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De vuelta a casa

De un salto bastante acrobático, Jin bajó al otro lado y con seguridad se acercó para ver qué querían a esa hora. «¿Pero qué querrá ese señor? Definitivamente no podría ser sobre mi hermano, no es ninguno de los ninjas de palacio», pensó mientras su intriga crecía más. Se trataba de un señor de mediana edad que había dejado el carruaje un poco atrás de él; traía la ropa sucia, como si hubiera sufrido un accidente o algo por el estilo.

—Buenos días, ¿en qué se le puede ayudar?, ¿de qué se tratan esas buenas noticias para el Emperador? —inquirió Jin con seriedad mientras guardaba su distancia.

—Perdón, pero necesito hablar con el Emperador en persona, o al menos con alguien del Consejo para que le transmita el mensaje. Si me dejaran pasar cuanto antes sería mejor, es muy urgente —respondió el hombre, con un dejo de angustia en su tono de voz.

Jin se llevó una mano al mentón y apretó con sutileza sus ojos, y escrutó una vez más al hombre, un tanto incrédulo de lo que escuchaba, además estaba claro que no lo había reconocido como uno de los príncipes; por supuesto, debía ser porque no estaba vestido con ropas finas y lujosas, no lo culpaba en absoluto y lo prefería así.

—Puede hablar conmigo, yo soy muy allegado al Emperador, créame —respondió Jin, para ver qué le contestaría aquel señor extraño.

—Bueno... ¿Podría por favor decirle que venga a ver con sus propios ojos la sorpresa que le ha llegado? Es muy urgente, traigo heridos —suplicó el hombre con preocupación.

—¡¿Heridos?! —Se sobresaltó al escuchar semejante noticia—. Déjeme ver ahora, soy... una especie de curandero del palacio, yo sé lo que le digo —demandó Jin, sin importarle nada más y se encaminó hacia el carruaje.

—¡Espere! —gritó el hombre, pero Jin ya se encontraba encaminándose hacia el carruaje.

—Señor, no entiendo por qué tanto secreto ¿Qué puede ser tan grave o peligroso para que yo no pueda saberlo? —inquirió para correr la cortina del carruaje.

Al instante, Jin se quedó sin palabras con la vista que tenía frente a él, porque aquel rostro amoratado, demacrado y más delgado que de costumbre lo reconocería a kilómetros, aun si este se intentara ocultar bajo un qipao de plebeyo.

—Yun... Por todos los cielos —musitó con una mezcla de alegría y preocupación, pero más que eso, perplejidad al ver cómo Yun dormía plácidamente abrazado a una joven, que parecía haber corrido con la misma suerte que él.

«¿Quién será la chica? —pensó Jin—. Sea quien sea, no creo que padre la deje quedar bajo ninguna circunstancia. Yun debería saber eso».

El hombre se deshacía en un conflicto interno justo detrás del preocupado Jin, ya que, estaba convencido de que, nadie podía ver a Yun más que el emperador o los príncipes.

—¿Contento? Ahora, si usted es curandero como dice, sabrá la gravedad del asunto. Necesitamos llevar al príncipe ante su familia, no estorbe más.

—Yo soy su familia —respondió Jin, mientras lo volteaba a ver con convicción.

—¿Qué? Primero dice que es curandero y ahora resulta que uno de los príncipes, sí claro... No estamos para juegos, la vida de su alteza Yun corre peligro y también la de su acompañante ¡Déjeme pasar, por favor!

Jin lo vio con seriedad, una que intimidó un poco al conductor de carruajes.

—¡Puertas! —gritó Jin y de manera automática aquella gran entrada abrió ambas puertas para que el carruaje pudiera ingresar.

Los porteros esperaron a que el vehículo se moviera sin decir palabra alguna. El hombre lo vio consternado y parecía que las dudas lo atacaban, pero no se detuvo a analizar más el asunto, la prisa podía mucho más que cualquier malentendido o confusión. Pronto subió al carruaje y se encaminó hacia dentro del Palacio.

Jin se subió a la parte trasera del vehículo, apoyó los pies donde pudo y se aferró con fuerza para entrar junto con su hermano. En cuanto llegaron a la sala de recepción, en donde estaba el trono del Emperador.

