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7, Cuando sea la hora.

 Ahora que casi todos sus amigos tenían una idea del secreto, se sentía un poco mejor de no tener que cargar con algo tan pesado sola. En si era su responsabilidad, y no podía dividir eso en nadie más que ella misma, pero no estaba sola. 

 Esa misma tarde volvió al Mercadotroll piedracorazón, donde le ofrecieron un lugar para entrenar. Lo hacía sola, mientras era observada por Draal, que no dejaba de gritarle cada vez  que se detenía a mitad de camino obligándola a seguir corriendo en círculos.

Por cada descanso inmensario (según él) que tomaba le gritaba que debía dar cinco vueltas mas.

—Esta niña es débil como un palito.— le recalcó a la princesa que estaba sentada a su lado.—Esta lejos de ser lo que tú eras.

—Deja de adularme, no te voy a perdonar por solo decir palabras bonitas e hirientes para el resto, necesitaras más que eso.— dijo, viéndolo por el rabillo, sin perder su postura.

—Harás que me arrepienta por decirlo ¿Qué puedo hacer para que me disculpes?— preguntó en voz baja. 

 La princesa sonrió con entusiasmo, tomo su mano, y corrió a dónde estaba Aria dando su quinta vuelta consecutiva. La detuvo, pero la más joven termino sentada en el suelo, tomando grandes bocanadas de aire, y secando el sudor que bajaba por su frente.

—¿Sabes lo que puedes hacer por mi, querido Draal?— le cuestiono viéndolo de manera divertida. 

 La relación que tuvo con el troll azul se vio truncada a finales de la corta vida de la princesa cuando Draal se decidió volver a América del norte, y le exigió a la por entonces joven de veintitrés años, y a demás su enamorada, que no lo siguiera, que su lugar era en Francia siendo la guardiana de la reina troll Moira. 

 Aria Meyer Pendragon hubiera abandonado todo con tal de seguirlo, pero él no se lo iba permitir. Mientras que Draal creía hacer lo correcto por el honor de la princesa, ella lo vio como una traición. 

 Sin embargo, antes de ser lo que fueron, Draal le enseñó todo lo que la princesa conocía en cuánto a su deber como guardiana. Le enseñó tanto a atacar como a defenderse, y muchas otras tácticas que la hicieron una gran guerrera. 

 Lo único que nadie le enseñó fue a defenderse de la magia oscura y está fue la causa de su prematura muerte. Draal se culpo por mucho años el no poder estar a su lado en ese fatídico día, pero el tampoco podía hacer mucho contra la oscuridad que acechaba a la princesa.

 Y ahora quería, para saldar su supuesta traición, que le enseñe a la joven Aria a ser tan fuerte como ella lo supo ser en vida, y deseaba que fuera mucho mas fuerte, puesto que carecía de magia. 

—¿De verdad me entrenarías?— preguntó Aria ilusionada. 

—Ya lo hago.— respondió este cruzándose de brazos.

 La princesa lo vio con furia haciendo que se retracte. 

—Si, te entrenaré de verdad. 

 La más joven, pese a su cansancio, empezó a saltar de alegría por todo el salón de entrenamiento. 

 Así fue que día tras días, a la salida de la escuela, mas bien cuando se ausentaba, o a veces después de almorzar con su papá, se iba al Mercadotroll.

  Algunas tardes iba con Clara, otras iba con Toby. Trataba de enfrentarse a varias situaciones para volverse ágil en diferentes campos.

En algunas ocasiones se quedaba con Vendel estudiando. El viejo troll le había agarrado cariño, como si fuera una pequeña nieta humana, puesto que veía en ella a unas de sus antepasadas, en ella observaba a la misma Zelda. 

—Y no sólo a ella, sino también a la querida Waylla, esa niña tenía agallas.— le aclaro mostrándole un libro de siglos atrás con la pintura de una joven guerrera del sur.—Ella se encargó de poner a Caeli en diferentes partes del mundo. Fue la más joven de todas la guardianas. 

 A Aria le entusiasmaba escuchar eso, y esto se lo contaba a su papá que no se cansaba de oírla hablar de mujeres guerreras. En ningún momento le cuestiono de dónde salió toda esa nueva información.

Hasta que un nombre, el de Zelda, le hizo pensar que ya era hora de darle ese libro que su esposa guardó por tanto años. Nunca leyó su contenido, tenía la firmé creencia de que no le correspondía, pero confiaba en Alexia. 

 Interrumpió su charla, y tras ir a buscarlo a su estudio, le puso el libro frente a su maravillados ojos verdes. Le explicó de que se trataba ese regalo, pero no de lo que podía contener. 

—Lo cargue por muchos años esperando a que llegara el momento adecuado para dártelo, era lo que tú mamá hubiese querido.— le contó con cierta nostalgia.

Aria salto para abrazarlo y agradecerle el obsequio.

—Iré al laboratorio, la señorita Nomura me dejó un listado de cosas por hacer en su ausencia.— comentó yendo en busca de sus llaves.—Nos vemos en la noche, haz tu deberes.— dijo antes salir, y tirando un beso en el aire que Aria tomo. 

 Con el libro en sus manos, invoco a la princesa, quien se presento en cuestión de segundos.

La Guardiana de Avalon, como se titulaba, estaba en letras doradas e iba encima de una corona de rey a juego. Estaba forrado de color verde oscuro, y tenia una gran cantidad de hojas, donde las primeras cinco se encontraban las firmas de todas la mujeres que llevaron la joya hasta la actualidad. 

