Capítulo 1
- ¡Lady Eunice, Lady Eunice, Lady Eunice, Lady Eunice! -Todos vociferaban su nombre, llenos de alegría, armando gran algarabía. Se encontraban muchas personas del servicio del castillo: Caballeros; muy jóvenes en su mayoría, algunas doncellas que se habían detenido a ver la escena y se habían inspirado con la gran actividad, sirvientes de toda clase; de limpieza, labriegos, granjeros, incluso niños y algunos más. Había alrededor de veinticinco personas viéndola, aplaudiendo su puntaje, animándola a seguir.
Tomó un respiro llenándose de sus energías positivas, cerró sus ojos mientras inhalaba y los abrió cuando dejó salir el aire de sus pulmones.
Era el último tiro. El último con el que podría romper el empate, con el podría superar el puntaje de su hermano mayor, Lord Alexander.
Nuevamente respiró y apuntó la flecha con ayuda de su arco, y repasó mentalmente todas sus debilidades frente a su hermano: era más débil, de poca fuerza física; esa era una de sus más grandes imposibilidades, pero también poseía sus fortalezas, y entre esas estaba su agilidad y excelente puntería, que la dejaba casi a la par con su hermano mayor.
¡ve allá, Eunice!
Se dijo a sí misma. Aseguró la puntería y soltó la flecha antes de que su poca resistencia la hiciese temblar. Todas las miradas se fijaron en el muy rápido viaje de la flecha, girando sus rostros de manera repentina para no perder detalle de su viaje.
El corazón de Eunice palpitó fuertemente al fijarse que la flecha había dado en el centro del blanco, sin embargo debían esperar el veredicto de Sir Arthur. El caballero más respetado de su padre, Lord Williams FordCollins, y quien desde hacía mucho tiempo había sido como un amigo para los hijos de Lord Williams. El hombre de gran altura se acercó al blanco hecho de madera y pintado con pintura, y razonó sobre su posición con meticulosidad.
Internamente estaba fascinado, no esperaba eso de una mujer, una dama que había sido criada bajo las más estrictas leyes sociales, donde hacer este tipo de cosas no encajaba dentro del comportamiento de una mujer, mucho menos de una Lady, no era de una verdadera dama tomar el arco y flecha para demostrar su afinada puntería frente a criados. Dentro de sí se sentía eufórico al presenciar tal cosa de una mujer, pero también existía cierta medida de tristeza. Dentro del castillo podía hacerlo, siempre y cuando nadie se atreviera divulgar tales prácticas, ya que por simplemente preferir un arco y flecha siendo mujer podría ser repudiada por la sociedad y, llegando a casos graves, ser condenada a algún castigo o a la muerte por llevar contra a los mandatos de la sociedad. Le aterraba que la gente, en su gran maldad, pudieran usar en su contra el ser lo que ella es.
Pero Lady Eunice era así, llena de energía, espiritualidad, amor y compresión; tanto que dondequiera que estuviese llamaba la atención de todos y a todos les gustaba seguirla.
Toda una varona.
Finalmente el hombre se levantó y regresó su mirada al público que esperaba ansioso por el resultado. Sir Arthur levantó su mano y luego de aclarar su garganta, habló.
-Ocho de diez mi Lady -Dijo-. Usted ha ganado.
Y casi al mismo tiempo comenzaron los gritos y silbidos de alegría, una mayor a la de antes. Eunice se lleno de felicidad y abrazó al primero que se atravesó frente a ella, un caballero novato que se le había acercado para percibir mejor la actividad.
-¡Viva, Viva! -Gritaban todos.
De inmediato mucha gente corrió a abrazarla, olvidándose de las reglas y estatutos sociales que los separaban y los obligaban a estar lejos unos de otros. Fueron uno solo en muchos.
Eunice pudo ver a su hermano sonreírle desde lejos en alguna parte del abrazo. Le había ganado ciertamente, pero los celos no era algo que existiese entre ellos, al contrario; se pulían y amaban mutuamente.
Sin embargo, la alegría fue sustituida por el miedo muy pronto.
-¡Eunice! -Gritó la voz enojada de su abuela en la entrada al patio de armas.
Todos al ver a Lady Anne se aterraron y se separaron como un rayo de Eunice dejando un vacío en la joven de 14 años. Todas las miradas fueron a la mujer mayor, quien le dirigía una mirada severa y penetrante a Lady Eunice, tenía el ceño totalmente fruncido, disgustada con la situación.
