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5. Religioso

—Ah, Baji, ya estoy harto de verte la cara tantos días a la semana —bostezó Mikey, quejumbroso.

—Ya lo sé —le espetó, cruzándose de brazos—. El sentimiento es mutuo.

—Eres una rata de dos patas —atacó de manera súbita, recordando lo que había sucedido la noche anterior.

—Mira quién lo dice, maldito animal rastrero.

—¿Rastrero? —le increpó, indignadísimo—. Tú comenzaste con tus tácticas sucias.

—¡Tú besaste a Draken!

—Ese era el objetivo del juego, ¿o no? —le preguntó, lamiéndose los labios ante el recuerdo. Sonrió con suficiencia—. Tú solo estás celoso de que no pudiste lograr lo tuyo.

Se habían reunido una vez más, en el centro de Shibuya, para echarse los muertos a la cara.

—¡Claro que lo estoy! —exclamó, acercándose a él de un gran paso—. El plan fue mío y el éxito fue tuyo, eso no es justo —se quejó, frotándose la frente.

—Bueno, estábamos en igualdad de condiciones —se defendió—. No es mi culpa que Chifuyu se haya echado atrás a último momento —le dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no hablas con él y le preguntas?

—Claro, ¿y qué quieres que le diga? —le preguntó, como si acabase de oír algo sumamente estúpido—. Oye, Chifuyu, ¿por qué no me besaste anoche?

—Exactamente eso debes preguntarle —le dijo con su tono ecuánime, incapaz de reparar en el sarcasmo.

—Mikey, no puedo hacer eso —se lamentó, agarrándose las hebras de su cabello—. Sería demasiado obvio.

—Ya estamos siendo demasiado obvios, Baji —le restó importancia, levemente desconcertado ante el comportamiento de su amigo. Estaba siendo demasiado despistado si creía que jugar al Pocky era de lo más heterosexual entre amigos—. Deben saberlo, al menos Kenchin.

—Chifuyu puede no saberlo —exclamó—. Sé que quizás estoy conmocionado y me estoy comportando de manera confusa con él, pero no siento reciprocidad ni rechazo de su parte. Si él ya lo supiese me habría parado el carro o me daría alguna señal.

—¿Reciprocidad? —le dijo, con un rostro risible—. Vaya, ¡las clases particulares te están sirviendo!

—¡Mikey!

—Bueno —se enserió, mirándole con atención—. Técnicamente te rechazó jugando al Pocky, pero eso puede deberse a diversos motivos, y averiguarlos ya depende de ti.

—Supongo que sí —suspiró, recordando cómo se le cayó el corazón al suelo cuando oyó el estruendo del golpe de Chifuyu contra la ventana, huyendo despavorido—. Porque de caso contrario no me habría dicho para volver juntos, o habría buscado una manera de zafar de aquello.

—Supongo —murmuró con un toque de desinterés—. De cualquier manera, tú no eres así, Baji. Estás haciendo todo sumamente lento —le dijo una vez que captó la entereza de su atención—. Tú eres similar a mí en ello, vas a cara de perro ante cada situación, por lo que no entiendo por qué no vas de una vez y estampas a Chifuyu contra una pared con porte de seductor bad boy.

Inevitablemente, aquello desató una sonora risa en Baji.

—¿Por qué no lo has hecho tú?

—Porque Kenchin me saca dos cabezas —sentenció desganado—. No podría hacerlo como lo hacen en los programas que mira Emma. No hay manera de que mi brazo llegue a la altura de su cabeza.

—Puedes pedirle que se agache.

—Kenchin también es más avispado que Chifuyu —razonó—. Por más que lo hiciera podría hacerse el tonto con facilidad; Chifuyu se pondría a temblar como un perrito luego de un baño y se sonrojaría hasta la nuca.

—Tienes razón —coincidió, sonriendo ante aquello. Adoraba que Chifuyu fuese así, la perfecta dualidad entre fragilidad y fortaleza—. Pero no es lo que pretendo. Él me ha visto coquetear con otras personas, y no deseo que piense que no es especial para mí. Si hago eso incluso puede que piense que estoy jugando.

