Conspiración parental
La tragedia había comenzado y ni el príncipe Shun, ni el emperador Heng tenían idea. Ellos seguían haciendo oración y no deseaban ser interrumpidos. Aquello no se iba a cumplir, porque de un momento a otro Jin entró corriendo con zapatos dentro del palacio, y sin tener ningún tipo de respeto al entrar en la capilla.
—¡Padre, hermano! ¡Hay una emergencia enorme en el pueblo!, ¡tienen que venir rápido! —Las expresiones apesadumbradas de emperador y príncipe heredero se habían desfigurado a unas de molestia total.
—¿Pero qué falta de ética y respeto es esta, Jin? Nunca te he criado con antivalores y tú osas a salir del palacio cuando te viene en gana y a pasar por encima de mí. Te desconozco por completo —regañó Heng, mientras Shun lo veía con mirada de desaprobación.
—Padre, después me regañas, por favor que es urgente ¡Tienes que escucharme! —imploró Jin, pero su padre le dio la espalda. Luego volteó a ver a Shun—. Por favor, hermano... escúchame, ¿quieres?
—No, hermano. Acabas de ser muy irrespetuoso. Casi nos matas de un infarto —espetó Shun mientras negaba con la cabeza—. Retírate, después hablamos.
—Pero, si tan solo... —Jin sonaba suplicante.
—Ahora padre no está de humor, Jin —regañó Shun
Jin apretó los labios de impotencia y enojo contenido. Shun se dio cuenta que éste tenía una herida en la comisura del labio. Si hubieran estado a solas por supuesto que le hubiera preguntado qué pasaba, pero estaba justo al lado de su padre y no quería que se sintiera contrariado por los dos a la vez; mucho menos por él claro estaba.
Shun podía leer la angustia en los orbes oscuros de Jin; tanto así que, tuvo que contener sus emociones y se limitó a darle la espalda al igual que su padre. Cuando vio de soslayo, ya no vio la figura de su hermano, solo escuchó los pasos ligeros que corrían desesperados a quién sabe dónde. Solo esperaba que no se tratara de algo demasiado grave. Él de verdad sonaba desesperado ¿Acaso padre no lo notó? No, él en ese momento no parecía estar para nadie, ni siquiera para sus hijos.
Además del firme ego de su padre; Shun desde hacía mucho que parecía ya no conocer a Jin. En definitiva, algo en él había cambiado, si no era él mismo el que lo había hecho desde hace años. Su corazón se estrujó de impotencia, pero debía actuar con pulcritud y serenidad en sus decisiones. Ahora él ya no era un simple príncipe después de todo.
Los dos se dispusieron a seguir con sus oraciones, cuando de repente uno de los soldados pidió permiso para hablar y Heng le había permitido escucharlo, creyendo quizá, que eran noticias sobre An, pero no era así.
—Sus altezas... —Su voz sonaba agitada—. Una emboscada acaba de comenzar en el pueblo. Hay heridos y muertos.
Heng y Shun se voltearon a ver de inmediato. Jin tenía razón en estar alarmado. Cuando salieron al mirador, aquella vista era la más atroz vista en toda Ciudad Prohibida.
—Preparen mi caballo más fuerte y rápido —ordenó Heng—. El príncipe Shun se hará cargo de esto y guiará las tropas de batalla.
La cara de Shun se desfiguró de sorpresa al escuchar las palabras de su padre. Realmente no se sentía preparado para tal responsabilidad y él ni siquiera se lo había pedido. Aquello era una orden y él asintió con obediencia, para dirigirse hacia la zona de las caballerizas con resignación.
Heng volvió hacia donde An se encontraba, solo para ver que su rostro se estaba tornado de un color azul en el área de los labios y párpados. El emperador cayó de rodillas ante la cama; desconsolado porque la situación solo iba de mal en peor.
(...)
«Ojalá que ellos estén bien, pero presiento que no encontrarán el camino. Ese bosque está más peligroso de lo que recuerdo», pensaba Siu, mientras caminaba con desánimo.
El camino cuesta abajo había sido el más triste que Siu hubiera podido sentir en su vida. Una pesadez en su pecho se había hecho presente y sus padres, a quienes conocía como platicadores y dulces, no habían formulado frase durante todo el trayecto. Un mal presentimiento la invadía mientras caminaba junto a ellos y la chica no podía descifrar qué era lo que andaba mal. Las ansias carcomían el alma de Siu y ella carcomía sus uñas debido a esa fuerte emoción.
—Hija, ¿qué te ocurre?, ¿acaso algo te tiene mal? —inquirió su madre, mientras se acercaba un poco más a ella, sin dejar de andar.
Siu, quien se había sobresaltado por la pregunta de ella, cambió rápido su semblante y esbozó una débil sonrisa. Lo que menos quería era preocuparlos por asuntos vagos y sin fundamento.
—Ah, no me ocurre nada —aclaró ella, sin borrar su sonrisa—. Solo me preocupa que ellos se pierdan en el bosque.
—Mi cielo, ellos sabían a lo que se atenían desde un principio —respondió su padre—. Además, el muchacho se ve que sabe combatir. Le he visto un arma afilada también. Sabrán cómo defenderse.
—Sí —respondió Siu—. Tienes razón, padre. Intentaré ya no preocuparme de más.