Para Lady Anne, que una mujer hiciera actividades de un hombre era una deshonra al nombre de Dios, a sus reglas y principios. Dentro de su educación se encargaron de remarcar muy bien la línea que definía y diferenciaba una mujer de un hombre, una Lady de un Lord, un noble de un criado: la Lady se encargaba del castillo, el mantenimiento, limpieza, comida y orden, de la confección y bordados de sus vestidos y calzas de calidad para ella y el Lord, al igual que alfombras y cortinas para el lugar; todo con ayuda de doncellas y sirvientes. Y el Lord junto con sus armeros, caballeros y demás se encargaban de la caza, los asedios, la defensa, el orden, la justicia, de la autoridad y de preñar a las mujeres; todo sin ofender a la corona y mucho menos a Dios.
Lady Anne caminó a zancadas marcadas hasta su nieta, y sin mirar a quien, la tomó del brazo clavando sus uñas en su piel, lo cual provocó que de la boca de Eunice saliese un quejido.
-Os lo he dicho antes, niña malcriada, ¡Os lo he repetido millones de veces! -Gritó a la jovencita, luego volteó su rostro a donde estaba el público-. ¡Iros de aquí, holgazanes! ¡Id a vuestros trabajos a menos que queráis también un castigo!
Con esas palabras bastó para que toda persona que estaba presente se esfumase a su labor correspondiente. Todos le temían mucho a Anne, principalmente por su carácter tan duro y recio, pero temían más al dolor y vergüenza de un castigo público.
Lord Alexander parado entre la gente que se alejaba, miraba a su abuela y hermana con el corazón muy acelerado, sintiéndose totalmente impotente. Quería salvar a Eunice del castigo que seguro su abuela le daría, quería tener el poder y el valor para enfrentar a su abuela; pero eso simplemente no le correspondía. Era el hijo mayor del Lord, pero no lo suficientemente mayor como para llevarle la contraria a su abuela, ella tenía la autoridad para mandarlo a recibir un castigo también. Por lo que no pudo más que mirar como su abuela se llevaba a Eunice prácticamente a arrastras adentro del castillo, mientras le gritaba cosas que en algún momento dejó de oír.
-No es vuestra culpa, Lord Alexander -Escuchó la voz de Sir Arthur detrás de él, luego sintió como le palpaba el hombro-. Lady Eunice se lo ha buscado.
Las últimas palabras de Arthur provocaron que Alex frunciera sus cejas y lo mirara extrañado. Más le valía no estar ofendiendo a su hermana; no tenía la autoridad para enfrentar a su abuela, pero sí para enfrentar a un Sir fuese del rango que fuese. Arthur al ver su rostro reparó lo dicho.
-No me malinterpretéis, mi Lord -Aclaró-. Lady Eunice se lo ha buscado, pero admiro mucho la valentía dentro de ella. ¿Por qué llevarle siempre la contraria a Lady Anne? ¿Por qué ir siempre en busca de un castigo? -Cuestionó al aire-. ¿No habéis notado que lo hace para demostrarnos quien es realmente? -Preguntó, pero Alex no supo que responder a eso. No estaba seguro-. Es una Lady transparente, muestra lo que lleva por dentro sin que… sin importarle lo que hagan o digan los demás. Para mí es la mejor Lady que ha podido nacer.
-Sí… -Suspiró Alexander.
-Lo resistirá. Así es Lady Eunice -Decretó con una sonrisa-. No es la primera, ni la última.
Con esas últimas palabras se alejó de Lord Alexander para ir a continuar su trabajo, dejándole algo de esperanza en el corazón. Tenía mucha razón en sus palabras, su hermana a pesar de ser una Lady era toda una guerrera que amaba ir contra el viento. Resistió todos los castigos pasados, resistirá este y resistirá los venideros. Porque lo sabía; vendrían más.
Tal pensamiento, ocasionó una sonrisa de victoria en el joven rubio.
…
-¡¿Hasta qué tiempo deberé repetiros y repetiros las cosas, Eunice?! -Exclamó su abuela en su habitación, andando de esquina en esquina con desesperación. Frotando su frente con estrés y meneando el cinto de cuero en su mano.
Eunice miraba a su abuela aterrorizada parada junto a su cama, no era la primera vez que la castigaba, pero siempre que ella lo hacía el temor navegaba por sus venas como si se tratara de un mismísimo demonio el que estuviese frente a ella amenazándola con llevársela al Seol. No quería ser mala y amaba a su abuela cuando estaba de buenas, pero enojada era toda una roca dura.
-Solo… estaba jugando -Defendió ella.
