de encima, no se sentía nada cómodo con la situación.
La pareja de prometidos comenzó a subir las gradas para entrar al palacio y cuando llegaron al último escalón, la presencia del emperador estaba frente a ellos dos, y tenía un semblante bastante complacido al verlos así de pegados, juntos, como una pareja que pronto contraería nupcias.
Por su parte, Yun lo vió directo, pero su gesto era muy distinto y contrario al de su padre, lo cual Heng no pudo dejar de notar, pero claro que lo iba a ignorar, sabía que era cuestión de tiempo para que su hijo se olvidara de aquella arquera que le traería muchos males; carraspeó con una sonrisa ladeada y juntó los dedos de sus manos en señal de satisfacción.
—Pero qué es lo que veo... Parece que ya se están conociendo mejor, pero que sorpresa tan agradable para mí —comentó Heng sin borrar su sonrisa.
—Por supuesto, su alteza —respondió Nian sin dejar que Yun dijera algo—. Es la primera vez que hablamos y yo espero poder tener más tiempo para llegar a conocer a Yun, a la perfección —La joven volteó a ver al príncipe, que no tuvo más remedio que sonreír con debilidad.
—Ah, sí... Olvidas esto —enfatizó Heng, mientras sacaba de su bolsillo la pulsera de oro con incrustaciones de diamantes, aquella que era idéntica a la de Nian y que él debía llevar por obligación.
Yun se quedó una fracción de minuto, viendo aquel objeto con un dejo de desprecio, pero la presión del momento lo obligó a tomar dicha pieza de joyería y a colocársela ahí frente a un complacido padre y una alegre prometida.
—Una cosa mas... —musitó Heng mientras se atrevía a tomar las manos de Nian y Yun, esas que tenían los brazaletes, para luego unir sus manos.
Nian se ruborizó e intentó buscar con la mirada a Yun, quien por un momento le devolvió la mirada. Ella sonrió complacida y él no pudo evitar corresponder la misma, pero con un dejo de resignación.
—Mejor —dijo Heng y se retiró hacia alguna parte dentro del palacio.
—Vaya... pero qué cosas se le ocurren al emperador —comentó Nian sin querer soltar la mano de Yun, pero él con delicadeza se deshizo del agarre.
—Así es mi padre... impredecible como siempre —comentó sin quitar la mirada de aquella pulsera que se aferraba a su muñeca y a su... ¿destino?
En cuanto el príncipe menor vio hacia otra parte, justo hacia una arboleda cercana, su corazón saltó con sorpresa y angustia, dio un vuelco grande al ver que Siu había visto todo aquello desde una distancia más que considerable.
No pudo evitar sentir que el mundo se le venía encima en ese momento, solo quería correr hacia ella y decirle que todo eso era una total falsedad, pero no pudo hacer nada mas que verla a ella ahí, enterándose de la manera más directa posible.
La mirada de la joven lo decía todo... La decepción, consternación y tristeza se reflejaban en aquellos grandes ojos que tanto lo cautivaban. Ella no esperó ver más o tampoco dejar que el emperador notara su presencia, mucho menos sus sus reacciones; salió corriendo pese al dolor del brazo, aquello era insignificante con el dolor que sentía en el pecho y en el alma.
Ver eso en serio que le había afectado, más de lo que se pudo imaginar y mientras se alejaba del príncipe, solo pensaba en salir de ahí a como diera lugar; era lo que su corazón herido le dictaba.
Con la respiración agitada, Siu entró en su habitación y tomó su arco, su carcaj, algunas monedas que había intentado recolectar durante todas esas semanas, ya que le había devuelto a Yun ese dinero que ella había encontrado dentro de su nueva arma; de algo le servirían aquellos centavos.
También tomó su ropa de siempre y otra mudada más y las colocó en una bolsa que encontró mal puesta, para salir de un portazo de aquella habitación que posiblemente ya nunca más volvería a ver.
