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La crisis del Medioevo


 La pubertad nos introdujo con violencia, caos y desenfreno a este periodo intermitente de nuestras vidas; un momento liminal en el que ni somos niños, ni somos jóvenes, sino más bien una especie de micos lampiños con niveles bajísimos de atención y hormonas que nos hacían caer en nuestros impulsos más bajos, desde la agresividad hasta la lujuria.

Si en algún momento sufrí bullying o algo parecido, fue en este periodo (sobre todo en primer grado). Lo peor es que era uno "amistoso" practicado por mis propios compañeros cercanos (aunque siendo honestos, esto era más general y hacia todos; y yo también aprovechaba para no hundirme en los escalafones más bajos de la generación y me burlaba en sintonía de la víctima de turno). Mis notas bajaron drásticamente; me perdí en matemáticas y apenas podía poner atención, más concentrado en mis dibujos (¡Hey! al menos ya dibujada mejor que Andrés; aunque este se hubiera salido de la escuela durante el cambio de primaria-secundaria); también me llevé varios avisos a casa (aunque fueron pocos, comparados con los que amigos y colegas se tuvieron que tragar).

Corrieron a varios compañeros, algunos por calenturientos, otros por drogadictos y otros porque se creían narcos y llevaban navajas a la escuela. En cada año, tuvimos un director diferente. Los profesores no duraban y la composición biológica de nuestro grado estuvo en constante cambio, al mismo tiempo que remodelaban la escuela y, siendo más específicos, la propia secundaria.

Yo, sin embargo, ya había consolidado mi posición como erudito en materias como biología, historia o geografía. Era el sapiencial y, aunque no era parte de la oligarquía, volvía a estar bien posicionado entre los vulgares.

La debacle, no obstante, sucedió el mero tercer año de secundaria. Ahí, teníamos que hacer el pregón de San Enrique, una obra de teatro novedosa cuyo protagonista no era Teresa (para eso faltaba más), sino el fundador de la Compañía. Yo estuve entre los escritores, directores y productores de la obra. Desgraciadamente, teníamos el tema limitado, pue teníamos que hablar de la historia del colegio, ya que este cumplía 115 años. Mi equipo y yo hicimos lo que pudimos para salvar nuestro pregón del aburrimiento total, rescatando los momentos más memorables (por ejemplo, la visita del papa Juan Pablo II, al cual yo interpreté) y añadiéndole bailes con canciones de la época. Un trabajo respetable, si me preguntan.

También fue la primera vez que fui a misiones, esta actividad "humanitaria" de origen evangelizador que, afortunadamente, en mi escuela era de todo menos eso: era más bien un trabajo social, en el que grupos pequeños iban a rancherías y pueblos en cierto municipio específico (Oxeloco, Hidalgo) para convivir con la gente de la comunidad, escuchar sus problemas, jugar con sus niños y repartirles despensas; ¿y que les digo? Me enamoré. Me enamoré de estar tanto tiempo inmerso en una comunidad indígena (en ese momento aun no sabía lo que era la exotización y el estractivismo) o una comunidad totalmente diferente a la mía. Ya no me importaba estar lejos de casa; el gusto por conocer el mundo y su gente se hacía cada vez más grande. A partir de esa primera experiencia hasta el inicio de la pandemia del COVID-19, cuando estaba por finalizar mi estadía en la prepa, fui cada año de misionero a las diversas comunidades a las que nos mandaban.

Pero también en misionesme enamoré de una persona; una compañera de equipo, llamada Natalia. Era un añomayor; seria, introvertida (yo en ese momento empezaba a dejar mi lado másreservado) y ácida; me fascinó. No tardamos en empezar a salir y a ser novios.Teníamos gustos parecidos, íbamos juntos a varios lugares y veíamos películasen nuestras casas. Con ella experimenté de todo.

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