En sueños
Si en el ocaso las cosas habían empeorado un poco más para la emperatriz y su familia, en definitiva, la madrugada había sido de perros. Nadie había pegado el ojo ni un instante. An comenzó a tener una especie de episodios de convulsiones leves que se habían ido agravando a medida que pasaba el tiempo.
An había estado balbuceando cosas ininteligibles a cada media hora; no parecían palabras siquiera. Heng tuvo que salir de la habitación, tratando de contener su pesar al ver en ese estado a su esposa ¿Por qué a ella? Si el universo quería hacerle pagar algo, ¿por qué no le ocurrió a él? El sufrimiento por el cual su amada esposa estaba pasando era inhumano, injusto y no lo merecía. Ella, que era el ser más pacífico que pudo conocer en toda su vida.
En uno de tantos aquellos episodios, An había abierto los ojos de par en par y extendía sus manos, como si quisiera alcanzar algo con ellas; luego volvió al estado en el que había estado la mayoría de tiempo. Shun había intentado hablarle a su madre, aunque sin éxito. Mientras Jin continuaba cambiando los paños fríos para bajarle la fiebre, pero cada intento por mejorar la situación solo empeoraba las cosas para An.
—Yun, hermano. Vuelve pronto con buenas noticias —imploró Shun mientras él y Jin miraban hacia el cielo falso de la habitación.
—Que el universo permita que nuestro hermano encuentre la pluma milagrosa que la salve de esta adversidad —rogó Jin, quien dirigió sus manos hacia las de su madre, las cuales estaban más frías que un bloque de hielo.
En ese mismo instante, ambos príncipes vieron un resplandor fugaz proveniente del exterior. Los dos voltearon a verse extrañados por aquel "fenómeno extraño" y Shun no pudo evitar levantarse de inmediato, secundado por Jin, y como sincronizados salieron hacia el pasillo para acercarse a la gran ventana y ver de qué se trataba, pero lo que encontraron fue a su apesadumbrado padre, viendo el momento justo en el que el sol comenzaba a salir, dando la bienvenida al nuevo día.
—Jin, pellízcame si viste lo que yo... ¡Auch! Por lo menos avisa antes —se quejó Shun mientras se sobaba el brazo.
—Tú lo pides y yo lo cumplo como buen hermano. Al menos dame las gracias porque comprobé que no estás loco y que sí, en efecto, vimos lo mismo —respondió Jin con mirada retadora.
—Ustedes dos... —se volteó Heng— ¿Creen que es hora de chistes o qué demonios les pasa, ah? No estoy para sus niñerías, ya deberían haber aprendido, ¡por los dioses!
Heng apoyó sus manos en el concreto de la gran ventana, mientras los dos jóvenes agacharon la mirada. Los ojos del emperador denotaban cansancio, tristeza y desesperación. Shun se atrevió a hablar casi en un hilo de voz.
—Padre, nos disculpamos -Shun aún miraba hacia el suelo e hizo una reverencia—. Si me permitieras explicarte...
—¡No!, hoy no estoy para ninguna explicación, sea válida o no —espetó muy molesto—. Solo quiero volver a la habitación con An, y si me van a decir algo, que sea la gran noticia de que Yun viene sano y salvo con la pluma del Fenghuang.
Heng se dio la vuelta para encaminarse de regreso al lado de su esposa, dejando a Shun con la palabra en la boca, quien solo se limitó a empuñar las manos con desconcierto. Respiró hondo y dio un paso, él estaba decidido a aclarar todo, pero la mano de Jin lo tomó por el hombro.
-¿Y ahora qué, Jin? ¿Por qué me detienes? -dijo Shun, comenzando a enojarse.
—Déjalo, hermano. Estoy seguro que él no vio lo que nosotros, si no, lo hubiera mencionado. Además, ni siquiera sabemos qué rayos fue eso. Pudo haber sido el efecto de los rayos del sol, es lo más probable —aclaró Jin a su casi fúrico hermano.