-¡Con un arco! -De inmediato refutó callando su voz tímida-. Y no solo eso, ¡Jugando frente a criados y caballeros! ¡Dejando que ellos os toquen la ropa, la piel con las manos sucias! -Gritó-. ¿Qué creéis que dirá la gente cuando sepan que jugáis con criados, arcos y flechas? -Preguntó pero no obtuvo respuesta-. ¡Decidme, Eunice!
En lugar de una respuesta, recibió un ligero sollozo de Eunice. Dentro de ella se sentía angustiada, apretada y asfixiada, quería aprender a usar una espada correctamente, quería poder usar un arco y una flecha para la caza sin que sus padres o abuela se escandalizaran.
A veces le preguntaba a Dios porqué le había dado tales dones en destrezas masculinas si al final no podría usarlos sin que la gente quisiera arrancarle la cabeza.
Se lo merecía, sí que se merecía poder hacerlo. Era buena controlando el personal del castillo, podía hacer comida deliciosa o dirigir una cocina entera para que las cosas salieran a la perfección, confeccionaba excelentes zapatos, calzas, medias, camisas, vestidos, guantes, alfombras y bordaba de maravilla; fabricaba muy buenas velas, perfumes y jabones, pero aún así no tenía el privilegio de ser premiada con un simple permiso que le parecía muy tonto.
Oh, como sufría tan solo por ser una dama.
¿Cómo podría decirle con total honestidad a Lady Anne: “Abuela, deseo poder usar una espada”? ¿Cómo podría reclamarle: “He hecho todas las tareas que me mandáis muy bien, deberíais pagarme con ese permiso”?
Solo quedaba quedarse callada.
-Venid aquí -Le ordenó a las doncellas de Eunice que esperaban paradas a la puerta. Rápidamente tres mujeres se adentraron a la habitación y esperaron sus ordenes-. Quitadle el vestido -Dijo, dejando desconcertadas tanto a doncellas como a Eunice.
-¿Qué…? -Preguntó Eunice no muy claramente mirando a su abuela, pero esta no le dirigía la mirada, sino que miraba algún lugar incierto en el suelo.
-¿No habéis oído? -Cuestionó al no ver hechos-. ¡Quitadle el vestido, la ropa, todo!
Las doncellas horrorizadas corrieron a Eunice y a manos temblantes comenzaron a desabrochar los botones que sujetaban la suave tela de su vestido azul oscuro, luego aflojaron el cinto de tela negra que sujetaba su cintura y el vestido por sí solo calló al suelo. No llevaba puesto muchos trapos, ya que la habían vestido de la forma más ligera para estar al aire libre. Luego procedieron a quitarle los zapatos, pero dejaron a la joven en su camisola y calzas.
-¡He dicho que todo, quitadle todo! -Vociferó-. ¡Dejadla desnuda! -Dijo. Las doncellas se miraron entre ellas, tragando saliva. No sabían lo que le iba a hacer, y no era a ellas, pero de solo imaginarse algo les causaba un terrible horror interno.
-¿Abuela…?- Cuestionó cuando las doncellas comenzaron a desatar las trenzas de la camisa que siempre se llevaba bajo el vestido, mientras que las otras dos le quitaban la parte inferior sin mirar mucho: la desnudez era pecado, o eso decía el Padre Carlos. Sin embargo, Eunice no recibió ninguna respuesta más que la mirada atenta de su abuela al trabajo de las doncellas.
Cuando las ropas estuvieron en el suelo, las doncellas se apresuraron en doblarlas a la perfección. Lady Eunice quedó totalmente expuesta, sus pechos pequeños y sus partes más íntimas estaban al aire libre, provocando una vergüenza terrible en la joven.
Sintió ganas de llorar. Su garganta se apretujaba asfixiándola y, aunque trataba de no hacerlo, sollozaba.
-Iros y llevaros la ropa -Ordenó y las doncellas obedecieron aliviadas. Deseaban irse, pero también lamentaban la situación de Lady Eunice. Por su parte, Eunice trataba de entender lo que pasaba, su abuela siempre había sido la más macabra en cuanto a los castigos. Y aunque era puro cuento de lenguas ajenas, se decía entre los criados y caballeros que era ella quien aconsejaba los castigos que Lord Henry FordCollins -su abuelo- le hacía a los que cometían alguna ofensa, y dichos castigos se caracterizaban por ser en extremo dolorosos.
¿Pero, cuál era su plan ahora? ¿Dejarla desnuda para avergonzarla? Eso no era correcto. Ni siquiera delante de Dios.
-Daros vuelta y recostaros en la cama -Dijo entonces.