—Supongo que tienes razón.

—Además, ya te lo he dicho —reiteró, con franqueza—. No quiero espantarle. Aunque esté sincera y enteramente desesperado, no veo necesidad de presionarle ni hacer que se sienta mal de ninguna manera.

—Oh, eres tan dulce que no pareces tú —soltó luego de enfatizar con ternura la primera palabra—. Tampoco es como si Chifuyu fuera un bebé como tal, aunque la cara le acompañe. No lo asustarás con tanta sencillez.

—No quiero arriesgarme —le dijo—. Prefiero ir lento. He aprendido con lo de ayer.

—Tal vez verdaderamente creyó que estabas jugando con él ayer —comentó, analizando la situación de la noche anterior. Chifuyu siempre se emocionaba y estremecía bajo el toque de Baji, mas lo que vio en el restaurante fue una reacción exagerada de nerviosismo, y lo que él había hecho con Draken no le había brindado ningún tipo de ayuda a Baji—. Ya sabes, al fin y al cabo el Pocky sigue siendo un juego.

—Definitivamente tal vez —aseguró, asintiendo frenéticamente con la cabeza—. De cualquier manera, si fueras tú el que está enamorado de Chifuyu, estarías estancado como yo.

—Te equivocas —bostezó de nueva cuenta, clavando sus ojos en él para decir la mayor de las certezas—. Si yo quisiera a Chifuyu él ya sería mío. Aunque claro, los códigos primero.

—No es verdad —rabió en respuesta. Sabía perfectamente la confianza de Mikey y su capacidad de conseguir lo que quisiese con su gran carisma; no obstante, Draken y Chifuyu eran partidos situados en dos esquinas diferentes—. Draken es frontal como tú y sabe seguirte el ritmo ante cualquiera de tus delirios.

—Ese es el tipo de hombre que deseo —declaró fuerte y claro con una sonrisa soñadora.

—Te gustan los retos fáciles, Mikey —sonrió en respuesta—. A mí me gustan los desafíos. Siempre he sido un chico problemático.

—Si me gustaran las cosas fáciles no me habría enamorado de él —suspiró, repentinamente alicaído.

La noche había caído con una lentitud enervante. Baji había acabado por encontrar nada más que cansancio en las vueltas que dio en su habitación pensando en cómo procedería; Mikey, por su parte, había lidiado con otro tipo de dudas. Echado sobre un sillón de la sala, cuando oyó los tacos de los zapatos de Emma golpear contra la madera del suelo, se enderezó de golpe.

—¡Mikey! —exclamó al llegar a la sala junto a él como una estampida. Al parecer ella también necesitaba hablar con él, aunque Mikey dudaba que fuese el mismo tema.

—Emma —murmuró en respuesta, con un sumo cariño expreso en cada letra.

—¡Yo lo sabía! ¿Por qué no me lo dijiste antes? —le cuestionó, en un tono que buscaba ser visto como enojo, pero que seguía cargado de dulzura.

—¿De qué me hablas? —le preguntó al sentirse en un plano astral completamente diferente al de Emma.

—¡Que te gustaba Draken! —exclamó, apoyando sus manos en el respaldo del sofá donde se encontraba él.

La cara de Mikey se distorsionó inefablemente. Pocas cosas lograban alterar su equilibrio y su rostro apacible, pero aquello le había volteado el cerebro. Lo primero que arribó a su mente fue la idea de una bajeza sin igual por parte de Baji, mas él jamás le haría eso y menos por una apuesta. Sin embargo, si por los azares de la vida había sido él, podía ir preparándose para una vasectomía maniobrada con un tenedor.

—¿Cómo dices? —intentó salvar la situación. Emma era la única persona a la cual era capaz de mentirle. Si era por su felicidad él haría lo que fuese y dejaría aún más. Había tenido el descaro de dilatar la situación a más no poder para evitar cruzar esa oscura acera en la que se encontraba en aquel momento, pero a la hora de la verdad, se sintió dispuesto a hacerse a un lado y mentirle.

