Enfrentando lo inevitable
En las afueras del palacio, Qiao comandaba las tropas de la armada del Emperador y aunque no habían logrado erradicar a ninguna de las feroces criaturas, vaya que los habían logrado neutralizar, al comandante se le había ocurrido enjaularlos, para mientras encontraban una manera de vencerlos en su totalidad. Yeni luchaba al lado de él y juntos estaban haciendo un muy buen equipo.
El príncipe heredero observaba como aquellas dos mujeres convertidas en dragonas, y que supuestamente decían ser de sangre noble, sonreían de una manera burlesca y pretendían impedirles la salida a defender a la ciudad. Shun tendría que enfrentarse a lo que llegara, pero debía convencer a su padre para que no luchara y este ya se estaba colocando su armadura de combate.
Por un momento ellas volvieron a su forma humana, sus rostros esbozaban un gesto despectivo.
—Así que todo este tiempo, no han sido más que unos monstruos disfrazados de ángeles —Shun no podía creerlo, tan solo de pensar que le había dado total confianza a esa mujer, más bien... que se había enamorado, su corazón se acongojó en una mezcla de indignación y desamor.
Jin tampoco podía creerlo, si antes había pensado que Anong era monstruosa en carácter, ahora sí que daba fe de que, después de todo no estaba equivocado. Aunque, en lo que más pensaba era en su querida Lin ¿Habría cumplido con lo que le afirmó en la carta o era otra de las jugarretas de Anong? El dolor de la herida no le dejaba pensar con claridad.
—¡Márchense ahora! —Heng amenazó esgrimiendo su portentosa espada, a pesar de que aún no se colocaba su equipo de combate.
—Claro que no y menos si arruinaste nuestros planes. Ahora van a pagar las consecuencias y todo comenzó con el traidor del príncipe menor. Vaya desaire el que le hizo a nuestra compañera, eso es imperdonable —habló Anong mientras volteaba a ver hacia otro lado, muy ofendida.
—Tú mismo lo dijiste, Heng, yo fui víctima de los desplantes de él y no tengo tiempo de quedarme a charlar... Tengo algunas cuentas que saldar —Nian sonrió con socarronería y su anatomía poco a poco se transformó en una figura draconiana, mucho más inmensa que las que ya se encontraban haciendo estragos en la ciudad.
—¡Maldita criatura, no creas que te voy a dejar ir! —Shun se abalanzó para atacar a aquella inmensa dragona, que de un zarpazo lo mandó a volar. Con la misma rugió y desapareció a toda velocidad. Quien sabe a dónde se había ido.
(...)
La mañana aún era joven, el camino hacia Ciudad Prohibida había sido de lo más difícil, incluso mucho más que escalar la montaña Yumai sin atajos. El carruaje, al ser de mala calidad, no ayudaba en nada, rechinaba y por la exigencia que Yun le estaba dando, incluso comenzó a romperse del techo y los costados. Eso sin contar la mala vibra que emanaba el ambiente, podrían haber dragones al acecho.
En el camino se habían encontrado con aquellos cúmulos de escamas de los primeros dragones oscuros que juntos vencieron a pesar de las heridas que ya llevaban en el cuerpo y aquel casi primer beso que había nacido de la euforia y la atracción y el que no se había llevado a cabo, pero que fue la primera profesión mutua de lo que existía entre aquellos dos guerreros.
Yun no pudo evitar detener el carruaje, porque en esos momentos ya estaba más que claro que se trataban de personas reales las que se escondían dentro de esos cúmulos de escamas azabaches. Las personas que estaban en el carruaje salieron para presenciar como Yun y Siu bajaron para liberar aquellas almas atrapadas.
El primer hombre liberado los había dejado anonadados, porque se trataba de Gao, el amigo de la infancia de Siu. Ella se llevó las manos al rostro y quedó boquiabierta, realmente le alegraba volver a verlo y no pudo evitar derramar un par de lágrimas de dicha, mientras que él, descolocado, se sentía sumamente confundido, aún así se alegró al ver a Siu y ambos compartieron un abrazo cálido, ese que a Yun hizo revolver un poco las entrañas, pero que ocultó con una sonrisa ladeada.
Luego de eso habían ido a traer el cúmulo de escamas que había quedado en la cuesta junto al camino. Yun presintió de quién se trataba, pero quiso quedarse a ver hasta el final para corroborar que en efecto, se trataba de Mei y la duda lo invadió: ¿Había tratado con Mei o con un dragón desde que se la encontró desolada en el sendero antes de la montaña? En definitiva no se atrevería a preguntarle, pero se daría cuenta pronto, cuando ella despertara.