Eunice de inmediato entendió lo que pretendía. Su corazón palpitó agitado, quería detenerla pero la única manera era prometerle que no lo volvería hacer y ella sabía, desde lo más profundo de su corazón, que no podría cumplir tal promesa, no podía cometer tal pecado de dar un voto y luego romperlo; Dios no la perdonaría. Y lloró. Lloró silenciosamente donde estaba parada, iba a doler, sabía que iba a doler. Era todo lo que su mente le repetía.
-¡Daros la vuelta, Eunice! -Exclamó, cosa que ocasionó un susto en Eunice-. Como sois tan rápida para hacer lo malo, selo, pues, para recibir vuestro castigo -Dijo.
Eunice le dirigió una mirada de ojos húmedos y secó sus mejillas cubiertas por algunas lágrimas. Tomó aire y se resignó a aceptar lo que venía, así como era rápida para hacer lo malo; debía serlo para recibir su castigo.
¿Pero realmente estaba haciendo lo malo?
Algo muy en lo profundo de su ser le decía que no, algo en su corazón aún le señalaba que eso era su vida; que de eso trataría su destino.
Las doncellas de Eunice, luego de enviar la ropa a lavar y traer consigo nueva ropa, se quedaron tras la puerta esperando a que Lady Anne saliese y ellas pudieran ponerse al servicio de Eunice. Y en cuanto llegaron pudieron escuchar y percibir todo lo que sucedía dentro de la recámara.
Lady Eunice gruñía, jadeaba y de vez en cuando gritaba abruptamente. Las doncellas aunque no lo estaban viendo, todos y cada uno de sus sentidos se estremecieron con pesar, y compartieron miradas de preocupación y angustia.
Oh, pobre Lady Eunice. Tan terca y amable, pensaban.
Segundos después, escucharon pasos apresurados venir de las escaleras que daban a ese pasillo. Por un momento imaginaron que se trataba de Lord Williams, pero era el joven rubio, Lord Alexander. Se aproximó a las doncellas y con la misma expresión que ellas tenían, habló.
-¿Qué le ha hecho mi abuela? -Preguntó sonando un poco jadeante luego de subir las escaleras.
Las doncellas se miraron entre ellas, preguntándose quien sería la mejor para hablar. Y cuando una de ellas estuvo a punto de hablar, uno de los tantos gruñidos fuertes y ásperos de Lady Eunice salió de la habitación respondiendo su pregunta.
-Han sido cinco azotes hasta ahora, Lord -Dijo una de las doncellas cabizbaja, complementando.
Alex soltó un suspiro largo sintiendo mucha pena por su hermana y recostó su cuerpo a la pared mirando al suelo. Cada sonido de dolor que salía de la boca de su hermana lo hacía cerrar con fuerza sus labios imaginándose la magnitud del dolor que sentía.
Minutos más tarde, los gritos y sonidos acabaron, todo quedó en silencio. Lo cuál hizo que Alex se pusiera firme y atento a escuchar cualquier cosa que su abuela pudiera decir.
-Entendedme, Eunice -Hablaba-. No quiero que con vuestras acciones Dios nos envíe maldiciones, entendedme, por favor -Dijo en un todo de voz firme pero suave-. Sois joven, podéis disfrutar de vivir de otra forma, si eso es lo que deseáis. Pero hacedme caso, oíd lo que os digo.
Alexander concentró todos sus sentidos por escuchar la siguiente respuesta de Eunice, y al igual que las doncellas, no pudo oír nada de su parte, comprendiendo que no había respondido nada.
-Espero que tengáis las cosas un poco más claras -Dijo Lady Anne.
El siguiente sonido fueron sus pasos que se aproximaban a la puerta, por lo que rápidamente todos se incorporaron y trataron de hacer sus caras más normales. Al abrir la puerta, Lady Anne los miró a todos con mucha seriedad, uno a uno, como si esperara que alguno dijese algo para darles un castigo también. Pero todos bajaron sus ojos en señal de respeto.
-Atendedle -Ordenó y sin miramientos caminó en dirección a las escaleras.
Las doncellas entraron de una en una muy rápido. Alex también quiso entrar, pero la voz de su abuela lo detuvo en seco.
-A vos ni se te ocurra entrar, vuestra hermana está desnuda -Anunció mientras empezaba a bajar las escaleras-. Esperad.
Alexander entendió y asintió aunque su abuela no lo miraba. Tuvo la intención de esperar, pero se fijó en la posición del sol y supo que las doncellas aprovecharían para asear y vestir a Eunice para la cena, por lo que tardarían un poco; así que decidió irse a asear un poco también para luego volver.
….
-Ah… -Gimió Eunice.