—Mis amigas me llamaron anoche en medio de vítores y pésames para comentarme que te vieron besar a Draken —le comentó a modo de regaño, con las manos contorneando su cintura—. Ellas habían ido a cenar, pero en cuanto los vieron entrar a ustedes se centraron en observarlos.

—¿Y eso por qué?

—Porque dos de ellas están enamoradas de Baji y a otras dos les gusta Mitsuya, pero él no había ido.

—¿Y yo no le gusto a ninguna? —cuestionó visiblemente ofendido.

—Eres mi hermano, ninguna se atrevería a mirarte siquiera —contestó de manera automática. Instantáneamente se enfadó y clamó—. ¡Pero ese no es el punto, Mikey!

—Sí lo besé, bueno, pero estábamos jugando al juego del Pocky —le aclaró, tomando un aire melancólico, con la culpa abotagando su alma y hundiéndole más. Reprimió la enormidad de sus sentimientos y liberó un suspiro cargado de dolor. Cerró los ojos, le sonrió con calma y declaró—. No volverá a suceder.

—Me he dado cuenta hace un buen tiempo —Emma no comprendía la postura de mentiroso que él había adoptado. Aquello que le pesaba no era que besara a Draken en sí, sino que hubiese una carga más para él. Ella sabía de antemano que algo así sucedería cuando llegase el momento, si era que llegaba; Mikey se haría a un lado y se callaría—. Solo quiero que seas feliz, Mikey.

—¿Qué? —su rostro se compungió en una mueca de sorpresa y desconcierto. Su corazón, pesado por la culpabilidad y la mala suerte, se dejaba alborotar ante unas esperanzas que no debía anhelar.

—Sé lo que estás haciendo. Mentirme no te servirá de nada —le dijo, rodeando el sofá para sentarse a su lado, donde siempre estaría. Conocía a Mikey mejor que nadie, por lo que sus silencios le contaban todo y sus sentimientos latentes eran tan claros como el agua—. Tú lo viste primero, ¿o no?

—Emma, yo...

—No me digas nada —le interrumpió, levantando su mano y enseñándole la palma para callarle—. Mejor prepárate el relato mientras traigo té.

—¿Qué relato?

—¡De tu primer beso, Mikey!

—¿Quién te dice que ese fue mi primer beso? —le cuestionó, ofendiéndose al percatarse de que le veían con más cara de niño virgen que de joven matador.

—Te conozco como si te hubiera parido —aseguró, risueña—. Por más que tú le gustes a todo el mundo, nadie te gusta a ti, Mikey. No besarías a alguien que no despierte tu interés explosivamente.

—Hablando de gustar, Emma —retomó el tema, apretando el puente de su nariz, sintiendo la feroz necesidad de insistir en ello—. No me gusta la idea de interponerme —le dijo con voz calma y rebosante de congoja.

—¿Interponer? —le preguntó, con su cara bañada en indignación—. Draken es quien decide quién es el que se interpone, no tú —sonrió con la mayor de las contenciones aunque su alma se estuviese haciendo un ovillo. Era capaz de devolverle a su hermano aquello que él sería capaz de dar por ella. Sabía la respuesta de Draken aunque Mikey lo ignorase—. De hecho, déjame decirte que hoy Draken me gusta un poco menos que ayer. No te preocupes por mí.

Baji había pensado y repensado y había terminado considerando sacar a desfilar algún acto de caballería forzada, como ofrecerse a llevar a Chifuyu al lugar; sin embargo aquel tipo de propuestas ciertamente antinaturales resultarían como amañadas, y aquello ocasionaría que Chifuyu reaccionase como lo había hecho la noche anterior, o incluso peor.

Suspiró una y otra vez. Se peinó, se repeinó y se volvió a peinar. Se ataba el pelo y se lo desataba religiosamente. Posaba frente al espejo. Se perfumaba y se volvía a perfumar. Se paseaba por la habitación eligiendo la ropa, cambiándola, sacándose y poniéndose distintos sacos. Nada le convencía a pesar de que sabía lo bien que le sentaba cada cosa que probaba.

Suspiró por millonésima vez y se fue de su casa tras oír a su madre exclamarle "¡qué guapo!" con aquel tono inquisitivo que todo hijo prefería ignorar.