 La ultima hoja con los registros aparecía su nombre, el de su mamá y para su sorpresa el de sus papá. 

—Veo que Alexia era una innovadora.— señalo la princesa leyendo junto con Aria. 

 Se quedaron por una hora hojeando sus paginas, leyendo una que otras historias, algunos movimientos de espadas, o de defensa. Era como un gran diario donde cada mujer que lo tuvo en su mano escribía acerca de su deber sagrado. 

 Entre los dibujos estaba el de una de las tantas cazadoras de Gunmar el negro, el terrible troll que aun desde las tierras oscuras seguía causando miedo. Eran todas iguales, parecía que nadie le podía ver mas que el cabello, altas e imponentes, de una extrema rudeza.

  Una amenaza tanto para los cazatrolles como para las guardianas de Avalon. 

—Y faltan un par, solo que no tuvieron tiempo de escribir algo porque sus muertes fueron repentinas.— conto con tristeza la princesa, pasando paginas vacías.

—¿Qué hay de tus paginas? Debe haber algo interesante, como por ejemplo el hecho de que aun me faltan piezas.

—No, lo leemos en otro momento.— respondió nerviosa tomando el libro.

—Vamos princesa.— insistió arrebatando el libro de sus manos espectrales.

Tras dar con su nombré, y leyendo los primeros párrafos no pudo evitar sonreír con cierta picardía.

—Oh por todos los cielos ¿Estabas enamorada de Draal?— pregunto graciosa, podía notas un leve rubor en sus mejillas, aun que no se viera por la falta de color.—Te lo tomaste muy en serio lo del diario.

 Se puso a correr de una punta a otra, porque una versión fantasmagórica de la princesa la perseguía para arrebatarle el libro. Pero alguien llamando a la puerta hizo que se detuvieran en seco. El fantasma se oculto, y Aria fue a ver quien era.

Para sorpresa de ella era Jim. 

—Hola.— saludo nerviosa, ocultando el libro por detrás.—¿Qué haces acá? digo ¿Cómo estas? Te ves cansado. 

  En efecto lo estaba, y las ojeras bajo su pagada mirada azul así lo señalaba. Hacia un par de días que no lo veia. Con algo de suerte lo cruzaba en alguna clase.

—¿Puedo pasar? Quiero habar, ya sabes, pasar el tiempo, no hemos tenido mucho desde que llegaste.— dijo un tanto apenado. 

—Si porque me estuviste esquivando.— comento por lo bajo haciendo una seña para que pasara.—¿Quieres comer algo? Solo tengo agua.— le sugirió riendo. 

—Si es en paz, por mi esta bien.— dijo con una sonrisa cansada.—Me quiero disculpar por ser estar tan distante, si tan solo supieras.— balbuceo, pero fue inevitable que la castaña lo oyera. 

—Me puedes decir lo que sea, lo sabes.— señalo, yendo a la cocina a prepara té, como le hacia su madre, pese que a los siete años detestaba eso.

 A pesar de la leve señal de querer habla, Jim prefirió guardar aun mas su secreto, tanto como lo haría Aria con el suyo.

Con las bebidas listas, se pusieron a charlar de todo menos de aquello que les pesaba en sus jóvenes hombros. Ambos se extrañaban y no se daban lugar para pasar al menos unos minutos como adolescentes normales.

 Por un lado Jim buscaba las rocas triúmbricas, al menos la que le faltaba. Mientras que Aria trataba de mejorar a como de lugar, para no morir frente a una cazadora, o ayudar a proteger a quien tenga que proteger.
Solo que por eso momento, no les importaba todos sus deberes sagrados. Mucho menos hablar de la escuela.

—Un día de estos los invitaremos a cenar a casa, para que dejen de comer eso que comen.— dijo señalando las cajas de comidas rápidas.

—Si, Bob esta muy ocupado, y yo quemo el agua.— respondió Aria sin vergüenza a la verdad.

 Minutos antes que se marchara, Aria sintió una extraña conexión. Lo detuvo en la puerta, y lo vio fijo a su mirada azul cansada. 

—Perdón por insistir, pero me puedes decir lo que sea.— dijo con una seguridad que la hacía dudar que fuera ella misma, tomando con fuerza su mano.

 Jim la vio fijo a los ojos. Pese a sus palabras y su voz, se notaba en su mirada verde que algo la angustiaba, y no estaba listo para sumarle otra carga. No sabía que era más egoísta involucrarla o hacerla a un lado, por mucho que duela. 

—Lo se.— se limito a decir con una leve sonrisa. 

 Le dio un beso en la mejilla y se marcho, era como una extraña despedida.

Aria lo vio perderse en la oscuridad de la calle. Sentía una pena en su corazón que era difícil de explicar, porque era la primera vez que lo sentía.  

—Lo se, lo se. Es él.— afirmo segura la princesa apareciendo detrás de Aria. 

—¿De que hablas?— pregunto confundida.

—Niña, él es cazatroll, como no lo notaste, las guardianas estamos ligadas por muy tontos y adolescentes que sea.— respondió la princesa.—Yo tuve la dicha de batallar junto con Kanjigar, El Valiente.— se regocijo ante el recuerdo.

 Aria quedo atónita, ahora que traía otro gran secreto en mano, seria el momento para tener una charla de verdad con su amigo.  

★★★

Hola mis soles ¿Cómo están?

Este es un buen capítulo, y lo saben.

Antes de irme, porque no tengo mas que decir, les tiro el spoiler que el próximo capítulo se llama "El hurto de la joya..." y

Sin mas que decir besitos besitos, chau chau.








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