Estaba boca abajo en la cama, con una almohada bajo su pecho que la ayudaba a estar cómoda. Soportando el ardor que le producía el cataplasma de algunas plantas que le aplicaban las doncellas en las nalgas para aliviar el dolor y deshinchar la zona.
-Están rojas, mi Lady -Dijo una de las doncellas: Lara. La más joven de sus dos doncellas, la tercera era una novata que estaba siendo adiestrada.
-Tranquilizaos, se os pasará, Lady -Dijo Maura, la más vieja de sus doncellas-. Dadme más -Pidió cataplasma a Lara y ella se apresuró a abrir el frasco donde la contenían.
-Arde -Manifestó Eunice en un chillido al sentir la pasta fría y pegajosa.
-Lo reconozco, mi Lady. Pero esto os ayudará -Dijo Maura finalizando el masaje, luego bajó de la cama y lavó sus manos en un pequeño cubo de agua puesto en una mesa.
Cuando el tiempo pasó y las marcas de sus nalgas mejoraron, las doncellas procedieron a preparar un baño. Con ayuda de otros criados, pidieron traer agua a una bañera que Lady Eunice poseía en un pequeño espacio de su habitación, cubierto por una cortina para darle privacidad.
Cuando terminaron de lavar su cuerpo, tomaron toallas y secaron su cuerpo, teniendo extrema delicadeza en sus nalgas sensibles. Le colocaron sus calzas, camisola, y encima una linda saya de mangas ceñidas en blanco, que contaba con bordados de hilo en color amarillo y verde por todo el escote que rodeaba su cuello, y mangas. Para finalmente colocarle un pellizon de un verde más oscuro, de mangas anchas desde los codos que permitiese ver el elaborado bordado de las mangas de su saya.
Maura peinó el largo y ondulado cabello castaño chocolatoso de Eunice e hizo un excelente recogido alrededor de su cabeza para luego decorarlo con una cinta de tela a juego con su pellizon y los bordado de la saya, sujetado en el centro del recogido para dejarse caer hasta la altura de sus caderas. Quedando por fin hermosa, limpia y perfumada. Pero algo melancólica.
-No os preocupéis mi Lady -Trató de consolarla Maura-. Ya todo ha pasado.
-No, todo no ha pasado, Lady Maura -Respondió Eunice-. ¿No entendéis que hago estás cosas porque son mi pasión? -Preguntó.
Maura no supo qué responder, en sus 37 años de vida nunca había tocado un arma que no fuese un puñal para cortar carne, no reconocía la “pasión” que eso provocaba en Eunice. Siempre le repitieron que Dios había establecido cosas para hombres y cosas para mujeres, y que ninguno debía pasar esa línea a menos que deseara ser pecador y condenado por Dios. Además, las actividades de hombres no le resultaban atrayentes, por el contrario, se veían muy grotescas, duras y fatigadoras.
No se imaginaba cazando algo más grande que un conejo, y mucho menos asesinando a alguien a espada.
Sin embargo, se reservó su opinión para no ofender a su Lady. Dios también había explicado que todas las personas serían diferentes unas de otras. Tragó saliva y la miró a los ojos.
-Mi Lady, es mejor que obedezca a lo dicho por Lady Anne. Ella es sabia -Dijo al silencio que se había formado.
-Debo hablar con Elena -Pronunció Eunice más para sí que para responderle.
-Deberíais dejadlo todo como está, mi Lady -Le Sugirió Maura.
Pero entonces la puerta sonó con tres golpes algo desesperados, las mujeres se vieron entre rostros confundidos. La novata, quien estaba más cerca de la puerta, abrió la misma recibiendo a quien estuviese del otro lado.
-Es Lord Alexander -Anunció antes de hacerlo entrar.
-Oh, dejadlo pasar -Aprobó Eunice con una pequeña sonrisa.
-Sí, mi Lady -Pronunció y por fin Lord Alexander entró.
Los ojos de Lara se llenaron de luces al presenciar a Alex. Especialmente porque iba vestido con una túnica oscura que hacía resaltar su rubio cabello y su piel aperlada. Era tan varonil y apuesto que le provocaba mil millones de emociones al mismo tiempo, cada que lo veía ir por lado en lado.
Alex caminó con toda confianza en la habitación, y se sentó a la orilla de la cama mirando a su hermana un poco serio.
-¿Qué os ha hecho?- Inquirió entonces.
-Solo ha sido una azotaina, nada con que pudiera asesinarme -Respondió Eunice moviendo un poco sus hombros.
Alexander sonrió un poco. Los azotes dolían mucho, y que su hermana los negara de tal forma, solo implicaba que, al igual que los anteriores castigos, este había sido lo mismo que nada.