Caminaba escaleras abajo como quien se come el mundo hasta que, en los últimos escalones, se topó con Chifuyu, quien se volteó al oírle bajar. Se encontraba acomodando en el asiento cuando dejó que la fragancia de Baji inundara sus sentidos. Y los sentidos de cualquier persona a menos de una manzana de distancia.

—Chifuyu —exclamó. En aquel momento sus aires de grandeza se hicieron añicos. Iba a comenzar a comportarse como un idiota una vez más durante esos últimos días, mas al ver el sutil rubor en sus mejillas al verle, le otorgó una sonrisa cálida y retomó su andar de pasota cautivador.

—Baji-san —le saludó con una sonrisa tímida. Baji se veía increíblemente bien—. Justo estaba yéndome para allá. ¿Quieres que vayamos juntos?

—Por supuesto —le respondió. Aprovecharía aquella oportunidad; sin embargo, en cuanto se acercó a la moto de Chifuyu, esta se alejó, yéndose de lleno a la calzada.

—Vamos, saca tu moto —le apuró, sin haber entendido que Baji quería que fuesen más juntos que ir en dos motos separadas.

Suspiró e hizo lo dicho. Cuando se encontraba sobre su vehículo junto a él, le indicó con la cabeza que le siguiera. Ya había tenido un comienzo defectuoso, por lo que en cada parada en los semáforos intentaba remediarlo con algún chiste, mas Chifuyu no estaba muy dispuesto a escucharle. Más de una vez se quedaba tildado mirándole, impacientando a Baji. No obstante, cuando en el último semáforo se percató de la razón de las miradas de Chifuyu y de que le estaba haciendo ojitos inconscientemente, lo aprovechó.

—¿Te gusta lo que ves? —su fuckboy interior era más poderoso que su yo romántico.

Aquello espabiló a Chifuyu, quien se acomodó en su motocicleta.

—¡Pero si ya está en verde! —exclamó antes de salir disparado.

Baji chasqueó la lengua y supo que si Mikey hubiese hecho esa movida en Draken, posiblemente ya los habría encontrado dándose el lote en medio del semáforo. Maldijo su mala suerte y su gusto por los chicos con talantes virginales.

Al arribar al lugar de bowling unos segundos después de la disparada de Chifuyu lo encontró charlando con Draken y, asombrosamente, con Mikey quien había llegado puntual. Sin embargo, al llegar notó que Draken y Mikey estaban sentados en la misma motocicleta.

—Hey, Baji —le sonrió Mikey con petulancia.

—Un milagro que no hayas llegado tarde como la estrella que eres —masculló a forma de saludo.

—Kenchin no me deja llegar tarde cuando él maneja —fue su respuesta, jugueteando con la trenza de Draken como un gato con un estambre—. Ya sabes lo correcto que es.

—Mikey, con que me aflojes la trenza te mataré —rabió Draken—, así que bájate y entremos.

Luego de un tira y afloja entre ambos, consiguieron una tregua para ingresar al lugar. Baji posó su brazo sobre los hombros de Chifuyu y le llevó hacia adentro.

Una vez establecidos en su puesto, Draken se puso a toquetear la maquinita mientras Mikey le picaba las mejillas porque tenía hambre y Baji seguía abrazando a Chifuyu aún en el asiento.

Cuando Draken estaba estableciendo el orden de los lanzamientos, consultó si alguno tenía alguna preferencia luego de ponerse primero.

—Yo iré después de Baji —cantó Mikey.

Baji le observó como si la desgracia le persiguiera y quiso quejarse, pero para ese entonces Chifuyu había dicho que quería ir segundo, por lo que decidió sacrificarse por él.

Draken dio inicio a los lanzamientos, arrasando en su primer intento al tirar todos los bolos; Chifuyu le siguió, derribando ocho y fallando en el intento de derribar los dos faltantes. Cuando fue el turno de Baji, tomó la bola entre sus manos, respiró hondo y se dispuso a dar su mejor impresión frente a Chifuyu. Mientras su concentración estaba clavada en la pelota y su trayecto, no sintió el momento en el que Mikey se levantó y se le acercó por detrás.