No pasó mucho tiempo para que la supuesta joven madre, despertara de aquel letargo parecido a un sueño prolongado. Ella abrió los ojos y se sobresaltó al ver al par de jóvenes que la observaban desde arriba.
Mei los desconoció en su totalidad y en ese momento Yun obtuvo la respuesta que tanto buscaba, Siu lo volteó a ver y descubrió el atisbo de... ¿decepción en su semblante?
—¿En verdad no te recuerdas de nosotros?
—Para nada —Mei se rascaba la cabeza, confundida por esas preguntas—. Lo último que recuerdo fue que iba de compras, vivo en el pueblo que está cerca de aquí.
Algo en el interior de Siu, se revolvía con molestia, no sabía por qué pero, presintió que Yun, de alguna manera deseaba que lo recordara, a lo mejor ella sí fue importante para él, pero la arquera no quiso tocar ese asunto, tragó grueso y se lo guardó al fondo de su corazón y de ahí no pretendía sacarlo.
En cuanto las cosas se restablecieron con Mei y Gao, la visión de dragones atacando Ciudad Prohibida, alertó a Siu y con angustia se dirigió hacia Yun, quien con rapidez se inclinó hacia ella.
—Tenemos que apresurarnos, o los dragones destrozarán todo cuanto puedan —murmuró Siu al oído de él. Yun frunció el ceño, cayendo en la cuenta de que ella tenía razón.
—Andando... —respondió el joven y junto a Siu indicaron a todos que se prepararan para partir.
—Suban al carruaje, por favor —pidió Siu, dirigiéndose a Mei y a Gao con un entusiasmo evidente.
—Por supuesto que sí, gracias por encaminarme —contestó Mei con el entusiasmo recíproco y subió al carruaje con ayuda de Yun.
—¿Gao? —inquirió Siu, para saber qué era lo que le ocurría a su amigo.
—No puedo, necesito ir a casa, quiero ver a mi familia, siento que he pasado siglos sin verlos. Tú sabes que no salgo de la aldea a no ser que sea algo de emergencia y pues... me encuentro en perfecto estado —Fue lo que Gao se limitó a contestar.
—Solo espero que llegues con bien, la aldea está un poco retirada —dijo con preocupación la chica arquera.
—Lo tendré. En verdad muchas gracias —Gao reverenció ante Yun y Siu, para alejarse al lado contrario del carruaje.
Siu apretó los labios con cierta impotencia, él deseaba regresar a Yumai y no lo culpaba, además, se veía bastante enérgico, porque la curación del talismán era efectiva, ni hablar de Mei, que se veía hasta radiante en su opinión.
Así, con el alma en la garganta, pidiendo al gran Buda porque el carruaje durara un poco más y no se desmoronara, Yun y Siu llegaron a los pueblos vecinos, cuidando la vida de quienes iban dentro, ya recuperados de la maldición a la que habían sido expuestos tras ser víctimas de aquellos seres monstruosos.
Por fortuna llegaron con bien, nadie reconoció a Yun, ni siquiera los curanderos ni el médico, como siempre, nadie esperaría que un príncipe anduviera por esos caminos más de una vez en la vida. Aunque, lo de las experiencias vividas por cada víctima serían demasiado sonadas muy pronto, de eso estaba totalmente seguro.
Con rapidez, Yun y Siu siguieron su trayecto, ella no dejaba de ver a los alrededores, todo pintaba normal de alguna manera, pero el semblante de la joven decía algo más. Su ceño fruncido, el constante movimiento de sus dedos y piernas la delataban, no tenía tranquilidad, Yun no pudo evitar tomar la mano de ella, quien volteó a verlo sin cambiar ni un poco su expresión; no había caricia que le brindara paz.
—Pronto llegaremos, Siu —aseguró Yun, mientras deslizaba sus dedos por todo su brazo hasta llegar a su rostro, ahí se dio el deleite de acariciar su mejilla y ella al fin sonrió.
—Solo quisiera acelerar esto, puedo ver como están atacando la ciudad, Yun y no puedo hacer nada por ellos —Ella se lamentó, dejando a Yun con el corazón en la garganta de la angustia; después de todo, aunque hubiera renunciado a ser príncipe, no dejaban de ser su familia y esa su ciudad.
Yun no pudo evitarlo y ofreció sus labios a Siu, quien dudó un poco porque él iba conduciendo. «Solo un beso más, después no habrá tiempo de nada. Será una especie de... despedida», pensó para corresponder ese beso, con esos labios que tanto anhelaba y de los que estaba sedienta.
De un momento a otro, por ir distraídos, no se dieron cuenta que algo se atravesó frente a ellos, provocando que el carruaje volcara y los caballos salieran corriendo despavoridos. El carruaje quedó embrocado a un costado del camino y el polvo rodeaba el perímetro.
