Adiós, mamá.
Odiaba el hospital. El olor estéril que se le impregnaba en la nariz, las batas blancas, la poca luz natura, y sobre todo, lo que le disgustaba, era ver a su madre allí.
Junto con Robert, su padre, pasaron un año y medio yendo y viniendo de las perpetuas salas blancas. Pero las últimas dos semanas, estuvieron en una habitación diferente, donde se encontraba Alexia Pendragon, un poco más cómoda.
Con una ventana que daba al jardín, que jugaba con los límites del bosque. El cielo azul limpio se colaba por ese espacio, dándole a la mujer una mer visión de los días. Los últimos parecían ser más brillantes que todos los anteriores
No se estaba poniendo mejor, tampoco mejoraría, los adultos que la rodeaban lo sabían, pero la niña de cabellera castaña e intrigantes ojos verdes no.
—Ari, ven mi niña.— la llamó al verla distante, tras la ultima revisión.—¿Quieres ir a jugar con tus amigos?— preguntó y Aria asintió con rapidez.
Alexia sonrió. Se le rompía cada vez un poco más el corazón, cuando la veía tan apagada por estar encerrada. No quería eso para su pequeña hija.
—Antes de que te vayas, quiero que sepas lo mucho que te amo Aria, por ti he sido tan fuerte hasta donde el espíritu me alcanzo.— dijo, y paso una mano por su mejilla.
Aria no entendía muy bien de lo que su madre hablaba, pero esas palabras generaron algo nuevo en su interior. Por primera vez en su corto periodo de tiempo lloró por no compreder lo que su mamá le decía.
—Mamá —murmuro, con un nudo en la garganta.
Entre lágrimas, la abrazó. Con temor a lo desconocido, y amor por la mujer que la recibió entre sus brazos como si fuera el tesoro más preciado del mundo.
Y lo era. Aria era su mayor logro, lo que más amaba cuidar y amar. Su pequeña princesa guerrera. Veía en ella el futuro más prometedor, pese a no verse a su lado.
—Oh, Aria, si tu no me ves, tienes que saber que siempre estaré para cuidarte, te acompañare.— sostuvo tratando de que las lagrimas se frenaran.
Soltó a la niña, para verla una vez mas. Ante sus ojos, Aria era perfecta. Traía el cabello castaño atado en dos coletas, que seguro Robert peinó. Su mirada verde brillaba como las hojas de los árboles en plena primavera. Y la mueca de su sonrisa, sus hoyuelos, era la representación más clara de la inocencia.
Se llevaría esa imagen hasta el fin de la eternidad, y cuando cierre los ojos al fin, sabrá que hizo lo correcto.
—Eres hermosa y fuerte, que nadie te diga o te haga sentir lo contrario.— dijo, con una débil sonrisa.—Ahora ve, Barb te llevará con Jim y Toby, ve.
—Te amo.— le susurro sosteniendo el rostro de Alexia entre sus pequeñas.—Haré una gran torta de barro para ti.
Alexia vio como su única hija se iba, estaba en paz con lo que se aproximaba, y solo esperaba que su pequeña familia lo este después de un tiempo.
Hizo señas para que su esposo se acercara, este fue y se sentó a su lado. Solo se podía oír el ruidos de las máquinas que indicaban sus signos vitales, y las lentas respiraciones. Alexia lo tomó de las manos, para que Robert la viera a los ojos.
Él hombre estaba seguro que si la veía a sus ojos azules, desprovistos de brillo, se entregaría a una realidad que estaba evitando.
—Por favor, amor mío, mírame.— susurro Alexia, apretando la palma de su mano.
Robert alzó su mirada, y vio aquello a lo que no se quería enfrentar. Sin embargo ante la inminente muerte, su esposa se veía hermosa. Era como un ángel al que le habían arrebatado los colores, pero aún así, seguía siendo la mujer de la cual se enamoro en la universidad. A la cual juro amar en la salud y la enfermedad, y proteger de todos los males.
Una tarea heroica, Alexia le señaló alguna vez, y él con orgullo afirmaba que si.
—Hay algo que debes hacer por mi Bob, jura que lo harás por muy loco que suene.— le hizo prometer aun sabiendo que ante su condición no se negaría, aun que tampoco lo haría si ella estuviera sana.—Le darás el libro a Aria, cuando sea un poco mas grande.
—Por Dios Lex ¿Lo dices en serio? ¿Al menos me dirás de que se trata todo eso? Quiero saber como será el futuro de nuestra hija.
—Pero no me has creído hasta ahora, después de todo eres el racional de los dos.— respondió con una pobre sonrisa, pero que denotaba felicidad y gracia.
Robert echo una carcajada ante las palabras de su esposa. Todo eso años viviendo juntos, donde oyó cada cuento que ella le contó, cada historia mágica, cada verso, todo era cierto, y él nunca le creyó, porque lo que mas amaba de esa mujer era su gran capacidad para crear mundos nuevos, algo que por desgracia a él no le salía. Agradecía que Aria haya heredado eso de su madre.
Alexia volvió a llamar la atención de su esposo, y este se calmó ante la risa nerviosa del momento.
—Cuando me haya ido, por favor, nunca le ocultes tus lágrimas a nuestra hija. Se cariñoso, compresible, no la pierdas de vista, y si te cuenta una locura, debes creerle.— beso sus nudillos, y le regalo una sonrisa amable.—Júrame que vas a continuar, no tenga miedo a amar alguien mas.
Él solo asintió, y ambos guardaron silencio. Robert continuaría, pero nunca amaría a alguien de la misma manera en que amó a Alexia. Nunca más volvería a ser un fiel creyente de la fantasía como lo hizo con su esposa.
Alexia falleció esa misma noche, se fue en paz. Nunca antes estuvo mejor, estaba segura que su pequeña familia seria fuerte, y que continuarían, por mas dura que fuera la realidad.
Robert hizo lo que le pidió, y por difícil que le fue, llenó la vida de Aria de magia y creatividad, de aventuras que solo él le podía ofrecer. Él era geólogo, y no podía hacer mucho mas de lo que la historia humana le proporcionaba.
Para incrementar mejor hasta su propia imaginación, llevó a cabo su propio sueño, viajar por el mundo, ahora con su pequeña hija.
Aria y Robert se despidieron de Arcadia, y se fueron a hacer el paseo mas largo de sus vidas; al menos por ocho años no volvieron.
Lo que le espera a Aria en Arcadia pondrá su vida de cabeza, al menos un poco mas.
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