-¿Solo ha sido una azotaina? -Preguntó un poco divertido.
-Sí. Podéis iros por un rato -Mandó a las doncellas-. Quiero hablar con mi hermano en la soledad.
Lara, Maura y la novata asintieron sin refutar, ya habían acomodado todo, por lo que podrían incluso descansar un poco. Lady Eunice y Lord Alexander siempre se tomaban su tiempo para hablar y pasar tiempo juntos. En cuanto estas salieron, los hermanos continuaron su charla.
-Os admiran todos los caballeros ahora -Dijo Alexander con una pequeña sonrisa de complicidad.
-¿Habláis con la verdad? -Preguntó un poco emocionada. No imaginaba cuánto la respetarían ahora, no más que a su abuela, pero había dejado claro que aún siendo mujer ella podía.
-Os lo juro, Eunice -Dijo colocándose la palma de la mano en el pecho-. Sois un ídolo ahora.
-¡Qué el Señor reprenda a los ídolos! -Se alarmó ella-. No quiero tener el puesto de un ídolo, eso es blasfema a nuestro Dios.
-Ohm… tenéis razón… entonces sois inspiración de valentía -Dijo ahora, lo que provocó una sonrisa en el rostro de su hermana.
-¿Y cómo os a quedado el ojo, mi Lord, luego de su gran perdida? -Dijo moviendo sus cejas ligeramente.
-Solo habéis ganado por dos a vuestro favor -Bufó Alex con diversión-. Eso no es nada, mi Lady.
-Dos que os robaron toda la victoria, mi Lord, estoy seguro que en una guerra, dos puntos de ventaja que dan victoria no serían tomados a la ligera -Respondió ella con voz altanera, bromeándole-. Habéis sido como un crio pequeño.
-¿Queréis otro castigo por burlaros de mí, mi Lady? Os recuerdo que soy vuestro hermano mayor -Respondió este con la misma burla.
Eunice frunció sus cejas y cruzó sus brazos. Cosa que hizo que Alexander riera obteniendo la victoria en la discusión. Le animaba pensar que ella resultó victoriosa primero que él, pero prefirió guardar silencio, no quería ofender a su hermano, ni siquiera jugando.
…
-Lord Williams os llama, mi Lady -Dijo Sir Jim, otro de los respetados caballeros en el castillo, cuando hubo encontrado a la joven Eunice como se le fue encargado.
Eunice estaba en lo más alto de una torre en el castillo, observando el atardecer y los pequeños cuerpos de los pobladores trabajar y moverse de un lugar a otro.
- ¿Dónde se encuentra? -Preguntó ella mirando el suelo.
-En su pieza de inspiración -Aclaró él.
La habitación llamada “Pieza de inspiración” no era más que el lugar donde su padre elaboraba sus obras con pintura en lienzo, ubicado en una de las torres del castillo. Lord Williams FordCollins era muy reconocido por sus muy variados cuadros, desde retratos de personas nobles, hasta simples paisajes que resultaban hermosos. Siempre decía que le gustaba mucho admirar y plasmar en pinturas las creaciones divinas, le encantaba imaginar como Dios creó cada maravilla vista por el hombre.
Eunice junto con Jim fue a la pieza de inspiración. Ya imaginaba el porqué de su llamado; seguro que su abuela le había comentado algo de lo ocurrido en la mañana y seguro su padre ahora también la reprendería por tratar de imitar a los varones. Su padre no era violento, pero sus palabras eran el más duro golpe que podía dar. Seguramente le dirigiría una mirada de decepción que guardaría en el baúl de sus recuerdos para toda la eternidad.
Cuando por fin estuvieron en el lugar, Jim abrió la puerta de la habitación para Eunice entrase al igual que él. Desde ahí, Lady Eunice vio a su padre, de espaldas a ella, mirando muy pensativo un cuadro pequeño que aún no terminaba; le percibió bastante inseguro, dudoso, como si ni él mismo comprendiera lo que estaba pintando.
-He traído a vuestra hija, Lord -Anunció Sir Jim, cosa que hizo que por fin Williams volteara por unos segundos y se despegara de su concentración.
-Gracias por vuestro trabajo, Jim. Por el momento iros y dejadme a solas con Eunice.
Sir Jim asintió a la orden y volteó en dirección a la puerta para salir por ella. Cuando estuvieron solos, su padre se recostó vagamente en una mesa del lugar donde tenía puestas algunas de sus pinturas y mezclas hechas por el mismo. La miraba con una seriedad extraña, no serio molesto, sino más bien serio sereno y apacible; casi con una pequeña sonrisa ladina.
