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6. Lento espectáculo

El viento enrojecía su nariz, acariciaba sus párpados y se restregaba con osadía contra la suavidad de sus labios mientras uno de sus pómulos se encontraba descansando plácidamente sobre la espalda de Draken. El cuero del abrigo le mimaba el rostro y le brindaba un inmenso calor hogareño mientras se dejaba mecer por las vibraciones de la moto bajo él. Sus brazos se reunían con añoro frente al abdomen de Draken para abrazarse a él con mayor fuerza a medida que el ronroneo de la motocicleta incrementaba sus retumbares o en el vacío de las calles.

A pesar de que no era tan tarde solo se tenían el uno al otro en aquellas calles. Como Mikey tenía sueño, Draken había tomado un camino más desolado para que los ruidos de los transeúntes y los motores ajenos le generaran una molestia mínima. No obstante, él vivía en una zona céntrica, por lo que tarde o temprano los sonidos alcanzarían a Mikey.

Frenó en un semáforo y sintió los dedos de Mikey juguetear entre sí con suma discreción frente a su abdomen, como si su objetivo fuese que Draken no notara que aún seguía despierto. Con sus movimientos que se mostraban vacilantes camuflaba la manera en que le apretaba hacia él cada vez más.

—Pronto llegaremos.

La voz de Draken se alzó entre todas las demás; ahogó el sonido de los demás motores, del barullo, de los gritos de los ebrios, acalló el sonido incesante de la motocicleta y le confortó. Sin embargo, no respondió. 

Tantas veces habían compartido viajes en moto y no había sido hasta esa noche que Mikey se dejó envolver por la belleza de la simplicidad de aquello. Estar prendado de Draken de esa manera provocaba que bajara su mirada hacia las más insignificantes de las cosas, aquellas que él desconocía que podían darle inmensas alegrías. 

Aún sin prestar atención a las calles, Mikey sabía que ya estaban llegando por el progresivo aumento del barullo del centro; cuando comenzó a ver de soslayo a personas con vestimentas extravagantes, supo que solo faltaba estacionar.

Cuando la moto se frenó con lentitud Mikey no quiso bajar, y no se molestó ni un poco en comportarse. Se mantuvo aferrado a él, y Draken no objetó. Se limitó a esperar a que quisiese bajar. Una vez que Mikey aceptó la separación, suspiró con resignación y se bajó para comenzar a caminar hacia la entrada dando tumbos. Su acompañante le alcanzó más temprano que tarde, tomándole del brazo para guiarle hacia su habitación; no quería que se cayese por su estado somnoliento ni que le confundiesen con un cliente del lugar. 

Cuando llegaron a la habitación ninguno quiso faltarle el respeto al silencio, por lo que Mikey se arrojó a la cama mientras que Draken llevaba a cabo su ritual de cada noche que dormían juntos. Le dio la espalda a Mikey para quitarse el abrigo. Se desprendió la camisa mientras se sentaba a los pies de la cama y se quitaba los zapatos pisándose los talones. 

Mikey se quitó las zapatillas sin dejar de apreciar aquel espectáculo de hombre que tenía junto a él. Vio la camisa ser arrojada sobre una silla para ver cómo Draken se desprendía el pantalón para quitárselo y ponerse los que siempre usaba para dormir. Al menos, cuando dormía con él. Mientras sus pensamientos se batían en un duelo de preguntas sobre lo que Draken hacía cuando estaba solo, sus ojos se abrieron con hambre al ver la mano ajena tomar la bendita trenza para desarmarla. Enganchó la liga del cabello a su muñeca y comenzó a sacudir su cabello con las manos para finalmente cabecear con elegancia y así terminar de liberarlo. 

Una vez que acabó el ritual, Mikey decidió que aquella sería su religión desde aquel momento, y que deseaba vivir aquel ritual un millón de veces más. Comenzaría a escribir su propias oraciones para rezar cada noche por más ocasiones en las que pudiese vivir aquello.

Draken le hizo un ademán con la cabeza para que se pegara a la pared; de caso contrario no había manera de que cupiesen en la misma cama. Apagó la luz y caminó hacia su cama con seguridad. No podía caminar a tientas en un lugar que conocía a la perfección, que era un pequeño cuchitril y que, además, nunca se encontraba sumido en la entereza de las penumbras; siempre había un lugar por donde se colasen las llamativas luces del pasillo, ya fuese por el resquicio de la puerta o por debajo de la misma.