Con mucho cuidado de no ser vista por nadie, Siu iba de columna en columna, de árbol en árbol para salir de allí con la mayor discreción posible. Con rapidez pasó el gran puente que daba entrada al celestial palacio de Ciudad Prohibida.
Gracias al príncipe Jin ella conocía la manera de salir de allí de forma exclusiva, comportamiento que solo a ella se le ocurriría imitar del príncipe rebelde.
Ahí estaba la gran pared y los escalones casi invisibles para saltar dicha construcción. En cuanto la chica subió a lo alto del muro, por alguna extraña razón se le ocurrió voltear a ver y no pudo evitar ver como el príncipe menor se dirigía posiblemente a las habitaciones de huéspedes. En su mirada podía leer la angustia y sus ganas de hablar con ella.
Los ojos de Siu se aguaron un poco, pero no deseaba hablar con él, en ese momento sentía que eso era lo mejor. Si lo volvía a ver era capaz de ceder ante sus palabras y peticiones, era algo que no deseaba en ese momento, así que suspiró con resignación y bajó con dificultad por lo lastimado de su brazo, pero al fin pudo bajar hasta quedar frente a ese palacio imponente.
Sin más y con la respiración agitada, Siu comenzó a caminar en las calles de Ciudad Prohibida, pero de manera inevitable alguien la había visto: el comandante Qiao, que estaba llegando con unas tropas a la entrada del palacio. La joven comenzó a correr para perderlo, pero era muy tarde, él ya iba detrás de ella y era muy rápido al correr.
—¡Oye! —exclamaba el comandante mientras continuaba persiguiéndola.
Siu en su desesperación saltó hacia un carruaje que llevaba heno y que iba rápido, pero en una dirección desconocida para la chica. Qiao no se quedó atrás y tomó un caballo ajeno para comenzar la persecución. Pronto se comenzaron a alejar de Ciudad Prohibida, se notaba porque ya el camino parecía rural en sus alrededores.
El corazón de la chica arquera iba a mil, al parecer Qiao era muy determinado en cuanto a lo que se proponía y para su infortunio el conductor del carruaje, que iba con su esposa se dio cuenta de que alguien se había subido a su cargamento.
—¡No, por favor no se detenga! ¡Siga su camino! —suplicó Siu entre dientes.
—¿Y usted por qué se subió a mi cargamento, señorita? —El hombre de mediana edad se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
—Perdone, fue algo desesperado, le explico luego, pero acelere, se lo suplico —Se disculpó la joven, con una corta reverencia y Qiao interrumpió con su imponente voz, porque ya había logrado acercarse lo suficiente al carruaje.
—¡¿Por qué estás huyendo, Wu Siu?! ¡Dime ahora lo que pasa! Tienes un cargo en el palacio —exclamó Qiao con un dejo de indignación mientras usaba las riendas para que el caballo mantuviera la velocidad necesaria.
—¡No puedo decirlo, pero es necesario que me vaya ahora! —espetó Siu.
—No puedes irte así... ¿Al menos tienes dinero para el camino? —preguntó con preocupación.
Siu bajó la mirada y la desvió sin saber qué responder. El comandante frunció el ceño y se sacó unos billetes de su bolsillo.
—Toma y no seas orgullosa, que un dinero no cae mal cuando se va de viaje —Él extendió su mano; Siu muy apenada se estiró y los aceptó con una sonrisa y reverencia—. Al menos podrías decirme hacia donde te diriges, no es bueno perderse en la nada.
—Voy de regreso a mi tierra —dijo con resignación, de todas maneras... Yun sabía a dónde iba y eso era lo que más le aterraba, que fuera a buscarla.
Así continuaron varios minutos, pero de un momento a otro, el caballo que conducía el comandante Qiao comenzó a bajar su velocidad, necesitaba descanso. Qiao solo vio por última vez a Siu, la joven agitó su mano en señal de despedida y que se alejó hacia un rumbo desconocido para él.
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Continuará...
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