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El poder del monumento

La tarde gris aún se hacía presente en Ciudad Prohibida, pero para el príncipe Jin Qing y las tropas de su padre Heng, la batalla había terminado de manera satisfactoria, dentro de lo que podía caber tal concepto, ya que muchas vidas se habían perdido, dejando a su paso niños huérfanos, viudas e incluso una familia completa aniquilada; eso sin mencionar que su amiga Lin y muchos otros habían desaparecido y no se tenía información sobre el paradero de ellos.

Aquellos enemigos eran numerosos, pero las tropas de la Ciudad Prohibida habían sometido al bando enemigo, a pesar de que les llevaba ventaja en número. Las personas desde los refugios murmuraban atemorizados, sobre el hecho de si aún Ciudad Prohibida podría seguir siendo el hogar seguro en el que habían vivido alguna vez, antes de que su querida Emperatriz cayera en cama y de aquella terrible guerra.

Jin, quien tenía heridas severas por todo el cuerpo y un evidente agotamiento mental y físico, se tomó el tiempo necesario para revisar los escombros, y pasó mucho tiempo junto a las tropas verificando si aún había sobrevivientes a los cuales rescatar.

Tras haber hurgado cada casa, cada edificio y callejón, el príncipe mediano decidió que lo mejor era partir hacia los refugios para brindar comida y abrigo. Aun jadeando por la batalla reciente, Jin elevó su mirada hacia el cielo y se dio cuenta de que ya eran las cinco de la tarde. Aquella revelación lo hizo caer de rodillas.

«Por Buda... —dijo Jin para sus adentros mientras apretaba los puños—. El ocaso está por llegar. Yun...».

Una punzada de dolor emocional lastimó el pecho de Jin. Su intuición le decía que su hermano no lo había logrado y aquella guerra idiota solo había desviado su atención ¿Estaría vivo o muerto? Era algo que no tenía respuesta. A lo mejor él hubiera podido ir en busca de su hermano, cuando aún había tiempo. Pero de algo estaba seguro... Los hubieras no existían en ningún contexto.

Cuando el joven príncipe se vio solo con sus pensamientos caóticos, derramó unas cuantas lágrimas de rabia, tristeza e impotencia, todo junto. Fueron cinco minutos, pero el dolor definitivamente se sentía eterno. Luego de eso se levantó y secó sus lágrimas. Su padre le había enseñado a llorar sus penas en soledad, así que para él era una costumbre.

Jin no pudo emitir otro pensamiento, ya que una mano se posó sobre su hombro. Él reconocía aquel delicado tacto, pero tuvo que voltearse para asegurarse de no estar equivocado.

—L-lin... —musitó en cuanto se encontró con aquel rostro de ángel sonriéndole y con ello llevándose sus penas por un segundo.

—Jin... estuve escondida entre unos escombros, porque no alcancé a ir al refugio. Por un momento pensé que me encontrarían —dijo angustiada la chica de cabello liso y corto, muy enredado debido a la suciedad.

El príncipe se limitó a callar y no pudo resistirlo más; la abrazó con fuerza y delicadeza al mismo tiempo. La chica estaba golpeada y sucia, pero para Jin lo importante era haberla encontrado a salvo. Al fin una alegría entre tanta catástrofe.

Jin se separó de Lin, le acarició la mejilla con el dorso de la mano y ambos se sonrieron.

—Vamos, te acompañaré al refugio —demandó Jin mientras pasaba su brazo por los hombros de la chica, y caminaba junto a ella sin importarle nada más. Aunque sabía que debía cuidar sus actos para que no hablaran mal de ella. Sabía cómo era la sociedad, más siendo él un príncipe.

La chica lo volteó a ver el rostro de Jin y agrandó sus avellanados ojos.

—Jin, acaso... ¿estuviste llorando? —inquirió con mucha curiosidad—. No me digas que... se trata de tu...

—No... —respondió sin voltear a verla—. Mi madre aún vive, el ocaso no ha llegado todavía. Aún hay esperanzas para salvarla.

—¿El ocaso? —cuestionó un poco descolocada.