Se echó sobre la cama, pero no se durmió ni cerró los ojos. Se quedó bocarriba mirando al techo, sintiendo la compañía del cuerpo a su lado. El calor del cuerpo de Mikey era el único que conocía, y ciertamente le calmaba. Aunque no era fan de dormir con él porque le golpeaba dormido, le daba codazos, le robaba las mantas, acababa por abarcar la totalidad de la cama y luego era imposible de despertar, disfrutaba plenamente de tenerle ahí, porque le recordaba que no estaba solo, y el calor de su cuerpo rozando el suyo le decía que alguien le quería lo suficiente para estar con él hasta en ese cuchitril. 

—Kenchin —musitó Mikey, sobresaltando levemente al otro, quien ya le creía dormido.

—Qué sucede, Mikey. 

—Abrázame.

—Últimamente te estás pasando de mimoso —le recriminó con una voz repleta de paz. Sin embargo, aquel pedido no era descabellado viniendo de él—. Que no se te haga costumbre.

—Abrázame —insistió, parsimonioso en su hablar—. Ayer casi me comes pero ahora te apena darme un abracito. Qué masculinidad tan frágil tienes, Kenchin. Decepcionante.

—Hoy no hace ni un poco de frío —rebatió, esquivando la acusación.

—Yo siempre siento frío —le respondió.

—Vives desnudo por la vida, Mikey.

—Pero con la piel y el corazón fríos —alegó, con tonalidades grises.

Draken suspiró y supuso que a ambos les complacía el calor del otro. 

—Solo por hoy —sentenció con una endeble convicción, girándose hacia Mikey.

—Ni tú te lo crees —se burló, al sentir un largo brazo rodearle casi sin tocarle.

Mikey largó un bufido y se arrastró como una lombriz para pegarse más hacia Draken, tomando su brazo entre sus manos una vez que consiguió comodidad. Hizo que el brazo se apretara contra él y lo sostuvo ahí para que permaneciera en su lugar. 

Cuando comenzó a sentir la respiración acompasada del pecho de Draken contra su espalda, sonrió ampliamente, achinando sus ojos y llenándose de un regocijo de aquellos que le nutrían enteramente. Fue ahí cuando por fin se rindió ante el sueño que le atosigaba desde el salón de bowling. Envuelto por su persona segura, cerró los ojos y se estremeció ante una inmerecida satisfacción. Su corazón aletargado encontraba energías para brincar de la emoción al sentir que su respiración se acompasaba a la de Draken, y supo que ese era su lugar en el mundo.

El plan que Mikey había urdido no era más que un mero capricho. El único deseo que había azotado su mente hasta el hartazgo era el de descansar entre sus brazos.

Baji subió a su motocicleta con la inconfundible sensación de los vellos erizados de su piel impactar contra su abrigo. Vio a Chifuyu escurrirse con velocidad hacia su propia motocicleta y arrancar sin siquiera voltearse a ver que le siguiera el paso. 

Lo siguió hasta conseguir cazarle en un semáforo y ponerse a su lado. Se miraron con complicidad hasta que el verde se reflejó en el depósito de combustible de ambos y se movieron con automatismo una vez más, siguiendo el mismo camino, mas siempre el uno junto al otro.

Llegaron antes de lo esperado; no supieron si fue producto de la ansiedad situacional, del nerviosismo inusitado en Chifuyu, o la desesperación de las esperanzas de Baji, pero a pesar de la bellísima noche que se plasmaba sobre ellos no repararon ni un segundo en el viento sacudiéndoles los cabellos en el camino, ni la exorbitante emoción que les generaba la juventud bajo los faroles de la ciudad y el manto de las estrellas. No había tiempo ni para uno ni para el otro, solo lo había para los dos.

Guiados por una charla banal acerca del bowling de esa noche, llegaron a la puerta del departamento de Chifuyu. Se metió él y luego Baji.

—Me pregunto si Mikey y Draken habrán llegado bien —soltó Chifuyu; a modo de curiosidad, a modo de prueba. 