Eunice no supo si mirarlo a los ojos con confianza, o bajar la mirada para esperar un castigo verbal. Tragó saliva y se armó de valor para ella iniciar la charla.
-Supongo que lo sabéis -Dijo sin mirarlo muy directamente, entrelazando sus dedos al frente de su cuerpo.
El rostro de su padre seguía extrañamente calmado, él solía regañarla por estas cosas, le repetía una y otra vez el orden que las cosas tenían. Y aunque no la hacía entender con azotes o gritos, siempre conseguía que pesara en su conciencia.
-Sí, vuestra abuela me ha informado de todo -Dijo, cambiando de posición sus brazos-. Me ha dicho que te ha pillado jugando con los criados y caballeros… y que para colmo, con arco cargado -Agregó finalmente con un tono poco común.
-Padre, disculpadme, y-yo solo… estaba -Trató de explicar, pero su padre la acalló.
-Sí, estabais compitiendo contra vuestro hermano en un juego de tiro y flecha, probando quien ha de ser el mejor -Mencionó, demostrándole que sabía todo a detalles.
Eunice tragó saliva sintiéndose más nerviosa. Era algo muy fuera de lugar que una Lady jugara con flechar y arcos, pero lo era aún más que desafiara a un Lord a competir. Era como tratar de quitarle su honra. Para ellos era un simple juego, pero la sociedad seguramente lo vería de otra manera.
Y quedaba un asunto importante: ¿Cómo lo vaía Dios?
Su padre la miraba atentamente, esperando que ella hablara e intentara defenderse con algunas de sus variadas excusas. Pero Eunice no pronunció palabra alguna, sino que se mordió los labios con una expresión de quien es descubierto con las manos en la masa.
En un pequeño intervalo de tiempo, Lord Williams frunció su ceño, pensando como si estuviese dubitativo; como si estuviese al borde de descubrir algo. Cuando la pequeña Eunice lo vio hacer esa expresión se asustó, era de enojo, pensó.
Y por un momento quiso dar su voto de no volver hacerlo, estuvo a punto de hablar; pero un movimiento en su padre le cortó la voz.
Lord Williams se había vuelto al cuadro, pensando, calculando, como si la inspiración hubiese venido de la nada. Y en un movimiento muy desesperado tomo su pincel y comenzó a pintar, ahí, en medio de la discusión.
Tardó un par de segundos para recordar que su hija estaba con él, observándolo y esperando sus palabras. Fue cuando suspiró y soltó una pequeña risa apenada.
-Disculpadme vos, me ha venido una imagen a la cabeza y no he podido perder la oportunidad -Dijo tomando una manta para tapar la pintura. Luego volteó una vez más a ella y le sonrió.
Eunice bajó su rostro, esperando sus siguientes palabras. Williams aclaró su garganta y habló.
- La palabra de Dios establece: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad…”
-“…La mujer aprenda en silencio- Continuó Eunice, demostrándole que sabía la cita que le decía-, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva” -Terminó-. Lo reconozco, sé que Yahweh no se refería a que no podemos ser hermosas, sino a que seamos su vivo ejemplo antes de querer lucir pomposas, sé que el hombre debe regir a la mujer. Sé lo que tratáis de decirme, padre.
-Entonces decidme, ¿Qué ha pasado esta vez? ¿Por qué desafiáis a vuestro hermano para probar quien es mejor?
-Es que… yo… -Mordió sus labios mientras buscaba las mejores palabras, haciendo un gran esfuerzo por no llorar-. Disfruto de hacer esas… actividades, padre, no quise demostrar nada solo..
Williams se quedó observándola unos minutos, como si estuviese digiriendo lo que acababa de decirle. Luego sonrió a medias y suspiró.
-¿Sabéis por qué Yahweh estableció eso?- Preguntó él.
-Porque en los tiempos antiguos Eva fue la engañada por la serpiente, su castigo fue dolores en el parto y sumisión delante de los varones.
-Os sabéis todo eso de memoria, Eunice. No comprendo porqué vuestra desobediencia.
-Ya os lo he explicado… le veo más… atractivo.
-Las mujeres sois signo de ayuda- Comenzó a explicar-, sois el significado del verbo ayudar. No dejéis que la gente o el mundo os haga entender que sois algo simple y de valor menor. Pero al igual que en todo, hay leyes de Dios que se deben seguir para que os vaya bien, debéis obedecer a lo que la Divina Palabra establece.
-Comprendo todo lo que decís, pero es difícil para mí. Es difícil, padre. Haciendo esto siento como si mi vida fuera completa, como si para eso hubiese sido creada… Me gusta cumplir mis actividades en el castillo, pero siento mayor plenitud al hacer estas.