Jin se dio una cachetada mental. Era obvio que ella le haría aquella pregunta.

—Olvídalo, no me hagas caso —Jin rió por lo bajo y siguió caminando.

Ella no tenía ni idea, tampoco era como si él debiera hablar de los secretos de la familia. En cuanto llegaron a donde estaba más poblado, él retiró su brazo para caminar junto a ella de manera normal.

—¡Alteza, Jin! —Uno de los soldados corrió hacia él con euforia e hizo una solemne reverencia—. Por todos los dioses, ya nos tenía preocupados, creímos que usted...

El hombre se quedó con la palabra en la boca y la mirada fija hacia algo detrás del príncipe; con la misma su barbilla comenzó a temblar.

—Tao, pero... ¿qué demonios te ocurre? —inquirió extrañado por la conducta del soldado, pero cuando volteó a ver junto con Lin, él también tembló de miedo.

—¿Q-qué es... eso? —musitó Lin con el miedo a flor de piel y apretó el hombro de Jin.

El príncipe se colocó delante de Lin para protegerla y se dispuso a responder:

—No sé qué es eso, pero mejor entra al refugio. —Lin quedó paralizada— ¡Ahora, Lin! —exclamó, para que ella despabilara. Jin sacó su espada enrojecida por la batalla anterior.

—Ten cuidado, por favor —Lin lo abrazó por la espalda, acto que aceleró el corazón del príncipe por un par de segundos. Ella obedeció y entró a donde la gente estaba albergada.

El refugio cerró sus puertas. Aquel monstruo, que estaba frente a él y que todos juraban era un dragón genuino, atemorizó a todos, incluyendo a Jin, pero no era momento para temer. A su exclamación, todos se lanzaron al ataque.

(...)

Las sombras se hicieron presentes ante el príncipe Yun Qing y su compañera Siu Wu, y tal cosa no era a causa de la llegada del ocaso, sino de algo aterrador:

Dos enormes criaturas habían ennegrecido la luz de lo que quedaba del día con sus dimensiones altas y esbeltas de color azabache brillante, con cabellos rubios desde la coronilla de su cabeza, pasando por toda la espalda hasta llegar a la cola, además de poseer un par de bigotes dorados, casi tan delgados como fideos.

Aquel par de dragones se movían como si se estuvieran desperezando y allí parados en cuatro patas se movían de manera serpenteante y se sacudían cual perros, aunque ni de lejos tendrían parecido a aquellos animales fieles al hombre.

Yun no cabía en su perplejidad, sus piernas temblaban aunque intentara guardar la compostura, pero eso no le impidió tomar una posición de combate y levantar su daga hacia las bestias.

«Si muero aquí, lo haré con honor. Siempre con la frente en alto, como dijo mi padre una vez. Daré todo de mí...», pensó y volteó a ver a Siu; sus ojos se abrieron más cuando divisó que ella, allí, en medio de aquel charco de sangre aún estaba con vida.

Un estridente rugido hizo que Yun se tambaleara hacia un lado mientras tapaba sus oídos. La ira una vez más revivió en el pecho de Yun y una vez más su aura de poder se visualizó. Eso era exactamente lo que necesitaba: enojarse para que su poder emergiera.

Las venas de Yun se llenaron de adrenalina pura al sentir el poder surgir desde su interior. Sonrió de manera socarrona y empuñó de nuevo su daga hacia ellos, para hacerles saber quien era él.

Los rugidos en un tono más leve se hicieron presentes, pero luego de eso, Yun se dio cuenta de que aquel sonido más bien era una carcajada y su espina dorsal emanó un escalofrío.

El adolorido príncipe debía aceptar que le temía a aquellos seres, pero lo que más le atemorizó en ese momento, fue cómo el olor de la sangre de Siu los había atraído a ella y pronto se acercaron para olfatearla con curiosidad y posiblemente con intenciones de comérsela.

—¡Vengan aquí, malditas bestias! ¿Me quieren? —Yun elevó sus dos manos— ¡Aquí estoy! ¿A qué esperan, adefesios con patas?