Jin bajó de un salto y echó un vistazo más a su herido hermano. Sin un ápice de duda separó a Yun de aquel comprometedor abrazo con la desconocida, asintió para sus adentros, porue sabía cómo era su padre, e ignorando la mirada consternada del conductor, comenzó a caminar hacia adentro del palacio, no sin antes voltear para hablarle al hombre.

—Espere aquí, llamaré al Emperador —dijo Jin y corrió para apresurarse.

No pasó ni un minuto y el Emperador hizo su entrada, quien iba precedido por Jin. El hombre hizo una reverencia, pero antes de que pudiera soltar palabra, el gobernante ya se encontraba corriendo hacia el carruaje.

—¡Yun! ¡Mi querido hijo ha regresado! —exclamó con euforia y lágrimas en los ojos, mientras extendía sus brazos; luego descubrió la cortina para ver a su hijo y la aflicción se hizo presente en su corazón— ¡Curanderos, de prisa, llévenlo a los aposentos junto a Shun! ¡Esto es muy grave!

Cuando devolvió su mirada y se detuvo a ver bien, al fin Heng notó que su ahora inconsciente hijo, venía acompañado. Enarcó una ceja y frunció el ceño, pero se abstuvo de cuestionar y serenó su rostro para al fin dirigirse al hombre que los había traído, quien se postró al sentir la demandante mirada del Emperador.

—¡Hoy es un día glorioso para toda China! Mi hijo Jin me ha contado la valerosa hazaña que hiciste con esta travesía.

El hombre volteó a ver a Jin, quien lo saludó con una sonrisa desde donde se encontraba. La vergüenza subió por todo su cuerpo, porque jamás lo hubiera imaginado.

—Perdone alteza, no tenía idea —dijo con el arrepentimiento saliendo por sus poros.

—No hay nada que disculpar, yo siempre ando encubierto —rió Jin y dejó seguir hablando a su padre.

—Has traído de vuelta a mi hijo. Es una verdadera dicha lo que has hecho por este viejo gobernante. Siéntate y cuéntanos... ¿Cómo ocurrió todo? Por lo visto alguien desconocida viene con él, necesitamos saber lo que tienes qué decir.

El hombre asintió, se acomodó en una silla y no dudó en contar todo lo que sabía. Desconocía cómo había llegado junto con esa chica al hospital, pero lo único que tenía entendido era que, ambos estaban heridos de gravedad.

También agregó, que él se había enfurecido en ese lugar y que el mismo príncipe, al revelar quien era, había pedido ser escoltado hasta el palacio. Y por último, contó el aterrador episodio del cual él había sido testigo. Era algo que jamás podría olvidar.

Mientras el hombre relataba al Emperador los sucesos que habían ocurrido en el trayecto a Ciudad Prohibida, Jin se escabulló por hacia el carruaje para revisar una vez más a su hermano que no recuperaba la conciencia. En efecto, seguía en la misma postura en que lo había acomodado, pero cuando subió su mirada no pudo evitar notar aquella armadura carmesí tan conocida a sus ojos. Sin más, se devolvió hacia el lado de su padre, mientras analizaba y conectaba los hechos.

—Dragones azabaches... —dijo Heng con preocupación y volteó a ver a su hijo, ya que ambos sabían todas las cosas bizarras que habían estado pasando—. Creo que después de milenios están despertando, pero aún debemos investigar por qué atacan a la población. Agradezco tu osadía y te recompenso por traer a mi hijo y por contar lo que sabes.

Un par de sirvientes le obsequiaron al hombre una bolsa cargada de oro y joyas. Él no cabía en su dicha y se postró nuevamente.

—Alteza, para mí ha sido una dicha poderles servir —respondió en una reverencia y tanto Heng como Jin le dieron su bendición, para despedirse de él y encaminarse hacia los aposentos donde yacían Shun y Yun.

—Padre... ¿Aún te niegas a hablar sobre los sucesos de los dragones?

Heng suspiró y volteó hacia su hijo mientras ambos caminaban por los largos pasillos.

—Hasta que la vida no me diga si dejará vivir a mis dos hijos después de tanta tragedia —contestó tajante.

Jin frunció el ceño y guardó silencio. Pronto comenzó a debatirse ¿Quién podía ser esa chica a la que tanto abrazaba su hermano? Ese gesto él jamás lo había tenido con ninguna chica que hubiese conocido; a pesar de que ambos estaban inconscientes, la manera en que se rodeaban era tan... ¿íntima?

