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El inicio de una nueva guerra

Los murmullos eran cada vez más audibles y el temor de que aquellos dos hombres se despedazaran vivos, incrementaba a cada segundo y lo que habían comenzado parecía que no se iba a detener, al menos no pronto. Nadie tenía una mínima idea de lo que había provocado tal disputa entre los dos príncipes, por lo mismo, todos sacaban deducciones erróneas del asunto.

Los sirvientes con más experiencia en el palacio decían con sorpresa que eso jamás había ocurrido; estaban estupefactos, ya que, según lo que afirmaban ellos siempre se habían llevado muy bien, desde que eran un par de criaturas inocentes que corrían tras las faldas de la Emperatriz.

Mientras tanto los demás, que no eran tan antiguos trabajando para la familia Qing, concordaban con los antiguos, no había manera de creer que eso estaba ocurriendo. Ellos siempre se habían comportado como gente correcta y pacífica ¡Aquello era el escándalo del momento!

—A todo esto... ¿Dónde está el Emperador? —preguntaba una sirviente que se balanceaba de un lado a otro con angustia.

—¿Y las prometidas? Tampoco se ven por ningún lado! —se quejó otra chica—. Si nadie interviene juro que se matarán.

Los espadazos iban, venían, subían y bajaban alrededor de los dos príncipes. El heredero, Shun, llevaba menos ventaja, ya que el mediano se había fajado un mes entero de entrenamiento junto a su hermano Yun, razón por la que sus músculos estaban más fortalecidos, a diferencia del mayor, quien estuvo todo ese tiempo más enfocado en asuntos del palacio que no requerían entrenamiento físico.

No pasó mucho tiempo para que las personas de Ciudad Prohibida se enteraran y el caos comenzó a desatarse de manera paulatina; su amado príncipe mediano estaba en peligro, no se detuvieron a analizar quien llevaba la ventaja o no, solo se preocuparon en extremo por él, era como si fuera el centro de su universo.

—¿Qué... Ya tuviste suficiente? Porque yo solo estoy comenzando —mascullaba Jin ante un exhausto Shun, quien no respondió.

Shun ya no tenía deseos de entablar conversación, no después de que lo intentara y su hermano hiciera oídos sordos por defender su errónea causa. Solo se dedicó a tomar aire y a abalanzarse una vez más contra Jin, quien detuvo en seco aquel espadazo, pero no contaba con que su hermano diera un giro más y utilizara toda su fuerza para pasar cortando la cadera del mediano, que soltó un quejido de dolor.

Jin se tambaleó, ya que a pesar de que intentó evadir el repentino ataque de Shun, vaya que le había propinado un corte bastante profundo. Eso solo encendió más en ira al príncipe mediano y así continuaron esgrimendo y cortando el aire con cada ataque y algo más.

Las pequeñas cortadas que se estaban propinando, no eran tan inofensivas, porque con cada movimiento las perlas rubíes de sangre y sudor caían tintineantes al suelo y formaban figuras variadas en el concreto, mientras que los dos hermanos parecían danzar alguna coreografía ensayada.

A esas horas, el tumulto de ciudadanos ya se habían subido por el muro de concreto y habían pasado el puente, los guardias intentaban poner orden, pero ellos también estaban bastante distraídos con el altercado de los príncipes y la gente era demasiada, tanto así que un buen grupo ya se había colado y comenzaron a animar al príncipe Jin.

Ambos príncipes parecían elevarse por los aires cada vez que contraatacaban, como si en sus habilidades también estuviera la de volar. Verlos era presenciar la adrenalina pura de un espectáculo, pero la realidad era que ambos hombres exponían su vida a cada segundo.

Los dos saltaron y chocaron espadas para levantar el viento arremolinado alrededor de ellos. Los cabellos cortos de Jin se revolvían y los sueltos de Shun parecían danzar como serpientes que saludaban a todos los que presenciaban el enfrentamiento.

—¡Príncipe Jin! —gritaban en conjunto, como si se hubiesen puesto de acuerdo.

Aquello llegaba a los oídos de Shun, y solo aumentaba más su ira, que parecía no tener límite. Eso solo provocó que sus ataques fueran más violentos hacia su hermano que le estaba quitando cualquier chance de hacer méritos con el pueblo, a su parecer, no podía razonar en esos momentos, era lo que sentía.

Uno, dos y tres espadazos con la fuerza suficiente bastaron para que Jin perdiera el equilibrio y cayera de espaldas, mientras su espada había caído lejos de él. El príncipe mediano intentó levantarse para ir por su espada, pero a tiempo Shun, cegado por la ira y la adrenalina, no dudó en correr hacia él con evidentes intenciones de darle la estocada final.

—¡Alto! —gritó el Emperador, lo cual hizo que los ojos de Shun volvieran a la normalidad y se diera cuenta de que ya había clavado la espada en el hombro de Jin, quien solo fruncía el rostro de dolor.

El razonamiento llegó a todos los sentidos del príncipe heredero y con angustia, Shun tomó el mango de la espada para retirarlo de un tirón que hizo gritar de dolor a Jin.