—Sí, es posible, pero... yo no creo realmente que haya sido el sol. Era mucho más luminoso —debatió Shun.
-Tienes razón. Necesito averiguar algo -concordó Jin-. Oye, cúbreme con padre -pidió a su hermano, mientras comenzaba a caminar hacia la sala principal.
—Jin, estás loco —arremedó Shun, y su hermano menor elevó la mano para despedirse de él, sin siquiera voltear a ver hacia atrás.
Shun inhaló el oxígeno matutino, recobró la calma y volvió a entrar a la habitación donde su madre luchaba por su vida y su padre lo miraba con un dejo melancólico. En silencio continuaron cuidando de An, quien comenzaba a mover sus labios de nuevo para clavar más la angustia en sus corazones.
(...)
No más la luz del alba comenzaba a tocar las montañas, Yun se había levantado para prepararse mentalmente y continuar con la tortuosa e incierta travesía que le carcomía de ansiedad e indecisión. Estaba sentado en posición para meditar, ya que lo hacía todos los días. Necesitaba estar centrado en sus ideas y en cómo resolver ese condenado acertijo que estaba más enredado que su estado de ánimo.
Mei también se había levantado casi al mismo tiempo que Yun y en ese momento revisaba a Siu, quien aún estaba profundamente dormida. Al notar que no había recaído se tranquilizó y salió de la cueva para comenzar a buscar ramitas secas.
Antes del amanecer ella y Yun habían ido a pescar al río, el cual les quedaba muy cerca. La naturaleza había sido generosa y habían podido pescar lo suficiente como para poder desayunar antes de partir cada quien, a un destino diferente, y lo más importante: no había ningún enemigo por los alrededores.
A Yun se le dificultó mucho meditar. Sus emociones se debatían debido al sueño que tuvo durante la madrugada, además no podía dejar de ver a Siu con el rabillo del ojo, quien no daba indicios de querer despertar. Pero lo que más le parecía curioso era su expresión: tenía el ceño fruncido, como si tuviera algún tipo de malestar. Además de eso, Yun logró divisar que la chica portaba un pendiente de jade que se había salido de su escote y brillaba con la luz tenue del sol.
«¿Se tratará de un pendiente del Fenghuang?»
—Joven Yun -Mei sacó al príncipe de sus cavilaciones-. Al parecer ya terminó su meditación. Ya limpié los pescados y tendremos un nutritivo desayuno.
—Mei... ¿Puedo preguntar, por qué me ha llamado por mi nombre? —La joven madre se sobresaltó al escuchar la pregunta.
—Ah, es que... —ella tardó un momento en responder—. La jovencita Siu lo mencionó ¿No estaba despierto? Creí que había escuchado lo que nos quedamos hablando -aclaró con un dejo de nerviosismo.
—No... —Yun sonrió de lado—. Mi sueño suele ser muy pesado una vez lo concilio. No hay problema con que sepa mi nombre. Solo era mera curiosidad.
—A mí me alegra saber el nombre de la persona que me ha ayudado tanto —afirmó Mei con una sonrisa y Yun no sabía cómo reaccionar—. Ahora si me disculpa, comenzaré a asar los pescados.
—Yo le ayudaré —Yun se levantó y juntos prepararon el desayuno.
Cuando Siu abrió los ojos el olor a pescado asado invadió su nariz. Se sentía pesada, pero sabía perfectamente que se debía al desvelo, ya que ella no solía desvelarse. Casi como un resorte se sentó y Yun se sobresaltó al ver lo rápido que se había levantado.
—Buenos días —saludó Siu a su par de compañeros.
—Buenos días jovencita Siu —contestó la alegre Mei.
—Buenos días, Siu —musitó Yun con suavidad, sin apartar la mirada de su desayuno.
—Vaya, eso huele delicioso —elogió la chica arquera mientras se incorporaba al lado de ellos dos.
—Al parecer ya te has recuperado del todo —mencionó Mei, extendiéndole a Siu un pescado sobre una hoja previamente lavada.
