Día gris en Ciudad Prohibida
A pesar de que el amanecer había sido resplandeciente; a eso de las 8:00 un cúmulo de nubes grises había cubierto el manto celeste. Ahora el pueblo de Ciudad Prohibida reflejaba el verdadero estado de ánimo que rondaba por todo el reino y su gente.
Dentro de las paredes de Ciudad Prohibida, las cuales solo estaban destinadas al emperador, sus cortesanos y sus sirvientes, los episodios de convulsiones de An habían cesado, al menos por el momento, y los curanderos del palacio se habían quedado al cuidado de ella, mientras Heng y Shun se devolvían a la capilla para orar por enésima vez.
—¿Y tu hermano? —inquirió el emperador con tono seco.
—Eh, él está... —A Shun no se le ocurría nada en ese preciso momento, además odiaba mentirle a su padre, nunca lo había podido hacer y prefería decirle siempre la verdad. Así que, aquello era lo único que había salido de sus labios.
—No me digas... —dijo Heng con cierta seguridad, sin detener sus pasos rumbo a la capilla—. Ese terco ha salido otra vez del palacio.
—Algo así, la verdad no lo sé, padre —respondió Shun, encogiéndose de hombros, ya que, ni siquiera había mencionado a dónde iría exactamente.
Heng no hizo ningún otro comentario, solo se limitó a negar con la cabeza.
Todo el mundo estaba en sus ocupaciones, como para ver a un individuo, que portaba vestimenta de vasallo, salir por el lado de la servidumbre. En otros tiempos nadie podía salir sin autorización justificada; pero justo aquel no era el momento para pensar en que un hombre saliera al pueblo.
En cuanto él salió hacia las calles adoquinadas, pudo notar cierta tensión por los alrededores, y no solo se trataba del clima; la gente parecía opacada y hasta de mal humor. En menos de lo que se dio cuenta, unos jovencitos pasaron corriendo junto a él y uno de ellos empujó su sombrero coolie, como si una ráfaga de viento traviesa lo hubiera hecho, pero no... aquella horda de vándalos andaba más inquieta que si tuvieran hormigas rojas en el trasero.
«¡Mocosos infelices! —pensó con el ceño fruncido—. Algo percibo en el ambiente, y no es precisamente bueno ¿Será que aquel resplandor era infernal, o ya me estaré volviendo un loco paranoico?».
El joven recogió su sombrero coolie y le sacudió de la tierra que pudiera haber tenido. Mientras estaba en esas, un grupo de hombres que jalaban una carreta llena de fruta, se acercó a él con cierto entusiasmo al haberlo reconocido.
—Joven Jin, alteza —dijo uno de ellos, mientras los cinco hombres hacían una leve y discreta reverencia.
—¡Shhh, muchachos! —exclamó Jin en un susurro mientras agitaba sus manos para intentar detener sus acciones—. No hagan bulla, hoy vine de incógnito por si no se han dado cuenta.
Todos abrieron sus ojos como platos. Les costaba adivinar cuándo el príncipe andaba de incógnito o de manera pública, ya que él siempre vestía con ropas de vasallo o sirviente, ya sea que anduviera solo o escoltado por los consejeros y peones del Emperador para hacer entregas y ayudas para los pueblerinos, ya que, esa era la labor que le había conferido ya desde hace dos años.
Los hombres no supieron cómo actuar y comenzaron a intentar actuar "normal", pero aquello de fingir no parecía ser el fuerte de los trabajadores. Algunos caminaron para un lado, otros para otro, y uno se había tropezado de manera torpe. Entre todos se alegaban y así se alejaron para seguir con sus propios asuntos.
Jin negó con la cabeza, se rió con discreción ante la conducta de aquellos a los que consideraba buenos amigos y rápido se colocó su sombrero de vuelta para seguir con su camino, ya que le preocupaba todo el entorno sobremanera.
Se recostó en un poste alejado, en donde podía tener una mejor vista del pueblo de Ciudad Prohibida; mientras sacaba de su bolsillo un cigarrillo y lo encendía de manera casual. En el palacio no podía hacer aquello y menos en la presencia de su padre; sería capaz de mandarlo a degollar antes de que lo viera con semejante mala costumbre.
A tiempo, Jin analizaba el comportamiento de aquellos hombres trabajadores. En definitiva, con él, ellos se habían comportado amables, pero entre ellos la cosa era diferente; se gritaban y echaban cosas en cara. Pudo observar todo mientras los veía marcharse.
«Esto no es normal, no aquí. La gente siempre se ha tratado con respeto en Ciudad prohibida», pensó, mientras exhalaba y veía elevarse el humo de su cigarrillo, tan gris como esas nubes que tapaban la luz del sol.
Un grito sacó a Jin de su ensimismamiento y de inmediato apagó en la pared lo que quedaba de su cigarrillo, para salir corriendo hacia donde se dirigía más gente, en dirección de aquel estridente sonido. Se mezcló entre la gente y logró llegar justo delante de donde se comenzaba a formar el círculo de muchedumbre.
