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Devastadora pelea

Jin no había perdido el tiempo desde que notó indispuestos a sus familiares. Se había enojado por una fracción de segundo; luego despabiló y comprendió que tenían razón de haber actuado así. Fue impertinente, maleducado y además su madre acaparaba toda la atención de ellos, incluso de él mismo, y estaba más que seguro que la recaída de su madre An, tenía que ver con el estado del pueblo, aunque la idea sonara disparatada en su mente y más si lo decía a viva voz.

Se convenció que, en él recaería tal altercado de las personas y su bienestar. Algo había que hacer por el pueblo, ya después preguntaría qué pasó para saber el trasfondo de todo. Sin importarle nada más en el momento se dirigió hacia el líder de las tropas de su padre. También convocó al líder de la enfermería que tenía el palacio; esto le costó, porque todos estaban centrados en su madre; por lo tanto, desistió; ya vería qué se le ocurría en el camino.

Había tomado el caballo más fuerte y grande que tenía su padre. Convenció a un grupo pequeño de soldados para que lo acompañaran y al salir del palacio ordenó que se contactara a todos los curanderos que estuvieran disponibles en el pueblo para comenzar a atender a los heridos de gravedad.

El pequeño pelotón iba dirigido por él, nada podía salir mal cuando se tenían refuerzos. Él iba indicándoles a sus hombres qué hacer, cuando Shun se había interpuesto en su camino con una expresión que él no podía descifrar ¿Estaba perplejo o furioso con él por haber actuado sin permiso de su padre? Tendría que averiguarlo en ese mismo instante. Realmente no había tiempo para discutir entre ellos si las cosas estaban entre la vida y la muerte en el pueblo.

—Hermano, pero, ¿qué haces aquí? —inquirió y Shun no le contestó—. Creo que vienes a unir fuerzas, eso es bueno —dijo mientras le sonreía—. Necesitamos más refuerzos, tú tienes el poder para mover a toda la tropa, apresúrate.

Aquella última palabra le había caído a Shun como patada en el estómago y Jin no se quedó a hablar más; siguió su camino ¿Cómo podía haber sido tan impertinente con el poder que, sabía que a él le correspondía? No se pondría a pelear de manera pública por eso como un maldito niño, no.

Shun entró al palacio y dio una orden inmediata a todo el equipo de batalla para que se preparara; las cosas se harían a su estilo y no al de él. No sabía por qué le había enojado tanto la actitud de su hermano Jin, pero así había pasado.

—¡En marcha! —ordenó Shun, para luego ser seguido por doscientos hombres. Los otros cincuenta se los había llevado su hermano, pero en ese momento iría por lo que le pertenecía.

Shun, sin bajar la mirada espoleó a su caballo y éste corrió para colocarse enfrente de Jin, quien se encontraba observando el perímetro. Vio a los ojos a su hermano y este tampoco bajó la mirada.

—Jin, mi padre me envió a encargarme de esta misión, así que, hasta aquí acabaste lo tuyo —Rápido le dio una señal a todo el pelotón de trescientos hombres y él se fue encabezando en dirección al centro del pueblo.

Jin se había quedado estático y sorprendido, nunca pensó que su hermano actuara tan egoístamente; de hecho, pensó que lucharían juntos por una misma causa, pero se había equivocado en sus pensamientos. Se mordió el labio inferior, sintiéndose impotente, porque él lo que había hecho era por el pueblo, en ningún momento quería quitarle autoridad, es más, fue él quien no quiso escuchar el llamado cuando él llego a la capilla.

«No importa —pensó Jin—. No me importa quién se vea victorioso. Solo me importa el bienestar de la gente».

Jin siguió al pelotón y se quedó hasta atrás. No estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados. Los enemigos estaban descontrolados y el corazón se le deshacía de solo ver a su gente tirada en el suelo, sin ápices de aliento de vida. Vio a lo lejos a algunos curanderos que auxiliaban a algunas personas y entonces se le ocurrió en improvisar algo que les ayudara a resguardar a los heridos.

Cuando pasó por el área de los curanderos, Jin comenzó a buscar por todos lados a su mejor amiga del pueblo; la casa de ella estaba ultrajada, como si la hubieran saqueado y ella no estaba por ningún lado. Una punzada de preocupación se aferró a su pecho cuando no la vio y solo pudo pensar lo peor, pero no había tiempo para buscar a nadie en específico; todos necesitaban atención médica.

—¡Alteza! —dijo una de las curanderas más ancianas—. Son demasiados heridos, no nos damos abasto —Todos estaban con unas caras de desesperación.

Jin volteó a todos lados y allí estaba la respuesta. Llevarían a todos los malheridos al kiosco central, el cual tenía mucho espacio para todos.

—Ustedes dos —Le habló a un par de hombres que pasaban corriendo—. Necesito su ayuda, ahora.

Si no iba a pelear, al menos ayudaría a los más inocentes o dejaría en ese mismo instante de ser un príncipe. A todos los que pudo les dijo que corrieran a refugiarse a donde pudieran, que tratarían de salvar todas las vidas que fueran posibles. Muchos corrieron la voz y la gente comenzó a esconderse en lugares muy ocultos, donde pudieran huir de la vista de los malditos asesinos.

Mientras se dirigía hacia el kiosco, unos rufianes atacaron a los hombres que iban con él y no se tentó el alma para tomar su espada y volarles la cabeza con el filo de esta, ante los ojos de sus atónitos ayudantes, que habían quedado salpicados de sangre.

—¡Vamos, no perdamos el tiempo! —Jin se limitó a envainar su espada ensangrentada y a guiar a aquellos dos traumados hombres, que le ayudarían a improvisar un centro médico más grande que el del pueblo.

A lo lejos Jin vio a su hermano batallando contra aquellos hombres feroces. Se veía altivo y rudo. Su rostro estaba salpicado de sangre y se dio cuenta que ya estaban muy involucrados con la muerte. Nunca habían vivido algo así en su vida ¿Quiénes eran aquellos hombres malos? Nunca los había visto ¿Serían del siguiente pueblo, o venían de otro lugar desconocido?

Pronto juntaron unas mantas hechas de un material impermeable y Jin junto a aquellos dos hombres hicieron una especie de "carpa". Pronto él ordenó ir al hospital a sacar camillas e implementos de primeros auxilios, ya que el lugar había quedado casi destruido y habían encontrado degollado al doctor del pueblo; aquella escena causó mucho pesar y condolencia para Jin y sus ayudantes.

Varios hombres agricultores, vendedores y curanderos se unieron, y dirigidos por Jin lograron tener todo lo necesario para llevar a todo aquel que necesitase ayuda inmediata. Si es que lograban detener a los enemigos, habría que ampliar el cementerio, porque eran demasiadas víctimas inocentes.

Pronto las curanderas que estaban en plena calle entraron a los heridos al hospital improvisado y Jin se puso manos a la obra, ayudando a coser heridas, a acomodar lesiones que habían sacado huesos de su lugar y muchas cosas más. La labor era demasiado exhausta.

A lo lejos, Jin no pudo evitar escuchar una horda de gritos de pánico, proveniente de las personas del pueblo; al parecer su hermano había sido herido en batalla. La angustia se hizo presente una vez más y Jin dejó a cargo del paciente que estaba atendiendo a otra persona capacitada.

—Necesito ir a ver qué le ocurrió a mi hermano —dijo Jin antes de salir del centro médico.

—Por Buda, esperamos que no sea nada grave, alteza —dijo una de las curanderas e hizo una reverencia. Otros curanderos y pacientes asintieron con preocupación e hicieron el mismo gesto solemne.

—Eso espero yo también —respondió Jin y salió del lugar.

Montó su caballo y las personas le decían la dirección en donde su hermano estaba. No podía creerlo, Shun estaba atravesado por una espada, justo en el área de la pierna y la otra no había corrido mejor destino; estaba muy herido. Jin no lo dudó y desenvainó su espada nuevamente, para salir corriendo en su caballo y llegar hasta su hermano.

En el trayecto hirió con su espada a un par de maleantes que se atravesaron en su camino y otro más le había asestado un corte en el brazo que lo hizo gritar de dolor, pero no se detuvo. Corrió para salvar la vida de Shun aún a costa de su propia vida.

Con un grito eufórico, Jin había partido en dos al hombre que hirió a su hermano. Lo que quedaba de él había quedado desplomado en el suelo, creando un charco de sangre que crecía más. Los soldados de batalla cubrieron a Jin para que este recogiera a su hermano, lo subiera a su caballo y tratara de llevarlo de vuelta al palacio.

Jin dejó a su hermano en manos de los curanderos del palacio y regresó para encabezar la batalla que Shun había dejado tras ser atravesado por aquella espada. Tomó el escudo real y se dirigió a la entrada del palacio una vez más.

«Van a pagar tanto derramamiento de sangre, lo juro. La victoria dependerá ahora de mí nada más», pensó Jin con la ira hirviendo en su interior.

Espoleó al cansado caballo una vez más y con su espada que ahora se veía de un escarlata oscuro, comenzó a aniquilar sin piedad a todo aquel que estuviese haciendo daño a algún ser inocente. La ventaja que llevaba era que, conocía bien a su gente, porque los llevaba grabados en la memoria.

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Continuará

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Aquí un nuevo capítulo de esta historia n.n

¡Parece que Shun, el príncipe heredero está en graves problemas! ¿Que más ocurrirá? Lo sabremos en el próximo capítulo.

¡Gracias por leer!

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