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Epílogo

El cielo irradiaba paz en todo su esplendor con el sol en el ocaso, despidiéndose de las tierras de China, aquellos característicos tonos rojizos, azules y los rayos dorados cubrían las viviendas, la flora y la fauna de aquellos lares se preparaba para descansar. Había sido una jornada muy larga cansada pero sobre todo feliz para aquella pareja de enamorados que iban de pueblo en Pueblo ayudando en lo que más se necesitara.

Sus ropas estaban bastante manchadas y desgastadas; el qipao rojo de Siu tenía algunos rasguños, pero eso no opacaba su belleza; así como el traje de plebeyo que Yun se llevó del palacio, estaba lleno de polvo que, aunque sacudiera miles de veces, no se limpiaba del todo, pero aun así, aquello no lo hacía ver menos gallardo. Sus rostros estaban enrojecidos por los excesivos rayos del sol recibidos en la horas laborales y eso a pesar de todo, los hacía ver dichosos.

Qing Yun y Wu Siu habían encontrado el lugar perfecto para

descansar: una ancha rama de un viejo árbol que se alzaba imponente y

majestuoso, ese que en vidas pasadas habían visto crecer y que en la actualidad

seguía en pie, esperándolos. Desde hacía mucho tiempo, dicho lugar había sido

un escondite para ellos, pero en esos momentos y en la vida que habían elegido

para renacer, era simplemente ese sitio donde se resguardaban del sol, donde

ambos disfrutaban tocar laúd y flauta para relajarse, y donde también compartían

una rica merienda preparada por los dos.

Los jóvenes, sobre un mantel donde habían colocado aquella

deliciosa carne con verduras y arroz, acompañada de un té verde, ahí

descansaban mientras veían las hojas mecerse con el viento, charlaban de todo

un poco y reían como un par de locos, mientras uno que otro beso en los labios servía

para culminar sus frases.

A los dos les encantaba hacer recuento de todo lo que habían

hecho durante todos esos meses, hablaban de cómo fueron a restaurar aquel

hospital en el que Siu y Yun habían ingresado mal heridos, ese que en un

arranque de ira, el joven había casi destruido. Aquella deuda estaba saldada, ya

que él no cabía en su arrepentimiento por haberse dejado llevar por la ira que

el dragón comenzaba a despertar en su ser.

La plática iba de cómo ambos se estaban asegurando de que no

hubiera peligros en las calles y la gente pudiera transitar en paz. También

mencionaron como la aldea Yumai estaba poco a poco convirtiéndose en un pueblo decente

con las nuevas construcciones que ambos habían impulsado a erigir y las que aun

faltaban. Los padres de Siu estaban más que agradecidos y felices.

— La verdad es que yo estoy muy satisfecha con lo que hemos

logrado hasta ahora, mi amor —comentó Siu, mientras se recostaba en el hombro

de su amado, sin poder evitar que una sonrisa amplia iluminara su rostro.

Yun sonrió por inercia, al ver a su amada feliz con los logros y los futuros proyectos y sobre todo con el hecho de saberla a su lado, eso sin duda le seguía acelerando el corazón.

—Por supuesto, debes aceptar que siempre hemos hecho buen equipo,

desde tiempos inmemoriales —añadió él, apretando suavemente la punta de su

nariz, haciéndola reír.

—De eso no hay duda alguna, Yun... yo siempre lo supe desde el

momento en que te ví, eras tú el que estaba en negación todo el tiempo, más

cuando nos encontrarnos en la laguna, ¿ya no recuerdas? — respondió ella con un

tono acusatorio en su voz.

— Oye pero compréndeme, durante toda esta vida no había salido

de los muros del palacio, no podía confiar a la primera, aunque... recordando un

poco, estoy casi completamente seguro de que tú me acosabas desde que era

pequeño, dime si no lo recuerdas —Yun cambió la perspectiva de la plática.