Yun recobró la consciencia y vio que Siu estaba bajo las maderas, intentó moverse con dificultad, ya que él también estaba atrapado. Extendió su mano hacia el rostro de la joven y se dio cuenta que estaba respirando.
—S-siu... ¿Puedes oírme? —inquirió con desesperación. Su corazón se alegró en cuanto ella comenzó a moverse. Un hijo de sangre surcaba desde su frente hasta su cuello. La armadura lo había protegido, mas su amada no había corrido con el mismo
No hubo tiempo para reaccionar. Algo en el exterior comenzó a remover el carruaje y lo mejeaba de un lado a otro, hasta retirar la parte superior del mismo ante un desconcertado joven, que intentó ponerse de pie de inmediato para elevar la mirada y ante él ver a una chica que se le hacía conocida... ¡Pero si se trataba de Nian!
Siu comenzó a levantarse con dificultad y Yun no dudó en acercarse a ayudarle.
—Yun... Ten cuidado, ella es —Siu ya no pudo seguir hablando, porque un pequeño mareo le impidió seguir hablando; su arco cayó al sueño y Yun sostuvo a la joven en sus brazos y miró fijamente a la que por muy poco tiempo fue su prometida.
—Quería comprobar con mis propios ojos lo que ya sabía, claro está... ¿Así que la preferiste a ella y no a mí? —En cuanto vio a Siu, sus ojos se abrieron con sorpresa, porque una fuerza extraña que emanaba de ella le causaba un malestar extraño—. No pienso tener piedad.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó extrañado, aún recuperándose del trajín y con Siu aún respirando fuerte.
—Eso es lo de menos, querido, ya vi lo que quería y ahora perecerán —Ella sonrió y mientras lo hacía, su voz se agravó; ahí ante ellos, un dragón azabache que doblaba el tamaño de cualquiera que hubiera enfrentado, surgió del escuálido y delicado cuerpo de la dama.
—¡Maldición! —exclamó Yun y pronto corrió a dejar a Siu a un lugar donde pudiera reposar.
El enfrentamiento comenzó con un dragón abalanzándose hacia Yun, pero este esquivó con rapidez. La dragona rugió y siguió persiguiéndolo hasta que él comenzó a sentir el cansancio en todo su cuerpo.
«¡Diablos! Creo que es lo que quiere... Cansarme», caviló por un segundo e intentó cambiar su estrategia a una de ataque, pero la bestia feroz era demasiado rápida, tanto que pronto la perdió de vista.
Yun siguió en posición de guardia, hasta que de un punto lejano la dragona lo embistió y él dio un giro en el aire para caer de pie, pero todo pasó demasiado rápido, que cuando se dio cuenta ya iba acunado en esas grandes fauces.
El joven no podía pensar con claridad, la pestilente boca de esa criatura era lo más nauseabundo que había percibido con su nariz en sus veinte años de vida. De reojo y a lo lejos, él vio que Siu despertó de su desmayo y se sobresaltó al verlo en esa situación. Pronto ella tomó su arco y flechas para apuntar hacia ellos, pero pronto titubeó y cabizbaja bajó el arma, Yun sabía que lo hacía por él y eso le llenó de impotencia.
—¡Siu, hazlo, no te detengas por mí! —logró exclamar mientras que intentaba tomar su espada, pero los dientes de la dragona no le dejaban posibilidad para movilizarse, se sentía muy débil y sin opciones.
—No puedo... Tienes que vivir y si lanzo esa flecha, tú... —Siu tenía miedo de que aquel ataque lo afectara también a él, no podía ser posible en su mente, mucho menos en la realidad.
Luego, la criatura parecía reírse y gruñir al mismo tiempo, con toda su fuerza intentaba masticar a su presa, pero le era imposible; la armadura que Yun llevaba puesta le brindaba protección de alguna manera.
El joven volteó a ver a Siu una vez más, con su mirad le suplicaba que atacara en ese mismo instante. Ella, con sus manos temblorosas apuntó una vez más y sin pensarlo tanto, dejó ir la flecha mientras apretaba sus ojos, porque parte de ella se negaba ver morir al hombre que tanto amaba y que aún tenía que reunirse en aquella batalla junto a su familia.
Pidió a los dioses y a los espíritus de las emperatrices que lo protegieran, que aquello no le afectara y en cuestión de segundos escuchó un sonido estridente; era el grito de aquella criatura azabache.
Cuando abrió los ojos, Yun yacía inerte en el suelo, al parecer el enemigo había huido, no había otra explicación. Ella no lo dudó y corrió hacia donde él se encontraba, se quitó el pendiente y con lágrimas en los ojos intentó hacer un milagro más.
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Continuará...
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