—Supongo que sí —respondió, frunciendo el ceño—. Si Mikey se cayó dormido en pleno boulevard ni me interesa.

Baji se quitaba las botas con una delicadeza impropia de él mientras observaba a Chifuyu moverse en la cocina. La mirada de Baji era dubitativa y pedía permiso.

—Mi madre aún no llega —le respondió—. No es necesario que te comportes cual monaguillo en comunión.

Como si aquella hubiese sido la alarma que los sentidos de Baji esperaban, su sonrisa se extendió de lado a lado mostrando sus colmillos. 

—¡Qué alivio! —le respondió—. Ya estaba aguardando por su mirada juzgadora. 

—Ella jamás te mira así —negó, acercándose al sofá con unos aperitivos que tomó de una alacena. 

—Eso dices tú, pero cada vez que me descalzo en la entrada siento que me echa, como si me dijera ¿para qué te descalzas? Si ya deberías estar yéndote.

—Eso es tu imaginación, Baji-san.

—Esa mujer me odia ¡te lo juro! —aseguró, acercándose al sofá para dejarse caer de lleno—. Siempre que ella y yo compartimos la misma habitación, las mejillas me duelen de tanto mantener la sonrisa tiesa para que no me eche. 

—Bueno, si yo tuviera un hijo que se juntara con un delincuente de tu calaña posiblemente me espantaría también —rio, acomodando las cosillas en la mesa ratona que se interponía entre ellos y el televisor. Miró de soslayo a Baji—. Pero como jamás voy a tener hijos no lo entenderé. Yo soy yo, y estar contigo me provoca cualquier cosa menos miedo.

—¿Cualquier cosa, dices? —le respondió con viveza, sintiendo el viento a su favor.

Chifuyu solo le devolvió una mirada amable y prendió la televisión, desviando su atención. Baji se acomodó en el asiento donde estaba desparramado cual haragán y acercó su cuerpo al ajeno entre saltitos sobre el cojín. 

—Quiero que veamos esta —propuso; sin embargo, más que ser una propuesta, se podía traducir como un veremos esta.

—Que me tienes harto con las películas que eliges tú —se quejó, recostando su cuello sobre el borde del mueble—. O son pretenciosas de más, o son de pura acción sin sentido. Contigo no hay punto intermedio.

—¡Esta no es ninguna de esas! —le dijo, sin siquiera mosquearse por las quejas. No iba a ceder el control remoto—. Es una que me ha prestado Takemichi.

—¿Se supone que eso debe respaldar tu decisión?

—Por supuesto que sí —le dijo, sonriente. Sin esperar más, le dio con saña al botón para que  comenzara a reproducirse. 

Baji le dejó ser. Los gustos de Chifuyu no le gustaban.

Su mirada saltaba de Chifuyu al televisor y viceversa. Le gustaba verle sobresaltarse y chillar por los jump scares. Aunque la película no le atrajese en lo más mínimo, su compañía le parecía todo un espectáculo. Sin embargo, por él miró la película de a ratos, aprovechando las distracciones para arrimársele y reposar su cabeza sobre el hombro ajeno. 

Sin embargo, incluso en una película de ciencia ficción nefasta había lugar para el amor y para esas escenas que le hacían bajar la cabeza si las miraba con su madre. Chifuyu estaba hecho un rollito sobre sí mismo, cautivado por la emoción de la escena; parecía como si él la hubiese estado esperando con ansias. Al atender al televisor Baji se percató de que la mirada briosa de su compañero se debía particularmente al beso. Su cabeza comenzó a cavilar sin su permiso y le dejó perdido en el camino. Torció su labio, pensativo, luchando por quedarse en el molde. No obstante, no lo logró ni mordiéndose la lengua.

—No creí que te gustaran tanto este tipo de escenas cursis —soltó—, ni los besos.

Chifuyu rompió su hilo de atención impenetrable para mirarle con sorpresa.

—No es una cuestión de que me gusten o no, es solo que...

—Chifuyu, ¿por qué no me besaste ayer? —aquel misil ni siquiera había intentado frenarlo. Le dio rienda suelta a su lengua y se colocó como espectador de sus propias salvajadas.

