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Cuando la incomodidad se hace presente

El Emperador Heng no cabía en su felicidad en el momento en que el señor Len, jefe de los curanderos del palacio, quien estaba a cargo del caso del príncipe Shun, por fin había dado luz verde al comienzo de la recuperación de su amado hijo heredero. Él había desayunado solo en su recámara y al salir la buena noticia le había caído de perlas.

Una sonrisa plena se había dibujado en su rostro y su pecho se henchía de una felicidad que poco a poco volvía a su cuerpo; hacía muchos días que no lograba sentir tanto bienestar, pero no era para más, ya que el saber que sus tres hijos estaban con vida le daba la fuerza que tras el fallecimiento de su amada había dado por perdida.

Heng no dudó en ir a buscar a sus amados hijos para compartirles esa buena nueva. Caminó lo más aprisa que pudo, pasó por el comedor real y al parecer ya habían comido, así que decidió buscarlos en sus recámaras. Se encaminó hacia el segundo nivel de nuevo y tampoco había señal de sus hijos.

«¿A dónde se habrán ido estos muchachos? Aquí vamos otra vez», pensó Heng mientras negaba con un dejo de decepción. Como el palacio era inmenso, siempre era el mismo cuento cuando deseaba hablar con su familia o reunirse para alguna plática en específico.

—Pero...¿A dónde se habrá podido ir Jin? ¿Es que acaso ya se escapó otra vez del palacio?

Al fin alguien le dijo que había visto a Jin encaminándose al área de la biblioteca, a lo cual Heng no dudó en dirigirse hacia allá de inmediato. En efecto, allí estaba su hijo, muy concentrado en la lectura de uno de los libros de historia de China. El gobernante no quiso cavilar mucho en lo que él leía, era mucho más importante lo que debía decirle a sus dos hijos.

Heng dio un paso hacia dentro de la biblioteca y notó que el cabello de Jin se erizó y también los poros de su piel, al sentir una presencia, pero no le dio mucha importancia, de alguna manera supo de inmediato que era su padre.

—Padre, ¿me necesitas? —inquirió Jin sin voltearlo a ver y concentrado en lo que leía.

—¿Cómo has sabido que se trataba de mí? —cuestionó Heng con los ojos como platos. Su hijo a veces lo asustaba. De hecho, ahora sus tres hijos lo hacían.

—Intuición nada más —contestó Jin esbozando una sonrisa mientras quitaba la vista de su lectura y lo volteaba a ver.

—Pensé que tu hermano estaría contigo, ¿sabes dónde está? —preguntó su padre con cierta ansiedad.

A la mente de Jin llegó la imagen de su hermano encaminándose con su amiga a quién sabe donde, posiblemente a pasear por los alrededores. Aunque, al escrutar las facciones de su padre, sintió cierta tensión en su semblante.

—Pues... —Jin miró hacia todos lados con la mano en la barbilla—. Creo que se está reencontrando con su amiga, la chica que estaba en recuperación. Quedó de alcanzarme aquí, pero no ha venido.

El emperador asintió, pero no siguió hablando de ese tema.

—Haremos una reunión inmediata, ya sabes a donde ir. Espéranos allí, en un momento llegaremos —dijo Heng para luego voltearse y salir de la biblioteca.

«¿Estará... molesto? ¿Por qué?», se preguntó Jin, pero no quiso analizar más aquel tema.

Heng salió hacia los amplios pasillos en busca de Yun.

—Ustedes dos —se dirigió hacia un par de sirvientes y ellos se acercaron con rapidez hacia su Emperador— ¿Han visto a mis hijos? No los encuentro por ninguna parte.

—A quien vimos fue al príncipe Yun, en compañía de la chica que acaba de despertar —dijo la joven sirvienta.

—Creo que salieron hacia los jardines, su majestad —señaló el sirviente de edad mediana con su tembloroso dedo.

—Por supuesto, ¿cómo pude dejar pasar por alto ese lugar? —comentó Heng mientras se rascaba la cabeza.

—Bueno, nos retiramos —ambos sirvientes reverenciaban con sutileza y siguieron con sus labores.