—¿Y ustedes qué miran, bola de ineptos? ¡Métanse en sus asuntos! —Se lograba escuchar la voz iracunda de un hombre. Eso provocó que Jin se hiciera paso entre la gente más rápido aún.
Sus ojos se abrieron como platos cuando vio cómo un hombre traía arrastrada del cabello a una mujer. Él saltó de inmediato y le golpeó el brazo para que la soltara; ni siquiera preguntó cuál era el conflicto, su deseo de parar aquel espectáculo era más. Si algo le enervaba era el maltrato y las injusticias.
La mujer sollozaba y se cubría el rostro; lo peor de todo es que, todos la conocían allí. Realmente se sentía expuesta ante aquella multitud. Mientras el hombre se sobó el brazo, para luego tomar a Jin por la camisa y levantarlo, ya que se trataba de Shin, el vendedor de verduras del pueblo, quien también tenía conocimiento de artes marciales.
—¡Tú, zángano malnacido, te vas a arrepentir de haber metido tu narizota en esto! —amenazó el señor Shin, levantando su gran puño.
Jin actuó de inmediato y golpeó con sus rodillas el abdomen del hombre, quien soltó un pequeño quejido, pero no lo soltó, a pesar de que era evidente el dolor que le había provocado. Eso solo enfureció más al grandulón, quien golpeó a Jin en la cara, acto que hizo volar al suelo su sombrero coolie; le había reventado el labio y la sangre escurrió hasta el mentón. Toda la gente que estaba viendo de cerca lanzó un grito estremecedor al ver la identidad del príncipe.
—¡El príncipe! ¡Alteza, Jin! ¡Su majestad! —Se escuchaba la voz de la gente entre murmullos y exclamaciones.
En cuanto el señor Shin rió victorioso y vio el rostro de Jin, sus gestos se tensaron con nerviosismo al darse cuenta de a quién acababa de golpear. Lo bajó de inmediato, pero el daño ya estaba hecho. Las personas se inclinaron y otras se acercaron a querer asistirlo.
—¡Su majestad, perdóneme! ¡Yo... no tenía idea! Piedad, le imploro. —El señor Shin yacía agazapado en el suelo, a los pies del príncipe, a quien le habían pasado un paño para colocarse en el labio roto. La gente no dejaba de murmurar.
—Contéstame algo —esbozó Jin mirándolo con desconcierto— ¿Por qué tratas así a tu esposa?
—Señor... son cosas personales, no tienen importancia. Se lo juro —respondió el señor Shin.
—Personal... —dijo Jin entre dientes, mientras volteaba a ver a la pobre señora Shui.
Jin apretó los labios de impotencia y se inclinó para tomar de la camisa al hombre. Logró que se pusiera de pie y lo jaló hacia donde yacía su mujer echa una bolita de dolor y vergüenza.
—A quien tienes que pedir perdón es a ella —Lo empujó y cayó de rodillas frente a ella—. Aquí no hay nada personal —prosiguió Jin—. Tú lo has hecho público y humillaste a esta pobre mujer. Ahora le pedirás perdón en público o yo tomaré medidas drásticas.
Jin pudo ver cómo el labio del hombre y sus manos temblaban, y su miraba pasaba de verla a ella con enojo, a verlo a él con miedo. Tenía el orgullo más fuerte que cualquier otra cosa. La mujer lo miraba con un dejo de expectación y miedo a la vez.
Al fin, después de varios minutos el hombre colaboró. Se disculpó entre dientes y Jin le ordenó que la levantara del suelo. La pareja de vendedores entró a su negocio y la gente comenzó a dispersarse. Dentro de la carpa del señor Shin, se oían fuertes discusiones entre los dos cónyuges y un par de golpazos; la violencia había continuado ahora en privado. El príncipe negó con la cabeza, pero ya no pensaba entrometerse.
Cuando Jin pensó que las cosas estaban volviendo a la "normalidad" y se disponía a regresar al palacio, el grito de una muchedumbre lo alertó a él y a la demás gente, que salió corriendo a otro lugar. Esto a él le enfurecía, porque la mayoría de personas solo iba para chismosear, no porque en realidad quisieran ayudar en algo.
—Alteza, Jin —intervino una ancianita muy angustiada— ¡Necesitamos ayuda, por favor!
Lo que Jin vio no podía creerlo: una horda de hombres jóvenes venía armada y estaba atacando a las personas que se encontraran en el camino. También destruían los puestos de los vendedores y lo más alarmante... Ya habían dejado muchos heridos por las calles ¿Quiénes eran? ¿Qué querían exactamente? Aquellas incógnitas se opacaban con lo que realmente importaba, lo cual era, detenerlos de manera drástica.
«Sabía que algo andaba mal, pero esto es grave. Lo que nos faltaba para terminar de añadir desgracias. Necesitamos refuerzos ahora», pensó Jin, mientras corría de regreso al palacio.
-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-
Continuará...
-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-
Hola, vuelvo con un nuevo capítulo y algo mucho peor se avecina en Ciudad Prohibida. Pronto se sabrá qué es...
¡Gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro