Despertar legendario
Por supuesto que Siu había lanzado su última flecha hacia el pendiente que la había acompañado toda una vida. Sus cálculos no fallaron y había acertado, tal como lo supuso, la fuerza de la flecha carmesí alcanzó el centro de aquel objeto y de inmediato se rompió en pedacitos, como si con la flecha hubiera sido un pedazo de carbón al rojo vivo que se volvía polvo.
De pronto, sus sentidos se nublaron, desde su tacto, su vista y olfato. Su sentido auditivo fue el último que la había abandonado y a lo lejos escuchó la voz angustiada de Yun, gritando su nombre, pero luego de eso ya nada parecía tener algún sentido.
Por un instante solo existía la oscuridad y el silencio. La sensación de que algo doloroso le había pasado ahora solo dejaba las secuelas, pero tampoco podía asimilar el por qué. Siu estaba perdida en el espacio de lo desconocido y la percepción de que pesaba como una pluma cada vez era más certera.
«Wu Siu... Wu Siu, despierta», le dijo una voz femenina, resonante que parecía llenar todo el espacio que antes estaba vacío.
Al fin, la joven arquera pudo sentir como su cuerpo caía suavemente en una superficie estable y al fin pudo abrir sus ojos para ver su entorno. Sus agrandados orbes castaños vieron como estaba en un lugar que le parecía tan conocido, como si hubiera vivido allí toda una vida.
—¿Estoy... muerta acaso? —se dijo, aun estaba sorprendida de que pudiera formular una frase, había creído que su habla la había abandonado.
« Estás en un plano espiritual y sí... lo estás», le dijo en un susurro aquella voz melodiosa, pero a la vez su mente le dictaba que solo la había imaginado.
Siu se levantó con la cabeza hecha un lío, lo único que podía era tratar de recordar lo que había pasado. Sus ojos se abrieron con sorpresa al recordarlo todo en una fracción de segundo:
El hombre de armadura oscura como la noche, en lugar de haberse preocupado, reía triunfante ante Yun, quien de inmediato gritó el nombre de ella mientras comenzaba a correr en su dirección, pero ya el objeto de jade era inexistente. Fue allí cuando vio su propio cuerpo desintegrarse, tal y como su pendiente, ahí perdió la conciencia hasta que ahora al fin su mente le regaló aquel recuerdo.
Siu despabiló de los recuerdos que le habían revelado una parte de lo que había pasado y volteó a ver mejor el panorama de su presente. Allí estaba, la mujer que había visto en el retrato real y frente al monumento, cuando su poder se incrementó y supo que su pendiente era clave para despertarlo. Sabía que se trataba de la emperatriz de una generación que ya estaba pasando, porque ella se lo había rebelado, ahora podía escucharla con más claridad, todo se había materializado, como si ahora esa fuera su realidad ¿Debería irse acostumbrando a ese presente?
La señora An, lucía tan radiante y sonriente, estaba sentada en la rama baja de un árbol mientras los pájaros de colores volaban a su alrededor y uno que otro se posaba en su regazo y en su dedo índice izquierdo. Su qipao era rojo y tenía diversos bordados dorados con la figura del Fenghuang, pero si esa era la vestimenta espiritual. Ella hizo un ademán para que se acercara y Siu obedeció. Pronto se inclinó ante ella.
—Usted es... la Emperatriz, la madre de Yun... ¿No es así? La he visto de lejos, podría jurar que la escuchaba desde hace mucho y en mis visiones aparecía usted también, pero... ahora puedo hablar con usted ¿Por qué ahora? ¿Acaso quiere decirme algo importante? Dígame por favor, el pueblo está pereciendo a pesar de todas sus indicaciones pasadas, quizá hay algo que no capté a tiempo, tenemos que hacer algo —suplicó Siu y la mujer esbozó una dulce sonrisa para asentir.
Antes de que Siu pudiera decir lo que sea, An señaló a su derecha y ella volteó a ver y se acercó para ver de qué se trataba. Ahí, reflejado en el agua del riachuelo podía ver en tiempo real lo que estaba aconteciendo en Ciudad Prohibida. La batalla parecía haberse detenido en el momento en que Siu se había desintegrado. Dí, el dragón obscuro líder con forma humana, estaba frente a los que eran sus restos en una especie de campo de fuerza, sacó una especie de incienso y se hincó ante las cenizas de ella.
Afuera del campo de fuerza, Yun no dejaba de gritar con rabia y de golpear con su espada a modo de derribar aquella fuerza, pero parecía inútil; mientras se encolerizaba más, lágrimas de luto brotaban de sus ojos. Shun y Jin ya habían dejado de intentarlo y estaban exhaustos y también se veían devastados, porque no solo ella había perecido... Durante los primeros auxilios, el Emperador había sido dado por muerto.
Los dragones oscuros que quedaban y que, eran numerosos aún, habían levitado, con campos de fuerzas en sus cuerpos, por lo que nadie podía hacerles algún daño. Y aquellas dos dragonas habían acabado con la que estaba luchando contra ellas, ahora estaban a la expectativa, viendo con ansias lo que su líder hacía.
La dragona que había combatido a las dragonas Anong y Wen, yacía tendida en el suelo, al final ellas dos le habían ganado la batalla y el único que lo había notado era el príncipe Jin, a quien se le oprimió el pecho un poco al ver como aquella misteriosa dragona había dado la vida para ayudarlos. Una de las dos dragonas agachó la mirada y salió serpenteando hacia algún lugar imposible de divisar, la que se quedó, parecía victoriosa y a la expectativa de las acciones de su líder, Dí.
—Este es el inicio de una nueva era... —exclamó Di—. Durante mucho tiempo el pueblo chino ha venerado al dragón equivocado y todo porque la que estaba destinada a ser mi esposa, se vio obligada a casarse con el tipo equivocado. Esta mujer, que en antaño era la protectora del pueblo chino, y que hoy acaba de desintegrarse ante todos, ha decidido reencarnar en el cuerpo de esta aldeana para pasar desapercibida, ahora solo debo traerla de vuelta para juntos reinar, como siempre había debido ser.
Todos estaban desconcertados, Yun no podía asimilar a qué rayos se estaba refiriendo ¿Reencarnar? Había escuchado sobre ese término, pero nunca había presenciado algo parecido en toda su vida.
—¡¿Pero qué disparates estás diciendo?! —exclamó Yun, consternado e iracundo, mientras intentaba perforar el campo de fuerza del mal nacido Dí.
—Todos saben que para reinar debes ser de linaje real, pero tú... —espetó Shun, con desprecio—. No eres más que un aparecido, asesino que ha tomado muchas vidas por un cuento tonto ¡Nadie va a creer tus mentiras nunca más!
Dí comenzó a reírse con ironía, luego aquello se convirtió en una carcajada.
—¡¿De qué carajos te ríes, engendro?! —gritó Jin. Los tres príncipes ardían como el fuego y no bajaban la guardia con sus espadas.
El hombre de armadura negra hizo caso omiso a los demás insultos. Yun se cansó de batallar con su espada y con la respiración agitada y el rostro perlado de sudor y lágrimas, observaba lo que aquel enemigo hacía con los restos de su amada Siu.
A todo eso, los ciudadanos habían salido del refugio y muchos, desde lo alto de un kiosco, observaban la escena y transmitían el mensaje de lo que estaban presenciando. Uno que otro, escribía, otro dibujaba a pulso en un intento de guardar todo de manera histórica, para que no se perdiera.
Mientras tanto, en aquel plano espiritual en el que Siu se encontraba viendo todo, su corazón se estrujó de dolor ¿Todo ese embrollo había sido por su causa? No podía creerlo. Ella, con lágrimas en los ojos volteó a ver hacia donde estaba An y se sorprendió al verla allí y justo detrás de ella, muchas de las otras mujeres de realeza que ya había conocido en sus visiones, todas revestidas con las elegantes ropas de emperatrices, estaban divinas y frente a ella, transformaron sus anatomías en hermosos Fenghuangs que aleteaban, solo que ahora no era una simple visión, era tan real.
Algo en el interior de Siu pareció despertar, en cuanto se vio a ella misma, revestida como toda una emperatriz y allí lo comprendió todo. Cerró sus ojos y por primera vez se dejó llevar por aquel llamado, ese que parecía dictarle tantas cosas a la vez. A su mente llegaron muchos recuerdos... Recuerdos de vidas pasadas, de dos amores: uno que le provocaba terror y otro paz y felicidad; y en efecto, en todas ellas, ella era de sangre real. Sentía alegría, sentía tristeza, miedo, enojo, todo junto y no sabía el por qué; era una mezcla extraña de sentimientos que pronto tomaban razón de ser, a medida que recordaba todas sus vidas.
Siu abrió los ojos y su respiración estaba agitada. Se dio cuenta que sus pies ya no tocaban el suelo... ¡Ella era un Fenghuang! Se sentía libre, vigorosa y con una euforia tan intensa al volar junto con sus demás compañeras. Todas la seguían y ella se dio cuenta de que, estaban esperando su despertar nuevamente, como cada cien años. En el cual ella reaparecía con una nueva figura, una nueva forma, dependiendo la persona en la que hubiera reencarnado, para luego cumplir su propósito y morir; ese era su ciclo y por lo general era efímero y doloroso, como desde el principio.
Cuando aterrizaron, lo hicieron suavemente sobre el campo y todas se transformaron en humanas, rodeaban a Siu con un aleve reverencia y la veían con expectativa.
—Esta vez... todo va a ser diferente, lo prometo. No dejaré que esta tragedia se vuelva a repetir —afirmó la joven, ya sabida de la raíz de aquel problema. De ella emanaba aquel resplandor de colores, tan divino como mágico.
Las emperatrices se inclinaron para despedirla. Siu se acercó a An y por inercia la abrazó, se sentía agradecida con ella, porque había sido su guía todo ese tiempo. Con la misma, la joven arquera se despidió, se dió la vuelta y frunció el ceño con determinación.
Ahora sabía qué debía hacer exactamente, pero no iba a ser fácil ponerle fin a aquel hombre que se había vuelto un monstruo a través de los siglos.
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Continuará...
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