-Por supuesto -Siu inclinó su cabeza en agradecimiento-, mi cuerpo tiene la cualidad de cicatrizar rápido -mencionó sonriente, para dar la primera mordida a su pescado.
A Yun le pareció que era una cualidad muy extraordinaria. Aquel hombre corpulento la había estrangulado, eso no fue nada sencillo, sin embargo, allí estaba ella recuperada en su totalidad y sin indicios de golpes ni heridas. Por más sorprendido que estuviera, le alegraba sobremanera que ella estuviera bien. No era una broma cuando ella le dijo que sabía apañárselas sola en la vida.
—Me alegra que estés bien —respondió Yun, mirando a Siu con gesto serio.
—Gracias, porque sé que tú me ayudaste, al igual que Mei —respondió con una sonrisa amplia y Yun apartó la mirada para seguir comiendo.
Mei notó la tensión de los dos jóvenes, pero no intervino, solo se concentró en comer.
—Por cierto, chicos —mencionó Siu— ¿Qué tal pasaron la madrugada, todo bien?
—Bueno, yo tuve pesadillas —dijo Mei—. Soñé que encontraba a mis hijos, pero sin vida... -Mei no pudo evitar bajar la mirada con angustia.
—Mis padres me han dicho que, soñar con muerte significa vida —respondió Siu.
—Creo que lo he escuchado, aun así, esa pesadilla me hizo pasar un muy mal rato —confesó Mei para voltear a ver a Yun- ¿Qué hay de usted, joven Yun?
—Pues... De hecho, no soñé nada importante como para comentar —comentó con un dejo de indecisión.
Pero claro que su sueño lo había inquietado un poco, a decir verdad, porque había soñado ni más ni menos que con su querida madre. En su sueño todo estaba en oscuridad, pero podía verla a ella con claridad: estaba sentada sobre sus rodillas, pero luego se puso de pie. Ella vestía un elegante mianfu de color negro.
En la parte de la falda tenía bordado un dragón dorado y en cada una de las largas mangas tenía bordada un ave de cola larga y de cuello esbelto ¿Sería ese el Fenghuang? Era parecido a las imágenes de las capillas del palacio, e incluso al del colgante de jade que Siu llevaba puesto y que, al no más despertar, había ocultado debajo del escote de su quipao.
Pero lo más impresionante era ver cómo su madre parecía hablar hacia las alturas y de pronto allí sobre ella había descendido un ave reluciente y magnífica. No sabía si de verdad ella estuviera hablando con el mismísimo Fenghuang, pero solo se trataba de un sueño.
Ojalá esa ave se le presentara de aquella espléndida forma a él y le dejara tomar una pluma; Yun no pedía más en la vida. Sin duda aquel sueño fue de lo más extraño, pero debía ser realista solo era eso... un sueño. La realidad era otra.
—Yo sí que soñé algo muy extraño —dijo Siu, ya casi acabando su desayuno.
—Lo sabía -dijo Mei—. Te removías mucho y hacías caras -puntualizó para esperar el relato del sueño de la chica.
Tanto Yun como Mei estaban a la expectativa. Siu entreabrió la boca para comenzar a contar, pero enfrente de la cueva dos bultos se habían asomado, lo cual hizo levantarse a Yun en un tris y ponerse en guardia. Mei y Siu también se pusieron de pie, pero lo que vieron hizo que el príncipe bajara la guardia y la chica arquera quedara boquiabierta.
—¿Padres?
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Continuará
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¡Hello! Aquí vengo con otro capítulo de esta novela oriental.
La Emperatriz solo empeora y en el palacio no saben que hacer :(
Yun sigue apurado, el tiempo es crítico y encima no deja de preocuparse por Siu y ese pendiente ha llamado su atención.
¡Los padres de ella la han llegado a buscar! ¿Qué hacen allí? Averígualo en el siguiente capítulo.
¡Gracias por leer! :3
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