Solo se percató de su presencia cuando sintió el infernal dolor aplastándole los dedos del pie. Se dobló sobre sí y levantó su pie para frotárselo con rabia.

—Ah, Baji, ¡cuánto lo siento! —dijo, en un tono que ni siquiera Draken se creyó—. Se me ha escapado de las manos.

Baji se volteó hacia él dispuesto a inaugurar una masacre, y al ver la sonrisa inmutable en el rostro vengativo de Mikey sus ganas se intensificaron.

—Ya es mi turno ¿o no? —le preguntó Mikey—. Tienes botas, Baji, eso ha amortiguado el golpe. Además no se me ha caído de tanta altura.

—Y no, si eres un maldito enano —le espetó.

—¿A quién le llamas así, Edward ricitos de carbón? —le devolvió con agresividad.

—Bueno, Mikey, o tiras o me cedes tu turno —intercedió Draken, calmando las cosas a su manera. Chifuyu solo miraba desde su asiento; no podía negar que ver a Baji enfadado le parecía fascinante cuanto menos.

—Bueno, Baji, ya has escuchado —le dijo Mikey—. Deja de lloriquear y ve a tu asiento —se dirigió hacia Chifuyu—. Hazle sana sana en el piecito, Chifuyu.

Baji tomó eso como una señal de paz y, aún queriendo escupirle, se volvió hacia los asientos cojeando para llorarle a Chifuyu.

Luego de un buen rato de juegos, cuando el marcador quedó en la mitad de los tiros, decidieron pedir comida. Como eran varios, la decisión más sabia fue ordenar una bandeja de aperitivos, tentempiés, dulces y un par de bebidas para repartirse entre todos.

Una vez que llegó lo pedido se lanzaron a comer con avidez. Mikey tomó el plato de dulces para sí y lo dejó sobre sus piernas mientras seguía atragantándose con lo demás. Sentado en el mismo asiento que Draken y al ver lo que tenía a su alcance, decidió moverse. Tomó el cuenco de cerezas que estaba junto al de dulces antes de que lo tomara para sí, y actuó.

—¿Alguna vez te he mostrado que sé anudar el tallo de una cereza con mi lengua, Kenchin? —se le insinuó descaradamente. Su tono de voz se mostraba inusualmente sugestivo y sus labios se movían con suma delicadeza y galantería. Ahora que tenía el permiso de Emma no se echaría atrás en lo más mínimo si Draken no se lo pedía. Podía simplemente ir y declararse sin ningún tipo de escrúpulo, pero le atraía más la idea de sembrar el terreno y divertirse a costa de ello antes de ir al asunto.

—Enséñame —le pidió casi en una súplica. Draken era plenamente consciente de que Mikey buscaba su atención aunque desconociese la razón. Su sonrisa de fascinación llamó la atención de Baji.

—Mikey, eso es repugnante —le regañó desde su asiento, cruzándose de brazos, dispuesto a ahogar aquella atmósfera de tensión sexual entre ese par que le estaba sofocando.

—A mí también me sale —murmuró Chifuyu a su lado, enseñándole su lengua con el tallo de la cereza enroscado.

Las hormonas de Baji dieron un millón de volteretas y se chocaron las unas con las otras antes de seguir corriendo por su torrente sanguíneo a mil por hora.

—Ahora ya no te parece tan cochino, ¿verdad? —se mofó Mikey, devolviendo su mirada hacia Draken, quien seguía observándole con una mirada que danzaba en un vaivén entre admiración y embelesamiento.

—Cuando lo haces tú es particularmente repulsivo —contraatacó como pudo, incapaz de despegar sus ojos de Chifuyu, quien ya había comido la cereza y se había recostado a su lado.

—Piensa en los sagrados mandamientos del Señor, Baji —le soltó Mikey, percatándose de los pensamientos procaces que su amigo estaba teniendo. Se rio en su cara y siguió engullendo las cerezas.

—Tú acabas de mearte sobre los sagrados mandamientos, Mikey.