Heng había decidido ir por Yun y quizá él supiera dónde se encontraba su hermano. No tuvo que buscar demasiado a su hijo menor, porque al salir hacia los jardines principales allí se encontraba y lo que imaginaba... No estaba solo, ambos estaban a sus espaldas; ni Yun ni ella habían cambiado la bata blanca que usaban al estar en intensivos y era evidente que no notaron su presencia al acercarse.

El emperador caminó a paso lento y pausado para analizar la escena que tenía ante sus ojos. Su hijo estaba detrás de la joven; ella tenía extendidas las manos de par en par, mientras que Yun tocaba su mano con suavidad y cuando ella se volteó para decirle algo que no alcanzó a escuchar, Heng pudo ver la mirada de atracción que ambos se estaban dedicando.

El corazón de Heng se estrujó con algo que no podía descifrar, quizá mal presentimiento por el sueño que tuvo, pero no podía recordar si era ella la mujer que hizo daño a su hijo; tal vez repudio al saber que ni siquiera conocía a la muchacha ni su procedencia; o posiblemente indignación, porque ante sus ojos ella no podía encajar en los estándares de la realeza, a pesar de que sus facciones finas le dieran ese porte grácil y elegante.

El conflicto interno del Emperador incrementaba con cada paso que daba para acercarse hacia ellos, hasta que finalmente quedó cerca lo suficiente para que su hijo y la joven notaran su presencia. Era evidente que ambos se sobresaltaron al salir de su atmósfera de ensimismamiento, a lo cual la chica reaccionó con una reverencia exagerada ¿Habría sido por el susto o percibía algo de temor en sus acciones?

—Padre... —musitó Yun para luego tragar grueso y reverenciar. Pronto volteó a ver a la joven—. Siu... digo, Wu, ya puedes levantarte. Quiero presentarte a mi padre.

Ella se levantó con movimiento rápido y sin saber cómo comportarse frente al emperador dejó sus manos a los costados y comenzó a hablar.

—Buenos días majestad —Siu intentó esbozar una sonrisa, lo cual le pareció difícil, por el hecho de que la dura expresión del Emperador la hacía sentir un tanto incómoda.

—Buenos días —respondió con cierta frialdad y el ceño fruncido.

Yun se dio cuenta de la postura de su padre y las dudas lo invadieron ¿Qué le estaría ocurriendo? ¿Habría escuchado algo malo sobre ella? El joven príncipe carraspeó por lo bajo y se dispuso a romper ese momento tan incómodo.

—Padre... déjame explicarte un poco —rió un tanto nervioso—. Ella me... acompañó hacia la montaña de Yumai y también presenció en carne propia el ataque de los dragones oscuros.

—Yo los ví con mis propios ojos, además... —comentó Siu, pero la mano de Heng le señaló que guardara silencio.

Heng se acercó un poco a la joven, que no sabía cómo actuar ante los movimientos y reacciones del Emperador.

—Ya veo... Pronto me contarás más, en cuanto hable con mis hijos —espetó con el semblante serio y se dirigió a Yun—. Hijo mío, te espero en la sala de reuniones, tenemos algunas cosas importantes de qué hablar.

Yun asintió y se limitó a ver como su padre se alejaba sin decir más. Volvió a ver a Siu y no cabía duda de que no lo estaba pasando nada bien con esa pequeña pero incómoda conversación.

—¿Estás bien? —fue lo único que se atrevió a preguntar a Siu.

—S-sí, no te preocupes. Solo estoy un poco fatigada —Ella esbozó una débil sonrisa, para nada parecida a sus radiantes gestos de siempre, lo cual hizo que Yun se sintiera extrañado.

—Por favor, espérame en el cuarto de enfermería. Yo llegaré allí cuanto antes —pidió a la joven, sonrió con sutileza y se dio la vuelta para comenzar a caminar.

El príncipe se dirigió hacia la sala de reuniones, dejando a Siu consternada. No cabía duda que su padre ya no era el mismo desde que su madre cayó con esa rara enfermedad; pero en ese instante sintió cómo su humor había empeorado a niveles abismales.

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Continuará...

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Vengo con un nuevo episodio ¡Vaya momentos incómodos para Siu! ¿Qué más le espera? Se sabrá en los próximos capítulos.
¡Gracias a quien lee!

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