La mirada de Baji estaba fija en él mientras sus labios se mantenían firmes en su rostro estoico. Se cruzó de brazos para intimidarle. No estaba enfadado, pero si se lo preguntaba a la ligera el otro buscaría escapar de la situación.  Chifuyu se congeló medio segundo con sus facciones petrificadas como si estuviese presenciando una fantasmagoría junto al él. Sin embargo, recuperó la compostura para girarse ligeramente bajo la atenta mirada y pausó la película con el control remoto. Una vez logrado su cometido, se enderezó, adoptó una mirada esquiva y suspiró con los puños pegados a sus muslos.

—No me sentía preparado para eso, Baji-san —le confesó, apenado—. Ese iba a ser mi primer beso, y suena muy aniñado de mi parte, pero no deseaba que fuese de esa manera —aunque sí desease que fuera contigo.

Baji murió de ternura y resucitó en medio segundo. Se olvidó de su porte intimidatorio y debió de reprimir una sonrisa incipiente. 

—Oh —murmuró en respuesta mientras asentía con la cabeza y descruzaba sus brazos. Ya imaginaba que Chifuyu no había besado a nadie, pero oírlo era una sensación gratificantemente diferente—. No quise llevarte hasta ese extremo.

—No te preocupes —le respondió, a sabiendas de que esa era la manera en la que Baji pedía disculpas—. A nadie le importa el primer beso.

Baji no pudo hacer más que coincidir fervientemente. Su primer beso no le había importado ni un poco y ciertamente a duras penas recordaba con quién fue. No marcó un hito en su vida ni mucho menos, mas podía comprender por qué a Chifuyu sí pudiese parecerle un hecho significativo.

—A ti sí —le contestó—. Eso es suficiente ¿no?

Chifuyu le sonrió con dulzura y asintió. Adoraba la manera en que Baji le acompañaba en todo; cómo siempre lograba entenderle a pesar de ser tan diferentes. La conexión que les unía era intensa e irrompible. Quizás no se conociesen tanto como Draken y Mikey, pero definitivamente se comprendían el uno al otro con una claridad infrecuente entre los demás con solo hablarlo. Y muchas veces, sin siquiera dialogarlo.

—Tú has dado tu primer beso, ¿no es así, Baji-san? —se animó a preguntar. La vergüenza que le había dado era evidente; respetaba lo suficiente a Baji como para considerar inoportuno inmiscuirse de esa manera en sus asuntos sin que él lo trajese a colación, pero la curiosidad era inmensa en comparación con la pena. No era que le doliese alguna de las respuestas que fuera a recibir, pero quería saberlo.

Baji, por su lado, se petrificó. Comenzó a hacer malabares con las opciones que tenía. No pretendía mentirle pero debía elegir las palabras con precisión para que no lo tachara de desamorado y desapegado aunque Chifuyu ya supiese que lo era.

Si le decía que sí, Chifuyu podía pensar que era un fácil; definitivamente Baji lo era, pero no quería que el otro lo supiese.

O podía pensar, a su vez, que era algo positivo debido a su experiencia. O eso imaginó en sus delirios de consuelo.

Si le decía que no, además de ser un vil mentiroso, podía ser que aquello rompiese los esquemas de Chifuyu que lo tenían en un pedestal como el semental de turno. O podía incluso percatarse de que era un virgen.

Asimismo, decirle que no, le haría creer que Baji era un ser exento de pecado y lujuria cuya castidad y honor prevalecía por sobre su libido. Por un lado eso sería positivo ya que Chifuyu se sentiría especial al respecto; y por otro lado sería negativo ya que ni dormido le creería.

En el peor de los casos en el que sí le creyera y la táctica funcionase, su mentira podía llegar al punto trágico en el que Chifuyu fuese a creer que Baji era de esos que deseaba mantenerse casto hasta el matrimonio. Y en ese caso, sus pelotas estallarían.

Salir con Chifuyu y no poder ponerle una mano encima a pesar de tener su consentimiento era un pecado en sí mismo y en su propia religión. Religión autoproclamada y venerada únicamente por él mismo.

Decidió, entonces, ir por la primera opción y ser honesto como solo él era. Pensó y repensó la manera en que lo diría.