Yun terminó de decir aquella frase, y solo pudo sentir un zarpazo que lo mandó casi a volar, pero con la misma tomó postura a pesar del dolor y deslizó sus manos y pies para amortiguar alguna trágica caída. Aquel poder que yacía dentro de él lo hacía sentir como una pluma y a la vez como un ágil pez en el agua.

Una vez se puso en pie, Yun se dio cuenta de que ya tenía casi encima de él al par de dragones. Intentó correr, pero fue inútil, uno de aquellos fieros animales lo tomó como si fuese un muñeco de trapo y lo elevó al nivel de su hocico.

El príncipe, que tenía amoratada una mejilla y el rostro empapado de sudor, intentaba zafarse del agarre con todas sus fuerzas, y aunque casi abrió por completo la garra del dragón para escapar, este volvió a cerrarla ocasionando que Yun perdiera mucho aire y con ello le costara respirar.

Siu, que aún se encontraba consciente, a pesar de que se sintiera mareada, débil y adolorida, no había dejado de pensar cómo ayudar a su amigo y tampoco quitaba su mirada del monumento mientras imploraba que hubiera una salida para toda esa tragedia.

Entre sus delirios, la joven comenzó a escuchar una voz femenina, tan dulce como el de un ruiseñor y tan cálida como los rayos de sol en verano. Por un instante, en el que la escuchó, una paz interna la invadió de pies a cabeza. Pero había algo más: por alguna razón lo que escuchaba como un débil sonido, pronto se materializó en palabras.

«El monumento... el Fenghuang», hablaba en su mente como si de un mantra se tratara, para luego desaparecer de la misma manera en que había llegado.

Los ojos color marrón claro de Siu escrutaron toda aquella imponente imagen del Fenghuang y sobre todo la postura en la que este estaba. Abajo era una piedra tallada como si fuese una plataforma cuadrada, en donde el ave tenía posado una pata. Su otra pata la tenía levantada hacia el frente que estaba sobre una gran flor; justo allí en ese lugar, a los ojos de ella, la estatua del ave parecía sostener algo con su garra, pero... ¿de qué se trataba?

«No es tiempo para darse por vencida», se dijo Siu y en ese momento se puso de pie, con sus piernas temblorosas y se tambaleó un poco, pero al fin pudo sostenerse, lo cual agradeció sobremanera.

Siu se reclinó en la piedra del monumento con la respiración entrecortada y la vista nublando su conciencia. Ella despabiló y volteó a ver cómo Yun estaba siendo aplastado por las garras de uno de los dragones; su corazón se aceleró en desesperación y volvió su vista hacia arriba, donde divisó el espacio con forma de gota que había en la pata del Fenghuang de piedra.

La joven se llevó una mano hacia su pecho y tocó el pendiente que tenía colgado. Su tacto se lo dijo todo: ambos coincidían en forma. Solo debía ver si coincidía nen tamaño.

«¿Y si... mi pendiente es la respuesta?», pensó esperanzada y con el corazón a mil.

Un quejido de dolor de Yun la llenó de desesperación y se apresuró a arrancar el pendiente de su cuello. Tomó aquel objeto y extendió su temblorosa mano hasta la pata del Fenghuang, implorando que aquello funcionara.

El dije encajaba a la perfección e inmediatamente se tornó de un color rojo intenso, seguido de una luz que se disparó hacia el cielo. Siu quedó atónita ante aquello, pero sus piernas flaquearon una vez más, su vista se nubló y cayó desmayada.

Por su parte, Yun, que yacía tirado en el suelo –tan malherido como Siu–, sintió cómo los golpes que le propinaban aquellas bestias ya no representaban ningún daño letal. Se sintió un poco revitalizado en energías y cayó en la cuenta de que una armadura de metal color carmín cubría toda su anatomía.

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Continuará

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¡Hola, aquí con un nuevo capítulo de "Ocaso en Ciudad Prohibida"! El monumento sí tiene poderes inusuales y Siu lo descubrió justo a tiempo ¿Podrán salir de esta? Descúbrelo en el próximo capítulo n.n

¡Gracias por leer! :3

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