Siu abrió los ojos con sorpresa y se enderezó para encarar a Yun

y fijar sus avellanados ojos en los azabache de él, quien la miraba expectante.

—Pero... ¿de qué demonios estás hablando? ¡Explícate, Qing Yun! —espetó

ella con el rubor en sus mejillas, anhelando saber el contexto de lo que Yun le

mencionó.

El joven comenzó a reír la carcajadas y negó con la cabeza.

—Por favor, amor... no me digas que no lo recuerdas. Te creería si

no hubieras despertado tu alma aún, pero a este punto sé que recuerdas todas tus

vidas pasadas y esta no es la excepción —comentó Yun, mientras tomaba la fina

mano de su amada y acariciaba el dorso con su pulgar, enviando una electrizante

y agradable sensación en el cuerpo de ella.

Siu fijó su mirada en algún punto alto del árbol, luego la devolvió hacia Yun y sonrió de lado, para intentar traer las imágenes vivenciales que necesitaba.

—Bueno, pero ayúdame a recordar, no vivo en tu mente —añadió

ella divertida—¿Cómo que acosar?, eso suena demasiado terrible. Yo cuando era

niña, entraba en trance con el amuleto sin poderlo controlar y podía volar, ser

libre y allí en mis andanzas descubrí que algo en el palacio me llamaba la

atención ¿Qué?... Sólo porque me surgió la curiosidad de ir a retozar con ese

niño inquieto que conocí, ahora soy acosadora?

Yun se inclinó y estiró su mano libre, para beber un poco más de

té verde y continuar la plática.

—Ah ya veo que recuerdas, solo estabas fingiendo ignorancia —dijo

Yun, en tono de queja—. Lo que recuerdo, es que el Laoshi no me dejó

encontrarme contigo aquel día. Yo era muy pequeño e hiperactivo y tenía muchas

dudas, pero aún así pude sentir tu llamado desde el salón de clases.

—Y eso que, mi intención realmente no era llamarte, sino solo me

sentía atraída a ti en especial y no sabía por qué —afirmó Siu, aun con el

rubor en sus mejillas y mirando hacia la fuerte mano de Yun, aferrada a la

suya.

—Pero por andar rondando en el Palacio, llamándome con tu

extravagancia, te rompiste un ala, por culpa de un mal hombre que no supo

distinguir que eras buena ¿Recuerdas cómo te apliqué los primeros auxilios?

Debo admitir que lo hice mal, lo recuerdo porque lo hice apresurado por temor a

que me descubrieran, pero la intención es lo que cuenta, ¿no?

Siu rió por lo bajo y posó su otra mano sobre la de Yun, para

ella propinarle una caricia también.

—Sí... Me llevaste adentro del Palacio a escondidas de todos,

arriesgándote a que tu padre te castigara, me llevabas comida y cuando tuve la

fuerza me fui de allí. Pasaba regularmente pero, ya nunca más me atreví a

posarme en los árboles del palacio por miedo.

Yun se incorporó para dejar un casto beso en los labios de la chica.

— Sí yo esperaba verte otra vez pero aquello no pasó, luego ese

acontecimiento se fue olvidando. Las tareas Reales eran más arduas, y debido a

las exigencias de mi padre habían más responsabilidades y te juro que pensaba

que había sido solo un sueño, nunca había visto un ave tan colosal a pesar de

que había leído de ella en los libros de historia ¿Ves? Siempre has llamado mi

atención a escalas diferentes —confesó Yun, ahora él con su rostro colorado y

los nervios a flor de piel.

Siu quedó pensativa por unos momentos, iba a mencionarle algo

más a Yun pero, una voz lo sacó de su atmósfera de buenos recuerdos:

—¡Buenas tardes, sus eminencias!

Se trataba de un mensajero que había pasado toda una odisea para encontrar al par de héroes. Se veía sudoroso y exhausto, pero aliviado. Yun bajó del árbol y le convidó un poco de té. En cuanto el hombre sació su sed, continuó su camino, dejando a la pareja, curiosa por el contenido de esa carta, ya que tenía el sello Real.