No sabía cómo describirlo en su cabeza, pero, sin duda ese suceso lo tomó desprevenido. Despabiló, porque lo único que tenía eran suposiciones y nada en concreto, además era obvio que su padre no se quedaría de brazos cruzados y averiguaría todo sobre ella si fuese necesario, y claro, si esa idea se le metía entre ceja y ceja.

Finalmente ambos llegaron a la cama donde se encontraba Yun. La mirada de preocupación de ambos se hizo presente y se hincaron con lentitud para verlo más de cerca.

—Ay, hijo mío... Nunca debí dejarte partir ese día —Se lamentó Heng y acarició el magullado rostro de su hijo más pequeño.

—Espero de todo corazón, que lo logres, hermano —musitó Jin, mientras divisaba aquel característico tatuaje con forma de dragón en su brazo izquierdo.

El príncipe abrió los ojos con sorpresa. Era evidente que los tres lo tenían y no podía ignorar aquel hecho. No cabía duda de que algo sobrenatural los acechaba y deseaba acabar con la Dinastía Qing.

—Padre, ¿ves lo que yo en el brazo de Yun? —inquirió Jin, mientras Heng asentía con el ceño fruncido— ¿Por qué justo a nosotros? ¡Esto me está desesperando!

—Lo sé, Jin... Yo, ya no sé qué hacer para sacarme de la cabeza que algo aún más terrorífico va a ocurrir —Heng se llevó la mano a la frente con preocupación.

—¿A qué te refieres, padre? —cuestionó para hacer una mueca de disgusto mientras contemplaba la respiración de su hermano.

—No lo dije antes, porque siempre he odiado las supersticiones y los mitos —respondió su padre—, pero antes de que tu madre enfermara, la soñé en un bosque, hablando con unas aves de colores que huyeron en cuanto unas sombras llegaron a espantarlas, dejando a An sola en la oscuridad. Me negué a creer que se trataban de Fenghuans y mucho menos de Dragones, tú sabes que nunca he prestado atención a mis sueños.

—Vaya coincidencia que ese anciano los mencionara en el momento más crítico de su enfermedad —respondió Jin mientras se rascaba la cabeza con un dejo de ansiedad e incertidumbre.

Heng asintió con pesadez mientras su frente se perlaba de sudor, debido al malestar que le provocaba hablar de sus temores con su hijo.

—El sueño que tuve ahora los involucra a ustedes y no había nada bueno en él. Había un árbol, un río y una mujer —dijo mientras apretaba sus dos manos con la impotencia que sentía.

«Una mujer...», pensó Jin y observó cómo la mirada de su padre se quedaba fija en el vacío, como si estuviera analizando lo que había dicho.

Heng, de inmediato se levantó para analizar a la mujer que acompañaba a su hijo de regreso al palacio. Jin lo siguió y al detener sus ojos en la chica que yacía inconsciente, con una bata blanca, no pudo evitar añadir un comentario sobre ella.

—Pobre... —dijo Jin mientras se acuclillaba para verla con detenimiento—. Tiene unas heridas letales ¿Acaso estás sugiriendo que ella es la mujer que viste en tus sueños?

—Estoy casi seguro, es idéntica a lo que recuerdo de mi sueño. Frágil, delgada, de tez morena clara y con una belleza extraordinaria... La mujer que está frente a nosotros, podría no sobrevivir y no sabemos como luce en su estado saludable. Si se trata de ella, no sé de qué seré capaz, porque la mujer que vi junto a tu hermano acabó con su vida a traición frente a mis narices y si debo prevenirlo, juro que lo haré —finalizó Heng con las manos temblorosas entrelazadas.

El corazón de Jin dio un vuelco y se llevó una mano empuñada hacia sus labios. No deseaba hacer ningún comentario y tampoco estaba comprobado que aquella mujer de los sueños de su padre era real; lo único que sabía era que, no concebía que una tragedia se desatara por una decisión mal tomada por su padre en un arranque de paranoia y mucho menos deseaba que aquel sueño se volviera realidad.

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Continuará

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Hola, aquí con otro episodio de esta novela. Al parecer la presencia de Siu no es tan bien vista para el emperador ¿Qué se avecinará a raíz de eso? Descúbrelo en el próximo capítulo ¡Gracias por leer!

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