—¡¿Pero qué es lo que pretenden hacer ustedes dos?! —Heng llegó hasta donde estaban sus dos hijos y se horrorizó de la cantidad de sangre que emanaba de la herida de Jin. Se llevó las manos al rostro con impotencia y los guardias comenzaron a rodear el perímetro de la familia Qing.

Pronto las personas abucheaban al príncipe heredero y este solo intentaba ignorar lo que estaba ocurriendo, aunque sabía que había ganado lo contrario a lo que en verdad anhelaba; con toda la vergüenza del mundo ofreció su mano para ayudar a Jin a levantarse, pero este lo seguía viendo con desprecio y esperó a que un par de curanderos llegaran a atender esa herida y las de él también.

—Me van a decir de qué se trata todo esto, ¡ahora! —ordenó Heng con el ceño fruncido.

A tiempo y de manera casual, llegaron las tres damas por las que todo el mundo estaban preguntando. Wen, Anong y Nian se acercaron con rostros de preocupación y comenzaron a sollozar ante lo que había ocurrido, cubrían sus rostros con sus manos o abanicos, y Heng solo les dedicó una mirada incrédula, después de lo que había escuchado era más que suficiente para echarlas de allí de inmediato.

—Padre... Es que Jin me hizo falsas acusaciones y no quiso creerme —volteó a ver a Anong—. Prefirió escuchar a esta calumniadora.

—¿Qué? ¿Yo, calumniadora? Me ofendes, no sé de qué estas hablando —Anong se cruzó de brazos y volteó a ver a otro lado.

—Tú sabes que yo solo quería... —Shun bajó la voz para continuar hablando—. Ganarme el afecto del pueblo, nunca dije que yo alejaría a Jin de ellos. Y es el mensaje que esta calumniadora le ha hecho llegar.

—¡No es verdad! Su alteza, está mintiendo —dijo Anong en una súplica.

Wen seguía al lado de Shun y se llevó la mano al rostro de la angustia. Nian no mostraba un mínimo de preocupación por nada, parecía una estatua viviente.

—¡No quiero escuchar nada más! —espetó Heng elevando la mano temblorosa al nivel de su rostro—. Lo único que sé, es que los compromisos quedan anulados desde hoy. Es mi decisión y los detalles vamos a discutirlos en privado, lo digo ante todos estos testigos.

Shun se sobresaltó al escuchar esa noticia y volteó a ver a Wen, quien tenía sus ojos llorosos. Esa noticia había sido algo que nadie se esperaba, incluso Anong se había sorprendido y volteó a ver a sus compañeras, que ya la estaban viendo con ojos de odio.

—Su majestad... disculpe, pero sí queremos una explicación —dijo Wen en una súplica mientras su barbilla temblaba al intentar contener su afección emocional.

—No voy a hablar eso con ustedes, así que pueden retirarse a la sala principal. Hay otra cosa que tengo que discutir con ustedes dos, hijos —habló Heng con frialdad para luego dirigirse a todos los que estaban ahí presentes— ¡La función acabó, todos se van ahora!

—Pero... ¡Alteza! —siguió insistiendo Wen, quien solo pudo ver la espalda del emperador y las lágrimas surcaron sus mejillas.

Los guardias se pusieron en la tarea de sacar a la gente, que seguía preguntando por Jin y aclamándolo a él. Mientras tanto los curanderos ayudaron a Jin a levantarse y lo encaminaban hasta dentro del palacio junto con su espada, Shun también estaba siendo escoltado por algunos sirvientes y él no se había despegado de su arma.

—¡No lo aceptamos! —gritaron Anong y Nian.

Ese sonido de sus voces hizo que los Qing voltearan a ver con extrañeza, porque aquellas sonaban más grave de lo normal y hasta guturales, tanto que provocaron unos escalofríos en el emperador y los príncipes.

Cuando se dieron cuenta, el cielo de la mañana, que era despejado y celeste se había oscurecido. Unas sombras parecían rodear todo el palacio, la tierra tembló y de entre los muros ahí frente a todos, comenzaron a emerger aquellos temibles dragones, esos que ya no esperaban ver nunca más, pero que encima de todo eran más numerosos que antes.

Shun volteó a ver a la dragona en que se había convertido su amada Wen. Su corazón parecía repiquetear tan fuerte y dolorosamente, que le costaba reaccionar. La mirada de Jin, en cambio, parecía de odio puro.

—¡Armada, lista ahora! —gritó Heng para congregar a sus combatientes y se dirigió a sus hijos con la mirada—. No hay alternativa, esta vez tendremos que pelear con todo. Esta es la guerra —aseguró, mientras los sirvientes le colocaban su vieja armadura, esa que solo una vez había utilizado en su vida

Jin y Shun asintieron y se vieron con consideración, ya no se sentían enojados entre sí.

Los dos mandaron a traer sus respectivas armaduras y mientras veían detenidamente como sus ex prometidas los miraban con odio y sus ojos se encendían como los de aquellos dragones que ya comenzaban a acechar a Ciudad Prohibida. Así con las heridas a flor de piel, estaban decididos a pelear.

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Continuará...

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