—Por los dioses, debe ser tu hermano Jin —comentó Siu, agrandando su mirada con una fuerte curiosidad.

—Es lo más probable, solo espero que sean buenas noticias —agregó Yun y comenzó a desenrollar el pergamino para leer en voz alta.

Queridos hermanos, Qing Yun y Wu Siu:

No tengo idea de cuando llegará este mensaje a sus manos, solo espero que sea pronto. Debo decirles que a mis oídos han llegado las contribuciones que han hecho en los pueblos, eso me alegra, porque me dice que los fondos que les he enviado con mi mensajero de confianza han llegado y cumplido el deber, uno que agradezco sean ustedes quienes se han hecho cargo.

Debo decirles que mi labor como Emperador no ha sido fácil, sobre todo porque tuve que reestructurar todo el sistema para que los dragones oscuros, nosotros, los dragones carmesíes y los habitantes, puedan coexistir y vivir en paz; aún sigo trabajando para lograr el equilibro necesario y creo que con la ayuda de mi amada Lin, tendré la fuerza y sabiduría que necesito.

—Como extraño a ese tonto —comentó Yun y sonrió complacido por las palabras de su hermano.

—Vaya que sí, tendremos que ir a visitarlos pronto —dijo Siu, conmovida sobremanera.

Ambos se vieron con el brillo de la esperanza en sus ojos y continuaron leyendo.

También aprovecho para escribirles una noticia que me ha dejado un sabor agridulce en la boca, pero más feliz que nada... ¡Nuestro hermano Shun se ha manifestado! No está muerto, como lo creímos, Yun, él me envió un mensaje escrito con su puño y letra, no quiso decirme su ubicación exacta, prefiere mantenerla en secreto por ahora, lo único que desea que sepamos, es que se encuentra bien, en un lugar que le trae paz y que siente plena felicidad con la mujer de sus sueños ¿Puedes creerlo? Justo ahora estoy llorando, mientras te escribo esto.

Siu se llevó la mano a la boca y Yun no dejaba de leer aquel párrafo que le había devuelto el alma al cuerpo, mientras una lágrima se desbordó de su ojo y se deslizó por su mejilla, la cual retiró de inmediato y siguió leyendo.

Sin otra razón más, que expresarles toda mi gratitud y felicidad, me despido de ustedes en esta carta y espero que algún día la vida nos vuelva a reunir a los tres; anhelo que llegue, con todo mi corazón.

Hasta siempre.

—Por amor a Buda... esta es la noticia que el universo me ha concedido, como se lo pedí, meses atrás —dijo Yun, quien sintió una lágrima más surcar su mejilla y pronto la cálida mano de Siu la retiró con delicadeza.

—Es uno de tus dones, mi amor... que tus deseos se vuelvan realidad. No dejes de soñar, por favor —pidió Siu y Yun la vio con anhelo.

—Solo deseo que la paz y el amor prevalezcan y se levanten con más fuerza cuando el mal quiera acechar. Pero lo que más deseo en este mundo, es seguir enamorándome de ti cada día, cada vida que me toque vivir la quiero contigo. Que mi alma te encuentre para amarnos por siempre.

Las palabras de Yun calaron hondo en el corazón de Siu, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Eso es justamente lo que yo he deseado desde siempre, mi amor, y hasta ahora siempre se ha cumplido. Contigo anhelo vivir, sufrir, amar, renacer, todo a tu lado. Creo que es momento que te de una noticia más... ¡Estoy embarazada! —finalizó Siu, tocando su vientre que aun no dejaba notar aquella pequeña vida que se formaba dentro de ella.

Yun abrió los ojos con sorpresa y dicha. Antes de que Siu siguiera hablando, tomó su rostro en sus manos y la miró con euforia para besarla una y otra vez; luego de eso se dispuso a tomarla entre sus brazos y así continuaron jurándose amor eterno por los siglos venideros.

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