—Esa es mi niña —celebró su madre apretándola cariñosamente con su brazo—. Tienes un gran corazón, pero esto ya se sale de nuestras manos. En cuanto lleguemos te prepararé algo delicioso para almorzar. Ese pescado debió dejarte con hambre.
—Pues... —titubeó Siu—. La verdad es que, sí me quedé con algo de hambre ¿Cómo es que me conoces tan bien? —Sonrió al sentirse expuesta.
—¿Qué dices? Soy tu madre, yo te conozco muy bien —dijo con un dejo de indignación.
Los tres rieron, ya que era satisfactorio el hecho de ser tan unidos; en verdad Siu se sentía plena al tener unos padres tan buenos, aunque desde muy niña se hubiera enterado en secreto que ellos no eran sus verdaderos padres.
Sus recuerdos la llevaron a esa noche, en la que supuestamente estaba "dormida" y con atención los había escuchado murmurar aquello que no se habían atrevido a confesar durante todos esos años.
Siu despabiló de inmediato; ya no quiso pensar más en ello, aunque confesaba que aquello le había afectado sobremanera; y no por el hecho de no saber quiénes habían sido sus padres, sino por no poder escuchar la verdad de sus propios labios. Ya no se torturaría con aquellas dudas y resentimientos pasados. Era el presente y ellos eran sus padres; los que habían dado todo por ella.
En cuanto Siu salió de sus pensamientos, no se había percatado que ya estaban llegando a casa. Su corazón de alguna manera se alegró y saludó a algunos de sus vecinos, que asomaban sus narices por sus ventanas. Sus padres también saludaron y pronto entraron a la casa hecha de bambú y otros materiales.
La chica, al no más entrar se desplomó en su cama; desanimada por todo. Su padre salió a conseguir arroz y su madre había puesto a hervir agua en un cúmulo de leña que ya tenía preparada de manera previa. Por lo general Siu la ayudaba, pero en ese momento se sentía sin fuerzas; como si algo le hubiera drenado su energía casi por completo.
Pronto su madre picaba algunas verduras y de cuando en cuando volteaba a verla con una sonrisa que Siu correspondía de inmediato. La chica de un momento a otro comenzaba a sentir pesados los párpados, hasta el punto de dormirse.
Como de manera automática, Siu comenzó a soñar algo terriblemente extraño:
En su sueño, su madre estaba cocinando, justo como lo había estado haciendo antes de quedarse dormida, solo que había algo diferente por donde se le viera: tenía un cuerpo extraño; parecía una serpiente gigante de color negro y trompa alargada. Estaba llena de escamas y un par de bigotes largos, parecidos a dos cintas, que salían por arriba de sus fosas nasales. Cuando su padre entró también tenía la misma forma que su madre, solo que era más alto. Se veía inmenso y en sus ojos amarillentos Siu pudo sentir maldad.
Ella podía observar cómo su "padre" le entregaba a su madre unos hongos obscuros y se rieron malévolamente con cierta complicidad, para voltear hacia donde ella estaba. Todo parecía que aquel alimento no era nada bueno; eso percibía Siu. Ella conocía muchos de los hongos que crecían en los alrededores y esos en definitiva eran venenosos.
Aquella vista le ocasionó a la joven un escalofrío por toda la espina dorsal y un frío en su rostro. Lo más inquietante, era que Siu, por más que quisiese moverse para huir o lo que sea, no podía mover ni una articulación de su cuerpo; era como si estuviera congelada o entumecida. Ni siquiera podía pronunciar palabra, ni lanzar un grito de ayuda. Sus padres eran unos monstruos y aquello la aterraba.
Siu despertó sobresaltada de aquella fuerte pesadilla. En eso su madre la volteó a ver, ya que estaba por terminar la comida y le sonreía cálidamente ¿Qué había sido ese sueño? ¿En verdad le agregaron hongos venenosos o sólo se trataba de un sueño? Debería averiguarlo pronto.
—Siu, querida —esbozó su madre— ¿Quieres preparar la mesa para sentarnos a comer ya?
—S-sí, claro, madre —respondió Siu, quien se levantó y obedeció, en lo que su madre exclamaba.
—¡Cariño, ven a comer! —llamó a su padre. Éste llegó de inmediato.
Los tres se sentaron a la mesa y su madre comenzó a servir la comida, para luego pasarla a la mesa.
—Ten, hija —Puso el plato enfrente de ella—. Tu comida favorita: verduras con carne de pato y mucho arroz, como te gusta.
—Gracias, madre —dijo Siu con una sonrisa y bajó su mirada para ver la comida.
Olía delicioso, como la sazón genuina de ella, pero ese sueño la había dejado muy mal. En cuanto la joven revolvió el estofado para ver las variedades de verduras, retoños y la carne, en efecto, allí estaban cortados en trocitos muy pequeños... los hongos venenosos. La mano de Siu comenzó a temblar de manera irremediable.
«Mis propios padres, me quieren matar ¡No puedo creerlo!», se dijo Siu, mientras sus ojos se querían llenar de lágrimas desesperadas.
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Continuará
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Hola, acá con un nuevo episodio ¡Algo anda muy mal! ¿Será un mal sueño o algo más? Se descubrirá en el próximo capítulo.
¡Gracias por leer!
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