"Claro que sí" disminuiría a Chifuyu por no haberlo hecho.

"Tal vez sí" sería una afirmativa que no afirmaba nada.

Chocó sus rodillas para espabilarse y dejarse de tonteras. Él no era ningún cobarde; era un muchacho franco que no se andaba con rodeos ni evasiones. Si tenía que decirle la verdad aunque al otro le doliese lo haría. Decidió dejar que su naturaleza saliera a flote y responder con espontaneidad como solo él podía:

—¿Por qué no lo compruebas tú mismo? —soltó antes de que se diera cuenta. Su naturaleza era más fuerte que él mismo. 

A pesar de su experiencia, de sus clásicas peroratas de Casanova y de sus frases prescritas para ligar, sus vastos conocimientos en el tema y la calentura que le propulsó a aquello, su corazón latía indómito y sus manos sudaban cual cerdo. Sin embargo, nada de ello se reflejaba en la seguridad desbordante de sus ojos.

—¿Qué?

El rostro de Chifuyu se enrojeció violentamente y sus labios se entreabrieron con sorpresa.

—Nada —le sonrió, antes de pasar su brazo por encima del hombro ajeno y pegarlo a él—. Eres tan endiabladamente adorable que te comería el maldito rostro hasta dejarte sin nariz.

—Supongo que eso es una manera de halagarme —respondió con timidez, sintiéndose inundarse de sensaciones al embriagarse en el perfume de Baji, que a esa distancia le asesinaba lentamente. 

Chifuyu se percató de la cercanía no solo por el aroma que penetraba por su nariz, sino por el estallido de emociones que le azotaban cuando Baji le atraía a él de esa manera, invadiendo todo su espacio y haciendo que sus pechos se juntaran. Le espantaba la gran sintonía que manejaban entre sí. Para acomodarse sin deseos de querer alejarse, levantó su brazo para acomodarlo en el pecho de Baji mientras la mano de este último se atrevía a generarle oleadas de escalofríos en la columna. Solo ahí fue que se estremeció lo suficiente como para levantar su mirada y verle. Su sonrojo se intensificó con creces al sentir el aliento de Baji calentarle el rostro debido a la escasa distancia entre ambos. Su corazón latía tan fuerte que, al ver los colmillos de Baji desfilar ante él con sagacidad, creyó que podía ser oído por él. 

De tantas veces que soñó con ese tipo de intimidad junto a él, nunca había ideado, ni siquiera en sus más profundos anhelos ni en sus plegarias, que Baji pudiese verse aún más atractivo de lo que era; la lozanía en sus ojos era aplastante y osada, tan llamativa que incluso le incitaba a sumirse en ellos.  Su sonrisa le transmitía aún más paz que cuando la veía de lejos, e irónicamente conseguía en aquel preciso momento que su corazón quisiese salir a correr una maratón.

—Sí lo he hecho —respondió finalmente a la polémica incógnita con una sonrisa orgullosa y con una mirada inspectora; necesitaba analizar la reacción de Chifuyu—. Pero nunca con una persona que me vuele la cabeza.

Cuando Baji notó el brillo en los ojos frente a él que le miraban devotos y soñadores y una boca frente a él que expresaba sorpresa, optó por olvidarse enteramente de lo que le había dicho a Mikey ese mismo día. Si le daban oportunidades las tomaría a manotazos.

Al diablo con ir lento.

Deslizó la mano que mimaba el centro de la espalda de Chifuyu hacia arriba en un movimiento que denotaba su maestría y exaltaba su desesperación, para tomarle de la nuca y besarle con una blandura que acababa de descubrir que podía tener. Sintió la forma en que el otro se sobrecogió bajo su tacto y su atrevimiento y, lejos de soltarle, sostuvo su mano en su lugar para acercar más su rostro y que sus labios se ensamblaran. Cuando Chifuyu abrió la boca para liberar un pequeño quejido, Baji abrió los ojos para observarle. Chifuyu no había cerrado sus ojos, y le rogaba con la mirada que no le dejara en esa situación tan penosa e incierta. Cuando Baji sintió una mano temblorosa pasear desde su pecho hacia su cuello, sintió el quimérico aletear de las mariposas dentro de él cuya existencia era jurada por todo el mundo, pero que jamás había sentido a ese nivel de intensidad. No supo si fue por la suavidad de aquellos dedos, o por la gracia de su toque que le recordó al lento aleteo de las mariposas cuando se paran sobre las flores. 