—Para nada —le respondió—. Siempre me mantengo derecho en el camino de la vida.

—Estás más desviado que Hakkai —alegó luego de inclinarse hacia la mesa para tomar su vaso.

—¿Seguimos hablando de religión? —preguntó Chifuyu. Sabía que no, pero las miraditas y los chistes internos entre ese par le estaban mareando.

—Ya ves —respondió Draken ante la falta de respuesta de los otros. Él también estaba notando la sarta de indirectas, pero no era de su incumbencia. No era información nueva para sus oídos—. Hakkai no ha salido tan religioso como su hermano.

—Amén —dijo Mikey, tomando su vaso de la mesa para elevarlo a modo de brindis.

—Amén —respondieron al unísono, chocando sus vasos.

Luego del descanso prosiguieron con el juego. Baji sostuvo que no realizaría sus lanzamientos a no ser que maniataran a Mikey para que no se le acercase, pero como Chifuyu no era capaz de detener a Mikey y Draken no tenía ganas, Baji tuvo que jugar prestándole más atención a su propia espalda antes que a sus lanzamientos, por lo que más de uno acabó yéndose por la canaleta y salió último.

Chifuyu intentó mantener el honor de ambos, pero la realidad era lo que él mismo había dicho: no jugaba hacía mucho tiempo. No había nada que pudiese hacer contra Mikey y Draken que vivían yendo juntos. Draken acabó saliendo en primer lugar aunque Mikey se le colgó del cuello y le saltó a la espalda más veces que las que tiró.

Una vez que dieron por finalizado el juego, Mikey comenzó a bostezar y Draken comprendió lo que tenía que hacer.

—Bueno —suspiró, rezando por no tener que cargar a Mikey hasta la motocicleta—. Nosotros nos vamos.

—Cómo que se van los dos juntos —preguntó Baji. Más que una pregunta era una clara señal de amenaza.

—Kenchin se ofreció a buscarme hoy —respondió Mikey, con sus facciones adormiladas mas con la sonrisa ampliamente transparente—. Así que nos vamos juntos. ¿O es que acaso has visto mi moto afuera?

Draken movió su cabeza hacia la salida en un gesto que le indicaba a Mikey que le siguiera. Cuando salieron, Baji salió a paso furibundo tras ellos, incluso olvidándose de Chifuyu, quien acabó trotando detrás de él.

Una vez que llegaron con ellos, Mikey estaba sentado en la motocicleta detrás de Draken, echando su cabeza sobre la enorme espalda frente a él. Cuando vio a Baji le sonrió con malicia, recibiendo a cambio una mirada que le decía prefiero raparme la cabeza antes que dejarles solos.

Draken sintió el peso muerto sobre su espalda y se volteó.

—Mikey, si te duermes te caerás —señaló lo obvio. Suspiró y se acomodó para arrancar el motor—. Te llevaré a mi casa, que queda más cerca.

—¡No, Draken! —es una trampa, pensó Baji—. Vayamos a tomar algo los cuatro. Si quieres hasta lo llevo a su casa luego.

—Olvídalo —rechazó, negando con la cabeza—. Mira a Mikey, está muy cansado. Mañana por la mañana le llevaré a su casa.

En aquel momento la moto arrancó y comenzó a alejarse, y fue ahí cuando Baji vio a Satanás en la cara de Mikey, quien le sonrió sin remordimiento alguno. Golpeó el piso con su bota y lo maldijo.

Chifuyu le observó sin entender su reacción, pero sí tenía claro que no quería verle así de frustrado. Puso su mejor sonrisa, analizó la situación y llegó a la conclusión de que no había razón para que todo terminase tan temprano por los horarios infantiles que Mikey manejaba. Le tomó del hombro, se paró junto a él y le preguntó:

—¿Quieres... ir a mi casa a ver una película?

UFFF, QUE NO ME QUEDO QUIETA. Iba a preguntar en este capítulo si tenían interés en leer un trabajo omegaverse que quería escribir de estas parejas, pero me fui a la mierda y ya escribí como la mitad de cinco capítulos. En fin, quería comentar que ese nuevo proyecto ya está en el horno✊🏼

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