-Y vos, Eunice, ¿Sabéis lo que hacer eso conlleva?
Eunice recapacitó en su mente la reciente cuestión. Pero no le consiguió sentido, y dejó ver confusión en su rostro, mirando por fin a su padre al rostro.
-El saber destrezas masculinas, trae consigo riesgos. Si aprendéis a ser fuerte en la batalla, significa que iréis a guerra; la guerra no es un espacio hermoso donde disfrutareis el blandir correctamente una espada. En el campo de batalla cada minuto cuenta, deberás asesinar para no ser asesinado; quitar cabezas para procurar tener la tuya, veréis sangre, tuya y de otros, recibiréis fuertes golpes lejos de ser compasivos, y tendréis la muerte tan cerca que casi podréis olerla.
Eunice tragó grueso ante la aterradora descripción que su padre le hacía. No había imaginado todo aquello, sí sabía de la guerra y lo desesperante que una puede ser, pero su padre estaba hablándole mucho más crudo.
-Pero, claro, aún podríais iros por algo menos angustioso: la caza. Tiene menos riesgos, pero sigue siendo aún así muy peligroso. ¿Qué pasará el día en que seáis atacado por un animal salvaje? ¿Qué pasará cuando, en busca de defensa os deis cuenta que ya no tenéis flechas? O para dejarlo más simple, ¿Qué harás con la herida profunda y sangrante que esta bestia os haga?
-Sobrevivir, eso es lo que haré. En la guerra o en la caza, sobreviviré porque clamaré a Dios -Respondió ella.
Y Williams quedó callado ante su respuesta. Su plan era intimidarla, hacer que se diera cuenta de la magnitud de riesgos que contenía el ser guerrero o cazador, pero no estuvo preparado para su respuesta.
Williams entonces sonrió, porque aunque su respuesta fuera apresurada, era la más correcta.
-Eres muy terca, hija mía, pero muy inteligente -Mencionó con ironía-. Aprended más de Dios, es lo que debéis hacer ÉL te sabrá responder, pero también atended a sus mandamientos. Vosotras sois las mujeres sois poderosas cuando os establecéis en la línea del Espíritu Santo. Tenéis en vuestro cuerpo el donde criar y desarrollar la vida, pero sois débiles cuando el Espíritu de verdad no está en vosotras. Sois el tropiezo de un hombre, pero también sois lo que lo mantiene firme.
>>Así que vos, Eunice, entérate de lo que Dios quiere hacer contigo antes de lanzarte por vuestras pasiones. Sed un instrumento de Dios y no de la carne -Aconsejó-. Tened siempre en cuenta que vos necesitáis del varón, pero el varón también necesita de vos, y obedeced al mandato que dice: Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo. (1 Corintios 11:3)
Eunice asintió comprensivamente ante esto. Ella no quería sobrepasar lo que Dios estableció, ella solo quería poder hacer lo que le apasionaba.
-No debéis pasar por alto TODO lo que Yahweh de Los Ejércitos Celestiales a dicho. Obedeced y haced las cosas de la mejor manera- Dijo, haciendo una pausa larga para luego agregar-. El mundo os puede perder y confundir, pero vos confía y deja todo en manos de Dios.
Dijo Williams, culminando con aquello. Reconoció el valor que poseía Eunice, sabía que era una joven firme y obediente a Dios, lo que también sabía, y era su preocupación es que, por querer practicar y perfeccionar esos dones, la gente la acusaría de no cumplir el papel digno de una Lady, la tendrían por burla y podrían lastimar su alma. Las cosas serían mucho más sencillas si fueran de una clase baja, pero ese no era su caso.
Cuando Eunice se fue, Williams destapó su lienzo otra vez, y continuó su pintura.
-Señor Yahweh de los cielos, cubridnos por favor con la sangre del mesías -Pidió-. Santo, alejad de Eunice todo mal. Observa, oh Señor, las pasiones de su corazón, y cámbialas si no están sujetas bajo vuestra voluntad, pero si vienen de vos, Señor, continuad vuestra obra. Amén.
Oró, mientras terminaba el cuadro de una muchedumbre, mirando y aplaudiendo a un guerrero, subido a una tarima, de cabello extrañamente más largo, junto a un rey tirado sobre sus rodillas, con la corona en el suelo, cargando una expresión desesperada.
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Y.... aquí dejó el primer cap. Dios les bendiga.
No diré mucho jejeje
Solo preguntaré:
¿Les ha gustado este primer cap?
¿Que les han parecido los pocos personajes que se mencionan acá?
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