Fuesen mariposas o insectos, o fuese irreal o palpable, era una sensación que se había instalado en él y que no le abandonaría próximamente, y no dejaría que aquellas alas que se batían sobre su piel le desampararan. Utilizó su mano libre para aferrarse a la muñeca de Chifuyu y le besó como verdaderamente quería, silenciando sus sorpresas y su nerviosismo, atrapando sus labios con elegancia y cariño. 

Chifuyu se sofocaba ante el mar de sensaciones que rompía todas sus ventanas con la violencia. Se atrevió a mover los labios con torpeza, pero nada de eso importaba, porque Baji controlaba el asunto enteramente, acariciándole con sus labios una y otra vez; a veces con la velocidad de la necesidad y la carencia, y a veces con una lentitud mortífera. No cabía duda de que Chifuyu podía haberlo comprobado él mismo que Baji no era ningún novato. 

En un movimiento diestro y sin soltarle, Baji se echó sobre él, queriendo más cercanía. Y Chifuyu simplemente se dejó hacer, sintiendo su corazón apunto de matarlo. Sabía que el autocontrol de Baji en una situación de ese tipo no duraría mucho, y la manera de comprobarlo no le molestaba ni un poco. 

Sin embargo, cuando la mano de Baji quiso pasar desde su cuello a su pecho, el sonido de unas llaves rebotando contra la puerta, Chifuyu se sobresaltó y giró el rostro hacia la entrada. Baji siguió su movimiento con sus labios, cual bebé adormilado al que le arrebatan el pezón de su madre de la boca. 

Cuando Chifuyu se percató de que era su madre, miró a Baji sobre él y se enrojeció aún más, si era que aún había lugar para colores en su rostro. Se tapó la boca al ver que el otro finalmente abría sus ojos para salir de su embelesamiento.

—Baji-san, si mi madre te ve ahora, es posible que sí comience a echarte de mi casa.

Aquello hizo reaccionar a Baji, quien se echó hacia atrás hasta chocar su espalda con el brazo del sofá. Chifuyu tomó el control con desesperación y apretó el botón para que siguiera la película. No obstante, no había salvación. Su madre ya estaba abriendo la puerta cuando él se percató de que la película estaba retomando en la escena del beso.

No había dudas. Si su madre no se percataba de que era extremadamente gay por tener las mejillas sonrosadas y los labios hinchados al estar junto a Baji, se daría cuenta al sumar el factor del momento clave de la película en el que estaban. 

La madre, sin embargo, entró y pasó como si el cansancio le costase perderse el preciso momento en el que descubriría que nunca tendría nietos. Una vez que ella pasó tras un lánguido saludo, Baji y Chifuyu se quedaron mirando el piso mientras el sonido de la película seguía.

—Ya es tarde, Baji-san —murmuró para romper aquel témpano—. Tu madre se preocupará.

—Tienes razón —asintió, con una tierna voz, mientras se paraba de golpe para encabezarse hacia la puerta—. Buenas noches, Chifuyu.

No les voy a mentir, en el borrador original de este capítulo iba a sabotear ese beso, pero sin darme cuenta cambié algo en el capitulo anterior que hizo que mi plan de sabotaje quedara inconsistente, así que no me quedo más opción que dejarlo pasar.

El final quedó ahí medio cutre cortado pues porque dormí dos horas y estudié diez, por ende me muero de sueño. Me terminó de cocinar la última neurona funcional del día la parte de Baji y Chifuyu. RIP la neurona, ya parezco Baji. 

POR ALÁ, APROBÉ TODOS MIS EXÁMENES DE FIN DE SEMESTRE *cries*. Así que ahora sí voy a abocarme a escribir tanto este trabajo como el próximo (que btw, lo empiezo a publicar la semana que viene seguro), así que pues actualizaciones seguidas hasta fin de mes <4

Vacaciones desenfrenadas en pandemia frente al monitor, yupi.

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